Creer a Dios contra toda esperanza

Creer a Dios contra toda esperanza

Min. Ausencio Arroyo García

Dios le dijo a Abraham: «Tendrás muchos descendientes». Y, contra toda esperanza, creyó a Dios. Por eso fue padre de muchas naciones. Abraham tenía alrededor de cien años, no estaba en edad de tener hijos, y su esposa Sara era estéril. Abraham sabía todo esto, pero su fe no se debilitó. Mantuvo firme su fe en la promesa de Dios sin dudar jamás. Cada día su fe se hacía más fuerte, y así él daba honra a Dios. Abraham estaba seguro de que Dios sería capaz de cumplir su promesa(1 Pedro 2:4-7).

La Palabra declara que Dios, es el Dios de imposibles. El poder y la gracia de Dios hacen que lo imposible sea posible. Tener fe en Dios, implica la confianza de que Él es capaz de realizar lo que está más allá de la lógica humana o de los límites de la realidad terrena. Él puede cambiar las situaciones de desgracia y transformar las condiciones de opresión. En cierta medida, todos experimentamos momentos y fracasos ante situaciones límite de la vida, en este contexto, Pablo nos presenta el paradigma de Abraham como el modelo de fe para todos nosotros (Romanos 4:1-22).

El paradigma de la fe de Abraham

La fe vida está llena de muros infranqueables y de límites de las fuerzas. Para sobreponernos a esto, contamos con el don maravilloso de la fe. Sin embargo, la fe en Dios no pretende cambiar su naturaleza ni modificar su carácter, más bien, consiste en afirmar que podemos confiar en que sus promesas son inquebrantables. La figura de Abraham brilla por encima de todos, pues, aunque su condición lo hacía ver como un fracasado al no tener descendencia, Dios cambió su historia, porque creyó a sus promesas.

El nombre Abram significa padre exaltado, sin embargo, no tenía ni un hijo, su nombre era una contradicción. Abram creyó que Dios lo convertiría en padre, aun cuando todo estaba en su contra. Él y su esposa eran ya ancianos, el cuerpo de Sara, además, estaba afectado por la esterilidad; al paso de los años se habrían acumulado las decepciones de esta pareja. En ese ambiente de desilusión, Dios extendió su promesa de darle no solo un hijo sino una descendencia numerosa. En el proceso, Dios cambió su nombre de Abram a Abraham, la terminación “am” en hebreo se refiere a pueblo o multitud. Dios le da la promesa de hacer de su descendencia un gran pueblo. Abraham no estaba en condiciones reales de serlo, pero, cree a Dios a pesar de todo.

Además, Abraham es el paradigma para todos los creyentes porque él fue considerado justo por su fe: Abraham creyó a Dios y le fue reconocido como justicia (Génesis 15:6), esto ocurre antes de ser circuncidado (Romanos 4:9-12) y no como resultado del cumplimiento de la ley, sino por su fe (4:13). Abraham no tiene de qué jactarse ante Dios pues la justificación no es fruto de su propia justicia sino un regalo de Dios por el solo hecho de creer a su Palabra. Así, en la historia de la salvación, Abraham se convierte en padre de todos los que siguen las huellas de la fe, sean circuncisos e incircuncisos (4:12) y son declarados herederos de la promesa divina (4:13-17).

Abraham nos muestra en qué consiste la fe: él creyó, puso su confianza en la palabra divina y caminó en esa certeza. Abraham fue llamado por Dios a salir de su mundo (Génesis 12:1-3), confiando en Su promesa y convertirse en fuente de bendición para todos los pueblos. La fe en el sentido bíblico es más que asentimiento de una doctrina, repetición de un rito sagrado o una emoción que permita conseguir de Dios lo que queremos. Si bien la fe implica todos esos elementos: asentimiento intelectual y confesión de una verdad, es sobre todo una confianza que lleva a obediencia. En la realidad, solo creemos lo que obedecemos.

La fe de Abraham consiste en la actitud o disposición a dejarse guiar, es una respuesta a Dios, no es una obra que convierta a Dios en nuestro deudor sino la confianza de soltarse en las manos del Señor. La fe es grande no porque tenga poder en sí misma, sino por el carácter de Aquel en quien la depositamos. Podemos decir que la Biblia no nos invita a “creer” en los milagros, sino a creer en el Dios que obra milagros. El carácter y la persona de Dios guían nuestra fe y establecen lo que podemos esperar.

Su modelo de fe se basa en las palabras de Dios, no en la evidencia de los sentidos o deseos. Abraham era consciente de la imposibilidad física de que él y Sara pudieran tener hijos; sin embargo, esto no impidió que creyera que Dios haría exactamente lo que había prometido. La esencia para una experiencia cristiana vital es la capacidad de seguir creyendo, día tras día, que la realidad última no es lo que vemos a nuestro alrededor, sino aquello que no podemos ver; a saber, la realidad que viene de Dios.

Creer en esperanza contra toda esperanza

Abraham creyó en las promesas de Dios cuando no había elementos para la esperanza, las circunstancias decían que el vacío y la soledad eran inevitables, que su nombre familiar desaparecería. Sin embargo, Dios lo miró y lo eligió para llenar sus brazos vacíos, con lo que renovó su corazón anciano. El padre de la fe muestra la relevancia del objeto de fe. La fe de Abraham no consiste en: “hay que creer en algo” ni se puede hablar “del poder de la fe” pues lo que da sentido, forma y transforma la condición de Abraham es el Dios vivo: Así frente a Dios, Abraham creyó este mensaje, porque Dios puede dar vida a los muertos y crear algo de la nada (Romanos 4:17). La fe es tan grande como el objeto de fe, su fe es grande porque fue puesta en el Dios que es capaz de dar vida al cuerpo derrotado y llamar a la existencia a un hijo, de la nada.

Pablo describe las circunstancias donde intervino la mano de Dios: Abraham tenía alrededor de cien años, no estaba en edad de tener hijos, y su esposa Sara era estéril. Abraham sabía todo esto, pero su fe no se debilitó. Mantuvo firme su fe en la promesa de Dios sin dudar jamás. Cada día su fe se hacía más fuerte, y así él daba honra a Dios. Abraham estaba seguro de que Dios sería capaz de cumplir su promesa (Romanos 4:19-21).

La fe en Dios es el poder para transformar la realidad. A veces valoramos la fe como capacidad humana, que por sí misma puede crear cosas nuevas; que, si podemos visualizar en la mente, imaginar y describir lo que se desea, entonces eso ocurrirá. Pero esta comprensión no corresponde a la cosmovisión bíblica, porque lo nuevo no ocurre supeditado a los deseos o capacidades del ser humano sino a la voluntad de gracia y los propósitos divinos.

La fe que nos enseña Abraham es un acto de seguimiento y no una manipulación. En tal sentido, es importante subrayar que Abraham no cree en (la existencia de) Dios, sino que Abraham cree a (la promesa de) Dios. Tener fe es confiar. Tener fe significa caminar en la esperanza de Dios aun cuando ésta parece una realidad imposible. Los límites del razonamiento humano y lo que nuestras sociedades muestran como “único camino posible” puede ser superado; en las manos de Dios, lo imposible es posible.

El pensamiento pragmático actual entiende que cuando conocemos algo significa poseerlo y dominarlo; en el ámbito de lo religioso, se piensa que conocer a Dios es dominar y poseer a Dios. El conocimiento sobre el otro no da el derecho de convertirlo en propiedad, mucho menos en la relación con Dios; ya que Dios es el sujeto, no el objeto, y la relación con Dios como sujeto nos transforma mediante la “simpatía”. El conocimiento de Dios no nos convierte en amos de Dios, más bien, le conocemos para confiar en sus promesas. En el sentido bíblico, conocer significa tener una experiencia concreta de intimar y asombrarse. Conocer a Dios consiste en reconocerlo como soberano en el universo y, por lo tanto, jamás sujeto a nuestros deseos o voluntad.

Las promesas de Dios son inquebrantables

La vida es un muro de adversidades, todos enfrentamos innumerables circunstancias de frustración y pena: los grandes anhelos no se cumplen, las relaciones de amor se rompen, los hijos no llegan o se alejan de la fe, nos arrebatan a las personas que amamos, los accidentes nos aguardan a la vuelta de la esquina, fracasan los emprendimientos, el entorno social es amenazante, fallamos en los intentos de romper los hábitos destructivos; la estabilidad que disfrutamos se esfuma ante el diagnóstico de que, lo que comenzó como una pequeña molestia: un signo oscuro en la piel o como simples olvidos, son signos de un mal serio que estuvo agazapado por años que, finalmente, despertó de su letargo y empezó su fase aniquilante. Cuando la vida de armonía y salud, de prosperidad y realización personal se escurre entre los dedos, nuestros sueños fenecen en la desesperanza.

Cuando piensas que tu vida no va más, que tu experiencia es el final de toda alegría, que no volverás a sonreír, recuerda que Dios tiene la última respuesta. Nuestra fe está arraigada en el Dios que vivifica a los muertos y llama a las cosas que no son como si existieran (4:17). 

En la historia de la salvación, Dios es el héroe. Dios se vale de mujeres estériles para preservar la simiente de su pueblo, sostiene a un profeta oculto en una hondonada, alimenta a todo un pueblo hambriento en el desierto, rescata la vida de un joven odiado de sus hermanos hasta llevarlo a la cima en un gobierno extranjero, salva la vida de un hijo único que estaba punto de ser ofrecido en holocausto. En circunstancias donde todo parece perdido, Dios cambia las historias.

Dios llenó de alegría el corazón de dos mujeres solas y pobres. Llenó sus brazos de granos para el pan, restauró el nombre de su familia y les regaló un hijo que les devolvió la esperanza. Era inimaginable que la mujer extranjera, que rebuscó cebada en un campo ajeno, se convirtiera en la dueña de la tierra que pisó como desheredada. El Señor Jesús cambió la historia de una mujer que se desangraba, día tras día a lo largo de doce años. “Si tan solo tocare su manto seré sana” se dijo, cuando oyó hablar del Señor y se acercó por detrás de Él. Cuando al fin alcanzó el borde de sus vestidos fue sana. 

Si bien, no podemos forzar a Dios a actuar conforme a nuestros anhelos, nunca debemos olvidar que en su poder está la capacidad de realizar tanto grandes maravillas como pequeñas caricias de gracia que transforman el luto en fiesta espiritual y la tristeza en gozo. Dios tiene poder para darnos vida de nuevo. Siempre condicionado por sus propósitos y manifestado en sus promesas. Juan señala que nuestras peticiones deben mantener la expectativa de aguardar a la voluntad divina: Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye (1 Juan 5:14).

Hay momentos en que nos percibimos como muertos al futuro y solo sobrevivimos un presente en agonía. Allí se nos revela el Dios que resucitó a Jesucristo de entre los muertos y que nos resucita a la vida rescatándonos de todo dominio mortal. Es el Dios que llama a una realidad que aún no existe, que vivifica a los muertos por su evangelio, reaviva la llama del Espíritu. Las circunstancias adversas de la vida matan nuestras esperanzas, los sueños se rompen, las pérdidas dejan vacíos y los anhelos no se cumplen; justo en estas condiciones ¡Dios puede vivificarnos! Esta es buena nueva, es Evangelio.

Dios, por medio del profeta Jeremías, les habla a sus escogidos que se hayan en el exilio y les declara: Sé muy bien lo que tengo planeado para ustedes, dice el Señor, son planes para su bienestar, no para su mal. Son planes de darles un futuro y una esperanza (Jeremías 29:11). El gran dilema es creerle a Dios frente a los imposibles, confiar en sus promesas y esperar contra toda desesperanza.

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Sobre los duelos

Sobre los duelos

Psic. Citlally Romero Olivares

Hazme saber, Señor, el límite de mis días y el tiempo que me queda por vivir; hazme saber lo efímero que soy (Salmos 39:4, NVI).

¿Qué pasaría si Dios te contara cuándo será el día y la hora en la que morirás? ¿Cambiarías algo de tu vida en ese mismo instante? 

Pensar en morir o en que algún ser muy amado morirá es algo que no queremos ni pensar, pero que, sin duda alguna, sabemos que pasará. Quisiera que recordaras un poco sobre todo lo que ha sucedido en los últimos 3 años, desde que nos dijeron que había un virus mortal y muy peligroso para la humanidad, que avanzaba muy rápido y para el cual no se encontraba una cura. De primer momento no se creía tan cerca, algunos pensaban que era una pequeña gripe o incluso una “cortina de humo” por parte del gobierno, hasta que se vivió de manera cercana. Comenzamos a ver cómo los hospitales se llenaban uno a uno, las farmacias tenían filas que parecían interminables y la demanda de tanques de oxígeno estaba al límite.

El temor comenzó a invadir a la población del mundo. Fue muy normal sentir miedo en esos tiempos, pues no se tenía la certidumbre de qué pasaba y cómo es que había un caos tan repentino. En algún momento, comenzamos a mirar con atención a nuestro alrededor más próximo y, lamentablemente, en muchos hogares, personas amadas comenzaron a enfermar. La angustia embargó muchos corazones y no se sabía qué hacer con exactitud. Se comenzó a ver a seres amados enfermos, que no podían levantarse, que no podían respirar y aún con tanques de oxígeno se veían mal, hasta que se intentaba buscar una camilla en hospitales, los cuales que se encontraban saturados y, por desgracia, muchas veces se llegó a escuchar la frase “no lo logró”. 

Nadie puede explicar lo que pasa por el corazón cuando se escuchan esas palabras, ese dolor que aprieta el pecho con fuerza, que de primer impacto no sabes si es real lo que estás viviendo o sigue siendo tu mente; pero el llanto de los demás, te hace caer en esa terrible verdad: un ser amado, ya no está, ya no se podrá hablar con él, abrazarle, escucharle u olerle, ya no más. Ese sentimiento lo vivieron cientos de familias en la Iglesia, por personas cercanas o conocidos lejanos; estoy casi segura que nadie quedó exento de esa realidad. 

Es importante que recuerdes, si en esos días llegaste a sentir miedo; no fue por ser una persona débil, esa angustia tampoco era falta de fe; y en esos momentos diste lo mejor que pudiste. Tienes que saber que Dios sí estaba presente, se encontraba justo allí donde siempre ha estado, a tu lado. Y aun, si en el presente o en el futuro, algún ser al que amas, enferma y muere, debes tener por seguro que Dios se encuentra sosteniendo fuertemente tu mano. 

Quisiera preguntarte algo, si es que alguna vez has tenido que despedir a un ser amado a causa de la muerte, ¿realmente has vivido tu duelo? Permítete llorar cuanto puedas, grita, abraza, rompe, haz lo que necesites, no consideres de poca importancia lo que sientes. A veces se puede llegar a creer, incorrectamente, que “ya pasó mucho tiempo y deberías superarlo”; pero, la verdad es que tu cuerpo y tu mente, incluso tu espíritu, necesitan llorar esa ausencia. A pesar del tiempo que ha pasado, hay cosas que tu mente no podrá entender e incluso tus pensamientos podrán parecer bloqueados, no pueden pensar en nada más que en el dolor. 

En ocasiones ya no se quiere llorar y evitar a toda costa estar tristes, pero el cuerpo no entiende esto, porque resiente todo lo que se reprime, así que se manifiesta y se empieza a enfermar; los músculos se tensan y dolores gástricos, entre otros malestares, aparecen; por ende, ahora la persona se ve envuelta en disturbios mentales y físicos, lo que prolonga más el estado de enfermedad, todo ello, por no vivir el duelo de manera adecuada. 

Te recomiendo ampliamente que no evites pasar tu duelo. Sé que puede doler nuevamente y que muchas voces pueden llegar a decirte que lo tienes que superar rápido. No es verdad, cada quién tiene su tiempo y no existe un estándar de mucho o poco. Si necesitas ayuda pastoral o atención psicológica, pídela sin miedo o temor de lo que los demás puedan llegar a pensar; pero, sobre todo, no te alejes de Dios, pues, en ese momento de dolor no necesitas ser fuerte, necesitas decirle a Dios: “no entiendo lo que pasa, pero sé que tienes el control, nunca lo pierdes”. 

Es importante que sepas que el duelo no solamente se vive ante la pérdida mortal de un ser querido; es el proceso de adaptación emocional que sigue a cualquier pérdida, ya sea un empleo, una separación de pareja, hasta el perder una parte de tu cuerpo; y cualquiera de estas situaciones tienen su propio proceso que requiere ser vivida y atendida. No subestimes ningún sentimiento de pérdida, no dejes que otras personas sugieran que “exageras”. Para estar bien físicamente, tu cabecita debe estar bien en sus emociones y ellas solo tienen esa garantía cuando se vive un duelo a la vez, por supuesto, acompañados de la guía de Dios. 

El perder a un ser querido, es uno de los duelos más difíciles de manejar emocionalmente, pues a veces nos encerramos y creemos que eso es lo mejor que podemos hacer por nosotros y por los demás; pero no es así, notarás que te alejas de los que te aman y siguen contigo. Superar ese proceso no quiere decir que olvidaremos a esa persona; recuerda que en Cristo Jesús tenemos la esperanza de la resurrección.

Quisiera compartir contigo algunos elementos para que puedas pasar algún duelo de una manera sana, si lo necesitas ahora o en el futuro:

• Permítete sentir el dolor, así como todas las otras emociones. No te digas a ti mismo cómo deberías sentirte ni dejes que otras personas te digan cómo deberías hacerlo.

• Ten paciencia con el proceso. No te presiones con expectativas. Acepta que necesitas experimentar tu dolor y tus emociones (todo a su debido tiempo). No juzgues tus emociones ni te compares con otras personas. Recuerda que nadie puede decirte cómo llevar el luto o cuándo dejarlo.

• Busca ayuda profesional y espiritual. Habla acerca de tu pérdida, tus recuerdos y tu experiencia de la vida y muerte de tu ser querido o la pérdida de tu pareja o del empleo. No pienses que estás protegiendo a tu familia y amigos al no expresar tu tristeza.

• Platica con otras personas que sean de tu plena confianza, que escuchen sin juzgar -amigos, familia o hermanos-, exprésales tus emociones y pídeles que solo te escuchen.

• Ocúpate de ti mismo(a). Come bien y haz ejercicio. No te abandones. 

• Perdónate por todas las cosas que hayas o no dicho o hecho. El perdón para ti y otros son importantes para sanar.

• Intenta seguir una rutina de actividades. No permitas que la cama te absorba. Por más difícil que te resulte, desayuna, come y cena a horas específicas. Lee, ve películas, ten momentos de recreación con amigos, reúnete en el templo. Poco a poco, dale respiros a tu dolor y siente el amor de Dios a través de todo lo que te rodea. 

• Y, por último, busca aún más a Dios, es tu principal refugio. La noche siempre se ve más oscura antes de que amanece. Nuestro buen Padre siempre está presente, pero con mayor fuerza y atención, cuando sus hijos atraviesan valles oscuros, Él sostiene su mano y nunca los soltará. 

Le pido a Dios, fuente de esperanza, que los llene completamente de alegría y paz, porque confían en él. Entonces rebosarán de una esperanza segura mediante el poder del Espíritu Santo (Romanos 15:13, NTV)

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El amor comienza en casa

El amor comienza en casa

Hna. Elizabeth Sánchez Ramírez

Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros.

(1 Juan 4:11)

El carácter se forja en casa, allí obtenemos la confianza en nosotros; si somos amados y se alimentan nuestros sueños. La casa, sin importar la construcción, el tamaño o comodidades que ofrece, es el espacio íntimo en el que nos sentimos en libertad de ser y hacer. Nuestra casa habla de nosotras y de nuestra familia; de los gustos, costumbres, organización, hábitos y de la manera en que nos relacionamos. El valor principal de nuestra casa son los lazos afectivos que entrelazan a la familia, representan la seguridad, confianza y aceptación. Cuando es el espacio cálido y nutricio que debiera ser, nos hace exclamar: “¡No hay como estar en casa”! La clave está en el amor que se respira bajo su techo.

Dios creó la familia para que, a través de la relación de la pareja, y en el cuidado de padres e hijos y entre hermanos, el amor encuentre su plena expresión. Cuando el amor que une a un hombre y una mujer en matrimonio se mantiene vivo y floreciente, los hijos crecen sabiéndose amados, protegidos, atendidos en las necesidades de cada etapa de su desarrollo, en un ambiente cálido y armonioso que aun cuando sean adultos, en los tiempos difíciles, tristes o alegres podrán recordar y nutrirse de ese amor familiar.

Cuando hablamos de familia, generalmente pensamos en el modelo inicial creado por Dios; papá, mamá e hijos, sin embargo, en nuestra sociedad tenemos una gran variedad de familias en las que pueden estar incluidos abuelos, tíos, primos, o también puede haber la ausencia de mamá, papá o ambos, hoy se considera familia al núcleo de personas que habitan en la misma casa, unidos por una relación consanguínea o adopción.

El plan de Dios, para la familia es que sea fuente de amor, aceptación y apoyo, sin embargo, en muchos hogares lo que fluyen son conflictos: entre los padres, entre los hermanos, entre padres e hijos; problemas económicos, adicciones, etc. Crece la violencia, el abandono, el divorcio, el desamor, dejando dolor, angustia, baja autoestima, temor; sobre todo en los más pequeños e indefensos. Muchos problemas surgen cuando nos olvidamos de nutrir el amor. Así como necesitamos alimentar nuestro cuerpo cada día con productos saludables, el amor necesita atención y cuidados para mantenerse fuerte y sano. 

Cuando una pareja se une pensando que el amor es solo placer, complacencia, cuando para cada uno solo importa satisfacer sus intereses y necesidades sin tomar en cuenta los del otro, si no están dispuestos a ceder, a dejar su propio bienestar por el bien del otro; el amor está destinado a morir y toda la familia lo sufrirá.

Amar requiere entrega y decisión. El amor se hace evidente por la importancia que damos a la o las personas amadas, por la atención que ponemos a sus necesidades y el esfuerzo que hacemos para satisfacerlas, aun sobre nuestro propio bienestar. El apóstol Juan nos habla acerca del amor perfecto, el amor de Dios: En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados (1 Juan 4:10). Dios nos muestra un amor sin límites buscando nuestro bien, por esto, el apóstol nos pide: Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros (1 Juan 4:11). Los otros que están más cercanos son nuestra familia, por eso el amor debe empezar en casa. 

Solemos pensar que amar es vivir siempre felices, que cada uno pueda tener y hacer lo que quiera. Así no es el amor. El apóstol Pablo, nos enseña que el amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece (1 Corintios 13:4) Es decir, el amor no se centra en mis intereses y deseos, sino en hacer lo que es bueno para la persona amada. 

Entonces, ¿cómo podemos amar sin buscar nuestros propios intereses? La Biblia es un manual completo del amor. Aquí solo presentaré algunos consejos que sirvan de orientación.

1. Pide la ayuda de Dios. Recuerda que Él te ama, y ama a tu familia. Él te dice: Yo sé los planes que tengo para ustedes, planes para su bienestar y no para su mal, a fin de darles un futuro lleno de esperanza. Yo, el Señor, lo afirmo (Jeremías 29:11, DHH).

2. Mantén tu atención en cada miembro de la familia. Qué todos puedan sentirse en libertad y confianza para contarte sus experiencias, sus intereses, sus necesidades, gustos y disgustos. Escúchalos atentamente. De esta forma ellos también estarán dispuestos a escuchar, tus opiniones y consejos. 

3. Respeta a las personas dentro y fuera de casa. Tú conducta es ejemplo para tu familia. El respeto es fundamental para convivir en paz y armonía, por lo que en casa deben establecerse reglas y normas justas que protejan la integridad de todos. Evita la mentira, las palabras hirientes, conductas egoístas, demandantes, impulsivas y sobre todo agresivas de y hacia todas las personas sin importar su edad. Fomenta conductas y palabras amables. En todos los casos el respeto debe ser mutuo.

4. Pasa tiempo de calidad con tu familia. Planea un día a la semana para hacer cosas juntos, actividades que proporcionen alegría, algo que todos disfruten. Por ejemplo: caminar, una noche familiar con juegos de mesa, ver un programa en la televisión, cenar. Esto ayuda a conocernos mejor y reforzar los lazos de unión familiar.

5. Actúa con empatía y comprensión ante los problemas que surgen entre los miembros de la familia. Es necesario aprender que lo que tú piensas, quieres y sientas no es lo único que importa, es preciso tomar en cuenta lo que el otro piensa, quiere y siente para comprender por qué actúa de determinada manera y poder tomar decisiones y acuerdos en caso de conflicto.

6. Ejerce la autoridad que te corresponde con sensibilidad, firmeza, respeto y justicia.

7. Nutre a tu familia cada día con el amor de Dios a través de la oración y el estudio de la Palabra. Tomen tiempo para hacerlo en familia. Cuando el amor de Dios está entre nosotros la casa se llena de paz, esperanza, fe, gratitud y alegría. El amor empieza en casa y se transmite a otros ámbitos de la comunidad.

Dios nos dé sabiduría para que nuestra casa sea ese espacio del genuino amor.

Referencias

• Biblia de Estudio RVR 1960. Editorial Vida. 

• Biblia Edición de Promesas, revisión 1960

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El mentor

El mentor

Hna. Karla Flores Hernández

Más de una vez y en distintas ocasiones, hemos escuchado o leído Mateo 28:19-20: Acercándose Jesús, les dijo: Toda autoridad Me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que les he mandado; y ¡recuerden! Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo.

Este versículo ha sido de gran importancia para la iglesia cristiana, ya que resume la misión de evangelizar.

Antes de partir, Jesús les deja una gran tarea a sus discípulos, misma para la cual los había preparado en sus años de ministerio, y esta “gran comisión” también es dada para nosotros en la actualidad. 

En ocasiones, sucede que al escuchar este texto, nos sentimos inseguros e incapaces de llevar a cabo esta tarea, y resuenan en nuestra mente preguntas tales como: ¿por dónde empiezo? ¿qué hago? ¿qué les digo?, preguntas que nos abruman y desaniman a dar el primer paso.

A lo largo de este artículo, quiero que tengas presente lo siguiente: “[…] ¡recuerden! Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”, estas palabras de Jesús manténlas siempre en tu mente y tu corazón.

Ahora bien, la primera tarea que se nos encomienda es “hagan discípulos”, y para esto primero tenemos que entender qué es un discípulo. La palabra discípulo, al igual que disciplina, proviene de la palabra latina discipulus, que significa «alumno» o «aprendiz», es decir, un discípulo es un seguidor, uno que confía y cree en un maestro y sigue sus palabras y ejemplo. 

Pero ¿cómo se hace un discípulo? ¿Cómo empezamos? Jesús es nuestro gran maestro, en la Biblia podemos encontrar algunas características del discipulado que Él nos puso como ejemplo.

1. Practicaba lo que predicaba

Jesús era coherente con lo que enseñaba, los mandatos que Él daba a sus discípulos los ponía en práctica. En Juan 13, un pasaje muy conocido, encontramos un gran ejemplo del servicio: Así que se levantó de la mesa, se quitó el manto, se ató una toalla a la cintura y echó agua en un recipiente. Luego comenzó a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura.

En aquel entonces, los judíos no usaban zapatos, usaban sandalias, ¿puedes imaginar cómo se encontraban los pies de los discípulos? Llenos de polvo, mugre, malolientes, sucios.

Nuestro Salvador, el Rey de reyes, tomó forma de siervo lavando los pies de sus discípulos.

2. Tenía un diálogo personal

Jesús no solamente enseñaba en los montes a las multitudes, también se tomaba el tiempo para conversar a solas con quien lo necesitaba. En Lucas 19 podemos leer la historia de Zaqueo, un recaudador de impuesto que buscaba ver a Jesús entre la multitud. Zaqueo era una persona aborrecida en el pueblo por su profesión, y quienes se acercaban a él eran considerados como traidores, aun así, Jesús fue a su casa, y pasó un momento personal con él. Como resultado de esto, Zaqueo cambió su vida y decidió seguir a Jesús.

3. Jesús los amaba

[…] Él había amado a los suyos que estaban en el mundo, y los amó hasta el fin (Juan 13: 1). En la noche de la última cena, Jesús hace un acto de amor y humildad al lavarle los pies a cada uno de sus discípulos, incluyendo a Pedro que lo iba a negar y a Judas quien lo iba a traicionar. Jesús no solo decía amarlos, lo demostró hasta el fin.

4. Jesús hacía milagros

Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo (Mateo 4:23).

Una de las características del discipulado de Jesús, es que no solo predicaba, también ayudaba a solucionar los problemas y necesidades de quienes se le acercaban. A veces, las palabras no son suficientes, es necesario accionar, apoyar y acompañar.

5. Jesús es incluyente

Aconteció que, estando Jesús a la mesa en casa de él, muchos publicanos y pecadores estaban también a la mesa juntamente con Jesús y sus discípulos; porque había muchos que le habían seguido. Y los escribas y los fariseos, viéndole comer con los publicanos y con los pecadores, dijeron a los discípulos: ¿Qué es esto, que él come y bebe con los publicanos y pecadores? Al oír esto Jesús, les dijo: Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores (Marcos 2:15-17).

A lo largo del Nuevo Testamento, encontramos distintos pasajes donde se muestra a un Jesús incluyente, un Mesías que dignificaba a todos aquellos que eran excluidos y discriminados por el sistema religioso de su época. Buscaba una convivencia con ellos para enseñarles y mostrarles el camino con amor y paciencia. No solo buscaba la redención espiritual, sino también social.

El ministerio que Jesús realizó estando aquí en la Tierra es nuestro máximo ejemplo y modelo para seguir. Si no sabes cómo empezar, qué decir o hacer, hazte la siguiente pregunta: «¿qué hizo Jesús?».

Es una tarea ardua, que requiere valor, pero sobre todo amor, y si en algún momento te sientes decaer, recuerda sus palabras: […]Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo.

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Familias bendecidas para bendecir

Familias bendecidas para bendecir

Perla Esquivel y Esdras Valencia

Tener una familia es cimentar una buena educación, formación y valores. Aquí se construye la formación de la personalidad de cada uno de sus miembros; es el pilar sobre el cual se fundamenta el desarrollo psicológico, social y físico del ser humano […] si todos los individuos creciéramos dentro de un seno familiar, la sociedad se enfrentaría a menos problemáticas.»1

La voluntad de Dios es bendecir a todas las familias, este deseo se expresa de una forma clara y hermosa, en la maravillosa promesa hecha a Abraham: Y serán benditas en ti, todas las familias de la tierra (Genesis 12:3, RVR1960). Ser familias bendecidas es posible, aun en una época como la actual en la que los modelos familiares han sufrido una serie de cambios bruscos y se percibe una fractura en la institución considerada como la base de la sociedad.

En el relato bíblico la primera familia aparece fracturada desde el huerto del edén, como consecuencia de alejarse del proyecto de Dios para sus vidas. De igual modo viviendo en la carne, nuestros esfuerzos también fallarán en hacer que las familias sean completas y saludables en un mundo roto. Resulta tentador pensar que podemos arreglar los problemas del matrimonio sin una visión espiritual y que si aunado a ello, contamos con recursos económicos suficientes, entonces tenemos resueltos los problemas de la vida y que todo irá bien. Así es como algunos matrimonios creen que funciona la dinámica familiar; haciendo a un lado, los valores espirituales.

En las Escrituras Sagradas encontramos familias construidas con amor y pureza, también podemos ver familias formadas a partir del pecado, niños nacidos del adulterio, a través de la prostitución y viviendo en entornos problemáticos. Sin embargo, Dios pudo cambiar la inercia en esos hogares, los cuales, no obstante, iniciaron de una manera complicada, pudieron recibir de Dios la bendición para seguir adelante, para ello es necesario tomar una decisión.

En el libro de Josué capítulo 24 encontraremos dos momentos importantes en el discurso de este gran líder del pueblo de Israel. Durante este tiempo, los lleva a un viaje a través de la historia. Al tener reunidas a todas las tribus en Siquem, pidió a los líderes ir frente al santuario para presentarse delante de Dios y expresó: Esto es lo que el Dios de Israel les dice: Hace mucho tiempo, sus antepasados vivían en Mesopotamia, y adoraban a otros dioses. Uno de sus antepasados fue Térah, el padre de Abraham y Nahor (Josué 24:2, TLA). 

Comienza desde el momento en que sus antepasados no conocían al Dios de Abraham. Luego los lleva sistemáticamente a través de una historia de la fidelidad de Dios y la entrega del pueblo de Israel. Él les recuerda todo lo que Dios ha hecho que los ha llevado a este punto y esto los lleva a pedirles un compromiso. Literalmente les pide que elijan lo que harán. Esto nos lleva al punto de este versículo.

Continuó con esta frase que conocemos y más de uno hemos apropiado: Si no quieren serle obedientes, decidan hoy a quién van a dedicar su vida. Tendrán que elegir entre los dioses a quienes sus antepasados adoraron en Mesopotamia, y los dioses de los amorreos en cuyo territorio ustedes viven ahora. Pero mi familia y yo hemos decidido dedicar nuestra vida a nuestro Dios (Josué 24:15, TLA).

Aquí encontramos a Josué, uno de los líderes más fieles de Israel, llamando claramente al pueblo a elegir entre servir a otros dioses o servir al único y verdadero Dios. Entonces Josué da el ejemplo con esta declaración: Pero mi familia y yo hemos decidido dedicar nuestra vida a nuestro Dios.

Dentro de este versículo, Josué está haciendo una declaración acerca de lo que más les importa a él y a su familia. Él menciona, claramente y sin dudar, a quién servirán. No le importaba lo que cualquier otro israelita y sus familias decidieran hacer, estaba estableciendo lo que era correcto para su casa.

Este es un compromiso total de seguir a Dios sin importar qué. Eso fue bueno para Josué y su familia, pero ¿qué significa eso para nosotros? ¿Estos versículos son aplicables para mí y mi familia en este momento? 

Nos gustaría compartirles algunas propuestas a través de las cuales podemos ser familias bendecidas para bendecir:

1. Mostrar el amor y la provisión de Dios en nuestras vidas. Josué había sido testigo de varios comportamientos vergonzosos exhibidos por los israelitas mientras vagaban por el desierto con Moisés, desde la creación del becerro de oro hasta lo que había visto antes de sus declaraciones en el capítulo 24. Su esperanza era mostrarles a través de la historia, en los primeros versículos, que del Señor recibieron provisión y pudieron sobrevivir en el desierto en los últimos años, fue de un Dios amoroso que había hecho lo mismo, generaciones anteriores a ellos, y continuaría por las generaciones venideras, Él los cuidaba y no los dioses falsos.

2. Necesitamos ser conscientes de que nuestras decisiones tienen consecuencias.  Estas pueden ser, buenas o malas, no solo sobre nosotros mismos sino también sobre otras personas. Una decisión egoísta afecta a nuestras familias de manera negativa.

3. Pedir al Señor que nos guíe. Como creyentes, nacidos de nuevo, la Biblia nos dice que somos embajadores de Cristo (2 Corintios 5:20). Así como Josué había dado un buen ejemplo para que su familia siguiera a Dios, cada cristiano debe hacer lo propio con la familia que el Señor le ha dado. Aunque Josué era capaz de dar el ejemplo, no podía tomar la decisión por ellos, la gente tenía que elegir por sí misma. 

4. Asumir la responsabilidad de preparar a nuestros hijos para que sirvan al Señor. Somos mayordomos de esos hijos y es nuestra responsabilidad discipularlos para ese día. El Señor nos los ha confiado, y seremos responsables de ellos. la decisión de servir a Dios influye positivamente en nuestras familias. A través del servicio podemos ayudar a otros a acercarse a Dios y tomar la decisión de permitirle entrar en sus vidas a través de la aceptación de Jesús. ¿A quién servirás hoy? 

5. Estar dispuestos a corregir los errores y avanzar hacia la curación. Depende de ti y de tu familia. Cuando he cometido algún error en mi crianza excesiva, mi miedo, mi juicio, etc., he tenido que ir con cada uno de mis hijos y mi cónyuge para hablarlo y pedir perdón.

No existe tal cosa como una familia perfecta. Sin embargo, la esperanza surge a través de la comprensión de que la familia rota es cualquier cosa menos una realidad irredimible. La compasión viene cuando entendemos que todos nosotros, cada uno de nosotros, sin Dios estamos rotos.

A medida que abrazamos nuestra propia necesidad de misericordia, podemos extender la gracia a los demás. Si bien es vibrante y llena de vida, la familia de hoy también es desafiante y real, pues requiere ensamblaje o incluso reensamblaje. Cuando estamos quebrantados, no encontramos justo donde necesitamos estar ante Dios y donde tenemos que quedarnos.

Referencia

1 https://www.habitatmexico.org/article/la-familia-como-base-de-la-sociedad

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Un templo caminante

Un templo caminante

Min. Ausencio Arroyo García

Acérquense al Señor Jesús, quien es la piedra viva, rechazada por los hombres, pero elegida y de mucho valor ante Dios. Ustedes también son como piedras vivas que Dios utiliza para construir un templo espiritual. Ustedes sirven a Dios en ese templo como sacerdotes santos, y por medio de Jesucristo ofrecen sacrificios espirituales agradables a Dios (1 Pedro 2:4-7).

En lo más profundo de la mente humana se tiene la nostalgia de un paraíso perdido, es la sensación de haber sido arrancados del espacio seguro donde se pueda crecer y cumplir los mejores anhelos. Para muchos, ese lugar lo podemos encontrar aquí y ahora, ya sea en un sistema económico político o en un estilo de vida que consiste en disfrutar el mayor placer posible; sin embargo, la enseñanza cristiana no promete un paraíso presente, sino que es una promesa del futuro. En la era actual ningún modelo de sociedad será lo suficientemente justo ni bueno ni duradero para hacer real toda la vida buena de Dios para todos. La fe nos orienta hacia una nueva realidad en una nueva creación, un mundo que viene de Dios, sin corrupción, sin dolor ni muerte, un mundo donde se establece la justicia y reina la paz.

En esta búsqueda, la iglesia es vista como peregrina y extranjera al mundo, no al planeta sino al conjunto de valores y poderes que determinan la existencia. La primera carta de Pedro se dirige a una familia espiritual dispersa sobre la faz de la tierra, lo cual no deja de ser chocante a las expectativas humanas, ya que los elegidos no tienen hogar, el Padre no les ha brindado una casa estable y son migrantes permanentes, siempre en el camino, sin alcanzar el lugar final de reposo.

En busca de un Santuario

Como un pueblo peregrino en pos de la “nueva tierra y nuevos cielos”, una expresión que anuncia la recreación de Dios, no tenemos lugar sagrado al cual aferrarnos. No hay ciudad ni montaña o río, no hay roca o árbol que nos conecten con lo sublime y eterno. Así como en la travesía del desierto el pueblo de Dios recibió el tabernáculo como signo y evidencia de la presencia de Dios entre ellos, nosotros tenemos el tabernáculo de nuestro cuerpo que es el altar en el cual ofrecemos sacrificios de alabanza y de amor al Señor de todo y de todos. El altar por excelencia no es el lugar de reunión de la congregación, puesto que no es más santo ni más relevante que el corazón de cada creyente.

Jesús, más que honrar lugares o fechas, dignificó personas. Recuperó la belleza, impresa desde la creación, en aquellos que se hallaban afeados por el pecado o la enfermedad, liberó a quienes eran víctimas de relaciones de opresión, enalteció a los olvidados y marginados, abrazó con ternura a los desvalidos, miró con gracia a los fracasados. Y allí, en las calles, a la orilla de los caminos y en los rincones de los hogares aparecieron altares humanos. En los tocados por Jesús hubo respuestas a la gracia: saltos de alegría, cantos de testimonio, cuerpos limpios, manos generosas y muchas alabanzas a Dios. Hizo que cada vida, que cada persona, se convirtiera en un templo de adoración.

En esta línea, Pedro les indica a los creyentes: […] como piedras vivas, sean edificados casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo (1 Pedro 2:5).

La grandeza de esta idea pasa por la condición de los destinatarios de la carta, son perseguidos por causa de la fe, se hayan socialmente marginados, sin poder económico ni político, son desheredados del mundo. Mas ellos, son elegidos y beneficiarios de un don mayor. Según la previsión de Dios han sido apartados por el Espíritu y rescatados por medio del sacrificio de Jesucristo, aunque sus condiciones sean tan desfavorables, son un linaje especial por medio de quienes Dios extiende su reino de luz.

Es la obra de Cristo en nosotros la que nos convierte en altares de adoración, su sangre ha purificado nuestras vidas y hemos sido santificados en el poder del Espíritu. Solo entonces, somos llamados a presentar ofrendas espirituales al Señor. El escritor afirma esto, habiendo hecho previamente cuatro exhortaciones a los lectores, y estas constituyen evidencias de ser partícipes del plan de salvación.

Llamados a ser la diferencia

Tengan esperanza (1 Pedro 1:13). La realidad que experimentamos determina nuestra manera de ver y de tomar decisiones. El apóstol nos confronta para mirar más allá del momento o de las circunstancias, para no dejar que las pérdidas o la falta de prosperidad nos alejen de las promesas. Es necesario enfocar en lo relevante, afirmar la mente y el corazón en aquello que permanece hasta la venida del Señor cuando nuestra salvación será completa. No cambies las bendiciones eternas que recibirás por el placer temporal. Un creyente entiende el futuro y deja lo que estorba a fin de poseer lo que es eterno.

Vivan en santidad (vv. 14-16). La relación con Dios transforma nuestro carácter, nos provee las virtudes que no teníamos y desarrolla la mejor versión de lo que podemos ser. Alcanzar la santidad no es por medio del esfuerzo personal para que se convierta en mérito, sino que es el cambio que Dios, por medio de su Espíritu, realiza en nuestra conciencia y corazón. En su poder cambia lo que somos, de pecadores perdidos a hijos restaurados, nos fortalece para dejar lo que es ajeno a su voluntad y para lograr la bondad y justicia conforme a su naturaleza.

Teman a Dios (vv. 17-21). Dios está por arriba de todo y de todos, Él gobierna y determina sobre las cosas y la vida, como seres humanos admitimos nuestra condición frágil y deficiente; y aceptamos nuestro lugar en el universo y los planes divinos, ante esto, nuestra respuesta debe ser de reverencia y sumisión. Pero, hemos sido distinguidos con la bendición del sacrificio del Cordero, planeada desde antes de la fundación del mundo. El temor a Dios está basado en el reconocimiento de la liberación que ha hecho y el elevado precio que pagó por cada uno. Lo mejor que somos y tenemos, todo se lo debemos a Él. 

Ámense unos a otros (vv. 22-25). Nadie puede ser un auténtico cristiano solo, aislado. El carácter que recibimos de Dios lo ponemos en práctica en la comunión con los otros, cada uno es una piedra viva con la cual se edifica la casa espiritual. El discípulo Simón fue llamado Pedro para describir la función que Dios le dio en su iglesia. Ser una piedra junto con los demás, para conformar el santuario viviente. 

Cómo podemos ser altares vivientes

Deja que Dios sea Dios. Un lugar de adoración se levanta para reconocer la majestad divina. El Dios de la Biblia, no está supeditado a ningún lugar, ni presente ni pasado; más bien, Dios busca estar en el trono del corazón del creyente. Cuando Él es el centro de nuestra existencia, es el fundamento de los valores y prácticas y permitimos que gobierne los diferentes ámbitos de vida, solo allí es honrado y proclamado. En realidad, solo creemos aquello que obedecemos. Si decimos que Dios es nuestro Dios, entonces es Señor de nuestras costumbres, deseos, palabras, compromisos y voluntad, entonces y solo entonces nuestra persona es un altar santo.

Da lo mejor que tienes. Así como el Padre entregó la vida de su Hijo para nuestra salvación; espera que, en reconocimiento a este regalo, cada uno ofrezca lo mejor que tiene o puede lograr, en este altar viviente no deben presentarse ofrendas a medias ni engañosas o para recibir el reconocimiento humano. En el altar viviente se ofrecen sacrificios espirituales, de corazón limpio y de gracia, sin pretender el aplauso o la ganancia sino en expresión de gratitud por ser objetos del amor de Dios. Estés donde estés, que tu persona sea un aroma agradable al Señor del Universo. No entregues regalos defectuosos si está en tus manos dar lo mejor, donde quiera que Dios te ponga.

Sirve con gozo al prójimo. Los actos de amor para el prójimo son expresiones de olor fragante a Dios (Efesios 5:2; Filipenses 4:18). El sacrificio que represente compartir y cuidar de otros, son hechos para el Señor mismo. Estos actos son manifestaciones de un corazón regenerado que ha dejado de ser el centro de sus atenciones y que es capaz de abrir su mano para bendecir a los menos favorecidos o que se hayan en infortunio. Pero no debe hacerse por fuerza o con intenciones mezquinas sino con el gozo de alabar a Dios en su imagen visible. Las muestras de servicio al prójimo se determinan en cuanto reflejan el carácter santo de Dios y si pueden resistir el escrutinio de Dios que juzga lo más íntimo de la mente humana.

Una palabra final

Los encuentros con Dios fueron marcados para santificar el espacio donde se manifestó lo sublime y majestuoso, los que vieron la gloria levantaron un altar de reconocimiento, ese altar podía ser un montículo de piedras o a veces una sola, hasta que se levantó un templo fijo en tiempos de Salomón. Mas ninguno pudo contener la grandeza del poder de Dios, porque Dios es inaprehensible, su ser infinito no puede ser contenido por ningún edificio, pero, nos obsequia el privilegio de ser altares humanos en los cuales se presenten ofrendas de gratitud y amor. Vayas donde vayas, en todo tiempo, si estás en Cristo, eres un altar de adoración al Señor de la vida.

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Mi profesión, mi ministerio

Mi profesión, mi ministerio

Min. Abdiel Gómez Salomón y Elemy E. Espinoza Ramírez

«Desde su galaxia el niño ya sabe que cuando sea grande tendrá que ceder.

Pero, mientras tanto, él tiene la llave del eterno sueño de ser o no ser […]»

(Yo quiero ser bombero. Facundo Cabral y Alberto Cortés).

Seguro te estarás preguntando, ¿quiénes son esos señores? Y también cuestionarás: ¿De qué están hablando? Primero, ofrecemos una disculpa por la referencia a los antiguos años 90´s, sabemos que es historia vieja. Pero hay algunos detalles que, seguramente, has escuchado por ahí.

En esta narrativa, se cuenta la historia de un niño que va creciendo dentro de su familia, lleno de expectativas y esperanzas que han depositado sobre él. ¿La edad? No sé, quizás unos 4 o 5 años. Lo interesante de esto, son esas ideas preconcebidas que, según sus familiares, llevarían al éxito a este niño.

Ya todos habían hecho planes: ingeniero, doctor, banquero, militar… Estaban seguros, cada uno por su cuenta, de lo que ese niño sería al crecer. Pero él también estaba seguro: ¡bombero!, ¿por qué? Porque es mi voluntad. ¡Gran respuesta! Al menos, desde su galaxia, tiene voluntad e impulso por vivir.

En esta ocasión, no vamos a discutir cómo elegir una carrera, profesión u oficio, pero sí queremos puntualizar que: la vocación puede aparecer en cualquier momento de la vida, y esta puede vincularse a la carrera profesional o a aquello a lo que te dediques; o tal vez no. Quizás puedas usar tu carrera para descubrir tu vocación.

Profesiones, carreras y oficios

Recordando la infancia, los niños y niñas querían ser bomberos, doctores, policías o maestras. Ahora, una de las mayores aspiraciones es ser influencer o creador de contenido. Y, ¿sabes qué? Todo eso está perfecto. ¿Por qué? ¡Porque es tu voluntad!

Déjame decirte que, cual sea la carrera que hayas elegido, –sin importar las circunstancias que te hayan llevado a ello– tienes la posibilidad de encontrar una vocación dentro de ella, una que le dé un giro a tu vida y te encamine en el servicio y el amor por los demás.

¿A qué nos referimos? Bueno, pues nos han enseñado a elegir una carrera, a darle un rumbo a nuestras vidas desde muy pequeños y a tratar de no salirnos de ese rumbo. Sin embargo, con el paso del tiempo hemos descubierto que hay muchas cosas a las que nos podemos dedicar, y siempre se puede hacer un poco más allá de lo aprendido.

Así, sin importar a lo que te dediques, hay algo que puedes hacer para darle a tu vida un toque de servicio. Jesús aprendió un oficio de su padre, pero también supo llegar a otros espacios, donde tuvo la oportunidad de encontrar su vocación.

Hay otro ejemplo. En Gálatas 1 y 2, el apóstol Pablo se encargó de defender su vocación, una que encontró de manera “inusual”, pues, aunque nunca conoció a Jesús –como era el caso de los 12 discípulos–, le fue revelado el camino que debía seguir.

Vocaciones y contextos

Pablo había crecido como judío, con un amplio conocimiento sobre las culturas griega y romana, que predominaban en aquella época. Se había aleccionado en la ley y, en sus palabras, era más celoso y cuidadoso de todos esos preceptos que cualquier otro judío (Gálatas 1:14). Era un ciudadano ejemplar. Pero también, en términos actuales, se podría decir que era un verdadero profesional.

Había estudiado de todo, y como fariseo, Pablo se convirtió en uno de los mejores. Una carrera exitosa, sin duda. Aún así, terminó cambiando el sentido de todo lo que hacía y resignificó todo el conocimiento que adquirió durante todos esos años de carrera. Y esto, porque encontró su verdadera vocación: el llamado del Maestro.

Pero ojo: no cambió de “profesión”. Él seguía siendo tan docto y culto como cuando se consideraba un judío tradicional. No. Lo que cambió en Pablo fue el sentido de su carrera. El encuentro que tuvo con Jesús, narrado en Hechos 6, le hizo darse cuenta de que, aunque todo el conocimiento adquirido era muy valioso, era mucho más importante poder servir a quienes antes persiguió.

Pablo, al descubrir su vocación en Cristo, aprovechó esos recursos que antes utilizaba para lastimar y someter, ahora como un vehículo de comunicación hacia toda la gente, por la gracia y el amor del Resucitado.

Con todo este contexto, podemos dimensionar la pasión y el impulso que movía a Pablo. Se convirtió en el portador del mensaje evangélico que llegó a muchos gentiles. Y esto es importante, porque los gentiles eran todos aquellos que no habían nacido de la cultura y la religión judía. Pablo, por la revelación que tuvo en Jesús, encontró que su vocación era llevar ese mensaje a quienes que no habían tenido la bendición de conocer personalmente al Mesías. Gracias a eso, Pablo dejó la vida de violencia que llevaba, y aprendió a amar a su prójimo.

Como el apóstol Pablo, no es necesario cambiar tu profesión, ni echar en saco roto todo lo que has aprendido en este mundo. Lo que sí es necesario, es escuchar el llamado, acudir al encuentro con Jesús y darle sentido a todo lo que haces, encontrando la vocación de servir.

Una plataforma para servir

En Filipenses 3, Pablo dice que, todo aquello que antes consideraba valioso -como su estirpe judía y todo su conocimiento-, ahora lo toma como una pérdida; estiércol, basura, un sin sentido. Sin embargo, durante su ministerio supo utilizarlo en beneficio de la obra de Dios. Es decir, que cuando usas tus recursos para lastimar, vives en un absurdo; pero cuando Jesús te encuentra, todo ello se convierte en una herramienta de bendición.

Cuando hablamos de carrera, no pensamos solo en una profesión con un título, sino aquello a lo que le vamos a dedicar todo nuestro esfuerzo, tiempo y recursos. Esa carrera puede ser tan amplia como cada quién lo decida. Si la carrera es “ser bombero”, no solo se limita a apagar incendios; se puede rescatar animales, proteger a las personas de desastres, y se puede extender a la vida diaria. Si la carrera es la abogacía, tu vocación puede impulsarte a ofrecer servicio a quienes no tienen suficientes recursos. Es decir, la carrera solo es el medio, pues el llamado sobrepasa cualquier vehículo.

Tu carrera se convierte, de esta manera, en una plataforma de servicio. La profesión no siempre va acompañada del ministerio, y el ministerio no siempre se ejerce en la profesión. Pero cuando encuentras la revelación y servicio al que Jesús te llama, tienes la oportunidad, como Pablo, de darle sentido a esa carrera.

¿Quieres ser bombero? ¡Adelante! ¿Quieres estudiar una carrera? ¡No te detengas! ¿Quieres ser influencer? ¡Dale con fuerza! Pero, hagas lo que hagas, nunca dejes de lado tu verdadera vocación: amar a todos, como Jesús te amó.

Donde están tus pies

Como cristianos, nos pasamos la vida pensando cuál es el tiempo, cuál es el lugar correcto y el momento perfecto para servir. A algunos, la vejez los asalta antes de que puedan decidir su lugar y momento ideales. Otros pasan su vida adulta acumulando cosas y riquezas, pensando que la vida se trata de eso. Pero tú, que vas avanzando sobre el camino, puedes preguntarte: ¿Dónde están mis pies?

¿Tus pies están en la escuela? Puedes servir. ¿Estás en redes sociales? ¡Puedes ayudar a otros! ¿Tienes una profesión? ¡Eres de bendición para alguien! Donde estén tus pies, ahí está también tu vocación.

No esperes a la edad, ni a la madurez, ni al máximo conocimiento. Para servir solo necesitas la vocación. Lo demás, lo irás adquiriendo con trabajo y voluntad. Pero el llamado de Jesús está ahí, Él te busca como a Pablo, y te impulsa hacia donde está la necesidad. Solo necesitas escuchar la voz de tu maestro.

Referencias:

Nueva Versión Internacional.

La vocación de Pablo. Isidoro Mazzarolo. RIBLA 76, 2017/2. La carta de Pablo a los Gálatas.

Esmeralda Alarcón Montiel. Elección de carrera. 2019. https://www.redalyc.org/journal/340/34065218004/html/

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Jesús recorría los poblados: del templocentrismo a la vida

Jesús recorría los poblados: del templocentrismo a la vida

Min. Marcos de Melo

Jesús recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas de ellos, predicando el evangelio del reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo (Mateo 4:23).

Introducción

Los evangelios sinópticos, a diferencia de los demás escritos del Nuevo Testamento, nos cuentan pormenores de la vida de Jesús que son únicos y fundamentales para entender con detalles quién fue Jesús y cómo actuó cuando se humanizó y vivió entre nosotros. Narraciones de su nacimiento, infancia, familia y forma de vida, son relatos que nos conectan con Jesús, a quien los evangelios lo llaman Hijo de Hombre, y de esta manera nos permite identificarnos con su forma de vida; ya que solo podemos seguirle como discípulos porque Él se encarnó haciéndose hombre y siervo de todos.

Gracias a Marcos, Mateo y Lucas, conocemos detalles de la vida de Jesús que son determinantes para nuestra vida de fe, tanto en lo personal como en lo comunitario; los cuales nos permiten seguirle como discípulos y así dar continuidad al proyecto del Reino que Él inauguró. Al conocer la vida de Jesús, que los evangelios nos presentan de manera brillante, podemos observar claramente que Jesús asume voluntariamente su labor misionera, adoptando un estilo de vida de servicio que constituye un modelo desafiante para el desarrollo de la misión en nuestro contexto.

Los evangelios sinópticos coinciden en que Jesús crece y desarrolla su ministerio en Galilea, al norte de Jerusalén. Los evangelistas cuentan que Jesús se acerca a Jerusalén para ser bautizado por Juan el Bautista en el rio Jordán, pero luego de su bautizo regresa a Galilea y desde allí desarrolla su ministerio predicando el evangelio del reino de Dios, recorriendo los pueblos y calles de Galilea, sanando toda clase de enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Estos detalles señalados por los sinópticos nos llevan a evaluar nuestro modelo de hacer misión para basarlo cada vez más en el de Jesús.

Analizando la realidad religiosa y cultural de la época de Jesús, lo más lógico sería pensar que al iniciar su ministerio lo haría en Jerusalén, ya que era allí donde se encontraba todo el sistema de operación religiosa de los judíos, con su brillante y magnífico templo, con sus sacerdotes investidos de mucho poder, con sus muchas y destacadas escuelas de maestros, sin olvidar los reconocidos e influyentes grupos, entre ellos y tal vez el más sobresaliente y conocido: el de los fariseos; y toda tradición religiosa que era central para cualquier judío de la época. Más aún cuando se trata de alguien que se manifestará en el pueblo hablando en nombre de Dios, como lo hizo Jesús. 

Pero Jesús deja en claro que no vino a encerrarse en un templo, menos a dar seguimiento a tradiciones y alimentar la maquinaria religiosa que operaba en Jerusalén. Él vino para traer vida, y vida en abundancia, para todo ser humano, para ello siempre buscaba el verdadero sentido de la ley. Es digno resaltar que Jesús no estaba en contra de la ley y las tradiciones, pero siempre buscaba que las mismas dieran respuestas a las necesidades del pueblo. Por eso dijo: No piensen que he venido para acabar con la ley de Moisés o la enseñanza de los profetas. No he venido para acabar con ellas, sino para darles completo significado (Mateo 5:17, PDT). En otros textos Jesús repite varias veces lo mismo: Oísteis que fue dicho […] pero Yo os digo […] (Mateo 5:38). Estos textos y muchos otros que podríamos mencionar, revelan la convicción de Jesús y el objetivo de su ministerio: Recorría todos los pueblos y aldeas, enseñando en las sinagogas proclamando el nuevo mensaje del reino y sanando toda clase de enfermedades y dolencias (Mateo 4:23).

El actuar de Jesús siempre sorprende y desafía

Ya vimos cómo Jesús, luego de su bautismo, regresa a Galilea y allí empieza su ministerio predicando el evangelio del reino de Dios (Mateo 4:12,17; Marcos 1:14,15; Lucas 4:14,15). Lucas nos da más detalles sobre este inicio diciendo: Vino a Nazaret, donde se había criado; y en el día de reposo entró en la sinagoga, conforme a su costumbre, y se levantó a leer. Y se le dio el libro del profeta Isaías; y habiendo abierto el libro, halló el lugar donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor. Y enrollando el libro, lo dio al ministro, y se sentó; y los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en él. Y comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros (Lucas 4:16-21).

Los detalles de Lucas son interesantes, pues nos muestran a Jesús asumiendo el papel de Mesías (v. 21c). Eso se debe a que todo el pueblo de Israel había esperado durante siglos la llegada del Mesías y de manera brillante Lucas cuenta cómo esta profecía se cumple con Jesús. Los presentes en aquella pequeña sinagoga de Nazaret, en aquel sábado, fueron privilegiados y ese evento no deja de asombrar. Las voces de todos en la sinagoga, cuyos ojos están fijos en Jesús, describen este momento (v. 21b). Muchos tal vez se preguntaban: ¿Será verdad lo que estamos escuchando? ¿No es este el hijo del carpintero? ¿No se llama su mamá María y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿Acaso no están todas sus hermanas aquí con nosotros? (Mateo 13:55-56).

Este asombro se debe en parte a que muchos maestros de la época enseñaban que el gran evento de la llegada del Mesías, tan esperado y anunciado por los grandes profetas como Isaías; sucedería en Jerusalén, específicamente en el Templo.

La frase de Natanael: ¿de Nazareth puede salir algo bueno? (Juan 1:46), describe el pensamiento colectivo que había sobre el Mesías. Había maestros que incluso afirmaban que el Mesías aparecería en el pináculo del templo, la parte más alta y visible, ya que desde allí todos lo podrían ver. Teniendo en cuenta este detalle, hace sentido una de las tentaciones de Jesús cuando Satanás lo llevó a la parte más alta del templo, y le dijo: Si eres el Hijo de Dios, tírate abajo, porque escrito está: “Ordenará que sus ángeles te sostengan en sus manos, para que no tropieces con piedra alguna” (Mateo 4:6-7).

Pero Jesús sorprende a quienes estaban cerrados a todo lo que no fuera parte de la enseñanza tradicional, al dar inicio de su ministerio público en Galilea, una región considerada por los líderes religiosos como tierra de gentiles (Mateo 4:15). Eso genera un gran asombro e inquietud. Con esta forma de actuar, Jesús derriba grandes paradigmas y expone la fragilidad de los líderes religiosos de su tiempo. Bien pudo haber sido eso uno de los principales factores y motivos por los cuales los líderes religiosos no pudieron identificar a Jesús como el mesías: A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron (Juan 1:11).

Si queremos seguir a Jesús, necesitamos reconocerle como nuestro modelo a seguir. Si lo hacemos, es necesario dejarnos guiar por Él y si necesario, que nos sorprenda como lo hizo en Galilea aquel sábado en una sinagoga cuando se presenta ante los oyentes como el Mesías. Necesitamos abrazar su modelo de vida y eso implica un gran desafío que no deja de sorprender. 

Recorrer los poblados implica: ayudar, servir y liberar; no hacer proselitismo

[…] Dar buenas nuevas a los pobres; Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor (Lucas 4:18-19).

Esta imagen, de Jesús recorriendo los poblados de Galilea, proclamando libertad a cautivos y anunciando la buena noticia del Reino de Dios, es una práctica que necesitamos recuperar como iglesia ya que tradicionalmente se entiende por misión: hacer adeptos, seguidores y miembros de la institución. Pero si queremos ser discípulos de Jesús, Él debe conducir la misión y para ello debemos dejarnos conducir por Él, al impulso del Espíritu como Jesús mismo lo hizo. 

Para recorrer los poblados necesitamos estar llenos del Espíritu Santo 

Solo podremos abrazar el mensaje del Reino de Dios, tener el valor de Jesús de recorrer los poblados para anunciar las buenas noticias del Reino, sanar toda clase de enfermedad, liberar y restaurar al ser humano: si entendemos y asumimos lo dicho a la iglesia primitiva: vosotros sabéis lo que se divulgó por toda Judea, comenzando desde Galilea, después del bautismo que predicó Juan: cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo este anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Y nosotros somos testigos de todas las cosas que Jesús hizo en la tierra de Judea (Hechos 10:37-38).

Para ser testigos, necesitamos ser llenos del Espíritu Santo como lo fue el mismo Jesús. Solo así seremos valientes para salir de la seguridad y comodidad que nos proveen nuestros lugares de reunión y formas litúrgicas, para recorrer los poblados anunciando el reino de Dios, como lo hizo Jesús.

Recorrer los poblados implica salir de nuestros templos

Puesto que él es Señor del cielo y de la tierra, no vive en templos construidos por manos humanas (Hechos 17:24). Este texto nos deja ver que las primeras comunidades ya tenían la tentación de querer encerrarse en lugares físicos y desde allí vivir su espiritualidad alimentada por el culto, en vez de seguir por fe el modelo de Jesús de Nazareth. Si no fuera así, no tendría sentido que Lucas considerara este detalle al escribir a las comunidades de fe que leerían su documento.

Si somos genuinos y nuestros ojos están fijos en Jesús, como nos indica Hebreos 12:2, no tendríamos dificultad en reconocer que la vida espiritual de la mayoría de nosotros gira en torno a un lugar físico, como el templo, donde se realizan los programas y prácticamente todas las actividades que alimentan la vida del creyente. No podemos dejar de reconocer que muchas de nuestras reuniones se parecen cada vez más a una experiencia mística, desconectada de la realidad y centrada en la relación vertical, privada y fuertemente emocional, del individuo con Dios, olvidándonos de los que sufren y viven en nuestras Galileas.

Seguimos repitiendo muchos de los errores cometidos por los judíos de la época de Jesús, quienes centraban toda la vida de fe en Jerusalén, lejos de Galilea, y esperaban que el Mesías se manifestara en el Templo o en torno a las actividades litúrgicas ya establecidas. Pero Jesús sorprende rompiendo con los paradigmas judíos de su época. Si nuestros ojos están fijos en Jesús, no podemos seguir encerrados en nuestros edificios, ocupados únicamente en programas que responden intereses internos, mientras existe tanta necesidad en nuestro entorno. Necesitamos salir a nuestras galileas actuales llenas de gentiles, donde transitan personas sin esperanza, marginadas y excluidas de cualquier posibilidad para encontrarse con Dios en espacios y eventos que hemos declarado sagrados, como son nuestros templos, reuniones y liturgias. Necesitamos pasar del templocentrismo a la vida. Necesitamos estar hoy donde Jesús estaría. Urge que nos pongamos en el camino.

Recorrer los poblados implica ponernos en el camino

Ponerse en camino es la vida que eligió Jesús cuando decidió abrazar la labor de anunciar el reino de Dios. Mateo dice que Jesús no tenía dónde reclinar la cabeza (Mateo 8:20). Eso muestra su desapego de toda clase de seguridades, actitud que debemos adoptar todos los que deseamos seguir Su modelo y ser enviados por Él para dar continuidad a Su misión.

El anuncio no se puede hacer sentados. Seguiremos siendo poco efectivos si continuamos centrados en nuestros templos y actividades litúrgicas. La disponibilidad y la movilidad son exigencias básicas y características distintivas del discípulo.

Jesús nos invita a cambiar, convertirnos y abrirnos al Reino

La predicación de Jesús fue y es: Ya está aquí el Reino, convertíos (Mateo 4:17). Convertirse es cambiar desde el fondo adoptando otros valores: los del Reino de Dios. También nos hace poner la mira en otro objetivo: la salvación integral de todo ser humano, pues esta es la voluntad de Dios.

Sin seguimiento no hay discípulos, sin discípulos no hay cambios, cuando no hay cambios no hay crecimiento, sin crecimiento hay retroceso y la muerte solo es cuestión de tiempo. Debemos preguntarnos: ¿Cambiamos o estamos siempre iguales? ¿Somos discípulos que seguimos a Jesús por el camino por Él trazado o estamos anclados en lo de siempre: templos, paradigmas y tradiciones? ¿Buscamos convertirnos constantemente en algo nuevo y mejor para bendecir a otros o nos aferramos a lo que tradicionalmente conocemos y que nos da seguridad religiosa? ¿Qué actitud mostraría Jesús hoy si recorriera las calles de “la Galilea actual”? ¿Lo reconocíamos y seguiríamos? O ¿desde nuestras practicas eclesiales y religiosas pediríamos su muerte?

La conversión implica ser como Jesús de Nazaret y dar continuidad a la misión, que Él inauguró y defendió con su propia vida. Así queda definida la vocación de la iglesia: hacer el bien, sanar, liberar y proclamar la buena noticia del reino de Dios, con la sencillez del que sabe que no da lo suyo, sino lo que ha recibido; con la urgencia del que entiende que no lo ha recibido no solo por privilegio, sino para compartir.

Galilea nos espera

A pesar de las dificultades y las oposiciones que sufrieron, tanto Jesús como los primeros creyentes, Galilea fue un lugar específico, estratégico y determinante. Galilea fue un lugar de entrañable recuerdo, en contraposición a Jerusalén y el Templo, donde la oposición terminó llevando a Jesús a la cruz. Galilea fue la patria espiritual de la primera comunidad cristiana. Aunque Jesús muere y resucita en Jerusalén, sabemos que el encuentro con sus discípulos y el envío suceden en Galilea (Juan 21).

Los discípulos, después de la resurrección se considerarán testigos de todo lo que Jesús hizo y dijo desde el principio, desde Galilea. Es ahí donde el Resucitado les ordena continuar la expansión del Reino de Dios.

Como el padre me ha enviado, así yo los envío a ustedes (Juan 20:21). En el envío por parte de Jesús, en su vida histórica, el acento se pone en una sola cosa: comunicar vida. Seamos Jesús hoy en nuestras galileas. 

Seamos Jesús para los demás

Jesús sacudió las tradiciones religiosas de Israel, entre ellas las relacionadas con el templo y el culto. Si decidimos seguirle, también hará lo mismo con nosotros, porque así como los judíos viajaban al templo de Jerusalén para presentar sus sacrificios, por lo general nosotros también preparamos durante la semana lo mejor de nuestra adoración, para entregársela a Dios el sábado, en nuestras reuniones en el templo. 

Que Dios nos sacuda de tal manera que todo lo que ya no responda a la demanda de la misión en nuestros días se caiga y demos lugar a nuevos paradigmas, para Su gloria.

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Fe, religiosidad y cultura

Fe, religiosidad y cultura

Por: Hno. Jesús Alfredo Trejo Treviño

Introducción

La revisión del tema de la fe, nunca dejará de ser una cuestión relevante para la praxis cristiana; por ello siempre será útil repensar lo que ya sabemos sobre ella. La Escritura señala enfáticamente: Sin fe no hay encuentro con Dios (Hebreos 11:6); quizá porque el encuentro con el verdadero Dios también precisa de una fe verdadera. 

En primer lugar debemos anotar que la fe usa dos vehículos principales para expresarse: (1) La espiritualidad y (2) la religiosidad. Y aunque espiritualidad y religiosidad están relacionadas, evidentemente no son lo mismo.

La religiosidad se compone de todos aquellos estereotipos que ayudan a “materializar” la fe y cuyo objetivo primordial es exteriorizar la piedad y la devoción hacia Dios (oración, ayuno, lectura de la Biblia, los cantos, etc.). Y en su caso, la religiosidad individual o comunitaria, es una forma de expresión de la fe que va amoldándose a los condicionamientos de la época; es decir, puede ir cambiando según el contexto cultural inmediato.

Por otro lado, la espiritualidad es como una brújula interna en la persona, la cual se compone principalmente de valores y convicciones esenciales que constituyen la guía para el comportamiento del creyente. Valores como el amor, la solidaridad, el perdón, el servicio, la justicia, la bondad, la verdad y otras similares, son elementos que fundamentan la espiritualidad. Pero al contrario de la religiosidad, la espiritualidad se mantiene intacta todo el tiempo, no cambia ni se condiciona por nada. Sin embargo, lo importante es que tanto la espiritualidad como la religiosidad se mantengan siempre perfectamente alineadas respecto a la fe.

Luego entonces la fe es la base tanto para la espiritualidad como para la religiosidad, pero ¿cómo debe entenderse la fe? Y ¿cómo debe comprenderse la vinculación de la fe con aquellas? Para dilucidar sobre este asunto, debemos remontarnos hasta la época del primer siglo, justo cuando estaba gestándose el nacimiento del movimiento cristiano; y justo cuando una figura dominaba el pensamiento y las prácticas religiosas de aquél entonces: La figura de Moisés. 

Moisés fue el instrumento por el cual Dios otorgó su ley al pueblo elegido. De manera que, en tiempos de Jesús, la existencia y todas las prácticas giraban en torno al cumplimiento de esa ley dada por Dios.

Pero ya desde sus comienzos el cristianismo buscaba cómo establecer una conexión entre el seguimiento a Jesús el Mesías y todas aquellas antiguas tradiciones que componían su grandiosa herencia. Para ello tenían que buscar una figura a la cual anclarse; una figura que sumara en la construcción de su identidad en Cristo, aunque nunca alejados del mismo y único Dios verdadero. 

Y como el tema de la fe se constituyó como un elemento central esencial para la vida de la nueva comunidad, entonces encontraron en Abraham a la figura que necesitaban, y desde allí, desde la experiencia de Abraham, pudieron conectar el seguimiento a Jesús el Mesías con aquella gran herencia en común.

Abraham, el prototipo de la fidelidad a Dios

Sin duda el patriarca Abraham constituye un prototipo/modelo para la fe; es decir, esa actitud confiada y segura de abandonar la existencia en las manos de Dios. De hecho, con Abraham se abre el camino para lograr una auténtica experiencia de Dios; una experiencia genuina que no nace de la ley sino solamente de creer confiadamente a la promesa de Dios. Y aunque ciertamente la ley vendrá después, en Abraham la experiencia de fe ya ha nacido, ya ha tenido lugar. Y esa fe auténtica (fe como la de Abraham) reclamará su lugar y preeminencia en cualquier época posterior.

Pero la fe es mucho más que algo intelectual o conceptual. Tener fe es ser fiel, pues esencialmente se trata de una experiencia que incluye el creer y el obedecer.

¿Por qué Abraham?

Abraham es un personaje clave en la tradición cristiana transmitida en los Evangelios. Y aunque son varios los personajes del Antiguo Testamento que tienen relevancia en la tradición evangélica, tres son los que tienen prominencia para la significación del ministerio de Jesús: David, Abraham y Moisés. Estos tres personajes impactarán la tarea de Jesús, pero cada uno lo hará de manera distinta: 

1. Moisés porque mayormente representa la data y promulgación de la Ley.

2. Abraham porque representa la promesa divina de bendición universal.

3. David porque marca el linaje del cual nacería el Mesías prometido.

Ahora bien, la prominencia del personaje Abraham se destaca en el Nuevo Testamento, y con especial énfasis en la obra lucana; es decir, tanto el evangelio de Lucas como el libro de los Hechos, señalarán la íntima conexión entre la salvación y el cumplimiento de la promesa abrahámica; un tema desarrollado ampliamente también en la teología paulina.

En la perspectiva cristiana, la fe de Abraham viene a ser el prototipo/modelo para toda persona que aspira a encontrar un sentido de vida más allá de los esquemas religiosos y culturales provistos por el medio ambiente. Porque dentro de ese horizonte de la fe genuina, Abraham y Jesús vienen a ser hombres universales, pues encarnan una experiencia de Dios que se vuelve el paradigma para cualquier ser humano sobre la tierra.

Al observar el proceso de fe de Abraham, debemos notar varias cosas:

1. Abraham es llamado cuando él mismo ya había vivido la mayor parte de su vida arraigado a sus propias tradiciones, creencias y costumbres. Pero aun así fue invitado por Dios para descubrir algo más allá de solo eso. Dios elije a Abraham, a pesar del gran legado cultural y religioso al que pertenecía. Veamos algunos aspectos del trasfondo cultural de Abraham:

a. Ur de los Caldeos, fue un importante centro urbano de la civilización Sumeria que data aproximadamente del año 4,000 a. C.; y cuyos vestigios fueron localizados por los arqueólogos a unos 300 kilómetros de Bagdad, en el actual país de Irak. Sus ruinas comenzaron a excavarse a principios del siglo pasado, y ahí los investigadores descubrieron una construcción religiosa denominada zigurat, que era una especie de torre donde los antiguos sumerios ofrecían sus ofrendas a sus dioses.

b. Una de las formas de adoración que tenían los pastores sumerios para venerar a sus dioses, era ofreciendo y quemando animales de rebaño sobre lugares altos.

c. Los sumerios también eran muy aficionados a la astronomía y a la numerología (para ellos el número 12 tenía un significado muy importante); y en sus observaciones, los sumerios se percataron de que el movimiento del sol en su ciclo anual cruzaba por el zodiaco, así que las doce “casas” del zodiaco se convirtieron en los doce meses que componían el ciclo anual; y el curso de un día entero lo dividieron en dos grupos de 12 horas, obteniendo así el total de 24 horas que componen el día actual; y también dividieron cada hora en 60 minutos.

d. Con el progresivo desarrollo de la religión, fue en el ritualismo sumerio donde comenzaron a establecerse los primeros clanes o familias sacerdotales, las cuales adquirieron notable relevancia como funcionarios únicos y especiales en la intermediación con sus dioses.

2. Pasando a la experiencia de Abraham observamos otra peculiaridad, tal fue el desafío del desarraigo: “Sal de tu tierra y de tu parentela”. Sin importar la edad, Abraham es desafiado a construir una nueva identidad; y Dios no solo le cambia el nombre sino también le habría de impulsar hacia una serie de experiencias que le harían entrar en crisis; sin embargo, de toda esa dificultad experimentada por Abraham emergería la fe y la verdadera dependencia y confianza en Dios. Y por eso Dios mismo se expresaría de Abraham como “mi amigo” (Isaías 41:8).

3. Pero la obediencia incondicional de Abraham le traería una doble recompensa: Primero, la recompensa de corto plazo que era la de tener descendencia (el anhelado hijo para su amada, aunque estéril esposa); y segundo, la recompensa de un bien superior y eterno, un bien inalcanzable por cualquiera de los méritos humanos: Yo, el Señor, bendeciré a todas las familias de la tierra; y me conocerán como su Dios y yo les cuidaré como mi pueblo (Génesis 12:3; 28:14).

Por lo anterior (y en la conformación de la identidad del pueblo israelita), no es accidental que la experiencia de fe de Abraham y la promesa de bendición universal antecedan a la promulgación de la ley y a todo el posterior y complejo sistema religioso. De este modo, puede entenderse claramente que la experiencia de fe deba ser considerada como precedente y base para cualquier esquema religioso posterior, y no al revés.

Así entonces, la fe de Abraham, es decir, la confianza básica e incondicional en Dios, es lo que realmente desencadena la posibilidad de conocer al Dios verdadero, y lo único que permite experimentar la gracia divina; gracia no alcanzada por la intermediación de ningún acto religioso sino solamente por esperar en Dios y creer a Su promesa; una verdad predicada insistentemente por los profetas, y una verdad que siglos más tarde el gran apóstol Pablo conceptuaría y desarrollaría como “justificación solo por fe” (Romanos 1:17; 4:16).

El legado de Abraham y la conformación de la identidad cristiana

La fe entonces resulta el ingrediente especial y básico para las relaciones con Dios. Por ello, Jesús una y otra vez destacó el valor profundo de la fe a sus oyentes y a toda persona que acudía a Él para obtener la sanidad, el perdón y la restauración.

¿Cómo podríamos entender el ministerio de Jesús, si este no estuviera asociado con una experiencia auténtica de Dios; con una dependencia incondicional y guiada por la fidelidad y obediencia hacia el Padre?

Pero el actuar de Jesús nos muestra todos los efectos prácticos de la fe verdadera:

– Celo por Dios y por cumplir su voluntad (un celo claramente opuesto al de los fariseos).

– Un amor y entrega incondicional a Dios, reflejado en una apertura ilimitada hacia todo ser humano.

– Una unidad y solidaridad que rebasa cualquier tipo de frontera (racial, social, cultural).

Entender bajo estas directrices el acto de fe mostrado por Jesús, es aprender a liberar la fe de todos los condicionamientos habituales; porque la fe genuina es un acto tan puro, que nunca puede quedar atrapada por las tradiciones, los esquemas religiosos, la geografía, o la etnia. Pues la necesidad que nos lleva a conocer y experimentar lo trascendente, brota como una experiencia totalmente íntima, consciente y personal. Y dicha experiencia, repetimos, está al alcance de cualquier ser humano. Porque la fe contiene ese matiz de gratuidad, la gratuidad de que Dios se ha querido mostrar y entregar en la persona de Jesús el Mesías: Puestos los ojos en el autor y consumador de la fe (Hebreos 12:2).

La Iglesia y el reto actual de fructificar en la verdadera fe

Hoy la iglesia está obligada a descubrir el balance entre fe, espiritualidad y religiosidad. Y para emprender dicha tarea eficazmente, debe hacerlo en comunidad. Porque la esencia de ser iglesia es actuar siempre en comunidad.

Pero la Iglesia no debe caer en el mismo error del pueblo israelita y pensar en apropiarse de Dios y de su gratuidad. Debemos aprender que la experiencia de la fe en Dios no tiene patente; la fe en Dios fue algo que el judaísmo no pudo apropiarse o monopolizar; y quizá el cristianismo tradicional tampoco podrá hacerlo. Porque la fe es un regalo que Dios da a todo ser humano, sin importar raza, geografía o época. Y ciertamente se cumplirá lo dicho por Dios al patriarca Abraham: En ti bendeciré a todas las familias de la tierra.

Por lo tanto, como Iglesia no debemos convertir a la evangelización en un proceso de inculturación religiosa, o en un proselitismo superficial. Porque la tarea principal de la Iglesia es provocar en las personas el descubrimiento de la fe auténtica y la experiencia viva y real del verdadero Dios. 

Para ello, como Iglesia siempre debemos renovarnos y examinar constantemente nuestras costumbres y formas, y preguntarnos si tales nos acercan más a Dios o simplemente nos mantienen ocupados. Evitemos quedar atrapados por la costumbre y la rutina. Pues persistir en una actitud mecánica y rutinaria aumentará el riesgo de caer en una práctica religiosa que solo terminará por ser enajenante.

Si la experiencia de la fe no produce fruto evidente y palpable, entonces ¿dónde quedará el sentido de “ser iglesia”? Sigamos adelante inspirados en el modelo por excelencia: Jesucristo. Pues Jesús es el balance perfecto entre fe, espiritualidad y religiosidad.

Conclusión

La fe verdadera, la fe pura, es experiencia, es cambio, es renovación continua y progresiva; es la vivencia real de la revelación bíblica. La fe pura es fruto, es crecimiento, es madurez, es encuentro con Dios. La fe pura es sensibilidad con el prójimo y es espiritualidad auténtica. Es, en suma, cristianismo real.

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Ya me bauticé… ¿Ahora qué?

Ya me bauticé... ¿Ahora qué?

Hna. Juanita Guzmán Lucio

Y estoy seguro de que Dios, quien comenzó la buena obra en ustedes, la continuará hasta que quede completamente terminada el día que Cristo Jesús vuelva (Filipenses 1:6, NTV)

Seguramente identificas con gran facilidad este signo: ®, efectivamente, significa Marca Registrada y precisamente se utiliza en los productos que, una vez diseñados, creados y comprobados por el propósito de su uso, se publican para su promoción, generalmente para venta. Con este logo evitan el plagio; pues han sido registrados legalmente ante las autoridades correspondientes. Pueden ser libros, películas, artículos literarios, canciones, pinturas, objetos, etcétera. Así se define que no es un artículo genérico (no garante, de origen desconocido, “del montón”), sino legal (las autoridades dan fe de su autenticidad y pueden identificar su origen). También existe el término jurídico que se describe como derechos de autor o creador de una obra, con el fin de librarlo de estafas y reproducciones ilegales.

Algo semejante nos pasa a los cristianos. Conociendo a Dios y aceptando a su Hijo amado Jesucristo como Salvador, Él ejerce potestad sobre nosotros y nos pone un sello de propiedad. Somos de Él porque Él nos hizo y no nosotros a nosotros mismos (Salmo 100: 3), somos suyos, ya que fuimos comprados por la sangre preciosa de su hijo amado Jesús (1 Corintios 6:20), le pertenecemos y nos ha constituido en templo de su Espíritu Santo (1 Corintios 6:19). Cuando Dios determina nuestro propósito en esta vida y somos bautizados, nos pone el sello de marca registrada ® y derecho de autor; a partir de ahí viene una serie infinita de experiencias que nos van fortaleciendo en todas las áreas de nuestra vida.

Al igual que todas las obras registradas legalmente ante autoridades terrenales y que empiezan su vida productiva; el cristiano inicia su carrera espiritual a partir del bautismo. Esto es solo el comienzo, ya que Dios abre puertas para prosperar en el camino del Evangelio. Somos como árboles que damos fruto a su tiempo (Salmo 1:3). Juan el Bautista declara públicamente que su bautizo es en agua para arrepentimiento, pero Jesús bautiza con Espíritu Santo y fuego (Mateo 3:11). Cristo Jesús ordena a sus discípulos, ya bautizados, esperar el derramamiento del Espíritu para emprender su misión. Hay mucho qué hacer después de bajar a las aguas del bautismo.

Son muchos los que piensan que el bautismo es el punto máximo en la vida del cristiano, y que después de eso ya no hay nada que hacer. Esta idea lleva a que muchos jóvenes vivan pasivamente su fe. Algunos otros terminan por apartarse de la congregación pues pareciera que ya no hay nada que hacer. Sin embargo, después de bautizarnos hay un sinfín de experiencias que vivir; el camino del crecimiento en la fe es largo y sinuoso; el mismo Jesús empezó su ministerio después de ser bautizado. 

Cuando se recibe el sello del Creador, la profesión de fe se inicia lo que el apóstol Pablo llama “carrera” (1 Corintios 9:24-27).

Estilo de vida cristiano después del bautismo

Somos vasos de honra creciendo en santidad. Si alguno se limpia de estas cosas, será instrumento para honra, santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra (2 Timoteo 2:21). Somos receptores del Espíritu Santo y Dios se vuelve el centro de nuestro universo, con lo que damos prioridad a lo espiritual y actuamos como Dios desea. Para saber la voluntad de Dios es necesario leer diariamente la Biblia, escuchar predicaciones de la Palabra de Dios y orar frecuentemente; así ofrecemos agua fresca y viva al sediento. En los tiempos de Jesús, la gente misericordiosa ponía afuera de sus casas vasos de agua fresca para que los caminantes, viajeros y extranjeros que pasaban por el lugar se refrescaran un poco con la vital bebida. Hoy somos vasos de misericordia al brindar Palabra de Dios al necesitado.

Somos templo del Espíritu Santo y fuente que salta agua para vida eterna (Juan 4:14) 

Es natural que se manifiesten los frutos del Espíritu, como amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza (Gálatas 5:22–23) y podamos controlar nuestra naturaleza humana para no ahuyentar o entristecer al espíritu (Efesios 4:6) pues es nuestro sello de garantía de la eternidad ®.

Somos portadores del mensaje de salvación

El cumplimiento de La Gran Comisión asignada por Nuestro Señor Jesús en Marcos 16:15-18, para que el mundo crea en Dios y sea salvo, es la tarea que debe ocupar la mayor parte de nuestro tiempo, ya que es prioridad en nuestra vida diaria, sea el lugar que sea: vecindad, escuela, trabajo, mercado, calle. Cada día tenemos la oportunidad de compartir la Palabra de Dios al mundo. Y la mayoría de las personas, conocidas o no, están dispuestas a escuchar, ya sea por educación o interés. Son grandes oportunidades de extender el reino de Dios y su justicia. Todo depende de Dios (1 Corintios 3:6).

Somos profesionistas del Espíritu Santo (1 Corintios 12:1-28)

Dios nos da el Espíritu Santo y los dones para que los administremos y pongamos en práctica para ayudar a la sociedad en sus problemas espirituales, y que encuentre el camino de la salvación. En el versículo se señalan diversas profesiones de fe y debemos desarrollarlas integrándolas a nuestra profesión terrenal. El consejo que nos da la Palabra de Dios a través del apóstol Pablo es que procuremos los mejores dones (1 Corintios 12:31).

La gran consigna: continuar creciendo como discípulos de Jesús

Nuestro desarrollo espiritual es vital, a fin de alcanzar la madurez cristiana dando evidencia y testimonio de la vivencia del reino de Dios: Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, a la condición de un hombre maduro, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo (Efesios 4:13).

Conclusión

Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente, apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros, luego los que hacen milagros, después los que sanan, los que ayudan, los que administran, los que tienen don de lenguas (1 Corintios 12:1-28).

Con esta larga lista de trabajos espirituales comprobamos que “no hay descanso hasta el llegar…”, como dice el himno. Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados. Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás (2 Pedro 1:8-10).

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