¡Que nadie se pierda!

¡Que nadie se pierda!

Min. Neftalí Domínguez Vicencio

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Compasión y con pasión. Una iglesia que tenga compasión por las almas, es la clave para que su crecimiento e impacto en la sociedad. La compasión es más que empatía o pena, más que un sentimiento; es movimiento, acción, es sentir dolor por aquellos que van sin rumbo y dirección, sentir pesar por aquellos que viven muertos en sus delitos y pecados, e ir por ellos y rescatarlos del lodo cenagoso.

La compasión fue clave en el ministerio de Jesús; Él veía a las multitudes y tenía compasión de ellas porque la gente estaba angustiada y abatida como ovejas que no tienen pastor (Mateo 9:36). Es importante determinar que siempre que Jesús tiene compasión, hay acción; no puede haber compasión sin acción. Cuando Jesús tiene compasión atiende a los enfermos (Mateo 14:14). En otra ocasión que el Maestro tuvo compasión de las multitudes que le seguían, les dio de comer (Mateo 15:32,37). En otro momento, cuando tuvo compasión de la multitud, Jesús tomó tiempo para enseñarles muchas cosas. La compasión de Jesús lo lleva a actuar, a responder ante las necesidades de los demás, su compasión le hace alimentar al hambriento, sanar al enfermo, enseñar el camino a los que van sin destino. Jesús hizo todo esto con pasión y compasión, para que las multitudes pudieran entrar a la cena, al banquete, a la fiesta.

Oyendo esto uno de los que estaban sentados con él a la mesa, le dijo: Bienaventurado el que coma pan en el reino de Dios (Lucas 14:15). Es muy probable que este hombre tuviera la idea popular de que solo los judíos serían los invitados al banquete celestial, posiblemente pensaba para sí: soy bienaventurado porque cenaré en el reino de Dios. Una actitud elitista que no piensa en los demás, y menos en los pobres, los cojos, los mancos y los ciegos; una postura contraria a la compasión de Jesús. Cuando la Iglesia asuma la postura de Jesús cumplirá su misión y alcanzará a multitudes para gloria de Dios. La iglesia precisa ser vitaminada con la compasión de Jesús y su pasión por las multitudes.

Entonces Jesús le dijo: un hombre hizo una gran cena, y convidó a muchos (Lucas 14:16). Este hombre hizo todos los preparativos: organizó la agenda, preparó el sonido, puso manteles blancos sobre la mesa, escogió el menú para satisfacer a todos los paladares, adornó el salón decorando con bellas y hermosas flores, contrató maestresalas para que atendieran a los invitados en las mesas. No podían faltar los deliciosos postres. Envió con anticipación las invitaciones a todos los convidados dándoles todos los detalles de fecha y hora de la reunión. Nadie rechazó la invitación porque es notorio que el hombre esperaba con los brazos abiertos a todos los invitados.

Y a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los convidados: Venid, que ya todo está preparado (Lucas 14:17). La hora ha llegado, los instrumentos han sido afinados, las mesas están listas, la comida en su punto para ser servida, el sonido ecualizado, las puertas se han abierto. El siervo está pregonando: Venid, que ya todo está preparado. Como siervos del Señor nuestra misión sigue siendo proclamar y anunciar las buenas nuevas: liberar al cautivo, llevar luz al ciego, sanar el corazón que sufre, dar pan al hambriento y agua al sediento.

Este pregonero fue y anunció por todo el pueblo, y nadie acudió al llamado. Él cumplió su encomienda. Nosotros, cumplamos hoy lo que nos toca hacer, seamos una iglesia kerigmática (proclamadora), y aunque muchos pongan excusas, nuestra tarea es pregonar, proclamar, anunciar, predicar a Jesucristo vivo hasta los confines de la tierra. Y el Señor añadirá cada día a esta iglesia a los que han de ser salvos (Hechos 2:47). La misión que nos dejó el Maestro fue: discipulen las naciones.

Y todos a una comenzaron a excusarse. El primero dijo: He comprado una hacienda, y necesito ir a verla; te ruego que me excuses. Otro dijo: He comprado cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlos; te ruego que me excuses. Y otro dijo: Acabo de casarme, y por tanto no puedo ir (Lucas 14:18-20). Los invitados no llegaron. Una interpretación de estos versículos es que los judíos no quisieron entrar a cenar con Jesús, pusieron mil y una excusas para no reconocer la autoridad del Hijo de Dios. Lo preocupante es que muchos cristianos también rehúsan entrar a la cena con el Señor poniendo excusas. Podemos clasificarlas de la siguiente manera:

Posesiones: El primero dijo: He comprado una hacienda, y necesito ir a verla; te ruego que me excuses. El mundo capitalista y consumista en el que vivimos nos pone esta trampa para no entrar a la cena. El ser humano vive afligido por acumular bienes materiales. El consumismo nos hace estar tras la novedad.

Trabajo: Otro dijo: He comprado cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlos; te ruego que me excuses. El trabajo en su lugar correcto es una bendición, pero cuando vives para trabajar y no trabajas para vivir, entonces el trabajo puede ser una excusa más para no entrar y disfrutar cenar con el Rey. La mayoría de personas se la pasan más tiempo en el trabajo que disfrutando con su familia. Otros se la pasan más tiempo trabajando que sirviendo al Rey. 

Proyectos personales: Y otro dijo: Acabo de casarme, y por tanto no puedo ir. En el mundo individualista en el que vivimos, cada quien está enfocado en sus logros, sus sueños y metas, cada quien tiene su proyecto personal, su plan de vida. El humanismo nos da la idea de que el ser humano es el centro del universo, y la verdad es que Jesús es el Rey del universo. Abraham Kuyper, primer ministro en los Países Bajos, a principios del siglo XX, periodista y teólogo dijo: «No hay ni un solo centímetro cuadrado en el universo sobre el que el Rey Jesús no reclame su Señorío.»

Todas estas excusas se usan muchas veces para no entrar a la cena, y también se usan para no ir pregonando por las calles y pueblos: que todavía hay lugar en la casa del Rey. ¿Cómo vamos alcanzar a los perdidos cuando nosotros nos estamos negando para entrar a la mesa del Rey?

Este es tu momento; o entras a la fiesta o van a invitar a otro. No dejes que otro tome tu lugar. Lo único que tienes en este mundo es la vida y el que te la dio te está llamando. 

Vuelto el siervo, hizo saber estas cosas a su señor. Entonces enojado el padre de familia, dijo a su siervo: Ve pronto por las plazas y las calles de la ciudad, y trae acá a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos (Lucas 14:21). En el versículo 17 vimos cómo el siervo sale a pregonar a los invitados: Venid que ya todo está preparado. Ahora, en el verso 21, el siervo es enviado a seguir pregonando con un sentido de urgencia: Ve pronto por las plazas y las calles de la ciudad. La iglesia que quiere crecer debe responder al llamado urgente del Maestro y debe salir de los templos a las plazas y a las calles, porque es allí donde necesita ser sal, es allí donde se necesita la luz, es allí donde están los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos. 

Los pobres: son aquellos que no pueden pagar una gran cena, no podrían comprar el boleto de entrada a tan suculento banquete.

Los mancos: representan a los enfermos, a los necesitados y muchas veces desamparados, los que han gastado todo en su recuperación y siguen enfermos.

Los cojos: son aquellos que no pueden dar un paso más, a quienes la vida los ha lastimado tanto que ya no quieren seguir, aquellos que su corazón y su mente se ha paralizado y están a punto de claudicar, aquellos que no encuentran una razón para vivir.

Los ciegos: aquellos que viendo no ven, están cegados por el pecado, no encuentran una salida; su ceguera, como con los caminantes de Emaús, no les permite ver a Jesús.

Y dijo el siervo: Señor, se ha hecho como mandaste, y aún hay lugar (Lucas 14:22). Es impresionante como el siervo hace lo que su Señor le manda, no se cansa de obedecerle, él sigue pregonando, sigue invitando, obedece a su Kyrios (gr. Κύριος = Señor). Si todos los miembros de la Iglesia fuéramos como este siervo, sin duda la Iglesia crecería a pasos agigantados. Dios nos permita obedecer, trabajar, pregonar y predicar, de tal modo que cuando el Señor nos llame a cuentas le podamos responder: Señor, se ha hecho como mandaste, y aún hay lugar. En la casa de Dios hay lugar para todos, todavía hay lugar. Tenemos que seguir proclamando porque sigue habiendo lugar para muchos y el Señor quiere casa llena. Sigamos invitando, compartiendo, anunciando que el tiempo ha llegado, que el Padre sigue esperando con los brazos abiertos, que la salvación ha venido.

Dijo el señor al siervo: Ve por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar, para que se llene mi casa (Lucas 14:23). Una vez más el Señor sigue enviando al siervo. Ya había ido por las calles y por las plazas de la ciudad, ahora lo envía por los caminos y los vallados; es decir, lo envía a todos lados, a todo lugar, a todo el pueblo. El corazón del Señor late: que nadie se pierda… que nadie se pierda… que nadie se pierda el banquete.

Sigamos cumpliendo la Misión. No nos cansemos de ir por las calles, las plazas, los caminos, los vallados. Vayamos a todo lugar, que nadie se pierda. Vayamos a lo más recóndito de nuestras ciudades, de nuestros pueblos, de nuestras colonias. Vayamos con el que sufre, con el que llora, con el que está de luto, con los matrimonios que están a punto de colapsar, con los huérfanos, con las viudas, con los que han perdido toda esperanza, con los que no quieren seguir más en esta vida, con los cansados; en suma, vayamos por todos los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos. 

Y fuérzalos a entrar: fuérzalos no debe entenderse como tener que obligarlos, o traerlos a la fuerza, más bien el sentido es persuádelos, invítalos, anímalos, tráelos una y otra vez, insísteles, no te canses de hablarles, no te canses de orar por ellos, no te rindas, háblales, recuérdales, sigue pregonando. 

Cumple la Misión, no pongas excusas vanas y triviales, que vuestro corazón lata fuerte como late el corazón de Jesús. ¡Que nadie se pierda! ¡Que la casa esté llena! Sigamos como iglesia extendiendo el reino de Dios hasta los confines de la tierra.

Referencias

La Santa Biblia (2000). Corea: Sociedades Bíblicas Unidas (Versión Reina-Valera 1960).

Biblia de Estudio MacArthur

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¡No olvidemos a los niños!

Una doctrina que sana

Hna. Elemy Eunice Espinoza Ramírez

Visibilizar a la niñez y abrir espacios de diálogo para conocer sus inquietudes y necesidades es una acción reciente que ha cobrado mayor fuerza en el ámbito social, religioso, económico, educativo, ecológico y político a partir de la pandemia de coronavirus por COVID-19, y es que de acuerdo con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) esta crisis sanitaria y socioeconómica representa después de la Segunda Guerra Mundial uno de los mayores desafíos que ha enfrentado la humanidad. 

Esta situación ha dado pie para que diferentes organizaciones asignen espacios en sus agendas y comiencen a dialogar sobre la niñez y su relación con: la salud mental, la educación, los derechos humanos, la migración, la violencia, la ecología, la espiritualidad, la tecnología, entre otros temas que se derivan de la crisis global que nos aqueja.

Por tanto, pareciera ser que antes de la crisis sanitaria la niñez no figuraba como prioridad en la agenda de la mayoría de países, como es el caso de México. De ahí que vale la pena realizar un recorrido sobre el concepto de infancia a lo largo de la historia para asumir como iglesia una actitud proactiva en favor de ellas y ellos, tal como lo hizo Jesús. 

¿Siempre existieron las niñas y los niños?

En una investigación que realizó Jacqueline Benavides-Delgado en 2015 describe tres momentos trascendentales en la historia referentes al concepto de infancia. A continuación, se mencionan:

a) La antigua Grecia: La definición de infancia deriva de dos vertientes, los espartanos y los atenienses. Para los espartanos la rigidez y la crueldad eran la base para formar el carácter del niño. Así que a partir de los 7 años se le separaba de su familia y el Estado asumía su cuidado el cual se basaba en una educación militar, el resto de su formación como la lectura y la música giraba en torno a la batalla, incluso las niñas recibían una educación similar.

Para los atenienses los niños disfrutaban de más tiempo en familia ya que hasta los 18 años el padre se encargaba de buscar la mejor educación basada en la música, las artes, la filosofía y las humanidades. Debido a que en Atenas las familias no eran muy numerosas el padre decidía si se quedaba con el bebé, así que el aborto y la exposición eran prácticas comunes.

b) Edad Media: En esta época el sacrificio de los niños como ofrendas para los dioses era una práctica muy común, así que con el surgimiento del cristianismo las prácticas de infanticidio disminuyeron. Otro aspecto que introdujo el cristianismo fue la importancia que tiene la familia como principal proveedora para atender las necesidades educativas y de cuidado de los infantes, de ahí que se comenzó a fortalecer la idea de que los hijos son un regalo de Dios, por tanto, los padres se convirtieron en sus cuidadores, sin derecho (los niños) a disponer de su vida.

Esta época fue difícil para la infancia debido a las guerras, la pobreza, las pestes o las enfermedades, ya que niñas y niños tenían que dejar sus hogares para trabajar con los señores feudales, los nobles o en los monasterios, así que los niños no tenían otra opción más que entrar al mundo de los adultos.

c) Renacimiento y Modernidad: Los diferentes descubrimientos científicos permitieron la constitución de una nueva clase social, la burguesía. Esto favoreció un mejor estatus para la infancia ya que la maternidad y paternidad cobraron mayor relevancia debido a que la familia comenzó a ser la institución principal para la sociedad.

A partir del siglo XVIII se introducen las primeras pautas referentes a la protección infantil, siendo la figura materna la principal cuidadora y promotora de la educación. Aunque cabe mencionar que se miraba a la infancia como una inversión a largo plazo, los niños serían los próximos herederos de las riquezas y las niñas las futuras madres que preservarían el linaje.

Un punto importante es que diferentes pensadores comenzaron a mirar a la niñez como personas independientes de los adultos y con necesidades físicas, mentales y psicosexuales específicas.

¡Ay de los pastores de Israel, que se apacientan a sí mismos!

Han transcurrido más de 2,000 años desde que Jesús miró a la niñez con amor, ternura y cuidado, y ¿qué ha sucedido desde entonces?, ¿por qué la niñez continúa siendo explotada, violentada, maltratada e invisibilizada? 

Una de las declaraciones que tiene la Iglesia de Dios (7° día) en México es sobre el Maltrato a menores, y en el apartado “La Biblia y los derechos de los niños” se menciona lo siguiente: El niño tiene derecho a ser cuidado (1 Timoteo 5:8).

Este derecho es un llamado para aquellos adultos que se apacientan a sí mismos, y con sus acciones lastiman y vulneran a la niñez, dejándola a merced de las fieras salvajes. Y es que en ocasiones los adultos se centran tanto en sus dificultades que olvidan que las niñas y los niños también enfrentan problemáticas complicadas, que requieren de cristianos que garanticen la participación y protección de la niñez en las comunidades de fe desde un enfoque tierno, incluyente, acogedor y con la disposición de realizar los cambios necesarios para asegurar que el pequeño rebaño no pase frío, hambre y sed.

Al mismo tiempo, es un llamado para valorar con detenimiento aquellos modelos de enseñanza y acompañamiento pastoral, basados en el temor que, en algún momento de la historia del ser iglesia, se preservaron por considerar que el Evangelio requería ser compartido con dureza, dejando de lado acciones fundamentales, como el amor, el afecto, el cariño, el respeto, el cuidado y la ternura.

Ustedes son mis ovejas, las ovejas de mi prado

En los tres momentos de la historia donde se refiere el concepto de infancia se puede advertir que hoy día continúan replicándose algunos principios que lastiman a las niñas y a los niños. Por ejemplo, los niños espartanos eran expuestos al crudo invierno sin protección ni cuidado; y aunque hoy día no se expone a los niños así, hay familias que educan con rigor y desde temprana edad someten a sus hijos a situaciones que detonan estrés, temor, culpa, inseguridad, miedo, tristeza, etcétera.

Incluso, hay comunidades de fe que con la pandemia dieron un paso atrás y regresaron al reforzamiento de acciones adultocéntricas, e ideas sobre la niñez como en la Edad Media donde se creía que los niños eran adultos. Así que, ahora que paulatinamente retoman sus actividades presenciales, han optado por despojar a la niñez de la belleza de crecer en “verdes pastos” y la posibilidad de tener un encuentro con Jesús desde el juego, el descubrimiento, el asombro y la pregunta.

Ante tales casos y otros más que vulneran a la niñez, el Señor omnipotente dice: ¿No les basta con comerse los mejores pastos, sino que tienen también que pisotear lo que queda? ¿No les basta con beber agua limpia, sino que tienen que enturbiar el resto con sus patas? Por eso mis ovejas tienen ahora que comerse el pasto que ustedes han pisoteado, y beberse el agua que ustedes han enturbiado (Ezequiel 34:18, NVI). Así que es de vital importancia recordar que a partir de la niñez y con la niñez, como adultos podemos hablar con Dios y seguir los pasos de Jesús como discípulos bondadosos y amorosos porque la niñez es la más bella metáfora de representación del Reino de Dios.

Concretamente, una comunidad de fe que tiene siempre presente a la niñez realiza lo siguiente y mucho más: 

1. Se moviliza, compromete y relaciona con las niñas y los niños de su entorno inmediato, tanto en la iglesia como fuera de ella.

2. Acompaña y monitorea desde el amor a las niñas y los niños que van conociendo desde muy temprana edad (embarazo) las maravillas de la buena noticia de salvación.

3. Camina junto a la niña y el niño porque le interesa estar con esa persona.

4. Escucha, ve y hace lo posible para fortalecer espacios seguros y libres de violencia.

5. Se renueva constantemente para cobijar y orientar a la niñez que vive experiencias adversas. 

6. Sigue los pasos de Jesús porque promueve el cuidado y participación de la niñez con el fin de fortalecer relaciones basadas en la ternura y el respeto.

En conclusión, recordar a la niñez es una acción que requiere valentía porque moviliza a las comunidades de fe y familias a la renovación de aquellas prácticas e ideas que obstaculizan el fluir de las nuevas generaciones. Así que, ten presente que, aunque no coincidas con algunas ideas, puedes quedarte tranquilo y tranquila porque esas niñas y niños se quedarán para continuar compartiendo el mensaje del evangelio que es el amor, y si eliges abrir tu corazón descubrirás nuevas formas de vivir y ser cuerpo de Cristo en compañía de la niñez.

Bibliografía:

Benavides-Delgado, J. (2015). ¿Siempre existieron los niños? Una mirada retrospectiva al concepto de infancia y niñez a lo largo de la historia (Documento de docencia No. 2). Bogotá: Ediciones Universidad Cooperativa de Colombia: http://dx.doi.org/10.16925/greylit.1371

Iglesia de Dios (7° día). Declaración de actualidad sobre el Maltrato a menores. Recuperado de https://www.iglesia7d.org.mx/declaraciones-de-actualidad/

Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). COVID-19: la pandemia. La humanidad necesita liderazgo y solidaridad para vencer al coronavirus. Disponible en https://www1.undp.org/content/undp/es/home/coronavirus.html 

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Enséñanos a orar

Enséñanos a orar

Hna. Jocheved Martínez Vargas

¿Sabes orar? ¿Te gusta orar? Quizá recuerdes las oraciones que repetían tus padres antes de dormirte o al tomar los alimentos. Puede que guardes en tu mente las recomendaciones de la abuelita que decía: “Cierra bien los ojos, junta las manos, repite conmigo…” Y tú, apenas entrecerrabas los ojos, no querías hacerlo completamente, pensabas que te podías perder de algo importante y lo que hacías, era repetir sus frases, muchas de ellas sin entender el significado.

¿Cómo fueron tus primeras experiencias de oración? Quizá las intensas plegarias del pastor en el culto, a la hora de pedir por los enfermos o las extensas súplicas de algún miembro de tu familia te marcaron. Si creciste en un hogar cristiano, seguro intentaron enseñarte. Ya sea en la casa o en el templo, te pusieron a orar, y es que la oración es una práctica común. Tan común que muchas veces, solo nos quedamos con la costumbre y nos perdimos del verdadero significado de esta experiencia espiritual. Si llegaste a la Iglesia como adolescente o joven, muy probablemente te pidieron que hicieras oración y tú pensabas, pero ¿Cómo empezar? ¿Quién me enseña?

Con el paso del tiempo seguramente te habrás ejercitado más sobre esto. Queriendo o no, te has apropiado esta disciplina, porque, aunque no identificas claramente todos sus beneficios, ni has llegado a conocer profundamente todas sus implicaciones, la oración te ha servido en los momentos críticos que has vivido.

Aquí es importante puntualizar aspectos básicos de la oración que a veces se pasan por alto:

¿Qué es la oración? Es hablar con Dios. Hacer un tiempo para acercarte a un amigo muy especial que te ama y desea lo mejor para tu vida.

¿A quién orar? A Dios. Él es el creador de todo lo que existe. El que sostiene toda la realidad.

¿Para qué orar? Para expresar gratitud, mostrar alegría y contentamiento con las cosas que suceden. También, para pedir cosas necesarias o eventos que anhelamos.

Orar es una actividad esencial en la vida del creyente. Es como hacer una llamada telefónica, eso sí, dirigida al cielo, al espacio de las estrellas, a un lugar tan alto, pero tan cercano, donde habita Dios. Son palabras al Señor poderoso de la creación, al dueño de la vida, al que siempre es y que siempre está.

Esta práctica primordial, se genera en el corazón de Dios y en su deseo de estar cerca de nosotros. El mayor ejemplo de un buen orante es Jesús, su Hijo, quien, durante su ministerio terrenal, hizo de la oración su mejor experiencia de fe.

—¡Señor, enséñanos a orar!, le pidieron sus amigos, quienes constantemente se daban cuenta de los tiempos que Jesús dedicaba a la oración. Si Él, un ser poderoso y lleno de amor, necesitaba comunicarse con su Padre, cuánto más nosotros con nuestra naturaleza frágil e imperfecta.

Vivimos en una aldea global altamente comunicada. En un momento podemos saber lo que pasa del otro lado del mundo, y comunicarnos en cuestión de segundos con personas alejadas a miles de kilómetros. En aspectos tecnológicos, contamos con las mejores herramientas. En cambio, la oración es una cuestión de fe, no requiere de recursos materiales. Y parece que necesitamos aprender más cada día sobre esta tarea espiritual para sobrevivir en un mundo lleno de incertidumbre, oscuridad y pecado.

Orar como Jesús, es el desafío que tenemos en este tiempo.

1. Ora al iniciar tu día. Al abrir los ojos, un hábito provechoso es pedir la bendición del Señor para tus actividades. Separa cinco minutos solamente. Ese tiempo se convertirá en un valioso soporte para la multitud de tareas que te esperan.

Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba (Marcos 1:35).

2. Ora en toda decisión importante. Al elegir tu carrera, al solicitar un empleo, al pedir por una pareja a la que puedas amar sinceramente…

En aquellos días él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios. Y cuando era de día, llamó a sus discípulos, y escogió a doce de ellos, a los cuales también llamó apóstoles (Lucas 6:12-13).

3. Ora desde el corazón. A veces aprendemos a orar usando enunciados ya establecidos. Las oraciones del corazón expresan las emociones, los temores y miedos. Es la forma más convincente de presentarnos ante el Padre, y es la llave para ser escuchados

Y él se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra; y puesto de rodillas oró, diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle (Lucas 22:41-43).

4. Ora ahora. Haz de la oración una permanente plática con Dios. La oración de Jesús era algo natural, un diálogo constante en todo tiempo y lugar. En ocasiones, creemos que solo se puede orar en el templo, frente a los alimentos, al salir y llegar de viaje o en posiciones autorizadas como de rodillas, cerrando los ojos, usando las mismas frases para iniciar o terminar, etcétera. Por ejemplo, ahora que lees este artículo, el Señor está a tu lado y si deseas orar puedes hacerlo. Él te oye, Él oye siempre.

Mas él se apartaba a lugares desiertos, y oraba (Marcos 5:16)

Jesús les contó una historia a sus discípulos, para enseñarles que debían orar siempre y sin desanimarse (Lucas 18:1)

La oración no es importante por quien la dice, sino por quien la escucha. Te confieso que mis oraciones son breves y simples. Cuando escucho a otras personas orar, me emociono mucho; saben hacerlo de una manera elegante, con un vocabulario refinado e ideas bien hilvanadas. Haz de cuenta que esa oración es como un potente coche de carreras con un motor de combustión interna, de cuatro tiempos turboalimentado, y mi oración, es un sencillo auto con problemas en la marcha y en la dirección. Pero me consuela recordar que no es importante quién hace la oración, sino quién la escucha, y ese es el Dios lleno de poder y amor que está atento a cada necesidad.

«Señor, enséñanos a orar», es la mejor petición. Es el anhelo del corazón que desea encontrar la luz en este mundo oscuro y vacilante. Es el grito desesperado que brota en el tiempo del peligro. Es el suave murmullo que brinda esperanza y paz aquí y ahora. Es acercarnos al Padre, percibir su amor y sentir que cuando no podemos seguir, nos levanta, y amorosamente nos lleva en sus brazos.

¡Oremos hoy!

Bibliografía:

La Santa Biblia (2000). Corea: Sociedades Bíblicas Unidas (Versión Reina-Valera 1960).

Traducción en lenguaje actual (TLA) Copyright © Sociedades Bíblicas Unidas, 2000. Usado con permiso.

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Todo lo que soy y todo lo que tengo

Todo lo que soy y todo lo que tengo

Min. Ausencio Arroyo García

Nuestros antepasados adoraron a Dios en este monte, pero ustedes los judíos dicen que debe ser adorado en Jerusalén.Jesús le dijo: —Créeme, mujer, que llegará el momento en que ustedes no adorarán al Padre en este monte ni tampoco en Jerusalén. Ustedes adoran algo que no entienden. Nosotros sabemos lo que adoramos porque la salvación viene de los judíos. Pero llegará el momento, y en efecto ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad. El Padre está buscando gente que lo adore así. Dios es Espíritu, y los que le adoran deben adorarlo en espíritu y en verdad (Juan 4:20-24).

El Dios que revelan las Escrituras es un Dios santo, su esencia sublime representa la belleza perfecta e inefable, además es infinita y por ello resulta inabarcable e indescriptible de manera absoluta; sin embargo, nos acercamos a ella por las expresiones que la misma revelación emplea. Frente a lo sublime y majestuoso de la grandeza divina, el espíritu humano se estremece y se conmueve al percibir su finitud y abundante imperfección. De la conciencia de pequeñez brotan: la humillación del yo personal, un sentimiento de total dependencia y despierta la disposición de rendimiento a lo inefable y maravilloso. Así lo observamos en la actitud del patriarca Abraham, cuando pretende interceder por Sodoma y Gomorra se apresura a decir: […] perdona que sea yo tan atrevido al hablarte así, pues tú eres Dios y yo no soy más que un simple hombre -literalmente, solo soy polvo y ceniza- (Génesis 18:27, DHH).

El estremecimiento del espíritu humano ante lo sublime produce la actitud de adoración reverente. La adoración consiste en las expresiones de asombro, admiración, reverencia y gratitud. La adoración a Dios significa el reconocimiento de la santidad de Dios, no solo referida al ámbito moral de una voluntad que hace lo bueno, que lo posee, sino sobre todo a la condición de lo inaccesible y majestuoso por el poder y la gloria que le reviste. Las respuestas humanas pueden estar equivocadas en su objeto de reverencia o en su forma de realizar el acto. La verdadera adoración es más que ciertas prácticas religiosas, es ante todo una vida volcada hacia el inefable y eterno Dios.

Lo externo no basta

En el encuentro de Jesús con la mujer samaritana, ella refiere los centros de adoración de cada pueblo; según su tradición, los samaritanos creen que deben adorar en el Monte Gerizim, este monte fue declarado sagrado desde las jornadas del desierto: Y cuando Jehová tu Dios te haya introducido en la tierra a la cual vas para tomarla, pondrás la bendición sobre el monte Gerizim, y la maldición sobre el monte Ebal (Deuteronomio 11:29, comp. 27:12). Ella misma menciona que los judíos realizaban sus fiestas en Jerusalén. El judaísmo recibió indicaciones de asistir a las fiestas anuales que se celebraban en la ciudad elegida: Tres veces cada año aparecerá todo varón tuyo delante de Jehová tu Dios en el lugar que él escogiere: en la fiesta solemne de los panes sin levadura, y en la fiesta solemne de las semanas, y en la fiesta solemne de los tabernáculos. Y ninguno se presentará delante de Jehová con las manos vacías; cada uno con la ofrenda de su mano, conforme a la bendición que Jehová tu Dios te hubiere dado (Deuteronomio 16:16-17). Un espacio físico es una necesidad de la experiencia religiosa formal. Delimitar un lugar ayuda a tener un acercamiento con lo sublime.

En muchas tradiciones religiosas se establece un punto geográfico como el origen del universo o donde algún dios suele manifestarse a los seres humanos. En diferentes culturas, el acceso a esos lugares queda prohibido a personas “comunes” bajo amenazas de castigo por sacrilegio, o bien, su visita se restringe a ciertas fechas del año. El supuesto es que al hallarse en ese sitio se cargarán de la energía divina y tendrán su favor para enfrentar la vida cotidiana. Sin embargo, la Biblia enseña que el espacio en sí no produce el encuentro verdadero con Dios. La presencia de un creyente en el lugar de culto puede ser frecuente y en los horarios indicados, pero pueden darse por los motivos o con la disposición espiritual inapropiada. En Isaías 1:14 (compare con Amós 5:21-24) Dios reprocha al pueblo su injusticia y como consecuencia repudia la realización de sus ceremonias religiosas. Una persona puede llegar ante el altar y presentar su holocausto, pero podría realizarlo sin fe real y solo hacer del acto una expresión externa. Podría ser una práctica solo por cumplir la tradición, para ser visto de los otros, para buscar favores personales o para satisfacer su ego haciéndose creer que es bueno.

Es una grave tentación pretender manipular a Dios, querer que responda al antojo y servilismo del corazón humano. Desde las diversas religiones se piensa que Él reside en un espacio terrenal determinado o que se manifiesta en ciertas fechas del año, que se le persuade por medio de frases poderosas, o se le convence por medio de prácticas reguladas o que se le puede forzar con argumentos. Nada más lejos de la realidad, Dios no se deja encerrar en ninguna prisión humana, su naturaleza le hace estar más allá de toda ambición posesiva, Él es el inabarcable, inexhaurible y soberano (Isaías 66:1). Dios es tres veces santo, imposible siquiera de ver directamente, es lo definitivamente distinto de nosotros, finitos e imperfectos. Su majestad inunda los cielos y la tierra (Isaías 6:1-4). Toda la tierra está llena de su gloria.

Por tanto, las manifestaciones religiosas superfluas no son suficientes para honrar lo que Dios es. Ningún ritual en sí mismo, ninguna palabra, ningún lugar, ni tiempo o postulado pueden ser lazos que domestiquen al Señor de la Eternidad y del Universo entero. El Señor no se conforma con el ofrecimiento de un holocausto, la presencia en un culto público, el sacrificio de renuncia o la prosternación del cuerpo. Dios ve la disposición, la reverencia, el compromiso de obediencia a su mandamiento. Dios conoce la verdad de lo que decimos, las intenciones que nos mueven en todo lo que hacemos y los sentimientos que alberga nuestro corazón o qué amamos cuando decimos que lo amamos. No bastan las formas externas de adoración, ni se puede delimitar por los tiempos, los espacios o las palabras. Todo esto son aspectos relativos. Jesús declara que El Padre busca verdaderos adoradores.

En Espíritu y en verdad

Jesús establece la naturaleza del Padre, Él es espíritu, por tanto, no está restringido ni al espacio ni al tiempo, en consecuencia, puede ser adorado en cualquier lugar o tiempo. La única condición para una verdadera adoración se asocia con la verdad. Estos postulados provienen de la enseñanza profética, la cual planteaba que la idolatría podría ser cuando se adoraba a un dios falso, ya fuese un elemento de la creación o un ídolo creado por el ser humano. Pero, también podría ser idolatría cuando se adorase de manera distorsionada al único Dios. Las formas canónicas o las fórmulas establecidas para la liturgia no son vehículos de adoración aceptables cuando se tiene en la mente y el corazón a un dios falso. La mención de la verdad podría aludir a las distorsiones doctrinales sobre la naturaleza de Cristo en el primer siglo; como las ideas de tendencia gnóstica que no reconocía la naturaleza humana, o la negación de su divinidad, que enseñaban grupos de cristianos judaizantes, como los ebionitas. Las formas de exaltación pueden ser ortodoxas pero el objeto de fe impreciso. 

La Palabra ha revelado lo que es Dios y lo que es Jesucristo, y la alabanza que se exprese se ha de realizar conforme lo que son. Cómo podría ser la adoración correcta si menospreciamos lo que el Hijo es, si le quito su gloria y hago de Él alguien que de esencia solo divina y creo que su cuerpo habría sido una apariencia, en consecuencia, no hubo encarnación real ni muerte divina en la cruz, todo habría sido una representación que creó ilusiones. Si así fuese, ¿cómo podríamos tener seguridad de salvación?, ¿cómo sabemos que el Señor entiende lo que somos la humanidad?, ¿cómo confiaremos en que existe la resurrección de los cuerpos y que la esperanza es válida? El escritor de la primera carta de Juan defiende la doctrina de la encarnación del Hijo: […] Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no…no es de Dios […] (1 Juan 4:2-3). No puede ser otra cosa.

De la misma manera, si le quitamos al Hijo el honor de su origen celestial y pensamos de Él como una criatura, le despojamos de la gloria que le proviene del Padre y estableceríamos que habría sido adoptado, no engendrado. El Apocalipsis describe la visión del canto de ángeles, seres vivientes y de ancianos, se han unido para la alabanza del culto celestial, sus voces cantan: […] Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos (Apocalipsis 5:13). Sería un grave atrevimiento si intentamos quitarle lo que le viene del Padre.

Todo lo que soy y todo lo que tengo

La adoración consiste en las expresiones de asombro, admiración, reverencia y gratitud a Dios. Según Jesús, la verdadera adoración solo puede darse en el espíritu. Por asombro nos referimos al temor reverente con que nos acercamos al Padre eterno, lo central está en el corazón humilde y la disposición de sumisión. Dios provoca en el creyente el sentimiento llamado de lo numinoso, el cual implica un aspecto fascinante porque atrae y a la vez, una sensación de lo terrible porque puede destruir si se le acerca demasiado. Muchos adoradores actuales hemos dejado de lado esta actitud, haciendo del concepto de Dios un simple mito de entretenimiento al servicio de una humanidad egoísta. 

Los elementos accesorios en la alabanza como la música, las ropas, las posturas corporales o los lugares no son definitivos para que Dios reciba las expresiones de adoración. Es la piedad reverente revestida de verdad la que el Señor recibe. Si bien, los medios externos pueden favorecer la santificación de estos actos no la pueden dar por sí mismos. La humillación proviene del interior, de un corazón contrito y anhelante de perdón, y esto solo se puede dar en aquel que reconoce su pecado y su lejanía del carácter santo de Dios y se postra arrepentido en busca de la gracia sublime.

El espacio del templo es un ambiente que favorece interiorizarnos para reconocer lo que somos y tenemos ante los ojos de Dios; mas no puede darnos lo que solo el Señor nos puede otorgar: nueva vida. La fe como confianza, esperanza y amor provienen del Espíritu que Dios nos da en la nueva vida. En razón de esto cada creyente somos un templo santo donde se honra y sirve al Dios soberano. De la intimidad espiritual emana la identidad de que somos hijos e hijas de Dios y somos convertidos en santuarios vivientes.

La verdadera adoración no es de un tiempo y un espacio sino de todo el tiempo y en todo espacio. Cuando decimos que sí al Señor, somos llamados a expresar la alabanza en la vida cotidiana del mundo, los verdaderos adoradores exaltan a Dios en todo lo que hacen, sus vidas son una profunda expresión de adoración: en la calle, en el trabajo, en el mercado, los centros de entretenimiento, en casa, en el templo y en cualquier lugar. No solo estamos frente a Dios cuando entonamos un canto con la congregación u oramos en privado, nos hallamos ante Él siempre, estamos ante su presencia sublime en todo tiempo, aunque a veces no somos conscientes de ello.

Adoramos a Dios cuando mostramos respeto por la vida del prójimo, guardamos su honor, sustentamos su cuerpo, le miramos con humildad, acariciamos con pureza, escuchamos su necesidad, atendemos su llanto y soledad. Adoramos a Dios cuando levantamos al caído, restauramos al que fracasó, alentamos al triste y al afligido. Adoramos a Dios cuando hablamos con verdad, cumplimos promesas, guardamos la fidelidad conyugal o tratamos con compasión a los niños. Adoramos a Dios cuando nos unimos a la voz de aquel o aquella que reclama justicia. Adoramos a Dios cuando decidimos vivir en honradez o cuidamos la creación de Dios, adoramos a Dios cuando damos trato decoroso a toda vida. Adoramos a Dios cuando sus mandamientos son primero, más que nuestras preferencias egoístas.

La adoración verdadera debe mantener varios criterios claves: debe estar centrada en Dios, recordemos que la audiencia que cuenta es Él. Fallamos cuando solo nos preocupa nuestro gusto musical o de estilos y no pensamos si Dios la recibe. Además, cada persona que participa en el culto lleva su disposición, afirmativa o negativa, para ser bendecido durante el mismo. También se nos muestra que, la experiencia más plena es la experiencia de la comunión. Nos unimos con otros creyentes porque es grato a los ojos de Dios (Salmo 133); nos complementamos y alentamos en el pueblo. Por otra parte, debe ser en el Espíritu, esto significa que Él mismo se adora a través de nosotros. Lo sublime es inaccesible para nosotros, pero en su voluntad seremos instrumentos de alta fidelidad.

Adoramos a Dios cuando cumplimos nuestro llamado. Todos adoramos a Dios si lo que hacemos lo hacemos para agradar a sus ojos (Colosenses 3:22). Todos y todas, ya sea que nos desempeñemos como obreros, ingenieros, médicas, amas de casa, maestras, campesinos; somos sus siervos; ningún espacio de vida está fuera de la soberanía de Dios. Adoramos a Dios cuando reconocemos que todo es suyo, que lo que tenemos lo hemos recibido por gracia y usamos los dones, recursos, conocimiento, habilidades o bienes para honrarle. Somos de Él y para Él. Él nos ha creado para su gloria. Por esto adoramos a Dios con todo lo que somos y todo lo que tenemos. ¡Tales adoradores busca Dios que le adoren!

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La mejor herencia

La mejor herencia

Min. Josué Ramírez de Jesús

Uno de los momentos más trascendentales en el ciclo de vida familiar es la muerte de los padres. El padre y la madre son la autoridad en la familia, su presencia e intervención son clave en el desarrollo de los niños, son la figura de apoyo y seguridad, quienes afirman la identidad de los hijos y permiten que adquieran mayor autonomía e independencia.  

Desde la antigüedad ha existido la preocupación de transmitir a los hijos un patrimonio que asegure su capacidad productiva y reproductiva. En el Antiguo Testamento observamos la importancia de designar de entre los hijos a un heredero que perpetúe el linaje paterno, reciba la totalidad de la herencia, la subordinación del resto de los hermanos y asista a los padres durante su vejez. 

El tema de la herencia ha sido un hilo conductor en la historia bíblica. Desde Abraham hasta Jesús, y a nosotros como coherederos.

Luego vino a él palabra de Jehová, diciendo: No te heredará éste, sino un hijo tuyo será el que te heredará (Génesis 15:4). […] Dios le prometió todo al Hijo como herencia y, mediante el Hijo, creó el universo (Hebreos 1:2b). Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo (Romanos 8: 17a).

Si pensáramos que cuando la Biblia habla de la herencia se refiere única y exclusivamente a la tierra y los bienes materiales estaremos considerando que son el bien supremo al que debemos aspirar para proveer a la generación posterior. Sin embargo, en las Escrituras existen tres raíces hebreas que sirven para dar cuerpo al concepto de herencia en el Antiguo Testamento: yaras, nahal y halaq.

Yaras: Se refiere a tomar, entrar y suceder en la posesión. Implica la transferencia de una propiedad que antes tenía otro dueño. Se emplea, por ejemplo, en la conquista de Canaán por Israel. 

Nahal: Se refiere a poseer a título de patrimonio un bien de carácter durable y permanente. El sujeto beneficiario es un pueblo, tribu o clan, no un individuo aislado. Se emplea, por ejemplo, al hablar de los recursos de que dispone un pueblo. 

Halaq: Se refiere a repartir y dividir una adquisición que se ha hecho en común. Se emplea, por ejemplo, en el reparto de un botín de guerra o el reparto de la Tierra Prometida.  

En la cosmovisión de los pueblos vecinos a Israel el tema de la herencia estaba ligado a la tierra, y en el vínculo entre el dios y el territorio habitado por un grupo humano. Tomar la posesión de la tierra significaba participar de la herencia que su dios le daba al pueblo independientemente de quien fuera. Este pensamiento descansa en la creencia de que cada dios posee un dominio determinado.

La concepción religiosa de Israel es diferente a la de los pueblos vecinos. Dios no aparece vinculado con la tierra que promete, de hecho, acompaña al pueblo en su peregrinaje. Su vinculación con el pueblo es por pura gracia, voluntaria y libremente. 

Hay un único texto anterior a los profetas que designa la tierra como herencia (Éxodo 15:17). La expresión “monte de tu heredad” designa más directamente al Santuario, símbolo de la presencia por la que Israel es pueblo de Dios. 

En la teología del Pentateuco y los Profetas se confirma que la herencia (Nahal) de Dios es un pueblo, no un territorio. 

En la narración bíblica encontramos a profetas hablándole a un pueblo que tenía tierra y prosperidad, pero era injusto. Oseas le habla a un pueblo en gran prosperidad material (12:8-9). El pueblo posee la tierra, pero no le provee alegría ni contentamiento por eso la impiedad e idolatría crecieron al mismo tiempo. Por eso Dios va a retirar sus dones como castigo a las faltas de Israel, porque la verdadera tierra que nos manda a cultivar es la justicia, el amor y la búsqueda de Él. 

A medida que la Revelación y los acontecimientos hagan descubrir a Israel que no puede saciarse con ningún bien material, la idea de la herencia se espiritualizara paralelamente a la idea de felicidad. La herencia es un bien que puede llenar el corazón humano. Solo aquellos para quién el amor de Dios es el bien supremo pueden beneficiarse. 

La situación de los Levitas nos muestra claramente que la herencia no está solamente ligada a la tierra. No recibirán herencia como sus compatriotas, ya que su herencia es el Señor, como él lo ha dicho (Deuteronomio 18:2, DHH). En un principio se entiende aplicado solamente a un grupo, pero progresivamente acaba por aplicarse al pueblo entero. 

Esta comprensión alcanza su pleno sentido en el momento en que la tierra de Canaán, es quitada del pueblo de Dios, El Señor es mi herencia, por lo tanto, ¡esperaré en él! (Lamentaciones 3:24).

El exilio de Babilonia supuso, en cierto modo, el final de una época, ya que le hace experimentar al pueblo de Dios la posibilidad de vivir una vida religiosa y profunda, sin lo que pensaba indispensable: la posesión de la tierra. Eclesiastés también muestra que el corazón del hombre no puede llenarse con bienes materiales por abundantes que fuesen (2:11). 

El progreso de la Revelación sobre el tema de la herencia prometida nos lleva a afirmar que esta no es otra que la misma intimidad con Dios. Quien tiene a Dios en el corazón y vive en intimidad con Él, anticipa en cierto modo, la herencia que recibirá en el mundo venidero. 

Esta concepción espiritual de la herencia constituye el terreno donde germinara la Revelación de Jesucristo. La herencia que Jesús anunciaba iba a sobrepasar infinitamente las esperanzas más profundas. Cristo será heredero único de las promesas de Dios, pero todos los creyentes coherederos con Él. 

¿Qué padre o abuelo no quiere ver a sus hijos en una relación plena e íntima con Dios? Para que esto sea una realidad, debemos afirmarnos en el entendimiento de que una generación no puede limitarse a heredar a la posteridad bienes materiales, sino un patrimonio de fe, afectivo, moral y religioso adecuado. 

La fe no se hereda de manera genética, no se contagia como alguna enfermedad, ni tampoco se trasfiere como una mera información de vagos conocimientos. La fe no es un sistema de ideas, sino una vida que se ha de compartir y comunicar. Es una experiencia personal, un don de Dios que se recibe en libertad y define lo que uno es y será. 

En sentido estricto la fe no se hereda, es una opción personal. Pero si requiere mediadores: la familia y la Iglesia. 

Las familias pueden esperar a que sus hijos personalmente den el paso a la fe, sin proveerles experiencias plenas y sanas. Ni las iglesias pueden esperar a que los creyentes maduren por sí mismos sin ofrecer modelos de comunidades vivas. Mucho menos instalados en sus actividades, orando y esperando a que llueva del cielo el relevo generacional. 

La mejor herencia que se puede dar a las siguientes generaciones consiste en favorecer el acontecimiento del encuentro con Dios. Siendo conscientes de que: «no se nace cristiano, nos hacemos cristianos». Y los cauces para colaborar al surgimiento y crecimiento de la fe en las nuevas generaciones son básicamente la familia cristiana y la Iglesia. De esto tenemos testimonio desde los primeros siglos de la era cristiana.  

Para transmitir la fe necesitamos comunidades vivas de referencia que harán nacer testigos, que llevados por procesos serios de discipulado los conduzcan a tomar decisiones existenciales. Por eso resulta urgente reforzar la identidad cristiana, nuestra tarea educativa consiste, principalmente, en ayudar a los jóvenes a encontrar al Dios verdadero para que, llevados por la gracia, se enamoren de Él. La vida familiar y eclesial son los ámbitos privilegiados para la vivencia y comunicación de la fe. 

Bibliografía:

Dreyfus, F. (1957). El tema de la Herencia en el Antiguo Testamento. Revista de Ciencias Filosóficas y Teológicas, 42, 3-49.

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Niñez en tiempos de pandemia

Niñez en tiempos de pandemia

Lic. Elemy Espinoza Ramírez

A lo largo del tiempo, el ser humano ha enfrentado momentos cruciales que han marcado el rumbo de su historia. Seguramente has leído que entre el año 1346 y 1353 la peste negra mató a un poco más de la mitad de la población europea, o que durante los primeros meses de la Primera Guerra Mundial la gripe española tuvo su aparición y luego se extendió en todo el mundo. 

Otro momento crucial, que está marcando el rumbo de la humanidad, es la pandemia que hoy aqueja al mundo. Y no obstante que mucho se ha reflexionado sobre el impacto económico, social, político, educativo, cultural, tecnológico, ecológico, religioso y de salud; resulta importante detenernos un momento y meditar sobre los desafíos que enfrentan las niñas y los niños, y el papel del adulto líder o educador en este tipo de crisis. 

Cuando un adulto enfrenta alguna crisis, usualmente centra su atención en el peligro o el temor; en cambio, es común observar que cuando los niños enfrentan algún momento crucial, de manera innata, optan por aprovechar la oportunidad y aprender de la adversidad. Como, por ejemplo, la foto de un niño que, en un campamento de refugiados por la guerra, aparece jugando con otros niños en su misma condición. Dicho de otra manera, los niños son capaces de adaptarse a las circunstancias porque continuamente les rodean nuevas experiencias de aprendizaje y crecimiento. 

De ahí la importancia que tiene que, como adulto líder o educador, te detengas un momento y medites respecto a la perspectiva que tienes de las “crisis”; es decir, ¿consideras que son solamente un peligro o que son una oportunidad de crecimiento? Este primer paso te permitirá tomar conciencia sobre cómo ejerces el acompañamiento pastoral. 

Ahora que has meditado sobre tu posición respecto a las crisis, es momento de reflexionar sobre algunos puntos que te permitirán cultivar, desde la ternura y el amor, habilidades de adaptación ante situaciones adversas; con el propósito de fortalecer las tres pautas para una pastoral desde el corazón, que se describirán más adelante. 

Adultos tiernos y amorosos.

¿Has escuchado el término “crianza con ternura”? Es una propuesta que retoma el Dr. Harold Segura y la Dra. Anna Grellert; se enfoca en formar redes de relaciones tiernas y amorosas que den soporte emocional y espiritual a los niños y adolescentes. Bajo este marco, que tiene como fundamento teológico el mensaje y vida de Jesús, quien es el modelo por excelencia de la ternura, los doctores mencionan que «la ternura de Jesús implica afecto cercano, consideración, respeto, protección, valoración, aceptación, cariño y defensa activa»1. 

Por lo tanto, será oportuno que pongas en acción lo siguiente para cultivar habilidades que te permitan, como adulto líder o educador, aprender de la adversidad. 

1. Fortalece una comunicación asertiva2 y de intercambio de experiencias que enriquezcan tus vivencias y decisiones. 

2. Ejercita la toma de decisiones. Escribe en una libreta aquellos eventos o situaciones de crisis, y plasma todo aquello que te genere duda, incertidumbre, tristeza, enojo, etcétera. 

3. Aprende a cuidar de ti. Aliméntate equilibradamente, ejercítate, busca espacios de esparcimiento; sobre todo, consolida redes de apoyo que te brinden seguridad en momentos complicados. 

4. Mantén una actividad diaria que afiance tu estabilidad emocional. Recuerda desarrollar nuevas habilidades y destrezas. 

5. Replantea tu percepción de las crisis. En la medida de lo posible, comienza a establecer aquellas oportunidades que traen consigo los desafíos de la cotidianidad. 

Pastorear, es una acción que implica la toma de conciencia de ti mismo, y un trabajo continuo en aquello que se te dificulta; por ejemplo, comunicar asertivamente tus ideas, identificar y abrazar tus emociones y sentimientos, establecer límites, etcétera. Recuerda que, en la medida que vayas fortaleciendo tus capacidades como líder o educador, promoverás en los niños una vida plena basada en la justicia y el amor; tal como Jesús lo mostró: Y le presentaban niños para que los tocase; y los discípulos reprendían a los que los presentaban. Viéndolo Jesús, se indignó, y les dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios… (Marcos 10:13-16).

Tres pautas para una pastoral desde el corazón.

El 11 de junio de 2020, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) rescató en el artículo “La crisis económica del COVID-19 empujará a millones de niños al trabajo infantil”3, que, de no tomarse medidas de protección social, millones de niños quedarán expuestos a la explotación, trata de personas, y el trabajo forzado; derivado de factores como el cierre de las escuelas, la muerte de padres y madres, así como la disminución de empleos a nivel global. 

Este panorama debe mover nos hacia la consolidación de estrategias de intervención que brinden protección y cuidado a la niñez; así como, a sumar esfuerzos para garantizar, en las familias, vínculos tiernos, cálidos, justos y libres de violencia. Es por ello, que a continuación se describen las pautas que, como líder o educador, podrás implementar en favor de la niñez. 

Pauta 1. Escucha y genera seguridad. De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos pequeñitos, a mí lo hicisteis (Mateo 25:40). El afecto que se expresa desde las caricias, es el mejor vínculo para proveerle tranquilidad al niño, es el complemento perfecto de la escucha activa (Lucas 8:8); ya que, cuando un adulto expresa con respeto su cercanía los niños, estos se sienten seguros para compartir sus problemas y conflictos. 

Indudablemente, el contacto físico hoy día se ha reconfigurado. Por el momento, abrazar está en pausa. Así que, una alternativa para suplir este acto, que calma el cuerpo y dispone al diálogo sincero, es crear brazos viajeros. Para ello ocuparás: una frazada o cobija de recién nacido (doblada en triangulo), y palmas de la mano marcadas en fieltro, y velcro. En cada esquina pegarás las palmas, de manera que cuando rodees con la frazada al niño, las palmas se junten. Coloca velcro en el centro de las palmas para que se peguen y despeguen.

Pauta 2. Acompaña y anima. Hijitos, vosotros sois de Dios, y los habéis vencido; porque el que en vosotros está, es mayor que el que está en el mundo (1 Juan 4:4, JBS). Destina un espacio sereno que provea libertad para que el niño exprese de manera confiada sus problemas sabiendo que el adulto que lo acompaña está dialogando con él con total tranquilidad. 

Por el momento, los templos están cerrados, pero eso no significa que tu acompañamiento cesó. Así que aprovecha las diferentes plataformas virtuales para animar y alegrar a los niños. Muéstrales a los padres o tutores cómo pueden crear en su hogar un rinconcito de oración. El niño puede recurrir a este espacio cuantas veces quiera para calmar sus sentimientos, sanar sus heridas y fortalecer su espiritualidad.

Pauta 3. Siente y actúa. Jehová es mi pastor; nada me faltará… (Salmo 23) En la imagen del Pastor que describe este salmo, encontrarás otras pautas de intervención desde una mirada misericordiosa, bondadosa y humilde. Hoy, más que nunca, la niñez requiere adultos resilientes4, justos, desprendidos, vinculados con sus emociones y, sobre todo, que sean discípulos de Jesús. 

La crianza con ternura es una alternativa pertinente para tu liderazgo, cualquiera que sea tu posición. Así que, continúa fortaleciendo tus aprendizajes. Recuerda que la Biblia es viva y dulce al paladar. Movilízate para mirar y sentir el dolor de los niños que continuamente son violentados en diferentes espacios, como su hogar, por ejemplo; ese entorno donde debe prevalecer el amor, la ternura y la protección. 

En definitiva, la niñez en tiempos de pandemia es un tema que amerita mayor diálogo en el liderazgo; de modo que, las diferentes sociedades que conforman la Iglesia de Dios (7° día), fortalezcan sus pautas pastorales con el fin de construir, reconstruir, alentar esperanza y promover la solidaridad, en favor de las niñas y los niños. 

¿Ya elegiste la acción que pondrás en práctica para fortalecer tu pastoral desde la ternura? 

Referencias y bibliografía

1 “Marco conceptual-operativo de Crianza con Ternura-el ejercicio del amor desde la cuna que marca la humanidad”. https://www.wvi.org/sites/default/files/Marco%20Conceptual%20de%20Crianza%20con%20Ternura%20-%2027%20de%20agosto.pdf

2 Ser asertivos significa expresar pensamientos y sentimientos de forma honesta, directa y correcta. Implica respetar los pensamientos y creencias de otras personas, a la vez que se defienden los propios. https://www.game-learn.com/que-es-la-asertividad/

3 https://news.un.org/es/story/2020/06/1475912

4 La resiliencia o entereza es la capacidad para adaptarse a las situaciones adversas con resultados positivos. https://es.wikipedia.org/wiki/Resiliencia_(psicolog%C3%ADa)

Derechos humanos (11 de junio 2020). La crisis económica del COVID-19 empujará a millones de niños al trabajo infantil. Noticias ONU. https://news.un.org/es/story/2020/06/1475912 

Grellert, A.C. (s/f). Marco conceptual de Crianza con Ternura, el ejercicio del amor desde la cuna que marca la humanidad. World Vision. Disponible en https://www.wvi.org/sites/default/files/Marco%20Conceptual%20de%20Crianza%20con%20Ternura%20-%2027%20de%20agosto.pdf 

Grellert, A.C. (2016). Crianza con Ternura. México, Distrito Federal: Casa Unida de Publicaciones.

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Hacedores de paz

Hacedores de paz

Min. Julio A. Jacal Aldaz

¿Qué es lo que causa las disputas y peleas en la humanidad? ¿Por qué persisten los conflictos en el mundo? 

Soñar con un mundo mejor reverbera en el interior de todo ser humano. Los crímenes, las desapariciones, las injusticias, la corrupción y la inseguridad son campos fértiles para aspirar a una vida de sosiego. Ante la enorme ola de violencia suena utópico pensar que la tierra puede ser abrazada por la hermandad. 

¿Qué origina los conflictos? ¿Qué interrumpe la paz en el mundo? Ciertamente ya lo respondió Jesús: Pero lo que sale de la boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre. Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias (Mateo 15:18-19).

Jesús fue claro al decir que el ser humano, con sus actitudes y deseos centrados en sí mismo, genera inestabilidad en la vida. La Biblia deja en claro que el mal no proviene de Dios, el responsable del mal en todas sus manifestaciones, incluyendo los discursos de odio, las disputas, los asesinatos y las guerras, es el mismo hombre. 

En la Escritura también se explica claramente el origen de la violencia en el conflicto. La violencia surge del desprecio al otro. Los altercados cargados de odio y maltrato tienen su fundación en el rechazo del diferente, se ejerce violencia sobre aquel que piensa de manera opuesta a mí, aunque sea mi hermano. En Génesis 4:8 dice: Y dijo Caín a su hermano Abel: Salgamos al campo. Y aconteció que estando ellos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel, y lo mató.

En la Palabra vemos que Caín se enfureció, su semblante mudó y su actitud se transformó cuando su ofrenda no fue aceptada por Dios. No es el mismo Caín que presentó la ofrenda. El semblante solo es la expresión de lo que internamente sucede, las emociones están al borde y sus decisiones serán dirigidas por sus entrañas. 

Que decayó el semblante de Caín, no solo es reflejo de su interior, sino de su ruptura con Dios y su prójimo; es una expresión de rechazo, pues no puede ver a Dios a la cara y mucho menos a su hermano. Levantar el rostro hubiese significado para Caín, aceptar la palabra de Dios y aceptar a su hermano. La propuesta de Dios para la solución del conflicto es profunda; levantar el rostro, implicaba alegrarse del logro de su hermano, celebrar su vida y su cercanía con Dios, incluso imitar su actitud sencilla.

Pero Caín no estuvo dispuesto a dejar de lado su ego. Decidió matar a su hermano, pues no fue capaz de dar el rostro, ni a él ni a Dios. Optó por ignorar la propuesta recibida: Si cambias ¿no serás enaltecido? (v. 7). 

Conocemos esta historia, nos ha enseñado mucho y la pregunta que sigue vigente y retumbando hasta nuestros días es: ¿Dónde esta tu hermano?. En el ejercicio de la violencia a través de guerras y peleas, esta interrogante de Dios pretende hacer eco en los victimarios. 

Lo anterior nos puede llevar a otra pregunta: ¿cómo construir la paz en un mundo lleno de violencia?

Jesús invitó a sus discípulos a encontrar alegría en la búsqueda de la paz: Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios (Mateo 5:9). ¿Por qué algo tan complicado ha de producir alegría? Hacer la paz es muy difícil. 

Cabe mencionar que no dice bienaventurados los pacíficos, porque esta expresión cambiaría por completo la visión de Jesús, esa palabra sugiere la idea de una actitud pasiva o indiferente, propia de esas personas tranquilas que no molestan a nadie ni quieren ser molestadas. Jesús invita a la acción.

La propuesta de Jesús implica no matar al enemigo y mucho menos a nuestro hermano (Mateo 5:44), pero va mas allá: nos llama a trabajar por la paz, misma que se logra a través de la reconciliación (Efesios 2:14-16). Es fácil mantener una actitud de rechazo al otro, o simplemente suprimirlo de nuestra vida o dejar que el resentimiento, el celo y la queja pululen dentro de nosotros. Nuestro camino es el difícil pero correcto: la paz. 

La paz no es solo la ausencia de conflicto sino la forma en como resolvemos los conflictos. ¿Cómo se resuelven los conflictos en el matrimonio, familia, iglesia, sociedad, países? La ética de Jesús nos invita a humanizarnos en los conflictos, a ser sensibles y edificar puentes en lugar de muros. 

Los bienaventurados piensan en construir la paz por medio de acciones y no solo con oraciones. Hay quienes pretenden construir un mundo mejor, pero sin actuar, y usando como único recurso la oración; pretenden resolver problemas con el prójimo orando a Dios, pidiéndole que los perdone o nos perdone, sin siquiera buscar al prójimo (Mateo 5:23-24). Haciendo esto se evade lo más importante: asumir la responsabilidad en el conflicto.

La alegría de la que habla Jesús, se produce cuando se trabaja en la construcción de un mundo mejor. No es posible encontrar la felicidad cruzado de brazos. El mundo está lleno de conflictos, la iglesia requiere generar propuestas desde la fe para la construcción de la paz. 

Concluimos que ser dichoso no solo es la descripción de aquellos que no hacen violencia, sino de todo aquel que lucha incansablemente para que la paz sea una realidad para todos. Ser pacificador es dirigirse voluntariamente hacia el bien supremo que es la paz entre Dios y los hombres, y entre los hombres como hermanos. 

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Violencia familiar: qué hacer si se está viviendo

Violencia familiar: qué hacer si se está viviendo

Dra. Rosa María Salazar Rivera

Cuando la violencia atrapa

La violencia en el hogar atrapa a los y las integrantes de la familia debido a que se naturaliza, es decir, se cree que lo adecuado es resolver los conflictos o desacuerdos con violencia. Un porcentaje alto de mujeres que padecen violencia tienen dificultad para identificarla, señalan que su esposo nunca la ha golpeado, que “solo” la insulta, pero porque ella le provoca; que no le da suficiente dinero para la manutención, pero porque ella tiene la culpa pues es mala administradora; que accede a tener relaciones sexuales porque ella entiende que es su obligación.

La Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer (Convención de Belém Do Pará) define a la violencia como: «cualquier acción o conducta, basada en su género, que cause muerte, daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico a la mujer, tanto en el ámbito público como en el privado».

Para comprender mejor esta definición con el fin de identificar si hay violencia en la familia, empecemos por entender qué quiere decir “acción o conducta basada en su género”. Se refiere a los actos que se hacen contra una mujer porque su comportamiento no cumple con lo que nos han dicho de las mujeres, por ejemplo: porque no tiene la comida a tiempo para cuando llega el esposo, hijos o hijas, porque la comida no la hizo como la suegra o como dice el marido, porque está en la calle platicando con la vecina (“anda de chismosa”), porque sale a la calle con ropa muy ajustada al cuerpo, porque no hace las labores de la casa y solo está para eso, porque desobedece al marido, porque platica en la calle con hombres desconocidos, porque sale de la casa sin avisar al esposo, porque no sabe cuidar a los hijos o hijas, y muchas otras cosas más. Esto se toma como pretexto o razones por las cuales el hombre ejerce violencia hacia las mujeres, porque él se ve a sí mismo como la autoridad o el que manda en la familia y ha aprendido que, para que la mujer le obedezca o haga caso, es necesario usar el maltrato o los golpes.

Según la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH 2016), 7 de cada 10 mujeres de nuestro país reconocen haber padecido algún tipo de violencia, por lo que inferimos que la estadística abarca a las mujeres de la Iglesia. Al parecer, la violencia avergüenza a las mujeres porque damos por entendido que en la Iglesia esto no sucede. Por ello, es necesario que este mito sea derribado reconociendo que tenemos este problema y debemos atenderlo.

Para salir de la violencia

Lo primero es buscar resolver los conflictos de pareja o familiares mediante el diálogo. No se doblegue. Escuche, y luego pida a su esposo que no le grite, que sí le escucha, y pídale llegar a un acuerdo. Si esto no es posible, será necesario que usted busque ayuda psicológica, para aprender a poner límites, para evitar estar bajo la violencia.

Identifique si está viviendo violencia. En el siguiente cuadro hay algunas preguntas que le ayudarán a saberlo.

Preguntas 

Si

No

¿Sientes que tu pareja te está controlando?

¿Has perdido amigas, familiares, compañeras(os) de trabajo para evitar que tu pareja se moleste?

¿Te critica y/o humilla en público o en privado sobre tu apariencia, tu forma de ser, el modo en el que haces tus tareas hogareñas, etc.?

¿Controla estrictamente tus ingresos y el dinero que te entrega, originando discusiones?

¿Sientes que estás en permanente tensión, y, hagas lo que hagas, él se irrita o te culpa?

¿Te ha amenazado alguna vez con algún objeto o arma, o con matarse él, a ti o a algún miembro de la familia?

¿Sientes que cedes a sus requerimientos sexuales por temor o te ha forzado a tener relaciones sexuales? 

¿Después de un episodio violento, él se muestra cariñoso, atento, te regala cosas y te promete que nunca más volverá a golpearte o a insultarte y que “todo cambiará”?

Cuando usted escucha los insultos de su esposo no permita que le lastimen. Al escucharlos, inmediatamente haga un ejercicio de respiración para evitar caer en provocaciones (tome aire profundamente, reténgalo unos segundos y luego sáquelo lentamente); enseguida haga lo posible por alejarse de él sin contestar y vaya a algún espacio donde pueda estar sola (el baño, una recámara, el patio, la cocina) y repita para usted misma: “yo no soy lo que él dice que soy, yo soy hija de Dios hecha a su imagen”. Esta es una forma de evitar que los insultos le hagan daño, no los acepte, están solo en la boca de él. Reconózcase como una hija de Dios que la tiene en alta estima, es decir en alto valor. Si puede, empiece a hacer el ejercicio de perdonar a quien la agrede, pero tome en cuenta que el perdón no es un permiso para que la siga maltratando. Por el contrario, el perdón significa que usted decide dejar atrás la experiencia sufrida y resolver, con mayor convicción y claridad interior, no volver a tolerar ningún tipo de violencia.

Rechace la culpa que en ocasiones siente, el responsable de la violencia es quien la ejerce. El hecho de que usted no haga todo lo que él le dice no es una razón para que la maltraten. Ore continuamente a Dios y acepte su gracia; haga lo que usted haga Él le escucha en todo momento y le perdona, solo acepte su perdón y su amor. 

Si usted se siente muy lastimada por la violencia que vive, le sugiero fortalecer su relación con Dios con el siguiente ejercicio. Ore a Dios y, al hablar con Él, trate de escucharse a sí misma; es una manera de concentrarse y encontrar ese momento donde solo están usted y Dios. Cuéntele como se siente. Pídale que le dé fortaleza en su alma, que le ayude a detener dicha violencia. Recuerde lo que dice la Palabra: Pero yo clamaré a Dios, y el Señor me salvará. Mañana, tarde y noche clamo angustiado, y él me escucha (Salmo 55:16,17, NVI).

Tal vez usted está muy lastimada por la violencia de la que ha sido víctima durante mucho tiempo y esto la lleva a padecer varios síndromes psicológicos, por lo que puede estar viviendo momentos de mucha hostilidad; es decir, estar continuamente enojada por todo, con amargura en su ser. Para contrarrestar esto, le sugiero que ponga atención cuando usted se dirige a su esposo y a sus hijos o hijas. Si sus palabras salen con enojo, nuevamente haga el ejercicio de la respiración profunda para que detenga sus palabras, y vuelva a repetirles la frase buscando hacerlo amablemente. Practíquelo cada día hasta que logre hacerlo de forma automática.

Al mismo tiempo que hace los ejercicios anteriores, atrévase a romper el silencio, platíquelo con las personas más allegadas, como su madre, hermanas o familiares cercanos. Comprenda que la violencia recorre un ciclo en el que el hombre, en ocasiones, pide perdón, promete cambiar y no volver a golpearla; pero esto se repite una y otra vez, por lo que es necesario romper el ciclo pidiendo ayuda.

Busque ayuda profesional, entre más temprano se atienda tendrá mayor oportunidad de salir de la violencia. Identifique que la violencia no desaparece con las promesas de cambiar que le hace su esposo. Es necesario que acuda a algún lugar especializado para la atención de mujeres víctimas de violencia, como es en los Institutos de las Mujeres, en el Sistema de Desarrollo Integral de la Familia (DIF), Centros de Justicia para las Mujeres, Organizaciones de Sociedad Civil que atienden esta problemática (es difícil que encuentre psicólogas cristianas evangélicas, especializadas en violencia, que le puedan ayudar).

Recuerde algo importante, una vez que acuda a la atención profesional es necesario que no falte a sus citas, esto le ayudará a mejorar su autoestima, a poner límites para dejar la violencia completamente. Usted no es culpable de la violencia que padece, la responsabilidad está en el hombre que la ejerce, por lo que él también necesita acudir a algún lugar para su tratamiento, pero él lo deberá buscar, no usted.

Hable con su Pastor de la violencia que padece para que sea apoyada espiritualmente al igual que su esposo, pero esta atención debe ser por separado, al hacerlo juntos él se la pasará culpándola de todo y usted puede tener un retroceso en su tratamiento.

Si la violencia que padece es grave y su vida corre peligro, es necesario que salga de su casa y se resguarde con algún familiar o pida ayuda para ir a un refugio donde le brindarán seguridad y un tratamiento especializado, generalmente son gratuitos. Si es necesario, acuda a una Agencia del Ministerio Público a denunciar la violencia porque es un delito.

Referencia

1 Extracto del Cuestionario Autodiagnóstico de Violencia Intrafamiliar. Cáceres, Ana y otras colaboradoras del servicio Nacional de la Mujer de Chile.

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REDES SOCIALES

La iglesia contextualizada

La iglesia contextualizada

Min. José Raúl Quintero Ancona

Introducción

La condición actual que vive nuestro país, el estado de las cosas en las que se desenvuelve nuestra vida, los retos sanitarios, económicos, sociales y ecológicos, nos urgen como Iglesia a renovar nuestras fuerzas, a remodelar nuestras prácticas, usos y costumbres, y actualizar y mejorar nuestras prácticas espirituales. Además, a profundizar en nuestra teología y doctrina, a renovar nuestra hermenéutica, homilética, oratoria, nuestras maneras de administrar, de ejercer los liderazgos y, en especial nuestras estrategias de trabajo hacia la sociedad.

Por lo que consideramos que para este siglo segundo nos debemos evaluar autocríticamente a todos los niveles, comenzando por nuestro desempeño personal, el de la iglesia local, en todos sus aspectos, y hasta las instancias nacionales, en función del alcance de la misión de nuestro Señor Jesucristo.

Y es que tenemos delante de nosotros un campo misionero enorme con más de ciento veinticinco millones de personas; un México que sufre por la falta del Evangelio de Jesucristo, pero no cualquier evangelio, no puede ser un evangelio abstracto, fosilizado o ausente el que va a cambiar el rumbo de las cosas; sino un evangelio encarnado en cada uno de nosotros sus hijos, un evangelio visible, oportuno, salvador, sanador y liberador. Un evangelio contextualizado, comprometido con las personas que va a alcanzar, empático a la manera de Jesús quien, siendo Hijo de Dios (Filipenses 2:5-8), vino a sudar la camiseta, a empolvarse sus divinos pies y sufrir la muerte por cada uno de nosotros. Para enseñarnos cómo calzarnos sus sandalias, cómo ceñirnos su toalla y cómo se camina el camino (Juan 14:6; Hechos 19:23).

I. Nuestra realidad como sociedad

Se le atribuye al teólogo suizo Karl Barth la siguiente frase: «Un sermón hay que prepararlo con la Biblia en una mano y el periódico en la otra ». Y es muy cierto: no podemos pretender hablarle al mundo desde la substracción de nuestras templo-céntricas vidas, o aislados de la sociedad a la que pretendemos servir. El cristiano de hoy debe saber lo que está sucediendo en el país, en su estado, su ciudad, municipio, pueblo, villa, aldea, etc. Debemos saber las condiciones sociales imperantes en el contexto al cual somos enviados a servir, con el Evangelio, desde nuestras vidas.

En la Biblia encontramos que saber la cantidad de pueblo era fundamental en las migraciones (Éxodo 12:37), para salir a la guerra (Josué 4:13; Lucas 14:31), cuando regresan del destierro (Esdras 2:64), e inclusive conocer lo que estaba sucediendo en la composición étnica de los matrimonios, del lenguaje que se habla dentro de las casas y sus consecuencias (Nehemías 13:23-24), en el número y ventajas de sus oponentes (Jueces 20:16), así como de sus adelantos tecnológicos para la guerra (Jueces 4:13, 1 Samuel 13:20-21).

Tener datos de primera mano de lo que ocurre a nuestro alrededor no es pecado, más bien es nuestra responsabilidad enterarnos de lo que está sucediendo en nuestro entorno, para saber cómo abordarlo. Mientras más datos tengamos de nuestro alrededor mejores decisiones podremos tomar, para enfocar nuestros trabajos, para afinar nuestra precisión y para dirigir nuestros esfuerzos y recursos en un sentido objetivo y fiable. Para ello debemos de ser diligentes en revisar lo que sucede en cuanto a las problemáticas sociales: población, migración, familias, divorcios, personas en situación de calle, las caravanas migrantes, los enfermos, encarcelados, la actual contingencia sanitaria, la violencia de género, la delincuencia organizada, la drogadicción, la trata de personas, la destrucción de la naturaleza, la contaminación, etc.

Son situaciones de las que no debemos de sustraernos, tampoco podemos asumirlas todas, pero sí aquellas urgentes en el medio que nos encontramos, a partir de los dones y profesiones de la Iglesia, para saber que hacer al respecto. En ocasiones los cristianos se resignan y piensan que las cosas son como son y así tienen que seguir siendo, olvidando el poder de Dios, nuestro papel profético y nuestra responsabilidad cristiana (Lucas 12:43).

II. La contextualidad de la Palabra

¿Qué papel tiene la Palabra de Dios en nuestra vida y la vida de la Iglesia? ¿Cómo hace usted sentido a la Palabra de Dios? De la respuesta a estas preguntas depende su práctica cristiana. Reconozcamos que nadie llega en blanco o con una mente vacía a Cristo; llegamos llenos de pensamientos, prejuicios y suposiciones acerca de Dios. A partir de allí hacemos teología, pero hay que estar conscientes de nuestros propios sesgos históricos; porque como mexicanos tenemos una herencia cultural católica, españolizada y arábiga, un machismo exacerbado de afirmamiento y una comprensión dañada de la autoridad. Por lo anterior, el latinoamericano tiene una comprensión inadecuada de Dios, como un dios de juicio, de castigo, lejano, ausente y autoritario.

Pero veamos cómo es la divinidad. Dios se da a conocer en Jesús (Hebreos 1:2), Dios se contextualizó en Jesús (Hebreos 10:5-9) y Jesús se contextualizó (Juan 1:14) en un ser humano para servir y enseñar, para amar, pero también para aprender (Hebreos 5:8-9). Fue una contextualización mutua y radical, la encarnación del Hijo de Dios, quien habitó entre nosotros, porque se quiso hacer uno de nosotros; caminar nuestras calles, padecer nuestras enfermedades (Isaías 53:4), comer nuestras comidas, llevar el polvo de nuestra naturaleza humana en sus sandalias, practicar nuestros oficios, pero sobre todo encarnar y apropiarse de una humanidad íntegra, genuina y humilde, para que nadie le cuente lo que es llorar por un amigo muerto (Lucas 11:35), sentir indignación por el maltrato a los niños (Marcos 10:13-14), disgustarse por un comercio inmoral en los lugares sagrados (Juan 2:14-17) pero también para ser abrazado por esos ancianos a la entrada del templo cuando, siendo niño, sus padres lo llevaron a presentar (Mateo 2:25-38).

Si Jesús nos mostró a Dios (Juan 1:18; 14:9), entonces ¿cómo es Dios? Dios ama y le gusta la gente, y es capaz de viajar mucho para encontrarse con ella, no se escandaliza ni se asusta por el pecado de las personas, no etiqueta a nadie, tiene fe en la gente y cree que pueden cambiar, sabe relacionarse con cualquiera, le gusta servir a los demás, se interesa realmente por el ser humano, sabe ser buen amigo, conoce lo que significa amar a las muchedumbres y sacrificarse por ellas, es íntegro y no le gusta la hipocresía, no le gustan las injusticias de ningún tipo, es paciente, comprensivo, tiene valentía y confronta los valores equivocados del mundo, le encanta enseñar, predicar y sanar. Y sobre todo ama a: ancianos, mujeres, hombres, matrimonios, publicanos, pecadores; le gusta compartir la mesa con cualquier tipo de personas (Lucas 7:34). Y así debemos de ser nosotros. Hay personas que tienen en mal concepto a los cristianos como, amargados, aguafiestas, cortados, poco amigables y desinteresados de los problemas sociales de los demás, pero debemos de ser todo lo contrario para servir a nuestro prójimo en su contexto.

Pero también la Iglesia muestra a Dios: para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste (Juan 17:21, 1 Juan 4:14; Mateo 5:16). ¿Cómo es vista la Iglesia cristiana? Como una comunidad encerrada en el templo, no se relacionan con la sociedad, señalan todo lo malo de la cultura, pero no contribuyen a mejorarla, se escandalizan de todo, se relacionan sólo con los hermanos de su iglesia, no toman, no fuman, pero pueden ser chismosos, juzgones, presumidos e indiferentes.

Es fácil asumir que Dios es un Dios de ira, enojado, lejano, listo para acusar y castigar sin embargo Dios tiene emociones y nos las transmite, emociones de amor, de compasión, de un amor inconmensurable que nos tiene. Por ejemplo: le dolió su corazón (Génesis 6:6; Éxodo 32:14; 1 Samuel 15:35); He visto tu oración y visto tus lágrimas (Isaías 38:1-7); Mi corazón se conmueve dentro de mí, se inflama toda mi compasión (Oseas 11:8-9); … porque misericordioso es y clemente, tardo para la ira y grande en misericordia, y que se duele del castigo (Joel 2:12-14; Amós 7:3; Jonás 3:9-10).

Nuestro Señor Jesús decidió venir a nosotros encarnado, vestido de carne, hueso, sangre, pelo, saliva, sudor y lágrimas, pero no de cualquier carne, sino la de un carpintero, que no era una imagen de autoridad, poder o gloria. En ello podemos discernir que Dios nos muestra en Jesús el concepto que quiere que tengamos de Él, pero también el papel que debemos desempeñar. Además, Jesús siendo un hombre íntegro y sin pecado, y estando en posición de hacerlo, cuando tuvo oportunidad, no juzgó a los demás (2 Pedro 2:22; Hebreos 4:15; Lucas 7:36-50; Lucas 15; Lucas 19:1-10; Marcos 5:21-34; Juan 8:1-11).

Abraham J. Heschel, en su libro Los Profetas, nos dice que históricamente ha habido problemas con esta comprensión de Dios: «Clemente de Alejandría pensaba que Dios no tiene emociones de ningún tipo, y que, si uno era completamente liberado de emociones, entonces era como Dios. A Agustín de Hipona, la pasión de Dios en el Antiguo Testamento le molestaba, por lo que decía que seguramente eran problemas de traducción. Tomás de Aquino decía que era imposible que Dios cambiara de alguna manera. Por lo que la pasión era incompatible con su ser».

Heschel considera que la raíz de esas ideas es griega, y no sería la primera vez que los pensadores griegos se infiltraron en la teología cristiana, ya que Platón dividió el alma entre lo racional y lo emocional y que lo racional partía de lo divino y lo emocional de lo animal. En su comprensión Dios era racional y todo lo que era emocional no era compatible con Dios.

No obstante, Dios tiene emociones, y emociones fuertes. Pero su principal deseo es de vida y bendición para el ser humano y no de ira ni de destruir a nadie. Porque no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor; convertíos, pues, y viviréis (Ezequiel 18:32). Las emociones de Dios son un acto premeditado no para desatar su ira, sino para que ella se desvanezca por el arrepentimiento del ser humano:

En un instante hablaré contra pueblos y contra reinos, para arrancar, y derribar, y destruir. Pero si esos pueblos se convirtieren de su maldad contra la cual hablé, yo me arrepentiré del mal que había pensado hacerles, y en un instante hablaré de la gente y del reino, para edificar y para plantar. Pero si hiciera lo malo delante de mis ojos, no oyendo mi voz, me arrepentiré del bien que había determinado hacerle (Jeremías 18:7-10; Habacuc 3:2; Salmo 145:8-9). Por lo que podemos decir que la ira de Dios es instrumental, condicionada y sujeta a su voluntad: Por amor de mi nombre diferiré mi ira, y para alabanza mía la reprimiré para no destruirte (Isaías 48:9; Oseas 11:9).

Dios es un Dios de amor, y la gracia de Dios por el ser humano siempre ha estado ahí y también la hemos visto presente en el Antiguo Testamento.

Podemos ver que la Palabra nos insta a ser portadores de gracia y de buenas nuevas a nuestros conciudadanos (Lucas 4:18-19; Santiago 1:27), por lo que cada iglesia local, cada uno de los pastores y los miembros deben estar conscientes de que están ahí para servir a su contexto, y encarnar la realidad de la gente a quienes son enviados a servir, a ponerse en los zapatos de los que sufren para sufrir junto con ellos, para enjugar sus lágrimas, para ayudarlos a levantarse, para que salgan de las tinieblas a su luz admirable (1 Pedro 2:9). Pero no debemos hacerlo en nuestras fuerzas, sino en su Santo Espíritu, pero no podemos hacerlo a nuestro estilo, sino al estilo de Jesús quien dijo: Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis (Juan 13:15).

III. La Iglesia contextual

Existen dos posiciones al momento de evaluar una iglesia: Tenemos en nuestro medio, por una parte, las iglesias cristianas que se determinan como exitosas por sus resultados numéricos, y por otra, iglesias pequeñas que basan su éxito en la fidelidad del carácter piadoso.

Tener una Iglesia grande y un ministerio exitoso no significa necesariamente que le estemos dando la gloria a Dios en todo, pero ser una Iglesia fiel sin desarrollo no implica que Dios se complazca en ella. Debemos preguntarnos ¿no sería mejor forjar a partir de la Palabra y en función del grupo social al que vamos a servir, un modelo de Iglesia y de ministerio fiel a la Escritura y a nuestro ministerio? Dónde Dios nos lleve, a ser competentes y productivos (2 Corintios 3:5-6).

Jesús les dijo a sus discípulos que debían dar fruto, en esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos (Juan 15:8). La parábola del sembrador nos habla de que hay varios tipos de terrenos, pero también de la generosidad del sembrador que utiliza la «técnica del voleo» para sembrar. Ante lo cual algunos le dirían: ¡qué desperdicio de semillas! Pero también hay que comprender la prodigalidad de Dios, deseando que su alcance sea mayor, muy superior y que ninguna persona, sector, grupo social, etnia, etc., se queden sin la posibilidad de recibirla (Lucas 14:21-23).

Los que piensan que lo que Dios quiere de la iglesia es solo que sean piadosos, aunque sean poquitos, aunque no tengan alcance misionero, se podrán justificar auto-convenciéndose de que eso es la voluntad de Dios y evitarán hacerse preguntas difíciles y confrontantes mientras las personas de su entorno mueren de inanición espiritual. Pero por la otra parte, el éxito “por el éxito” tampoco es el criterio ni fundacional, ni funcional y último, porque no podemos ni debemos tener éxito a costa del Evangelio de Jesucristo y de reducir sus demandas lógicas y haciendo insípida su Palabra (Marcos 9:50), pero debemos ser competentes, debemos ser productivos, debemos de dar fruto.

Acerca de esta comprensión teológica cada iglesia, cada equipo local de líderes y cada Pastor, deben hablar con Dios y después esperar, y saber escuchar (1 Samuel 3:10-11; Hechos 9:6). No pretendamos que «nos las sabemos todas». En ocasiones caemos en este error y ponemos diques y fronteras en cuanto a la comprensión del evangelio e interpretamos algo que Jesús nunca puso ahí, queriendo transmitir el evangelio en un kit, en un paquete que lo hace cuadrado, lo entalla, lo limita, lo lastima o lo desdibuja. Es decir, un paquete cultural que desvirtúa sus intenciones reales, desde una práctica religiosa que, desgastada por el uso de los años, ha caído en la monotonía y ha dejado de transmitir la vida, la viveza, la alegría y la energía de la obra redentora de la cruz de Cristo.

Pregúntese, ¿cómo sus creencias bíblicas y doctrinales pueden relacionarse con el mundo de hoy? De ahí surge la visión teológica, de una profunda reflexión de la Palabra de Dios y de cómo se va a verter en el mundo moderno, en el contexto específico que le ha tocado vivir. Debemos hacer accesibles, entendibles y oportunas las verdades de la Palabra de Dios para las personas, a quienes Él nos ha enviado a servir.

Jesús rompió los esquemas teológicos de su tiempo y sus consecuencias lógicas de la vida práctica (Mateo 7:29); en cambio los fariseos, escribas y sacerdotes eran sumamente rígidos, pero a la vez cultos, inteligentes, racionales; pero históricamente inapropiados e irrelevantes. Sirvieron en su tiempo, pero quisieron encasillar a todos en su propio molde, en su propia comprensión, en su propio estilo de ser, de pensar, de vivir, de entender a Dios, y entonces se volvieron incomprensibles e intrascendentes para sus propios conciudadanos. Nosotros no podemos caer en ese error y debemos ser conscientes de nuestros filtros sociales, históricos, mentales y culturales para cuestionarlos, superarlos y no dejar que nos gobiernen en detrimento de la misión que Jesús nos ha dado de servir a las personas de nuestro contexto en su propio contexto.

No hay que aislarnos del mundo al que somos llamados a ganar. Hay cristianos que piensan que no es tan malo vivir aislados de los demás, ya que vivir en un mundo caído y seguir a Cristo es agotador y quizá lo mejor sería vivir como Antonio Abad quien se decidió por una vida ascética, alejada de la sociedad. Porque cada día leemos titulares que muestran lo conflictivo que puede ser el mundo y pareciera ser que pelear la buena batalla de la fe cada vez se vuelve más difícil con el tiempo. ¿No sería más fácil mudarme al desierto, y dedicarme a una vida de oración y no tener que lidiar con el mundo? Muchas veces este pensamiento nos tienta al momento de interactuar con la cultura general y nuestro entorno. en vez de hacernos presentes en las circunstancias del mundo con la palabra de Dios, a través de nuestras palabras y nuestras obras, y preferimos aislarnos en nuestra burbuja cristiana.

La relación del cristiano con la cultura

El Señor no nos llamó para vivir afuera de este mundo, sino en él (Juan 17:11-17); Cristo no nos quiere sacar del mundo y su contexto, de hecho, hay una cláusula de permanencia en esta declaración “No te ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal”. Tradicionalmente el cristiano se sustrae de la sociedad y la cultura diciendo: «Estoy en el mundo, pero no soy del mundo», que muchas veces suena a algo así: «estoy aquí, no me queda otra y me urge que venga Cristo, porque esta sociedad no me merece». Sin embargo, debemos de cambiar ese modelo de pensamiento con todas sus consecuencias por el siguiente: «No soy del mundo, pero estoy en el mundo».

Seamos sabios en el trato con nuestros semejantes (Lucas 16:8), seamos sabios al momento de abordar nuestros ministerios, para poder conectar con la gente, seamos sabios al discernir cómo hablar, qué ministerios emprender, qué folletos usar, qué ilustraciones usar, cómo relacionarnos con nuestro entorno, qué banderas enarbolar, qué luchas sociales adoptar, cómo acompañar en sus batallas a los enfermos, a los desposeídos, a las adolescentes embarazadas, a la madre que tiene un hijo con vicios o en la cárcel, al anciano abandonado, a los padres que les han violado a una hija, o desaparecido un hijo.

Mandatos: Cultural, espiritual y misionológico

¿Y cómo le hacemos para que la sal no se vuelva insípida? Hay que comprender que el primer gran mandato de todo cristiano es: amar a Dios y amar al prójimo (Mateo 22:37-39). El segundo mandato es el evangélico: Id y haced discípulos (Mateo 28:19-19), pero también hay otro mandato que no siempre observamos, es el mandato cultural: todo cristiano ha sido llamado a cuidar el jardín que el Padre ha creado, a través de sus habilidades, dones, vocación, y trabajo con excelencia para Su Gloria (Génesis 2:15; 1 Corintios 10:31; Colosenses 3:22-23; Génesis 1:28; 2:15).

El mandato cultural es cultivar, cuidar, sojuzgar, dominar, es tomar lo hecho por nuestro creador y hacer cosas con ello, es lo creativo de nuestra vida, no solamente lo artístico, sino el potencial de la imagen y semejanza que tenemos de parte de Dios para transformar el mundo de las cosas: como cuando encontramos curas a las enfermedades, leyes para proteger a los indefensos, cuando construimos nuestras casas y hasta cuando buscamos el lado amable de las cosas. Cada uno de nosotros aporta algo a la cultura de su entorno, seamos comerciantes, taxistas, empleados, empresarios, o cualquier profesión u oficio, y en todo ello adoramos a Dios, sirviendo con buena voluntad, como al Señor, y no a los hombres (Efesios 6:7). Porque el trabajo secular no es producto de la invención humana el trabajo secular realmente es un trabajo teológico que corresponde a la voluntad de Dios, de transformar el mundo (Éxodo 20:9).

¿Qué es la cultura? Dany Crouch dice al respecto: «La cultura es lo que los seres humanos hacen del mundo. En ambos sentidos. La cultura son las cosas que hacemos. Dios da un mundo lleno de fibras y hacemos ropa. Dios nos da un mundo lleno de madera y hacemos muebles e instrumentos. Dios nos habla y nosotros rehacemos idiomas. La cultura es el significado que hacemos. Este mundo no viene con una explicación, sin embargo, todos sentimos que debe significar algo. “Hacemos sentido del mundo haciendo cosas en el mundo”.»

¿Y cómo participamos de ella? Al entender que hemos sido llamados a cultivar este mundo, comprendemos que no es algo de lo que tengamos que huir. Ese es nuestro llamado como humanos de este planeta según Génesis 1 y 2, aunque obviamente se hizo más difícil a partir del capítulo 3; donde el ser humano en lugar de cultivar su jardín abusa de él, lo explota, lo acaba, lo contamina por su gula, su codicia y los apetitos de su carne, porque quiere ser poderoso, rico y famoso. Inclusive hay quienes no quieren trabajar pues piensan que el trabajo es una maldición, no un don de Dios para bendecir a otros (Génesis 2:15; Deuteronomio 5:13; 2 Tesalonicenses 3:10).

El cristiano puede y debe participar activamente generando cultura a su alrededor, y cultivar su jardín mientras mantiene su santidad. No trabaja solo para su bien, ha superado su posición egoísta e individualista y ha pasado a tener una comprensión más corporativa, porque hace florecer y fructificar a la sociedad de su alrededor. Y aunque finalmente no todos se conviertan al evangelio, la Palabra que habrá compartido libre y generosamente, dará su fruto en su tiempo, y hasta la que no dé fruto, habrá significado un cambio de modelo para aquellos que lo hayan escuchado. Como cristianos debemos de comprender que nuestro impacto será mucho mayor si asumimos nuestro papel en el mundo como sujetos históricos, contribuyendo al cambio y mejoramiento el mundo en todos los sentidos, que escondiéndonos de él.

Conclusión

Dios nos ha llamado del contexto a servir en el mismo contexto. Replanteemos nuestros ministerios, repensémoslos, reflexionémoslos. La iglesia, como la Cruz Roja, son instituciones cuyo propósito fundacional es servir a los que no son parte de ellos, a los enfermos, a los heridos.

Al acercarse a nuestros conciudadanos siéntase parte de ellos, no vaya a la defensiva, no se asuste de nada, sea de corazón abierto y de sonrisa generosa. Genere bendición en cualquier relación humana que tenga. Acérquese a la gente de la colonia, de la calle, visítelos en sus casas. Preocúpese realmente por ellos y que lo sientan, que no interpreten que usted va, solo porque quiere llevarlos a la iglesia. Sea generoso y misericordioso. Piense y estructure las estrategias de cómo se va a relacionar con ellos. En oración, considere qué pasaje bíblico expresa mejor el amor de Dios para esa persona que usted esté visitando, en particular. Genere iniciativas de justicia social en su entorno.

Seamos activistas del Espíritu Santo a favor del mejoramiento de las condiciones, espirituales, familiares, económicas, alimenticias de nuestra sociedad y ofrezcamos una visión fresca de la vida en Cristo Jesús. Hagamos que la gente aprecie que estemos en su colonia, que nos ame porque les somos útiles, porque somos de bendición en sus condiciones sociales. Hagamos actividades de esparcimiento espiritual para la colonia, para los niños, para los jóvenes, para los matrimonios, para los adultos mayores para que se cumpla aquel pasaje: …Y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la Iglesia los que habían de ser salvos (Hechos 2:47).

Referencia

1 https://www.hispanidad.com/sin-categoria/con-la-biblia-en-una-mano-y-el-periodico-en-la-otra_8054251_102.html

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Saldrá el sol de justicia

Saldrá el sol de justicia

Min. Avelardo Alarcón Pineda

Cuando el sol se oculta

Un gobernador, quien debía poner toda su atención en procurar el bienestar de la población que lo eligió, hacía fraude con empresas farmacéuticas, compraba agua en lugar de medicamentos para atender a niños pobres con cáncer; en consecuencia, muchos pequeños no recibieron el tratamiento médico que requerían. Un “pastor evangélico”, quien presumiblemente estaba allí para cuidar, guiar y acompañar a las personas, utilizaba su autoridad como “apóstol” para realizar toda una serie de actos de abuso sexual con personas de su denominación incluyendo menores de edad. Un gobernante decide que, ante las crecientes lluvias, se desvíe el cause de un río; provocando que una región en donde viven personas, que en su mayoría son pobres, se inunde para “salvar” una ciudad. Una empresa decide que, para no pagar impuestos excesivos, evitar el pago de prestaciones y la creación de antigüedad para los trabajadores, utilizará el mecanismo de outsourcing. En lugar de proteger a la población, un grupo de militares deciden realizar una matanza, y para no enfrentar consecuencias por su delito hace parecer que se enfrentó a un grupo de delincuentes en el que tuvo que responder para defenderse.

En medio de la pandemia actual. El jefe de recursos humanos llamó a Fernando a la oficina de la empresa para plantearle una propuesta debido a la contingencia: –Puedes elegir, le dijo,– la primera opción es que te enviemos a tu casa a descansar por un mes con el 20% de tu sueldo o que vengas a trabajar de manera normal pero solo te podemos pagar el 50%. Fernando, por supuesto, eligió la segunda opción. Muchas personas se han quedado sin trabajo y él prefiere conservar el suyo, aunque deba trabajar al 100% y solo recibir el 50% de su sueldo.

Patricia está en cuarto año de primaria y tiene dos hermanos en secundaria, su madre trabaja como empleada doméstica y representa su único ingreso económico porque su padre falleció cuando Patricia era pequeña. Las clases de la escuela son en línea y para poder tomarlas necesita su propia computadora y conexión a internet; la familia no cuenta con recursos para tener ambas cosas, así que Patricia lleva todo el tiempo de la pandemia sin poder continuar con sus estudios, lo mismo que sus hermanos.

Una persona se infecta con covid-19 y necesita suministro de oxígeno, para lo que requiere un tanque que le dura dos horas, cada recarga del valioso gas le cuesta doscientos pesos, por lo que el tratamiento de su enfermedad tiene un costo de dos mil cuatrocientos pesos diarios, lleva veinte días enfermo, su familia es muy pobre y cada día sufren angustia y dolor, ¿cómo van a mantener el tratamiento?

Felicia se dedica a vender tortas en un puesto callejero, es el único sostén de su familia y desde hace ocho meses no ha podido realizar sus ventas. Cuando llevaba dos meses de confinamiento se decidió a salir a la calle a vender su producto, pero la policía le recogió el puesto, por poco y la llevan a prisión.

Mariana y Rodrigo tenían una pequeña empresa en la que daban trabajo a cinco personas. Su emprendimiento iba muy bien y se sentían complacidos, pero desde que inició el confinamiento no pudieron continuar con el trabajo y sus ventas se redujeron dramáticamente. Su empresa se fue a la quiebra y encima se quedaron con muchas deudas con el banco, las cuales no tienen cómo pagar. El banco está por embargarles las únicas propiedades que les quedan.

Podríamos continuar con historias similares, las cuales se enumerarían por miles y no terminaríamos, cada una tiene muchos puntos en común con las otras, pero el que más destaca es el de la experiencia de injusticia. En un mundo en el que la supervivencia es el valor predominante, el más fuerte prevalece sobre el débil. Y en medio de nuestra realidad, el más fuerte se hace cada vez más fuerte y el débil se debilita más.

La pandemia actual ha agudizado una realidad que ya veníamos viviendo: la desigualdad y, en consecuencia, la injusticia se ha vuelto más clara, cruda y cruel. Millones de personas en el mundo experimentan injusticias cotidianamente y día a día se van acumulando nuevas manifestaciones en las que el trato injusto o la condición de desigualdad deja ver su flagelo, sobre todo hacia los menos favorecidos: los pobres, los débiles, los marginados, los menospreciados de la sociedad, los inocentes, los ancianos, los pueblos indígenas, los migrantes, entre otros.

La injusticia no es una práctica nueva, lamentablemente ha acompañado a la humanidad a lo largo de la historia y su presencia divide al mundo en dos: entre víctimas y victimarios. Esta división no es tan estricta ya que en general, debido al pecado, toda persona practica la injusticia de alguna manera. Así, todos somos en algún sentido victimarios y en otro somos víctimas. Esta realidad puede provocar un desánimo en las personas al ver que es imposible erradicarla de la vida, lo que nos llevaría a darnos por vencidos en la lucha por mantenernos libres de injusticia. Por un lado, el desánimo nos puede llevar a la desesperanza, a creer que en el mundo no habrá justicia y por otro lado a la frustración, al creer que de manera personal no podremos practicarla. Parece que en nuestro día, el sol se ha ocultado.

Un texto para desesperados

La escritura no ignora esta condición humana; al contrario, la justicia es uno de los temas más referidos en sus páginas, lo que nos permite ver una revelación muy grata acerca de Dios. Nuestro Señor no es indiferente a la injusticia, no es indiferente ante las víctimas ni ante los victimarios, no es indiferente ante la práctica de la injusticia ni ante sus causas y consecuencias. Para el Dios de la Biblia, la injusticia no es un tema superficial ni vago o sin valor; por el contrario: es un tema central.

El tema de la justicia es tratado principalmente en los escritos de los profetas. Para ellos, este es un tema primordial en la vida del pueblo de Israel, pues es en la justicia en donde se encarna la ley. Para los profetas, toda persona que desea mantenerse fiel a Dios debe colocarse del lado de la justicia, aunque su naturaleza caída le incline a la práctica de la injusticia; la fidelidad consiste en mantenerse en pie de lucha contra dicha inclinación y sobre todo inclinar el corazón hacia el Señor y su voluntad. También, la fidelidad consiste en mantener la esperanza a pesar de que las cosas se vean completamente adversas.

Los profetas plantean constantemente una visión extrema de las condiciones de injusticia y plantean algo así como: y si en este mundo todo fuera injusticia y no es posible cambiar algo al respecto, ¿vale la pena mantenerse fiel a Dios? ¿Vale el esfuerzo seguir promoviendo la práctica de la justicia? ¿Tiene sentido esforzarse en la esperanza de que esta realidad puede cambiar? Las respuestas de los profetas son extremas: aunque el creyente esté desesperado porque ve a los injustos multiplicarse y prosperar, aunque llegáramos al extremo de ver que la humanidad completa se pierde en la práctica de la injusticia, aunque todo esfuerzo por promover la justicia parezca infructuoso; todo trabajo y toda esperanza por causa de la justicia tienen sentido y serán satisfechos. Aunque aquí y ahora no pudiéramos ver algo provechoso, vendrá el día en que todo cambiará por la intervención definitiva de Dios.

Viene el día, un incendio se anuncia

El capítulo 4 de Malaquías, nos anima en sus primeros tres versículos a apropiarnos de una visión: viene el día. La visión es el incendio de un bosque en el que el fuego no deja ni raíz ni rama. Un incendio que devora todo a su paso y convierte a la tierra en un horno que todo lo consume. Ese día invertirá las condiciones: todos los que han gozado y disfrutado el fruto de la injusticia, de la maldad y de la soberbia se hallarán ante una experiencia opuesta: su disfrute se tornará en terror por situarse frente a la realidad del juicio de Dios. ¿Entonces cuál es la realidad?

La descripción que ofrecimos al principio de este artículo presenta lo que podríamos llamar: la realidad actual, la realidad que todos vemos y percibimos con los sentidos, esta realidad en la que la injusticia prevalece, se acrecienta y es celebrada por quienes ostentan mejores condiciones: los fuertes, los poderosos y los privilegiados. Esta realidad en la que crece el número de víctimas, quienes sufren, se desgastan y lamentan por la condiciones precarias, abusivas y opresoras en las que viven. Desigualdad, discriminación, falta de oportunidades, carencias producidas por el abuso y la imposición de unos pocos que afectan la salud, la alimentación, la seguridad, la ecología, el ingreso, el bienestar o el descanso, entre otras condiciones, de un enorme número de personas en el mundo.

¿Qué hacer ante la injusticia? ¿Enojarnos, amargarnos, indignarnos o buscar venganza? ¿Perder la esperanza, sentirnos frustrados o desesperarnos? ¿Debemos actuar o mantenernos impasibles ante ella?

El profeta Malaquías nos da su respuesta: debemos mantener nuestra mirada en esta visión: los injustos están destinados a la destrucción y este sistema injusto está destinado a ser aniquilado. Por tanto, no debemos comprometer nuestras emociones con esta realidad sino con la realidad que viene: ni enojo ni amargura o venganza sino resistencia. Mantenernos en el gozo de un futuro que viene y transformará todo. Asumir la firme decisión de ponernos del lado de quien manifestará la realidad victoriosa, no la que se hace visible a nuestros sentidos sino la que es revelada mediante la fe.

Es importante recordar que la visión de Dios es resultado de su amor. Malaquías 1:2 describe cómo el Señor ha elegido al más pequeño por amor. El Señor está del lado de los desheredados, los menores, los últimos. Esta verdad está vista en el hecho de que Dios eligió por amor a Jacob sobre Esaú: al pequeño lo hizo mayor, al desheredado le dio sus promesas, al último lo constituyó como primero. El Señor trastorna las estructuras del mundo por amor1, por tanto, quienes lo seguimos creyendo en Él seguiremos sus pasos y por amor seguiremos estando del lado de la justicia en la esperanza de que cuando venga aquel día muchos sean librados del fuego.

Ceniza que se pierde bajo las pisadas de los inocentes en una celebración

El profeta nos anima a tener una visión subversiva del mundo, un día amanecerá y habrá un incendio terrible que quemará toda maldad y hará desaparecer la injusticia dejando solo cenizas tras de sí. Ese día el justo se levantará para una nueva mañana en la que las diferencias en el mundo se invertirán, mientras que la injusticia es arrasada por ese fuego, para los justos el día brindará un brillo especial que les hará salir de sus casas como cuando ha pasado la lluvia y el sol brilla nuevamente. Y así como los becerritos brincan alegremente sobre una pradera tras salir el sol, los piadosos brincarán de alegría sobre la ceniza que se pierde bajo sus pisadas inocentes, ceniza que es lo único que quedará como recuerdo de la injusticia. Así lo ha dicho el Señor.

Brilla el sol de justicia

En medio del panorama actual es natural desesperanzarse. Multitudes claman hoy por justicia, multitudes se quejan hoy a causa de la gran cantidad de abusos que sufren por parte de quienes tienen mayor poder. El abuso no solo viene de las altas esferas de poder, está presente en el rincón de la cocina, en el seno de los hogares. La injusticia se gesta en la recámara, en la sala o el patio de la casa; se manifiesta de un cónyuge a otro, de un padre a un hijo o de un hermano mayor hacia el menor. Por lo que, aunque la injusticia se manifiesta así en lo más recóndito como en la vida pública, somos llamados a no perder la esperanza sino a mantener nuestra fidelidad intacta, a practicar, promover y esperar en la justicia como personas piadosas.

Si usted está desesperado o de-sesperada por causa de la injusticia, para usted es este mensaje; anhele la justicia, desee con todo su corazón que la justicia reine, promueva con todas sus fuerzas la práctica de la justicia hasta donde le sea posible, no acepte las injusticias que se han encrudecido en medio de esta pandemia como una nueva normalidad; desespere con hambre y sed de justicia2 pero no pierda la esperanza, porque a los que temen al Señor les espera un mañana diferente, para nosotros saldrá el sol de justicia y en sus alas traerá nuestra salvación (Malaquías 4:2).

Referencias

1 1 Juan 3:10

2 Mateo 5:6, 20.

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