Si uno cae el otro puede darle la mano
J. Carlos Arce Calvario
Si uno cae, el otro puede darle la mano y ayudarle; pero el que cae y está solo, ese sí que está en problemas (Eclesiastés 4:10, NTV).
La vida en comunidad es un regalo de Dios para el ser humano. Quienes hemos logrado establecer relaciones amistosas sabemos el valor de aquellas personas a quienes libremente hemos elegido llamar hermanas y hermanos.
Hace unos años, mi madre citaba aquel dicho popular que dice: “Dime con quién estás y te diré quién eres”, en clara alusión a mis amigos. Injustamente los hice responsables de muchas hojas de informes que detallaban mis acciones y comportamientos. Digo “injustamente” porque ella ignoraba que, en algunas ocasiones, yo era el instigador de acciones que derivaron en numerosos llamados de atención por parte de nuestros padres.
Con el paso de los años, ese dicho empezó a tener sentido al darme cuenta de que las personas que nos rodean influyen profundamente en nuestras vidas y, al mismo tiempo, nosotros influimos en las vidas de los demás. Pertenecer a una comunidad implica una responsabilidad compartida.
La vida en comunidad, especialmente en una comunidad cristiana, es un bálsamo en tiempos de angustia y necesidad. En él encontramos una familia que se niega a dejarnos rendir, amigos que nos apoyan cuando flaqueamos y hermanos que escuchan nuestras quejas con paciencia y ofrecen palabras de aliento o incluso de corrección cuando es necesario.
Ciertamente, la vida en comunidad no siempre es fácil. Encontramos diferencias y quizás actitudes que causan dolor. Sin embargo, nuestra iglesia debe ser un lugar para sanar y nutrir corazones, no para infligir dolor. Debemos mantener los ojos abiertos y los oídos atentos a las señales de nuestros amigos y hermanos en la fe que puedan estar atravesando dificultades, aunque no lo expresen explícitamente.
Aquellos de nosotros que hemos superado momentos de crisis sabemos que Dios a menudo habla a través de las palabras de hermanas y hermanos que tienen algo significativo que compartir. Hemos sentido el abrazo de Dios en los brazos de nuestros amigos y hemos encontrado consuelo en los hombros de nuestra comunidad.
No, no es bueno estar solo, y el autor del libro de Eclesiastés nos recuerda el profundo significado de la amistad y la importancia de llevar las cargas unos de otros. Se trata de dar la vida por nuestros hermanos y hermanas, así como Cristo se entregó a sí mismo.
La realidad es que a muchas personas que están sufriendo les resulta difícil establecer vínculos de amistad. Es aquí donde podemos intervenir aquellos de nosotros que hemos experimentado un dolor similar y hemos encontrado sanidad. Incluso si nunca hemos experimentado tal dolor, es una oportunidad para encarnar nuestra identidad cristiana y llevar curación a los afligidos y libertad a los corazones aprisionados por dolor y maldad. Seamos el amigo en quien otros encuentren un tesoro, un hombro sobre el cual llorar y el consuelo que Cristo, a través de nosotros, puede brindar.
Es hora de abrazar la bendición de llamarnos seguidores de Jesús. Es hora de entregarnos a quienes se sienten solos y en problemas. ¡Es hora de amar incondicionalmente, como lo hizo el Maestro en la cruz!