No apto para débiles

No apto para débiles

Por: Perla Esquivel
Profesora en el SEBAID

¿Qué necesitamos como individuos para que la iglesia crezca y se fortalezca?

Esa pregunta le hice hace años a una sabia anciana después de comentarle que había diferencias en la iglesia a la que recién me había integrado, lo cual me preocupaba. Para mi sorpresa, me contó que ella pasó por algo similar debido a una diferencia de opiniones, lo cual la llevó al grado de alejarse por el resentimiento que albergó en su corazón, recordando ese episodio como “el día que casi dejé la iglesia”.

Después de un año fuera, se dio cuenta de cuánto había perdido por hacerle caso a su ego herido y dejar de lado la comunión con los hermanos. Añadió: “Cuando oré por mi enojo y resentimiento hacia mis hermanos en la fe, Dios me mostró Efesios 4:1-3. Entonces le pedí que me ayudara a encontrar a las personas con las que necesitaba hablar”.

Agradezco a Dios porque hizo posible que se restableciera la relación con mis hermanos en la fe, a quienes no veía desde hacía un año. Ese fue el primer paso, pero hubo más. Con el tiempo, el Señor logró lo que anhelaba; más de una vez llegué a pensar que nunca volvería a tener comunión con mi iglesia. Sin embargo, Dios me mostró que debía cambiar y seguir el ejemplo de Jesús. Es ahí donde solo quienes deciden dejar la cobardía dan un paso adelante, actuando con valentía para ser dignos de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz (RV60).

Si maximizamos las diferencias, surgirán las divisiones

Toma un momento para reflexionar si has vivido una situación como la que se ha descrito. Quizá en algún momento has sido grosero(a), indiferente o has dicho una palabra desconsiderada cuando no estuviste de acuerdo con algún hermano o hermana, o tal vez alguien se ha portado así contigo. ¿Qué sentimiento te genera? Seguramente malestar, tristeza o preocupación, sabiendo que esas actitudes no reflejan el vivir en Cristo.

Es claro que no somos una iglesia perfecta. Tenemos diferentes formas de pensar y eso está bien; el hecho de que no compaginemos con ciertas opiniones o ideologías no nos hace enemigos. Por el contrario, nos permite reconocer que puede y debe haber unidad en la diversidad, fomentada por el respeto y el amor.

Una iglesia resistente, orgullosa e impaciente es aquella que difícilmente logrará avanzar en el reino de Dios. Se convierte en un cuerpo enfermo, incapaz de actuar según la comisión que nos ha sido dada por Cristo. En cambio, una iglesia mansa, humilde, paciente y amorosa desarrolla una actitud que refleja la gracia, lo que le permite superar obstáculos y dificultades en su caminar hacia la plenitud del Señor.

Lograr la unidad en la iglesia es primordial

En los primeros tres capítulos de Efesios, Pablo comienza revelando que Dios ha escogido, de entre judíos y gentiles, un pueblo para sí, unido en un solo cuerpo: la iglesia. Sin embargo, en el capítulo cuatro, versículo 1, Pablo les “ruega”. La palabra παρακαλέω (parakalō) se traduce como una súplica, un llamado con urgencia; es decir, está implorándoles que vivan de una manera digna de acuerdo al llamado que han recibido. Esta acción se refiere a la vida diaria, pues para los creyentes es un privilegio que nos fue dado al ser llamados por Dios. Nuestra manera diaria de vivir debe corresponder a la posición que se nos ha dado como hijos de Dios.

En los versículos 2 y 3 lo explica con más detalle. Vivir de una manera digna del llamado de Dios requiere ciertas características en nuestras vidas. En la medida en que estos elementos se reflejan en el diario vivir, andaremos de la manera que corresponda a lo que Dios ha hecho por nosotros. En el versículo dos menciona: con toda humildad (ταπεινοφροσύνης) y mansedumbre (πραΰτητος), con paciencia (μακροθυμίας), soportándoos unos a otros en amor.

Ahora bien, humildad (ταπεινοφροσύνης / tapeinophrosýnēs), según la RAE, es la virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento. Aquí podemos inferir que debemos vernos desde la perspectiva correcta, dejando de lado el orgullo, la soberbia y la arrogancia, reconociendo el valor de nuestro prójimo.

La segunda característica corresponde a la temática de este trimestre: la mansedumbre (πραΰτητος / praütētos), también traducida como consideración o apacibilidad. Hace referencia al dominio propio, la actitud pacífica y conciliadora que vemos encarnada en Moisés, quien fue descrito como “el hombre más manso de toda la tierra” (Números 12:3).

La tercera característica se refiere a la paciencia o largura de espíritu (μακροθυμίας / makrothymías) como una virtud activa, un llamado a soportar con calma las circunstancias negativas y nunca ceder ante ellas. Es cierto que, en la actualidad, la paciencia es entendida como la capacidad de esperar durante periodos prolongados; sin embargo, en la Biblia esta espera no es pasiva, sino que implica una actitud de seguir haciendo el bien, de no desmayar, de perseverar, confiando en que, a su debido tiempo, el Señor actuará de una manera maravillosa y especial.

Una vez que hemos desarrollado esas virtudes, podremos ser capaces de soportarnos unos a otros (ἀνεχόμενοι ἀλλήλων ἐν ἀγάπῃ) anteponiendo el amor que Dios ha tenido para nosotros, esforzándonos en buscar la santidad, ayudándonos mutuamente a superar el pecado, siendo comprensivos unos con otros sin juzgar ni condenar, sino llevando las cargas los unos de los otros y procurando guardar la unidad en el Espíritu, haciendo lo necesario para vivir en paz con todos.

No apto para débiles

La vida cristiana en comunidad nos permite conocer a personas diferentes a nosotros. Aunque eso pueda generar tensión, frustración y dificultades, también brinda una gran oportunidad para ver cómo nuestras diferencias se complementan al vivir la misión de Cristo en este mundo.

El llamado para vivir en la unidad del Espíritu nos libera del resentimiento y las quejas. Esto no significa que no puedan presentarse desafíos, pero nos permite soportar las faltas de los otros entendiendo que tenemos diferentes niveles de madurez espiritual, porque cuando nos toleramos, aprendemos y crecemos.

Por eso, este desafío es para mujeres valientes que deseen vivir de manera contracultural, no conformándonos con relaciones superficiales en nuestra comunidad de fe que al primer desacuerdo se dañan o rompen, sino interesándonos en formar vínculos que resistan los desafíos. Por ello, quiero invitarte a tomar acción en los siguientes ámbitos:

Ora por ese hermano o hermana difícil de amar: Quizá vino alguien a tu mente; también es probable que tú seas esa persona difícil para alguien más. Así que practica con humildad la oración por ese hermano o hermana, pidiendo a Dios que ponga en ti el verle con ojos de amor.

Busca la reconciliación: Atrévete a dar el primer paso. No es sencillo, lo sé, pero una vez que hayas orado, también pide al Señor que te guíe para tomar valor y llevarlo a cabo en el tiempo adecuado.

Sé honesta: Reconoce tus fallas. Resulta más fácil ver los errores en los demás que los propios, pero en un ejercicio de honestidad es sano revisar las palabras y/o acciones que pudieron dañar a tu prójimo.

Sé empática: Todos cometemos errores, pero es importante demostrar que, a pesar de eso, podemos mirar a nuestros semejantes con aprecio y respeto, sabiendo que todos somos hijos de Dios y que estamos en un proceso de crecimiento y transformación hasta llegar a la medida de la fe y la estatura del Señor Jesucristo.

Motiva a mantener la unidad: Es decir, debemos ser promotores de la paz. Debemos preferir siempre estar juntos y no divididos. Cuando apreciamos el sacrificio de Jesucristo y lo valoramos en profundidad, entonces estamos en posibilidad de comprender la importancia de estar unidos, pues así lo desea Él; esa es la voluntad de Dios para su iglesia.

En nuestra época posmoderna, ser iglesia es ir contra corriente, pues la sociedad promueve todos aquellos valores que hoy son considerados en alta estima, y resultan antivalores como la competitividad y la predilección del “yo” por encima del “nosotros”. Es el evangelio de Jesucristo el que nos exhorta a considerar a nuestros hermanos como más valiosos que uno mismo, y eso nunca ha sido sencillo; por supuesto, tampoco lo es en la actualidad.

Lograr la unidad con el cuerpo de Cristo nos permite influir en la sociedad como un reflejo resplandeciente del amor de Dios. La unidad entre el diverso pueblo de Dios es un testimonio maravilloso en un mundo fragmentado. Seamos mujeres fuertes en la fe, que promuevan la unidad, capaces de encontrar maneras de vincularnos y no dividirnos.

El amor que tengan unos por otros será la prueba ante el mundo de que son mis discípulos (Juan 13:35, NTV).

Bibliografía

• https://www.logosklogos.com/interlinear/NT/Ef/4/

• https://www.biblegateway.com/

Bonhoeffer, D. (2017). El costo del discipulado (1ª ed.). Peniel.

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Nuevos colores para pintar tu matrimonio

Nuevos colores para pintar tu matrimonio

Min. Avelardo Alarcón Pineda

Cuando hablamos de actitudes nos referimos a la “disposición” previa con la que afrontamos nuestras vivencias cotidianas y con las que construimos nuestras relaciones. En todos nosotros existe algo así como una paleta de colores que seleccionamos previamente para pintar un cuadro; dependiendo de los colores que hayamos elegido daremos vida a nuestra obra. Así, podemos elegir colores pastel o neón, fríos o cálidos, brillantes u opacos, entre otros.

Las actitudes son determinantes para el éxito o el fracaso de un matrimonio. Se conforman de sentimientos, valores, preferencias, gustos, motivos o intenciones que seleccionamos previamente para determinar nuestras conductas. Por eso, existen actitudes que resultan positivas para pintar matrimonios sólidos, como también las hay negativas, que entorpecen, enferman, dañan o destruyen la relación.

Las actitudes podemos situarlas en el corazón, son predisposiciones de la voluntad. Son mecanismos automáticos que vamos construyendo para responder favorable o desfavorablemente ante situaciones que se nos presentan. Estos los vamos definiendo conforme vamos creciendo y nos vamos formando a lo largo de la vida, con base en experiencias previas. Así, este mecanismo, es nuestra manera de decidir: ante este tipo de experiencias yo responderé de esta manera. Así, podemos concluir que las actitudes se aprenden, las tomamos de las experiencias y los modelos que nos rodean. Están arraigadas en lo más hondo e íntimo de nuestro ser. Veamos 15 colores (actitudes) que pintan un matrimonio:

1. El egocentrismo. Cuando tenemos una predisposición a colocarnos en el centro de la vida matrimonial, pintamos un cuadro en el que los demás giran a nuestro alrededor y nosotros estamos ubicados en el lugar de privilegio y de atención. De esta manera no existe relación de iguales ni de reciprocidad, sino de utilitarismo, la pareja o los hijos son valorados en la medida en que son útiles a nuestros propósitos y satisfacción personal. El egocentrismo es lo opuesto al amor, cuando determina nuestras decisiones no es posible entregarse a una relación de iguales.

2. Desprecio. Cuando tenemos una predisposición a despreciar a otros nos conducimos con falta de respeto, burlas o insultos. Esta actitud le comunica a la pareja que tiene un valor inferior, sus aportes, comentarios, decisiones o anhelos ocupan un lugar de menor importancia que los nuestros. Nuestra vida se llena de color, mientras que la vida de los otros está en las sombras.

3. Crítica destructiva. Cuando tenemos una predisposición a señalar constantemente los errores, defectos o limitaciones de nuestra pareja, sin reconocer sus aspectos positivos. Esta actitud se manifiesta en comentarios negativos frecuentes, juicios severos y una tendencia a magnificar las fallas. La crítica destructiva erosiona la autoestima del cónyuge y crea un ambiente de tensión constante donde la pareja siente que nada de lo que hace es suficientemente bueno.

4. Actitud defensiva. Cuando tenemos una predisposición a interpretar cualquier comentario o sugerencia como un ataque personal. Esta actitud se caracteriza por respuestas automáticas de justificación, contraataque o victimización. La persona defensiva no puede recibir retroalimentación constructiva y convierte cada conversación en un campo de batalla donde debe defender su posición, impidiendo el diálogo genuino y el crecimiento de la relación. Esta actitud surge de creer que el matrimonio es un campo de batalla, y todo lo que ocurre lo pintamos como una escena de conflicto.

5. Indiferencia. Cuando tenemos una predisposición a mostrar desinterés por las necesidades, sentimientos o experiencias de nuestra pareja. Se manifiesta en la falta de atención, escucha y respuesta emocional. La persona indiferente crea una distancia emocional que hace sentir al cónyuge invisible y sin importancia, destruyendo gradualmente la conexión íntima necesaria para un matrimonio saludable. Este cuadro se parece a las fotografías en las que el fondo está difuminado.

6. Evasión. Cuando tenemos una predisposición a huir de los conflictos, las responsabilidades o las conversaciones difíciles. Esta actitud se refleja en comportamientos como el silencio prolongado, el refugio en el trabajo o actividades fuera del hogar, y la negativa a abordar temas importantes. La evasión impide la resolución de conflictos y el desarrollo de intimidad en la relación. En este cuadro la pintura queda siempre inconclusa.

7. Manipulación emocional. Cuando tenemos una predisposición a usar las emociones como herramienta de control. Se manifiesta mediante chantaje emocional, culpabilización, victimización o amenazas sutiles. El manipulador utiliza colores de miedo, culpa o compasión para conseguir que su pareja actúe según sus deseos, destruyendo la confianza y la autenticidad en la relación.

8. Descalificación. Cuando tenemos una predisposición a invalidar las opiniones, sentimientos o experiencias de nuestra pareja. Esta actitud se expresa minimizando o ridiculizando lo que el otro siente o piensa, negando su realidad emocional y deslegitimando sus perspectivas. La descalificación constante destruye el color de la confianza del cónyuge en su propio juicio y percepción.

9. Resentimiento. Cuando tenemos una predisposición a guardar y alimentar heridas pasadas sin resolverlas. Esta actitud se manifiesta en el recuerdo constante de ofensas anteriores, la incapacidad de perdonar y la tendencia a usar el pasado como arma en los conflictos actuales. El resentimiento envenena la relación y bloquea la posibilidad de renovación y crecimiento. Es un cuadro lleno de rayones.

10. Comparaciones negativas. Cuando tenemos una predisposición a contrastar constantemente a nuestra pareja con otros, señalando sus deficiencias. Esta actitud se expresa mediante comentarios que destacan las cualidades de otros mientras menosprecian las del cónyuge. Las comparaciones negativas destruyen la autoestima y generan inseguridad en la relación. Pintamos un cuadro que siempre se ve inferior al del vecino.

11. Cerrados a la comunicación íntima. Cuando tenemos una predisposición a mantener barreras emocionales que impiden la vulnerabilidad y la apertura. Esta actitud se caracteriza por la resistencia a compartir sentimientos profundos, temores o necesidades emocionales. La falta de comunicación íntima impide la construcción de una conexión profunda y significativa. Pintamos un cuadro que no expresa su belleza y arte.

12. Control excesivo. Cuando tenemos una predisposición a supervisar y dirigir cada aspecto de la vida matrimonial y de nuestra pareja. Se manifiesta en la necesidad de tomar todas las decisiones, monitorear actividades y restringir la libertad del cónyuge. El control excesivo borra los colores de la individualidad y la autonomía necesarias en una relación saludable.

13. Celos excesivos. Cuando tenemos una predisposición a la desconfianza y la posesividad extrema. Esta actitud usa colores de sospechas constantes, vigilancia, restricciones sociales y acusaciones infundadas. Los celos excesivos envenenan la relación con inseguridad y paranoia, destruyen la libertad y la confianza mutua.

14. Negación de problemas. Cuando tenemos una predisposición a ignorar o minimizar las dificultades en la relación. Esta actitud se manifiesta en la resistencia a reconocer conflictos, la minimización de preocupaciones válidas y el rechazo a buscar ayuda cuando es necesaria. Los colores de la negación impiden el crecimiento y la resolución efectiva de problemas.

15. Falta de apoyo emocional. Cuando tenemos una predisposición a ausentarnos emocionalmente en la vida de nuestra pareja, sobre todo en momentos de necesidad. Se caracteriza por la ausencia de colores que reflejan empatía, comprensión y soporte en situaciones difíciles. Esta actitud deja al cónyuge sintiéndose solo y abandonado en sus luchas personales.

Un aspecto que debemos destacar de las actitudes es que estas pertenecen al mundo afectivo. Es decir, manifestamos actitudes negativas o positivas en la medida en que sentimos afecto o aprecio por la persona ante quien debemos responder: no mantenemos la misma actitud ante nuestros padres, nuestros hijos o nuestro cónyuge.

Igual de importante es reconocer que las actitudes también obedecen a relaciones de poder; no tenemos la misma actitud ante nuestro jefe que ante un subordinado, ante una autoridad que ante una persona común.

En tercer lugar, debemos notar que las actitudes pueden convertirse en predisposiciones pecaminosas. Nuestras actitudes, tanto pueden estar motivadas por el pecado, como pueden llevarnos a pecar. Sobre todo, en el caso de las actitudes negativas; pues estas, generalmente van en contra de la voluntad santa del Señor.

Las actitudes, como hemos señalado, son asuntos del corazón, tienen que ver con nuestra esencia íntima. Por lo tanto, no siempre somos conscientes de ellas, generalmente no nos damos cuenta de que estamos siendo movidos por esa predisposición, actuamos en “automático” y no percibimos que estamos actuando de esa manera.

Con base en lo anterior, podemos comprender la importancia que tiene la acción del Espíritu Santo en nuestra relación, ya que Él lleva a cabo tres acciones en nuestra vida:

1. El Espíritu nos hace conscientes de nuestras malas actitudes. El Espíritu Santo tiene un papel fundamental en la convicción del pecado (Juan 16:8). Por ello, como hizo David, necesitamos orar constantemente: Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad (Salmo 139:23-24).

2. El Espíritu nos lleva a desear las mejores actitudes. El deseo por mejorar y adoptar actitudes más positivas también es obra del Espíritu Santo. Pablo explica: los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu (Romanos 8:5-6). Esto implica que el Espíritu Santo nos guía hacia un anhelo por lo espiritual y lo bueno (Filipenses 2:13) y produce en nosotros un mejor fruto (Gálatas 5:22-23).

3. El Espíritu transforma nuestros corazones para cambiar nuestras actitudes. La transformación del corazón es una obra poderosa del Espíritu Santo. En Ezequiel 36:26 Dios promete: Y os daré un corazón nuevo, y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Esta transformación permite un cambio genuino en nuestras actitudes y comportamientos. Pues el Espíritu nos permite vernos como somos, tal y como ocurre cuando nos miramos en un espejo, pero no nos deja así, sino que nos va transformando a la imagen misma de Jesús (2 Corintios 3:18) y nos va renovando constantemente (Tito 3:5).

Estas tres acciones del Espíritu Santo funcionan de manera interrelacionada, de suerte que forman un círculo virtuoso:

• La consciencia de nuestras malas actitudes nos lleva al arrepentimiento y la búsqueda de cambio.

• El deseo de mejores actitudes nos motiva a someternos a la dirección del Espíritu.

• La transformación es un proceso continuo que requiere nuestra disposición a la acción del Espíritu Santo.

• La transformación que experimentamos nos lleva a una mayor consciencia de nuestras actitudes.

El itinerario hacia un matrimonio exitoso requiere una transformación profunda de nuestras actitudes, una tarea que no podemos lograr por nuestras propias fuerzas. Es aquí donde descubrimos el papel determinante del Espíritu Santo.

Es importante que reconozcamos que muchas de nuestras actitudes destructivas están profundamente arraigadas en nuestro corazón, formadas por años de experiencias y patrones aprendidos. Sin embargo, no estamos condenados a vivir encadenados a estos ciclos destructivos. El Espíritu Santo está impulsándonos a experimentar la nueva vida y es poderoso para transformar incluso las actitudes con raíces muy profundas de nuestro ser.

Anímense a dar estos tres pasos prácticos en cooperación con el Espíritu Santo:

1. Permitan que el Espíritu Santo ilumine esas actitudes que están dañando su relación. Como David, oren pidiendo que Dios examine su corazón. La verdadera transformación comienza con el reconocimiento honesto de nuestras áreas de necesidad. ¿Con qué colores cuentas para pintar tu matrimonio?

2. Respondan al trabajo de convencimiento que hace el Espíritu Santo con disposición al cambio. Él está generando en ustedes el deseo de desarrollar actitudes que edifican y fortalecen su matrimonio. Cultiven esos deseos santos que Él está sembrando en sus corazones. ¿Qué colores nuevos necesitas para pintar tu matrimonio?

3. La transformación de actitudes es un proceso continuo que requiere paciencia y persistencia. Confíen en que el mismo Espíritu que inició esta obra en ustedes es fiel para completarla. Manténganse sensibles a Su dirección y corrección diaria. ¿Comienza a cambiar los colores con los que estás pintando tu matrimonio? Pinta un matrimonio lleno de vida y felicidad.

Recuerden que el matrimonio es como un lienzo donde Dios quiere manifestar Su poder transformador. Que el Señor les dé por su gracia una nueva paleta de colores para cooperar con Su Espíritu en este proceso de creación y transformación.

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La gracia de Dios se renueva en cada fracaso

La gracia de Dios se renueva en cada fracaso

Min. Israel García López

«¿Cuán libre soy?

Preguntó el hombre a su creador:

Yo no puedo rechazar mi cuerpo.

Yo no puedo renegar de mis ancestros.

Yo no puedo desaparecer de mi entorno.

Yo no puedo escapar de mi tiempo.

Él contestó: tú no eres libre de tus condiciones, pero tú eres libre de elegir una actitud ante tus condiciones y eso es lo máximo que jamás he concedido.» ― Elizabeth Lukas.

El salmo 23 es claro al presentar una cosmovisión real de la vida, la vida está llena de altibajos, y no hay ser humano que escape de la constante tensión entre el control y el caos, entre la vida y la muerte, entre los fracasos y los aciertos, ya sea en el ámbito personal, profesional o espiritual, todos enfrentamos momentos de caída, de incertidumbre, y decepción. Sin embargo, en medio de esas experiencias difíciles, los creyentes pueden encontrar consuelo y esperanza en una verdad fundamental: la gracia de Dios se renueva en cada mañana, en cada crisis y fracaso. No somos libres de nuestras circunstancias y condiciones, pero sí de la actitud con la que nos enfrentamos a ellas; y nuestra actitud se fundamenta en nuestras convicciones acerca de la comprensión del carácter de Dios y de nuestra relación con Él.

¿Qué es la gracia de Dios?

Antes de profundizar sobre cómo la gracia se renueva en cada fracaso, es importante entender qué significa la gracia de Dios. La gracia es el favor inmerecido y libre que Dios otorga a las personas, es donación y plena generosidad. No es algo que podamos ganar ni merecer, sino que es un regalo divino que se manifiesta en su amor incondicional hacia nosotros.

En la Biblia, la gracia de Dios se describe como una fuerza poderosa que no solo perdona nuestros pecados, sino que también nos fortalece en nuestras debilidades, nos da esperanza en medio de la desesperación y nos guía hacia una vida plena y restaurada. Como dice el apóstol Pablo en 2 Corintios 12:9: Pero él me dijo: ‘Te basta mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad.’ Por lo tanto, gustosamente me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo.

La gracia de Dios en el fracaso

El fracaso, en muchas ocasiones, es un sentimiento de derrota, de incapacidad, o de haber caído en algo que no esperábamos. Pero lo que muchas veces no vemos en el momento de la caída es que, en esos fracasos, Dios se muestra aún más cercano, dispuesto a ofrecernos una gracia renovada. El pueblo de Dios a lo largo de su historia enfrentó varios fracasos, y en todo ello Dios siempre estuvo presente, estuvo con Adán y Eva al salir del Edén, con Caín después de violentar a su hermano, con su pueblo en el desierto después de su éxodo y también los acompañó en el exilio, Dios se exilia, se hace errante con su pueblo.

La gracia nos cubre cuando caemos

Cuando fallamos, es fácil sentirse desanimado y pensar que ya no hay oportunidad de volverlo a intentar. Sin embargo, la gracia de Dios no está limitada a nuestros éxitos; su gracia abarca también nuestras caídas. Al igual que el padre amoroso de la parábola del hijo que abandona su hogar (Lucas 15:11-32), Dios siempre está esperando con los brazos abiertos, dispuesto a perdonarnos y restaurarnos. Cada fracaso es una oportunidad para experimentar la gracia renovadora de Dios, que nos cubre y nos levanta. El pueblo de Dios, por medio de sus fracasos aprendió y maduró, sus creencias se perfeccionaron, a lo largo de la Biblia podemos ver este proceso progresivo; así mismo, podemos crecer al ver nuestros fracasos como oportunidad de mejora y ver cómo la misericordia y gracia de Dios se manifiestan.

La gracia nos enseña y nos moldea

El fracaso no solo nos muestra nuestras debilidades, sino que también nos ofrece lecciones valiosas. Dios usa nuestros fracasos para enseñarnos lecciones de humildad, paciencia, dependencia de Él y madurez espiritual. Como menciona Romanos 8:28: Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. En el proceso de restauración, la gracia de Dios nos moldea, fortalece y permite aprender de nuestras experiencias. La gracia no solo perdona, sino que también transforma nuestro carácter: transforma nuestros pensamientos, nuestras emociones y nuestra actitud.

La gracia es una fuente inagotable

Un aspecto único de la gracia de Dios es que nunca se agota. En momentos de fracaso, podemos sentir que hemos agotado nuestra capacidad de ser perdonados o de seguir adelante, pero la gracia de Dios es inagotable. Como dice Lamentaciones 3:22-23: Por la misericordia del Señor no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad. Cada día, independientemente de nuestros errores del pasado, la gracia de Dios se renueva. Este amor y favor divino no tiene fin; es constante, disponible y suficientemente fuerte para cubrir cada uno de nuestros fracasos.

La gracia nos impulsa a seguir adelante

El fracaso puede ser paralizante: Puede hacernos dudar de nuestras capacidades o incluso de nuestro llamado. Sin embargo, la gracia de Dios no solo nos cubre, sino que también nos impulsa a seguir adelante. Como dice Filipenses 3:13-14: Hermanos, no pienso que yo mismo lo haya alcanzado, pero una cosa hago: Olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está adelante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús. La gracia de Dios nos permite no quedar atrapados en el fracaso, sino mirar hacia el futuro con esperanza, sabiendo que Él está con nosotros en cada paso del camino.

El fracaso, en cualquiera de sus formas, es una experiencia desafiante y dolorosa para cualquier ser humano. Para los líderes, ya sea en el ámbito familiar, personal o ministerial, el impacto del fracaso puede ser aún más abrumador debido a la responsabilidad que recae sobre sus hombros. No obstante, un líder genuino tiene la capacidad de superar las adversidades, aprender de sus errores y transformar las lecciones difíciles en oportunidades para crecer y servir de manera más efectiva.

Ámbito familiar

La familia es uno de los pilares más importantes en la vida de cualquier persona, lo que se hace en familia repercute en todos los ámbitos. Cuando un líder enfrenta dificultades familiares, puede sentirse profundamente afectado. Las tensiones familiares, las crisis de pareja o los desafíos con los hijos pueden dejar una huella emocional significativa. Es necesario:

Practicar la vulnerabilidad: Un líder no debe temer mostrar su humanidad. Reconocer sus errores y limitaciones frente a su familia es el primer paso para reconstruir puentes de confianza. La honestidad y la apertura con la familia son fundamentales para sanar las relaciones rotas.

Buscar el perdón y ofrecerlo: El líder, en el afán de no faltar a su llamado y posición, puede relegar a su familia como última prioridad, esto lastima a la esposa y a los hijos. El perdón es un componente esencial en cualquier restauración. En muchos casos, el líder puede ser el primero en dar el paso hacia la reconciliación, ya sea pidiendo perdón por sus fallos o perdonando a los miembros de la familia. El perdón no solo libera a los demás, sino también a uno mismo. Es necesario recordar que a la persona ofendida puede tomarle más tiempo poder perdonar y hay que aceptar el ritmo de su proceso.

Establecer límites saludables: A veces, el fracaso en el ámbito familiar puede derivar de la falta de equilibrio. El líder debe aprender a establecer límites saludables, tanto en su vida personal como en su ministerio, para proteger su bienestar emocional y su relación con la familia. Primero es la salud marital y familiar, si esto está bien, lo demás será más fácil de enfrentar.

Ámbito personal

El fracaso personal es una de las experiencias más universales, y puede abarcar desde la pérdida de objetivos y metas hasta la lucha interna con la autoimagen y el autoconcepto. En este sentido, un líder puede seguir algunos principios clave para superar el fracaso personal:

El fracaso siempre es una oportunidad de crecimiento: En lugar de ver el fracaso como algo negativo, un líder sabio lo percibe como una lección valiosa. Cada error ofrece una oportunidad para el aprendizaje y el crecimiento personal. Este enfoque puede transformar lo que inicialmente parece un fracaso en una herramienta poderosa de desarrollo. La lluvia evidencia las fisuras del techo por medio de goteras, las goteras y la lluvia no son el problema; las fisuras son el problema. Los fracasos son la lluvia que anuncia que hay algo que reparar o resolver.

Buscar apoyo emocional: Los líderes no están exentos de las dificultades emocionales que pueden surgir después de un fracaso. A menudo, hablar con un mentor, consejero o amigo cercano puede ser crucial. La empatía de otros puede ofrecer una perspectiva fresca y la fuerza necesaria para seguir adelante. Cada pastor debe contar con un amigo pastor con quien abrir su corazón, para llevar mutuamente las cargas. La madurez se evidencia en la capacidad de pedir ayuda.

Restaurar la confianza en uno mismo: El fracaso personal puede erosionar la autoconfianza. Sin embargo, un líder debe trabajar en reconstruir esa confianza, recordando que el valor personal no depende de los éxitos o fracasos. Reconocer sus talentos, habilidades y logros previos puede servir como recordatorio de su capacidad para superar las dificultades. Así mismo, debe actualizarse el auto concepto, cada crisis nos da la oportunidad de redescubrirnos como nuevas personas, siempre hay algo que mejorar, dar paso a nuestra mejor versión como personas.

Ámbito ministerial

El fracaso en el ministerio, ya sea una crisis moral, desempeño deficiente en las funciones administrativas o una relación rota con los miembros de la congregación, puede ser uno de los fracasos más difíciles de manejar. Para los pastores, el desafío radica en mantener la integridad, la fe y el propósito en medio de las dificultades. Ante las crisis es necesario:

Volver a la visión y misión original: Los líderes ministeriales deben recordar el propósito más grande detrás de su vocación. A veces, el fracaso puede hacer que se pierda de vista la razón por la cual comenzamos en el ministerio. Reflexionar sobre nuestro llamado puede renovar la pasión y la claridad para continuar en la labor.

Desarrollar resiliencia espiritual: El fracaso ministerial puede generar conflictos teológicos y conflictos con el llamado. Es esencial que los líderes mantengan una vida espiritual sólida, fortaleciendo su relación con Dios a través de una espiritualidad sana. La resiliencia espiritual es la base para enfrentar cualquier desafío y tensión en el ministerio.

Buscar la restauración en la comunidad: El apoyo de la comunidad de fe es esencial en momentos de crisis ministerial. Los líderes deben estar dispuestos a recibir consejería y acompañamiento de otros colegas. No se trata solo de ofrecer apoyo a los demás, sino de reconocer que también necesitamos el cuidado y el acompañamiento de la iglesia.

En general, para los líderes que buscan superar el fracaso, ya sea en su familia, en su vida personal o en su ministerio, es necesario: la humildad de reconocer los errores y aprender de ellos; la paciencia para permitir el proceso de restauración, tanto personal como en las relaciones; la perseverancia, recordando que el fracaso no es el final, sino una oportunidad para empezar de nuevo.

El fracaso es una parte inevitable de la vida, pero no tiene por qué definir la vida de un líder. Superarlo requiere una combinación de humildad, resiliencia y una profunda fe en que cada dificultad puede ser transformada en una oportunidad para crecer. Los líderes se vuelven más fuertes, más sabios y más capaces cuando se ven a sí mismos como personas que también están en proceso de crecimiento. El fracaso nos recuerda nuestra necesidad constante de la misericordia de Dios. En esos momentos, cuando nos sentimos indignos o alejados, la gracia de Dios se convierte en el puente que nos conecta con Su misericordia. Es un recordatorio de que no estamos definidos por nuestros fracasos, sino por el amor incondicional de un Dios que nunca nos abandona.

La gracia de Dios no es solo un concepto teológico abstracto, sino una realidad vivida que se renueva cada día. Cada caída, cada error, cada dificultad es una oportunidad para experimentar la gracia de Dios de una manera más profunda. Al entender que su gracia nunca se acaba y que se renueva constantemente, podemos enfrentar el fracaso con la seguridad de que no estamos solos y que el fracaso no tiene la última palabra. Dios nos cubre, nos restaura, nos transforma y nos impulsa hacia adelante, siempre recordándonos que, aunque fracasemos, Su gracia es más grande que cualquier error. En Él, hay segundas, terceras y las oportunidades que necesitemos para seguir caminando y creciendo.

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Más allá de la elección de canciones

Más allá de la elección de canciones

Por: Hazael García

La música ha sido parte integral de la adoración desde los tiempos más antiguos. En la Biblia, vemos cómo los salmos y cánticos eran utilizados para alabar a Dios, y cómo instrumentos y voces se unían para crear momentos sagrados. Sin embargo, reducir la función de la música en la adoración simplemente a seleccionar canciones sería subestimar su verdadero poder y profundidad. La música es un medio profundo y poderoso que trasciende la melodía y las letras; es un lenguaje espiritual que nos conecta con Dios y nos permite expresar nuestras emociones y pensamientos más íntimos.

El poder de la música en la adoración radica en su capacidad para facilitarnos una conexión más profunda con Dios. La música tiene una cualidad única para trascender las barreras del lenguaje, lo que nos permite comunicarnos con Dios a un nivel más allá de las palabras. Cuando cantamos, podemos expresar emociones que muchas veces no somos capaces de verbalizar: gratitud, asombro, lamento, arrepentimiento o esperanza. Por ejemplo, el uso de un himno solemne puede guiar a una comunidad en momentos de lamento y súplica, mientras que una canción con ritmos alegres puede reflejar la celebración de la bondad de Dios.

En muchos momentos de la vida, nos encontramos con situaciones en las que nuestras emociones son demasiado complejas para explicarlas con simples palabras. La música proporciona una vía para canalizar estos sentimientos, ayudándonos a procesarlos y a presentarlos ante Dios. Por esta razón, los diferentes estilos y géneros musicales pueden cumplir funciones variadas en el contexto de la adoración, dependiendo del estado emocional y espiritual de quienes participan.

Cada comunidad de fe tiene su propia identidad musical, y esto está influenciado por la cultura, la tradición y las preferencias individuales. Lo interesante es que diferentes estilos musicales pueden contribuir a diferentes aspectos de la adoración. Por ejemplo, el uso de música contemporánea con ritmos modernos y dinámicos puede resonar con congregaciones más jóvenes, ayudándoles a conectar con Dios a través de un lenguaje musical más cercano a su día a día. Estas canciones tienden a centrarse en temas como la confianza en Dios, la gracia y la adoración colectiva.

Por otro lado, los himnos tradicionales tienen una estructura más formal y, a menudo, contienen teología profunda en sus letras, lo que puede invitar a la reflexión y la meditación. La música clásica o coral, en sus momentos más sobresalientes, puede elevar el espíritu hacia una experiencia de adoración más contemplativa, centrada en la reverencia y el asombro.

Además, géneros como el góspel, ofrecen una rica herencia musical que combina pasión y profundidad espiritual. Este estilo, a pesar de ser antiguo, sigue siendo un poderoso vehículo de adoración en la actualidad, recordándonos que la música tiene el poder de trascender generaciones y modas.

Estrategias para los jóvenes en el liderazgo de adoración

Para los jóvenes que desean involucrarse en el liderazgo de adoración, es importante comprender que su papel va mucho más allá de simplemente tocar música. Se trata de crear un ambiente en el que toda la comunidad pueda acercarse a Dios y experimentar su presencia. A continuación, se ofrecen algunas estrategias clave:

1. Selección de canciones que reflejen verdades bíblicas: No todas las canciones más aceptadas necesariamente tienen un contenido teológico sólido. Un líder de adoración debe ser cuidadoso al seleccionar canciones que no solo sean musicalmente atractivas, sino que también reflejen fielmente las verdades bíblicas. Es esencial que las canciones que se canten en la iglesia guíen a la congregación hacia una mayor comprensión de la Palabra de Dios.

2. Creación de un ambiente auténtico de adoración: La autenticidad es crucial en la adoración. Un buen líder debe ser consciente de las necesidades espirituales de la comunidad. En lugar de simplemente imitar lo que está de moda en otras iglesias, es importante buscar formas genuinas de conectar con Dios a través de la música. Esto puede implicar la creación de momentos de silencio, oración o lectura de citas bíblicas entre las canciones.

3. Diversificar el repertorio musical: La diversidad en los estilos musicales puede enriquecer la experiencia de adoración. Incluir diferentes géneros y ritmos no solo refleja la variedad dentro del cuerpo de Cristo, sino que también permite que diferentes personas puedan conectarse con Dios de manera más profunda a través de la música. No se trata de complacer a todos, sino de entender que diferentes momentos de la vida espiritual requieren diferentes expresiones musicales.

4. Preparación espiritual y técnica: Servir en el ministerio de adoración requiere tanto preparación espiritual como técnica. Es fundamental que los jóvenes líderes de adoración no solo practiquen sus habilidades musicales, sino que también dediquen tiempo a la oración y al estudio de la Palabra. La música es un medio para adorar a Dios, y un corazón alineado con Él es esencial para guiar a otros de manera efectiva.

La música en la adoración es mucho más que una simple elección de canciones. Es un medio a través del cual podemos expresar nuestras emociones más profundas y conectarnos con Dios de maneras que las palabras no siempre permiten. Los diversos estilos musicales, desde los himnos tradicionales hasta las canciones contemporáneas, tienen un papel valioso en la vida espiritual de nuestras comunidades de fe, ya que cada uno aporta una dimensión única a la experiencia de adoración.

Para los jóvenes que desean servir en este ámbito, es vital entender la responsabilidad que conlleva el ministerio de adoración. Se trata de seleccionar música con propósito, crear un espacio auténtico de conexión con Dios y, sobre todo, guiar a la congregación en una experiencia de adoración que sea significativa y bíblicamente sólida. La música tiene el poder de transformar corazones y mentes, y, cuando se utiliza correctamente en la adoración, se convierte en un poderoso puente que podemos cruzar para experimentar la presencia de Dios.

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Un memorial es más que un recuerdo

Un memorial es más que un recuerdo

Min. Ausencio Arroyo

Y tomó el pan y dio gracias, y lo partió y les dio, diciendo: Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí (Lucas 22:19).

La fe es sobre todo confianza. Tener fe en Dios consiste en confiar en que el Dios eterno y majestuoso se ha manifestado, y que busca ser experimentado por los humanos como el ser santo y compasivo que dice ser. La fe implica un ámbito relacional que vivencia ese encuentro con lo divino, y posee también un aspecto racional que busca comprender el sentido de ese encuentro, el significado de su presencia, sus gestos simbólicos y sus palabras.

La fe cristiana comprende que hay ciertas cosas que son verdad, que podemos confiar en ellas y que iluminan nuestra percepción de la realidad, guían nuestras decisiones y acciones. Para la fe cristiana la experiencia religiosa se origina en la iniciativa del propio Dios, quien se nos manifiesta y nos declara sus principios de vida. Por tanto, no se trata solo de realizar actos que tengan la connotación de lo religioso, sino que estos actos sean establecidos, en su sentido y forma de realización concreta, por Dios mismo en su revelación.

Los actos religiosos posibilitan y describen el encuentro con lo sagrado y eterno. Cuando esta vivencia se reflexiona y se expresa en conceptos y actos, entonces se convierte en nuestra experiencia de Dios. Las experiencias deben ser puestas en palabras que conformen conceptos que describan lo que se percibe de Dios, a fin de comprenderlo y proclamarlo. Los conceptos teológicos, es decir, lo que se dice sobre Dios, definen lo que creemos y entendemos sobre Él y enuncian la manera de experimentarlo. Puestos en conjunto, estos conceptos remiten a posturas sobre Dios, el cosmos, el ser humano y la vida en sí; sin embargo, los conceptos teológicos no crean, más bien, describen e iluminan la realidad espiritual del creyente.

Haced esto en memoria de mí

Comer pan sin levadura y tomar el fruto de la vid para recordar a Jesucristo.

Hacia el final de su ministerio terrenal, previo a su pasión y muerte, Jesús entregó a sus seguidores la indicación de preservar la memoria de esto, revelando que su crucifixión no era solo una muerte más de la historia, sino que tenía el profundo sentido de sacrificio divino. Les indica comer y tomar alimentos de su cotidianeidad, trigo y uvas, para darles un valor simbólico. Ambos elementos debían ser quebrantados, previo a su consumo, para convertirse en sustento diario de sus cuerpos. Los granos de trigo debían ser molidos para transformarse en harina y luego en pan; del mismo modo, las uvas eran machacadas, en esos tiempos muchas veces con los pies, para extraer su jugo y obtener el dulce líquido que deleitaba el paladar.

El postulado bíblico de recordar los eventos históricos de la intervención salvífica de Dios tiene un sentido de reapropiar los beneficios del acto realizado. Tanto el griego anámnesis como el hebreo Zakkarion (conjugación qal: zakar) se traducen como memorial. El concepto plantea un doble mensaje: por un lado, hacer presente el pasado; y, por otro, hacer partícipe al creyente del presente en un acto del pasado. Con base en las indicaciones del memorial de la pascua, Éxodo 12:14, 13:3-16 y Deuteronomio 6:23, el participante del acto simbólico se deberá incluir entre los testigos o receptores originales del pacto: Y Moisés dijo al pueblo: Tened memoria de este día, en el cual habéis salido de Egipto, de la casa de servidumbre, pues Jehová os ha sacado de aquí con mano fuerte… Y lo contarás en aquel día a tu hijo, diciendo: Se hace esto con motivo de lo que Jehová hizo conmigo cuando me sacó de Egipto. Y te será como una señal sobre tu mano, y como un memorial delante de tus ojos, para que la ley de Jehová esté en tu boca; por cuanto con mano fuerte te sacó Jehová de Egipto. Por tanto, tú guardarás este rito en su tiempo de año en año (Éxodo 13:3a, 8-10).

El acto simbólico reconoce la intervención divina. Cuando se dice que Dios recuerda a su pueblo, lo salva. El practicante del memorial se sentirá incluido en la liberación, porque su efecto le ha alcanzado. La redacción de las explicaciones que se deben dar a los niños sobre su identidad de pueblo bendecido contiene esta postura: Cuando mañana te pregunte tu hijo, diciendo: ¿Qué es esto?, le dirás: Jehová nos sacó con mano fuerte de Egipto, de casa de servidumbre… Te será, pues, como una señal sobre tu mano, y por un memorial delante de tus ojos, por cuanto Jehová nos sacó de Egipto con mano fuerte (vv. 14, 16).

Sin importar el paso del tiempo, las generaciones posteriores de creyentes estaban contadas en la intervención divina. Así podemos comprender, por el memorial de la Cena, que ustedes y yo estábamos incluidos en el sacrificio de la cruz. Los participantes de los emblemas somos trasladados al evento histórico de la muerte sacrificial de Jesucristo. Es un memorial porque es Cristo mismo quien nos convoca, nos une en familia espiritual, sustenta y da sentido al encuentro como pastor de su pueblo. Como sacerdote oficia el sacrificio que trae reconciliación y esperanza. La comunidad de creyentes no es dueña de los símbolos, no usa sus palabras ni crea sus gestos simbólicos, más bien, los recibe como don de la iniciativa de Dios.

El pasado puede mirarse con nostalgia, evocar recuerdos y despertar sentimientos, pero puede ser solo un acto mental sin trascendencia. Sin embargo, cuando se afirma que la Cena del Señor es un memorial implica que reconocemos la suficiencia del sacrificio de Cristo, hecho de una vez y para siempre; no es necesario hacer nuevos holocaustos, basta rememorar el evento histórico conformado por la muerte, resurrección y ascensión del Hijo de Dios como sucesos únicos e irrepetibles. Es un verdadero memorial porque Cristo se hace presente en los emblemas, son su cuerpo y su sangre. El acto al que remite proclama la donación de su vida para reconciliarnos con el Padre.

Repetir un acto para rememorar un encuentro original es más que el recuerdo de un evento del pasado. En su etimología latina, recordar significa “volver a pasar por el corazón” (re: de nuevo y cordis: corazón). El acto de la Cena nos da la comprensión de que en el sacrificio de Cristo nosotros ya estábamos en su corazón; cuando fue a la cruz Él ya pensaba en nosotros. No se trata de repetir una cena cualquiera, se trata de conmemorar una cena única e irrepetible. Nuestra Cena del Señor nos conecta con el evento histórico que nos da sentido de pertenencia e identidad. Tenemos vida en Dios gracias al cuerpo de Cristo que fue quebrantado para nosotros. Somos restaurados a su imagen y semejanza por la fuerza de su gracia que moldea nuestro carácter. Su victoria en la cruz crea la esperanza de victoria sobre nuestra vulnerabilidad y mortalidad.

Hacer memoria por medio del pan y el vino es comprender el estado de angustia y soledad que experimentó Jesús ante la traición de un seguidor, las burlas de los curiosos y los verdugos, las flagelaciones corporales, la cobardía de los suyos, la negación de un “amigo”, y el silencio del Padre, para revalorar la mirada tierna de Dios sobre sus criaturas y comprender el profundo amor que llevó a Jesús hasta la muerte en la cruz por quienes no lo merecíamos. Al activar la memoria se mantiene viva la experiencia, conectando nuestro presente con el acontecimiento histórico que trasciende los tiempos.

Más que un recuerdo, la presencia real de Cristo en los emblemas de la Cena

Yo soy el pan que da vida. Sus antepasados comieron maná en el desierto, pero de todas maneras murieron. Aquí está el pan que baja del cielo. El que lo come, no muere. Yo soy el pan viviente que bajó del cielo. Si alguno come este pan, vivirá para siempre. Este pan es mi cuerpo y lo entregaré para que la gente pueda tener vida. Entonces los judíos comenzaron a discutir entre sí. Se preguntaban: —¿Cómo va a hacer ese para darnos a comer su propio cuerpo? Jesús les dijo: —Les digo la verdad: si ustedes no comen la carne del Hijo del hombre y beben su sangre, no tendrán la verdadera vida dentro de ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el día final. Mi carne es comida verdadera y mi sangre es bebida verdadera. El que come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo vivo en él (Juan 6:48-56).

¿Cómo se debe interpretar las expresiones de “mi carne” y “mi sangre” en el acto de la Cena del Señor? Se han dado varias respuestas:

La doctrina de la transubstanciación. Quienes enseñan esta doctrina toman en el sentido más literal posible las palabras “esto es mi cuerpo” y “esto es mi sangre”. La creencia es que cuando el Señor pronunció estas palabras transformó el pan y el vino sobre la mesa en su propio cuerpo y en su propia sangre, y luego los dio a los apóstoles. Sostienen que los sacerdotes, debido a la sucesión apostólica, tienen el poder de hacer un cambio similar por medio de la oración de consagración y del pronunciamiento de las mismas palabras. Afirman que las características del pan y el vino permanecen, es decir, que el pan sabrá como pan y el vino como vino, pero la sustancia que subyace en ellos cambia, de modo que el pan no sea más pan sino el cuerpo de Cristo, y el vino no sea más vino sino la sangre de Cristo. Siendo que la sangre está incluida en el cuerpo, el laicado solo recibe el pan, y el sacerdote recibe el vino.

La doctrina de la consubstanciación. El reformador Lutero protestó contra la doctrina romana de la transubstanciación, pero conservó, de manera objetiva, el valor salvador de la ordenanza. En este sentido, aceptó las palabras de la institución en su significado literal, pero negó que los elementos fueran cambiados por la consagración. Mantuvo que el pan y el vino permanecían igual, pero que en, con y debajo del pan y el vino, el cuerpo y la sangre de Cristo estaban presentes en el sacramento para todos los que participaran, no solo para los creyentes. De aquí que, con el pan y el vino, el cuerpo y la sangre de Cristo serían recibidos literalmente por todos los comulgantes. Siendo que la presencia de Cristo está solo en los elementos consumidos, los remanentes no son otra cosa que pan y vino. Afirma que la bendición es dada a los que participan en fe.

La doctrina como rito conmemorativo. El reformador suizo Ulrico Zuinglio, contemporáneo de Lutero, objetó a la interpretación literal de las palabras de la institución como lo enseñaba Lutero, y mantuvo en su lugar que cuando Jesús dijo “esto es mi cuerpo” y “esto es mi sangre” empleó una figura de lenguaje en la cual el signo se pone por la cosa señalada. En vez de que los elementos representen la presencia real, son más bien signos del cuerpo y de la sangre ausentes de Cristo. Por tanto, la Cena del Señor ha de considerarse meramente como una conmemoración religiosa de la muerte de Cristo, pero con una adición: que tiene el fin de producir emociones y reflexiones de apoyo, así como fortalecer el dominio de la voluntad.

La doctrina de la presencia espiritual de Cristo en los elementos. No es la bendición pronunciada la que hace un cambio en el pan o en la copa; sino que para todos los que se unen con disposición apropiada en la acción de gracias pronunciada por el oficiante, en el nombre de la congregación, Cristo está espiritualmente presente; de modo que ellos, verdadera y enfáticamente, pueden experimentar que son participantes de su cuerpo y de su sangre, porque su cuerpo y su sangre, por estar espiritualmente presentes, comunican la misma nutrición a las almas y la misma vivificación a su vida espiritual, como el pan y el fruto de la vid proveen a la vida natural. El pleno beneficio de la Cena del Señor es peculiar a aquellos que dignamente participan de ella. Aunque todos los que comen el pan y toman el vino que representan la muerte del Señor pueden también recibir vivencias devocionales, solo aquellos en quienes Jesús está espiritualmente presente reciben alimento espiritual por medio de su participación de los emblemas.

A partir de las palabras de Jesús “Esto es mi cuerpo” (Marcos 14:22), observamos una transignificación del elemento material a la verdad espiritual. El pan de la Cena trae el cuerpo de Cristo al presente, esa presencia es real, pero no literal. El significado del acontecimiento se hace presente una vez más a partir de la acción de gracias y la bendición. De manera similar, el “recuerdo” (anámnesis) de 1 Corintios 11:24-25, según el trasfondo judío, no era simplemente un recuerdo mental ni la repetición real de algo, sino la conmemoración de un evento pasado para vivir su experiencia y recordarlo para participar de sus actos redentores. La liberación histórica es irrepetible, pero sus efectos se reafirman.

En el pensamiento bíblico, incluido el alimento, algo es santificado para un propósito dado “por la palabra de Dios y por la oración” (1 Timoteo 4:5). De manera similar, los efectos de la conmemoración se logran debido a la designación de Dios de lo que se debe hacer (declarado por la Palabra de Dios) y la intención humana de hacer lo designado (expresada por la oración). En el contexto de la Cena del Señor esto significa que el pan y el vino ahora tienen una función diferente a la que tienen como alimento de mesa, su propósito en el memorial de la entrega de Jesús es traer el perdón. En este contexto judío de pensamiento y práctica, los primeros cristianos partieron el pan y bendijeron la copa; al hacerlo, revivieron el momento en que Jesús estuvo presente personalmente, en sus asambleas, el cuerpo y la sangre de Jesús ofrecidos en la cruz y sus efectos se hicieron reales.

Los emblemas alientan la esperanza

Los emblemas sagrados son puntos de intersección entre la gracia y la fe, son el encuentro de una gracia que desciende de Dios y se derrama sobre los participantes de los actos representativos. Cuando comen el pan y beben el vino, los elementos se hacen eficientes en la fe del creyente. En términos doctrinales se puede decir que: la gracia es causa y la fe es condición. Sin la presencia de Cristo en el pan y el vino no habría contenido espiritual. Sin la fe del participante ni el pan ni el vino producen efecto. A través de la conmemoración de la Cena, el Señor expresa su deseo de permanecer con su iglesia, haciéndose presente por la fe en la Palabra y los emblemas (símbolos sagrados) que apuntan, en un sentido, al momento histórico del sacrificio y, por otro, a la promesa de una humanidad renovada por su amor. Así, la iglesia se mantiene confiada en la esperanza bienaventurada de la manifestación gloriosa de quien venció la muerte (Tito 2:13).

La Cena del Señor alienta la esperanza y confianza en el triunfo final sobre el pecado y la muerte, por la resurrección de Jesucristo que trae restauración y transformación a la creación entera. La fe que se alimenta de la fuente de vida resiste a la tentación de una resignación estéril. La Cena es para la comunidad cristiana y para el mundo una garantía de que los poderes destructores y las realidades hostiles no tienen la última palabra. Dios intervendrá con su amor y poder para cambiar las cosas.

La Cena del Señor se centra en la esperanza cristiana no solo de forma doctrinal sino también ética. La venida de Jesús trajo esperanza al mundo. Cumplió el deseo de Israel por la venida del Mesías (Lucas 1:31-33, 54, 68-69; 2:29-32; Juan 1:41). Sin embargo, muchos israelitas no aceptaron a Jesús y cooperaron en su muerte. A pesar de esta aparente derrota, resucitó de entre los muertos y envió al Espíritu Santo a obrar en el mundo. Su venida en el Espíritu fue la promesa de su regreso en gloria (Apocalipsis 3:11; 22:7, 12, 20).

Los primeros cristianos creían que Jesús vendría pronto y clamaron con el apóstol: “Señor nuestro, ven” (1 Corintios 16:22). Los creyentes contemporáneos debemos continuar esperando que Cristo venga pronto porque una esperanza diferida propicia corazones desamparados y decepcionados. La Cena del Señor es una fiesta de amor y alegría que se come con fe en que el reino de Dios ha venido y está por venir (su plenitud). Jesús celebró la Última Cena como la última comida con sus discípulos antes de comer y beber con ellos en el reino de Dios (Marcos 14:25): quiso que la cena se celebrara como la comida “entre dos eras”, celebrando la nueva era del “ya”, que está superando la vieja del “todavía no” (1 Corintios 10:11). Por tanto, es una cena escatológica, “hasta que él venga” (1 Corintios 11:26).

En el tiempo de la Cena experimentaremos una noche diferente. Esa noche es singular porque Dios trajo la liberación plena. El ser humano siendo incapaz de resolver sus problemas esenciales permanecía cautivo bajo el poder del pecado. Solo el amor sacrificial de Cristo le pudo traer al universo entero la verdadera reconciliación. Lo que parece un acto violento e insensible constituye la expresión más profunda de amor sublime, y lo que parecía la mayor debilidad divina fue la victoria sobre todos los poderes rebeldes. Pablo escribió: y despojando a las potestades y autoridades, las exhibió en un espectáculo público, triunfando sobre ellas en la cruz (Colosenses 2:15). Para nosotros, este tiempo debe ser de inmensa gratitud por la liberación que nos ha sido otorgada como regalo del Dios de amor. Su don infinito ha pasado por alto nuestras rebeliones, perdonó nuestra arrogancia y egoísmo y nos quitó el temor. Es más que un recuerdo.

La Cena del Señor no es solo un rito conmemorativo, pues la persona conmemorada está presente y activa.

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Guiados por el espíritu

Guiados por el espíritu

Min. Ángel Erazo Pineda

En el marco de una reunión con el equipo del liderazgo pastoral de la iglesia local, y al mencionar que la Iglesia es guiada por el Espíritu Santo y sostenida por la presencia de Jesucristo, uno de los líderes con cierta angustia en su rostro y preocupación por desarrollar su liderazgo encargado por la congregación, hizo la siguiente pregunta: “¿Cómo saber lo que es ser guiado por el Espíritu Santo?”; además de él, otra hermana que se encontraba sentada junto a él asintió con la cabeza, demostrando que la pregunta era compartida y también sentía la misma necesidad por comprender el sentido de la afirmación.

De pronto, al revisar la mayoría de los documentos rectores de nuestra iglesia encontramos este enunciado, dando por entendido que todos los creyentes que integran la Iglesia comprenden las implicaciones de lo que significa ser guiados por el Espíritu; sin embargo, dada la experiencia presentada al inicio del texto, seguramente aún encontramos líderes o creyentes que se pueden estar cuestionando sobre el significado de ser guiados por el Espíritu.

El presente artículo tiene como propósito recordar a los lectores que el Espíritu Santo guía al creyente en su proceso formativo basado en el estudio de la Escritura, al enseñarlo, redargüirlo, corregirlo e instruirlo.

También lo que se busca con el presente artículo es reconocer que, como creyentes, es necesario contar con un proceso formativo de manera continua, teniendo presente que la lectura de la Escritura no es para informar, sino para formar a las personas con la ayuda del Espíritu Santo.

Si la espiritualidad se distorsiona, se distorsiona la comprensión de las Escrituras.

En el prólogo del Fundamento Doctrinal de la Iglesia de Dios (7° Día) se hace un breve análisis del contexto actual que las personas viven debido a su espiritualidad.

Es una espiritualidad subjetiva. La verdad se mide por la experiencia vivencial y subjetiva del individuo; ya no se busca la verdad religiosa que toca el entendimiento escritural sino la verdad interna del sujeto. La conciencia individual es lo que determina todo lo religioso.

Es una espiritualidad emocional. Estamos en una época en donde prevalece el “emocionalismo”; hay una sobrevaloración de la afectividad, se da la primacía a lo sensible por encima de la razón y el pensamiento lógico. Esta emocionalidad considera a la intuición como un modo de conocimiento primario y fundamental.

Es una espiritualidad tribal. Se considera a la comunidad como la fuente de todos los valores morales y espirituales porque en todo y todos los demás, hay un desmoronamiento de las estructuras institucionales. La comunidad se vuelve excluyente ya que suele calificarse como la única portadora de la verdad.

Es una espiritualidad sincretista. El sincretismo posmoderno se manifiesta en la aceptación de elementos extranjeros, y en la revitalización de tendencias arcaicas, el florecimiento de la demonología, la astrología, las supersticiones, las creencias y prácticas teúrgicas (poder de los ritos). Por ejemplo, alguien puede ser cristiano y creer en la reencarnación o tener una religiosidad light que evade el carácter celoso de Dios, que empequeñece la gravedad del pecado, excluye del Reino toda referencia al dar cuentas a Dios y que predica a un Cristo solo en su aspecto de gloria, sin ninguna relación con el sufrimiento.

En medio de esta realidad contextual sobre la espiritualidad, resulta complejo que las personas recurran a la Palabra escrita, la Biblia, de manera acertada, pues todas las influencias e incorrectas interpretaciones de lo que es la espiritualidad, o, viviendo en medio de espiritualidades construidas a modo, si la espiritualidad se distorsiona, también se distorsiona el acercamiento y comprensión de las verdades contenidas en las Escrituras.

La necesidad de seguir recurriendo a la Escritura

Vivimos en una realidad bombardeada de información, una gran variedad de dispositivos electrónicos con acceso a internet, redes sociales, sitios web, documentos impresos y medios televisivos, nos mantienen en un constante contacto con información de todo tipo, que inevitablemente influye en nuestras creencias y perspectiva que se tiene del mundo y sus situaciones.

Cada vez es más complicado saber identificar cuál o cuáles fuentes de información son formativas y cuáles deforman; a veces, de manera inconsciente aceptamos y adaptamos a nuestros conocimientos ideas y tendencias que marcan nuestro ser y hacer, sin siquiera cuestionarlas o filtrarlas para saber si son benéficas o no.

Por eso, el reto de tener una correcta formación en ideas, principios, creencias y criterios, implica que tenga que ser un proceso de formación bien pensado y consciente, de lo contrario, solo se estará aceptando información que distorsione la percepción de la realidad y una incorrecta toma de decisiones.

El teólogo Daniel Rebolledo (2023) afirma que en las mismas Escrituras, específicamente en el Nuevo Testamento, se describe a la Biblia como alimento; en el Evangelio según Mateo en su capítulo 4 y versículo 4 comenta que, Jesús dijo: Escrito está: no solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que salga de boca de Dios. Mientras que el escritor del libro de Hebreos comenta que la Palabra de Dios es como leche y alimento sólido (Hebreos 5:13-14). Los cristianos necesitan alimentarse de aquello que nutre su vida espiritual; no se puede pretender sobrevivir sin ningún tipo de alimentación.

Entendiendo que la Biblia es el alimento para los cristianos, es necesario mencionar que en el año 2021, Especialidades 625 organizó una convocatoria online llamada “Iglesia Next”, en la cual se realizó una Consulta Iberoamericana acerca del estado del trabajo con las nuevas generaciones en las iglesias cristianas. En esta consulta, una de las preguntas se refería a la lectura bíblica, la interrogante decía: ¿Cuántas veces lees la Biblia en la semana? Un total de 3233 pastores y líderes de más de 20 países respondieron de la siguiente manera: el 31% lee la Biblia más de 5 veces por semana, otro 29% dijo que la lee alrededor de 3 veces o al menos una vez, y un 11% respondió que no ha leído la Biblia por cuenta propia durante mucho tiempo.

Aquí estamos hablando de pastores y líderes de iglesias, lo cual es preocupante. Si los líderes de las diferentes comunidades no leen la Biblia, ¿qué podemos esperar de la comunidad en general? Puede sonar osado o atrevido, pero es una realidad que se debe exponer: en la actualidad nos encontramos ante una época en la que hay seguidores de Jesús que no leen su Palabra, lo cual podría considerarse un analfabetismo bíblico.

El analfabetismo bíblico es un síntoma que se genera cuando la comunidad que gira en torno a la Biblia, es decir, la Iglesia, no la estudia, lo que lleva a un desconocimiento de lo que esta dice.

La dirección del Espíritu Santo en la formación del creyente

Schweizer E. (1984), hace un tratamiento completo sobre lo que es y cómo participa el Espíritu Santo en la dirección de las personas; él afirma que Juan tal vez fue quien con mayor profundidad reflexionó acerca de lo que es el Espíritu Santo; por eso insiste continuamente en lo mismo con una monotonía tremenda: el Espíritu nos otorga, en las palabras de predicación de los discípulos, la visión de Jesús; lo que los profetas veterotestamentarios vivieron en circunstancias excepcionales de la irrupción del Espíritu de Dios, se ve completado y superado por el único hecho que contradice a toda comprensión humana: que el Espíritu nos lleva a contemplar a Jesús con nuevos ojos y a descubrir que Dios trata de venir a nosotros precisamente de esa manera.

También para Pablo, Jesús es ante todo el Crucificado y el Resucitado. ¿Qué es el Crucificado?, quiere decir que la fuerza de Dios se revela en la debilidad; por eso Pablo pone de relieve de una manera tan intensa que el Espíritu incorpora a los hombres al cuerpo de Cristo y que Él comunica sus dones, de tal manera que cada uno necesita de los demás y que nadie puede pensar que lo posee todo e incluso que, con su don, se halla por encima de los otros. Así, pues, el Espíritu edifica la comunidad, funda la comunión, porque libera a los hombres de considerarse a sí mismo como el centro y la norma. Que Jesús es el resucitado significa que el hombre piadoso no vive todavía donde vive Cristo y que, por tanto, todavía no está en la plenitud del reino (no como lugar geográfico sino como dimensión). Precisamente a la comunidad se le otorga en alta medida la sobriedad que ve al mundo realísticamente con sus necesidades y miserias y así puede padecer con él. Pero como Dios no deja que su creación fracase y quiere completar alguna vez lo que nosotros solo podemos realizar de un modo fragmentario, en humanidad, justicia y atenciones mutuas, por eso todo lo fragmentario adquiere su sentido. Así el Espíritu, según Pablo, otorga la comunión, la libertad y la esperanza.

¿Qué es lo que significa el Espíritu Santo hoy?

Ante todo, se puede afirmar simplemente: el Espíritu Santo nos hace estar abiertos a Jesús; la comunidad percibió esto de tal manera que ella al principio solo veía al Espíritu Santo en Jesús; y luego puso de relieve que fue Jesús el que, como Resucitado, le proporcionaba el Espíritu y finalmente en Pablo y, con mayor intensidad todavía en Juan, vio como una acción decisiva del Espíritu el hecho de que él había hecho viviente a Jesús para ella. Si un hombre empieza a comprender que el modo como vivió y murió Jesús, que al principio le parecía tan sin sentido, es aquel que le podía poner nuevamente en orden con Dios, entonces opera allí el Espíritu Santo. Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre… lo que Dios nos ha revelado por su Espíritu… a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, locura los gentiles, pero para los llamados… poder y sabiduría de Dios (1 Corintios 2:9-10; 1:23 24).

Ya en el Antiguo Testamento, y mucho más en el Nuevo, nos vemos impulsados cada vez más hacia la vinculación del Espíritu y Palabra. El Espíritu preserva a la Palabra de convertirse en la simple repetición del pasado; Él nos hace ver las necesidades de los hombres actuales y de ahí nos impulsa a preguntarnos qué es lo que la antigua palabra trata de decirnos de nuevo hoy; esto alerta para escuchar lo que, por ejemplo, descubren los análisis sociológicos y lo que proyectan los programas sociales, aun cuando ellos proceden de sectores muy distintos de los de la iglesia. Y, al revés, la Palabra salvaguarda al Espíritu para que no sea solo una fuerza difusa e indeterminada. Ella define ciertas líneas fundamentales imprescindibles de la voluntad divina y, al mismo tiempo, nos recuerda los límites de los planes y posibilidades humanas. Así, pues, el Espíritu suministra la fuerza creativa para el futuro, que la Palabra hace que se haga viva de una manera nueva e insospechada; y así también, por el contrario, la Palabra proporciona al Espíritu la claridad que nos recuerda la voluntad de Dios y nuestros límites, y nos preserva de la peligrosa media-verdad de la utopía.

El mismo Schweizer afirma también que de esta manera volvemos a aquello que se decía anteriormente acerca de Jesús: en Él vive toda la historia del Israel del Antiguo Testamento, con todas sus tentativas de entender el Espíritu de Dios, ahora se realiza y se cumple esto; toda la vida de Jesús y, sobre todo su muerte, no es otra cosa que un permanente contar con Dios, del cual, sin embargo, nunca dispone él arbitrariamente; esto le proporciona aquella inaudita libertad que hace que los publicanos y las prostitutas se hallen en su sociedad; esto eliminó los límites que se hallaban establecidos entre él y aquellos, y estableció la comunidad de mesa, que, en la última cena, se hizo más evidente que en ninguna otra parte. Esto se mostró como dirección de Dios, que le condujo a la cruz contra todos los deseos y los planes humanos. Él no eliminó nada de la cruz, sino que pudo exclamar: “¿Por qué me has abandonado?”, pero también afirmó a Dios mientras oraba: “¡Dios mío, Dios mío!”. Él, en su actuación terrena, habló en muchas parábolas del reino de Dios que vendría, e incluso se entregó en sus manos cuando, al parecer, no quedaba ya ningún futuro para él mismo y para el movimiento que trataba de desarrollar. Así experimentó Él que el futuro pertenece a Aquél que le resucitó de entre los muertos, y con ello, le hizo Señor de todos aquellos a los que ha de seguir llamando el Espíritu.

Siendo enseñados, redargüidos, corregidos e instruidos bajo la dirección del Espíritu

En 2 Timoteo 3:16-17: Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra. Pablo exhortó a Timoteo: Continua en estas cosas porque la Biblia viene de Dios y no de hombre. Esto es un libro inspirado por Dios, espirado del mismo aliento de Dios. Recordemos que es posible creer en la inspiración de la Biblia en principio, pero negarlo en la práctica; esto lo hacemos al imponer nuestro propio significado en el texto en lugar de dejar que hable por sí mismo; hacemos esto al poner más de nosotros en el mensaje que lo que Dios dice; esto lo hacemos al interesarnos más en nuestras opiniones cuando predicamos que en explicar y proclamar lo que Dios ha dicho; esto lo hacemos cuando hacemos un mediocre estudio y exposición. Por lo contrario, honramos a Dios y su Palabra cuando, mientras sea posible, dejamos simplemente que el texto explique y enseñe por sí mismo.

Y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia. Pablo exhortó a Timoteo a continuar en estas cosas porque la Biblia es útil, y útil de muchas formas: Útil para enseñar, para decirnos qué es verdadero acerca de Dios, el hombre, el mundo en el que vivimos, y el mundo que ha de venir. Útil para redargüir, para corregir, con la autoridad para reprendernos y corregirnos; todos estamos bajo la autoridad de la Palabra de Dios, y cuando la Biblia expone nuestra doctrina o nuestra conducta como equivocada, estamos equivocados. Útil para instruir en justicia, nos dice cómo vivir en verdadera justicia; Pablo sabía que era la verdadera justicia en lugar de la falsa y legalista justicia en la que él dependía antes de su conversión.

Todo esto quiere decir algo muy simple: nosotros podemos entender la Biblia; si la Biblia no pudiera ser entendida, no habría nada útil de ella.

A fin de que el hombre de Dios sea perfecto. Cuando vamos a la Biblia y dejamos que Dios nos hable, nos cambia, nos lleva a la perfección y nos transforma. Una manera en que la Biblia nos transforma es a través de nuestro entendimiento. Romanos 12:2 dice: No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta. Cuando dejamos que la Biblia guíe nuestro pensamiento, nuestras mentes son renovadas y transformadas, así que realmente empezamos a pensar de la manera en la que Dios piensa.

Para que esto sea realidad es necesario que la Palabra de Dios tenga autoridad sobre cada creyente, y solo con la dirección del Espíritu Santo, la Escritura divina tendrá sentido y valor en la vida de las personas, de lo contrario solo será un texto más.

La dirección del Espíritu para formar a los creyentes

El Espíritu Santo desempeña un papel crucial en la comprensión de la Palabra escrita en la Biblia. A continuación, se detallan las principales formas en que ayuda a los creyentes a interpretar y aplicar las Escrituras.

1. Comprensión espiritual: La comprensión de los textos bíblicos no se limita al significado literal. El Espíritu Santo proporciona discernimiento espiritual, sin su intervención. Los seres humanos pueden interpretar erróneamente las Escrituras debido a su naturaleza pecaminosa y su alienación de Dios (Efesios 4:18). El apóstol Pablo enfatizó que las cosas espirituales se disciernen espiritualmente (1 Corintios 2:14), lo que indica que el entendimiento profundo requiere la guía del Espíritu.

2. Generación de deseo: El Espíritu Santo despierta en los creyentes un deseo de conocer y aplicar la Palabra de Dios en sus vidas. Esto incluye la capacidad de ver cómo las enseñanzas bíblicas son relevantes para situaciones cotidianas y decisiones personales; sin esta motivación divina, las Escrituras pueden parecer irrelevantes o distantes.

3. Convicción y enseñanza: Además de guiar en la comprensión, el Espíritu Santo también convence a los creyentes de su necesidad de seguir las enseñanzas bíblicas, infundiéndoles esperanza y propósito (Romanos 8:26-27). Este proceso incluye traer convicción sobre el pecado y guiar hacia una vida que refleje los principios del reino de Dios.

El Espíritu Santo fomenta una comunidad entre los creyentes al guiarlos hacia una comprensión compartida de la verdad bíblica. Esto crea un ambiente donde se puede discutir, aprender y crecer juntos en la fe.

En resumen, el Espíritu Santo no solo inspira las Escrituras, sino que también actúa como guía, maestro e intercesor, facilitando así una comprensión profunda y transformadora de la Palabra de Dios.

Referencias bibliográficas.

Fundamento Doctrinal de la Iglesia de Dios (7° día), Versión septiembre del 2023.

Rebolledo D. (2023). Viejas Escrituras para nuevas generaciones, El lugar de la Biblia en la teología cristiana, en Teología en tiempos de TikTok, Ed. e625. Dallas, Texas.

Schweizer E. (1984). El Espíritu Santo. Ed. Sígueme, Salamanca.

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Adoración renovada: una vida de entregay frutos.

Adoración renovada: una vida de entrega y frutos.

Min. Derick Jaramillo

Jonathan Edwards expresó: «El amor de Cristo fue de tal manera que se entregó a sí mismo por nosotros, su amor no consistió meramente en sentimientos, ni en esfuerzos ligeros, ni en sacrificios pequeños, sino que mientras nosotros éramos sus enemigos, aun así Él nos amó de tal manera que tuvo un corazón para negarse a sí mismo y asumir los esfuerzos más extraordinarios y pasar por los peores sufrimientos para beneficio nuestro, Él renunció a su propia comodidad y tranquilidad e interés y honor y riqueza, y se hizo pobre y despreciado, y no tuvo donde descansar su cabeza, y lo hizo por nosotros; cuando se trata de amar, Cristo Jesús es nuestro modelo a seguir, Él se hizo sacrificio vivo por nosotros, y cuando se trata de adorar, Cristo también es nuestro modelo a seguir quién nos capacita para honrar a Dios con toda devoción y todo nuestro ser» (Edwards, 1738/2002).

La renovación hacia una vida de adoración en el Espíritu es un llamado profundo que cada uno de nosotros, como creyentes, debemos atender con el corazón abierto. En el tiempo de postpandemia que aún vivimos, donde se nos ha endurecido un poco a todos el corazón por tantas pérdidas, es sumamente necesaria una renovación de nuestra persona e iglesia mediante una vida que adora con todo lo que somos, en todo lo que hacemos. El apóstol Pablo, en Romanos 12:1-2, nos presenta un mensaje poderoso que nos invita a transformar nuestra vida a través de la adoración.

Pablo escribe a la iglesia en Roma en un contexto muy particular. En medio de la diversidad cultural y la presión social de la ciudad, esta comunidad de creyentes enfrentaba desafíos significativos: desde la persecución, muerte, y hasta las divisiones internas. La iglesia, compuesta tanto por judíos como por gentiles, formaba un crisol de tradiciones y creencias. Según el comentarista C. E. B. Cranfield, “la comunidad cristiana en Roma era un crisol de diversas tradiciones culturales y teológicas, lo que la hacía vulnerable a disputas internas sobre la identidad y la práctica de la fe” (Cranfield, 2004).

Pablo, al dirigirse a ellos, no solo busca aclarar la doctrina de la salvación, sino también exhortar a los creyentes a vivir de manera coherente con su fe. Su llamado a la renovación espiritual se convierte en un ancla para una iglesia que lucha por mantener su identidad y propósito en Cristo. En medio de estos desafíos, Pablo les recuerda que la adoración genuina puede y debe ser un elemento central de su vida comunitaria.

Romanos 12:1-2 (NVI)

Por lo tanto, hermanos, les ruego que, por las misericordias de Dios, ofrezcan su cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. Ese es el verdadero culto que deben rendir. No se amolden al mundo actual, sino transfórmense mediante la renovación de su mente, para que comprueben cuál es la buena, agradable y perfecta voluntad de Dios.

La adoración como estilo de vida

Cuando Pablo invita a los romanos a ofrecer sus cuerpos como sacrificio vivo, nos está recordando que la adoración es más que un acto aislado; se trata de un estilo de vida que refleja la devoción a Dios en cada acción, evoca la obediencia a Cristo. Alguien escribió: «La fuerza se mide en kilos, la velocidad en segundos, pero la entrega a Dios no la podemos medir, pero sí ver sus frutos». Este pensamiento nos recuerda que, aunque no siempre podemos cuantificar nuestra entrega, sus resultados son evidentes en nuestras vidas y en la comunidad que nos rodea. La adoración genuina trae consigo frutos que se manifiestan en relaciones sanas y un compromiso profundo con los principios del reino de Dios.

En este contexto, es fundamental que entendamos que Pablo no solo está hablando de una adoración que se limita al canto en la iglesia; está hablando de una vida que se entrega a Dios en cada rincón de nuestra existencia. N.T. Wright menciona que “la comunidad cristiana en Roma necesitaba entender su identidad como un pueblo llamado a reflejar la gloria de Dios en medio de una cultura que se oponía a ella” (Wright, 2004). Al hacerlo, Pablo resalta la importancia de vivir de manera que nuestras vidas se conviertan en un testimonio de la gracia y el amor de Dios.

La adoración se manifiesta en cada acción, la cual puede ser un acto de adoración si está enfocada en honrar a Dios y reflejar su carácter en nuestras vidas. El autor John Stott enfatiza que «la verdadera adoración implica rendirnos a Dios en todo lo que somos y hacemos, lo que transforma nuestra vida cotidiana en un acto de adoración» (Stott, 1994). Esta perspectiva amplía nuestra comprensión de lo que significa adorar y evidencia la renovación que busca Pablo para la iglesia en Roma.

El concepto de adoración también implica renuncia y entrega. Como creyentes, estamos llamados a despojarnos de nuestro ego y de nuestras quejas, lamentos y reproches. No podemos adorar a Dios plenamente si nuestras mentes y corazones están atados a lo negativo. Pablo nos exhorta a ser transformados por la renovación de nuestra mente (Romanos 12:2).

La palabra griega ἀνακαινόω” (anakenóō), que se traduce como “renovar”, implica un proceso continuo de transformación en nuestra mente y vida. Este cambio no es superficial, es una metamorfosis interna que nos lleva a una nueva forma de pensar y vivir. Por otro lado, la entrega, representada en el término griego sōma (σῶμα), significa “cuerpo”, y nos invita a ofrecer cada parte de nuestra vida a Dios, convirtiendo nuestra adoración en un sacrificio vivo, santo y agradable.

La adoración, entonces, no es solo un acto ritual, sino una respuesta profunda y continua a la gracia de Dios en nuestras vidas. Te invito a reflexionar sobre tu propia vida: ¿Hay áreas que necesitan renovación? ¿Estás permitiendo que la adoración transforme tus acciones cotidianas? A medida que nos comprometemos a adorar con todo lo que somos, en todo lo que hacemos, podemos experimentar la renovación que Dios anhela para cada uno de nosotros y para nuestra iglesia.

Aplicaciones prácticas:

1. Cultivar una mentalidad de adoración: Dedica un momento diario para reflexionar sobre las misericordias de Dios en tu vida en Cristo. Escribe un diario de gratitud donde anotes al menos tres cosas por las cuales estás agradecido cada día. Esto ayudará a enfocar tu mente en la bondad de Dios y transformará tu perspectiva. 1 Tesalonicenses 5:18: Den gracias en toda situación, porque esta es la voluntad de Dios para ustedes en Cristo Jesús.

2. Integrar la adoración en las relaciones: En tus interacciones diarias con la familia, amigos y compañeros de trabajo, practica la adoración siendo intencional en mostrar amor y respeto. Recuerda que cada acción puede ser un acto de adoración si se hace con un corazón sincero. Colosenses 3:23: Todo lo que hagan, háganlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres.

3. Renunciar a lo negativo: Establece un compromiso de no quejarte durante una semana. Observa cómo esto afecta tu estado de ánimo y tu capacidad para adorar. Elimina las quejas y en su lugar, busca lo positivo en cada situación, confiando en que Dios tiene un propósito. Filipenses 2:14: Hagan todo sin quejas ni discusiones.

4. Servir a otros como acto de adoración: Busca oportunidades para servir a los demás, ya sea en tu iglesia, comunidad o familia. Al hacerlo, recuerda que servir a otros es un acto de adoración a Dios, donde reflejamos su amor y compasión. Gálatas 5:13: Ustedes, hermanos, han sido llamados a ser libres. Debemos pedir a Dios que nos libre de un amor excesivo hacia nosotros mismos y un amor insuficiente hacia nuestro prójimo.

Conclusión

La adoración renovada no es solo un acto, sino un estilo de vida vibrante que nos llama a entregarnos por completo a Dios en cada rincón de nuestra existencia; al hacerlo transformamos no solo nuestras vidas, sino también nuestras comunidades reflejando la gloria de un Dios que merece nuestra entrega total. En un mundo sediento de autenticidad y esperanza, cada acción, cada palabra y cada relación se convierten en un poderoso testimonio del amor y la gracia divina, desafiándonos a vivir con fervor y a demostrar que, a través de nuestra adoración podemos experimentar una vida llena de propósito, frutos abundantes y una renovación que impacta a todos a nuestro alrededor. ¡Que nuestra adoración sea un fuego inextinguible que inspire a otros a unirse a este llamado glorioso!

Referencias

1. Cranfield, C. E. B. (2004). A Commentary on the Epistle to the Romans. The Epworth Press.

2. Stott, J. (1994). The Message of Romans: God’s Good News for the World. InterVarsity Press.

3. Wright, N. T. (2004). Paul for Everyone: Romans, Part 1. Society for Promoting Christian Knowledge.

4. Bibilia Interlineal (2013). La Biblia Interlineal Griego-Español. Editor: Estudios Bíblicos.

5. Edwards, J. (2002). Charity and Its Fruits. (S. E. F. T. Leith, Ed.). Carlisle, PA: Banner of Truth Trust. (Original work published 1738)

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Si uno cae el otro puede darle la mano

Si uno cae el otro puede darle la mano

J. Carlos Arce Calvario

Si uno cae, el otro puede darle la mano y ayudarle; pero el que cae y está solo, ese sí que está en problemas (Eclesiastés 4:10, NTV).

La vida en comunidad es un regalo de Dios para el ser humano. Quienes hemos logrado establecer relaciones amistosas sabemos el valor de aquellas personas a quienes libremente hemos elegido llamar hermanas y hermanos.

Hace unos años, mi madre citaba aquel dicho popular que dice: “Dime con quién estás y te diré quién eres”, en clara alusión a mis amigos. Injustamente los hice responsables de muchas hojas de informes que detallaban mis acciones y comportamientos. Digo “injustamente” porque ella ignoraba que, en algunas ocasiones, yo era el instigador de acciones que derivaron en numerosos llamados de atención por parte de nuestros padres.

Con el paso de los años, ese dicho empezó a tener sentido al darme cuenta de que las personas que nos rodean influyen profundamente en nuestras vidas y, al mismo tiempo, nosotros influimos en las vidas de los demás. Pertenecer a una comunidad implica una responsabilidad compartida.

La vida en comunidad, especialmente en una comunidad cristiana, es un bálsamo en tiempos de angustia y necesidad. En él encontramos una familia que se niega a dejarnos rendir, amigos que nos apoyan cuando flaqueamos y hermanos que escuchan nuestras quejas con paciencia y ofrecen palabras de aliento o incluso de corrección cuando es necesario.

Ciertamente, la vida en comunidad no siempre es fácil. Encontramos diferencias y quizás actitudes que causan dolor. Sin embargo, nuestra iglesia debe ser un lugar para sanar y nutrir corazones, no para infligir dolor. Debemos mantener los ojos abiertos y los oídos atentos a las señales de nuestros amigos y hermanos en la fe que puedan estar atravesando dificultades, aunque no lo expresen explícitamente.

Aquellos de nosotros que hemos superado momentos de crisis sabemos que Dios a menudo habla a través de las palabras de hermanas y hermanos que tienen algo significativo que compartir. Hemos sentido el abrazo de Dios en los brazos de nuestros amigos y hemos encontrado consuelo en los hombros de nuestra comunidad.

No, no es bueno estar solo, y el autor del libro de Eclesiastés nos recuerda el profundo significado de la amistad y la importancia de llevar las cargas unos de otros. Se trata de dar la vida por nuestros hermanos y hermanas, así como Cristo se entregó a sí mismo.

La realidad es que a muchas personas que están sufriendo les resulta difícil establecer vínculos de amistad. Es aquí donde podemos intervenir aquellos de nosotros que hemos experimentado un dolor similar y hemos encontrado sanidad. Incluso si nunca hemos experimentado tal dolor, es una oportunidad para encarnar nuestra identidad cristiana y llevar curación a los afligidos y libertad a los corazones aprisionados por dolor y maldad. Seamos el amigo en quien otros encuentren un tesoro, un hombro sobre el cual llorar y el consuelo que Cristo, a través de nosotros, puede brindar.

Es hora de abrazar la bendición de llamarnos seguidores de Jesús. Es hora de entregarnos a quienes se sienten solos y en problemas. ¡Es hora de amar incondicionalmente, como lo hizo el Maestro en la cruz!

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Un llamado a la unidad en Cristo

Un llamado a la unidad en Cristo

Carla Liliana Moya Caza

«No somos salvos por nuestra asistencia a la iglesia, pero la iglesia es una parte vital de la vida de alguien que ha sido salvo. Mientras permanecemos en Cristo estamos unidos unos con otros»

(Kruger, 2021).

Cuando tomamos la decisión de ser seguidores de Cristo, adquirimos también responsabilidades. Una de las más importantes es replicar las acciones que realizó Jesús en su ministerio terrenal. Con sus palabras y acciones nos dejó dos tareas fundamentales que no pueden ser negociables ni pospuestas, estas se encuentran en Mateo 22: 37-39: Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, este es el primero y grande mandamiento y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

Una iglesia dividida no puede crecer. Quizá te parezca raro, dentro de la iglesia también se levantan muros, barreras, delimitaciones, brechas, etcétera. Esto es fruto de los pensamientos carnales que se materializan en acciones concretas. Con frecuencia, nos hemos dedicado a separarnos, aislarnos y crear categorías donde nos ubicamos según nuestras ideas y conveniencias.

Estas actitudes divisorias se manifiestan de múltiples formas, a pesar de que presumimos compartir un mismo Espíritu y, por ende, un mismo pensar y sentir. Lamentablemente, esta realidad persiste dentro de la comunidad cristiana, evidenciándose en la incapacidad de consensuar para el trabajo conjunto, las luchas de poder y la oposición a nuestras autoridades, entre otros ejemplos.

Son muchas las formas en que estas acciones se manifiestan, aunque asumimos que tenemos un mismo Espíritu, por ende, un mismo pensar y sentir. Lamentablemente, esto existe dentro de la misma comunidad cristiana; evidenciándose en la incapacidad de ponerse de acuerdo para el trabajo, la lucha de poderes, la oposición a nuestras autoridades , entre otros ejemplos.

Las estadísticas revelan la existencia de aproximadamente 4,200 grupos o tipos de creencias en el mundo, con divisiones significativas incluso dentro del cristianismo. Esto pone de manifiesto la fragilidad de nuestra unidad y cómo aspectos secundarios pueden distanciarnos aún más.

Por lo tanto, es importante reflexionar, si hemos permitido que diferentes barreras se levanten dentro de nuestras congregaciones formando grupos y subgrupos que fragmentan nuestra valiosa comunión en la fe.

Un dilema habitual en nuestra cultura

Cuando se trata de trabajar juntos en la obra del Señor, debemos reconocer que la unidad es crucial, pero no es algo que se dé naturalmente, por eso debemos fomentarla y procurarla.

La época que vivimos está marcada por una cultura que afecta la colaboración efectiva de las congregaciones. Por poner algunos ejemplos, observamos que:

• La cultura moderna enfatiza el individualismo y la autosuficiencia. Las prioridades e intereses personales se anteponen a los objetivos comunes de la iglesia.

• La desinformación que se genera a través de las redes sociales, en ocasiones nos lleva a tomar posturas en situaciones que realmente desconocemos, a propagar rumores y chismes, lo cual genera divisiones.

• La falta de una comunicación horizontal y transparente, por parte de diversos líderes a nivel social genera desconfianza, malentendidos y conflictos, en la iglesia esto no es la excepción.

• Las diversas expectativas generacionales, pueden provocar fricciones. Las diferencias generacionales son una realidad que pocas veces hacemos consciente, privilegiando los métodos y perspectivas de una sola, fomentando así el adultocentrismo en las iglesias.

• Los conflictos no resueltos, generan resentimientos y divisiones. Hay que tener presente que, cuando se evitan confrontaciones, permitimos que los problemas se agraven.

Estos son algunos de los problemas más significativos que afectan la unidad en nuestro tiempo.

La característica de la Iglesia es la búsqueda de la unidad

Cuando los cristianos dejan de ser testimonio visible de unidad, fraternidad y armonía, fallan en su misión evangelizadora y pierden su eficacia como instrumentos para guiar a la humanidad hacia los propósitos divinos en la tierra. Así que, hermanos, os ruego por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer (1 Corintios 1:10).

En teoría, todos estamos de acuerdo en vivir la unidad de la iglesia como un distintivo principal en la Iglesia de Dios, y rechazar cualquier práctica que amenace este propósito. Sin embargo, el verdadero desafío radica en despojarnos del orgullo y los sentimientos de autosuficiencia, así como en romper con los valores mundanos que se contraponen a los objetivos comunes de la Iglesia.

La experiencia nos ha demostrado que hay más desacuerdo entre los cristianos cuando ponemos más énfasis en la diversidad que en la unidad; es decir, cuando nos centramos en lo que nos distingue en lugar de en lo que nos une.

Conclusión

Fomentar la unidad de la iglesia requiere un esfuerzo intencional y constante. Entendemos que hay diversidad dentro de nuestras congregaciones locales e internacionales, puede que en muchos aspectos seamos diferentes, pero al final somos muy semejantes; todos nacemos del amor de Dios. De hecho, Jesús mismo oró por la unidad de sus seguidores para ser un poderoso testimonio al mundo (Juan 17:21).

Mi experiencia como estudiante del Seminario de Entrenamiento Ministerial me ha enseñado que, a pesar de vivir a miles de kilómetros, en un país con una cultura diferente y prácticas eclesiales distintas, podemos vivir unidos como hijos e hijas de Dios.

Una verdad innegable, digna de profunda reflexión, es que una iglesia unida es una iglesia atractiva. Juntos, podemos lograr mucho más para la gloria de Dios. Nuestro testimonio de unidad se convierte en el mensaje más poderoso para atraer a otros al Evangelio.

Bibliografía

García, J. M. (2015). La religión en el mundo actual. La Albolafia: revista de humanidades y cultura.

Kruger, M. (2021). Creciendo juntas: Una guía para profundizar las conversaciones entre mentoras y discipulas. Estados Unidos: KREGEL PUBN.

Martínez, T. (2019). En las fronteras del cristianismo. ResearchGate.

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Shalom

Shalom

Bruno Delgado Puente

El término “shalom” se asocia comúnmente con la paz, aunque con una comprensión limitada de la paz simplemente como la ausencia de conflicto o guerra. Cuando consideramos que un país está en paz, normalmente queremos decir que no está involucrado en hostilidades abiertas con otra nación. Sin embargo, a pesar de esa tranquilidad superficial, el mundo suele estar plagado de crisis, sufrimiento y tribulaciones. Esta noción convencional de paz no alcanza la riqueza contenida en el shalom. Ahondemos en este profundo concepto.

Shalom abarca paz, plenitud, bienestar y salud. Por ejemplo, cuando en Génesis 15:15 Dios le dice a Abraham: Y tú vendrás a tus padres en paz, y serás sepultado en buena vejez, hace referencia a ser sepultado tranquilo, a gusto, despreocupado. Shalom es también ser un amigo de confianza. En la versión RV 1960, el Salmo 41:10 menciona: El hombre de mi paz. La versión NTV lo traduce como “mi mejor amigo”, porque ser el “Îsh shelomî” de alguien es ser amigo íntimo, alguien que nos hace sentir cómodos, estar en confianza y sin limitaciones.

Además, cuando shalom se emplea como verbo (“shalam”) en la Biblia, denota el acto de hacer la paz, restaurar y reconciliar. Proverbios 16:7 ilustra esto al afirmar: Cuando los caminos de un hombre agradan al Señor, aun a sus enemigos hace que estén en paz con él.

Por último, shalom como adjetivo, como se ve en Deuteronomio 25:15, transmite perfección o exactitud.

Así, percibimos que shalom trasciende la noción convencional de paz; significa la restauración completa de algo incompleto, representa la plenitud de una relación o un estado de absoluta comodidad y descanso. Shalom reconoce el intrincado tapiz de la vida, abarcando su totalidad en plenitud.

Considera un muro que se describe como en estado de shalom. Cada ladrillo y pieza que lo constituya sería impecable, sin grietas ni imperfecciones. De manera similar, nuestras vidas comprenden varias facetas: física, mental, emocional y espiritual. Navegamos por la familia, las amistades, el trabajo y las dinámicas sociales, junto con innumerables necesidades, responsabilidades, deseos y aspiraciones. Nos enfrentamos a recuerdos, tradiciones, expectativas sociales y presiones.

En medio de esta complejidad, lograr el shalom parece sumamente cmplicado, casi inalcanzable. Sin embargo, recordemos: Jesús vino a ofrecer su paz a todos (Juan 14:27). El profeta Isaías anunció el advenimiento de un Príncipe de Paz, anunciando una era de tranquilidad interminable (Isaías 9:6-7). Este príncipe es Jesús, quien reconcilió a la humanidad con Dios mediante su sacrificio en la cruz (Romanos 5:1); hizo shalom con nosotros.

El ministerio terrenal de Jesús se centró en la restauración, la consumación y la sanidad, trayendo shalom a la humanidad. Él sigue siendo la única fuente de shalom. En lugar de luchar incesantemente por la superación personal o el éxito, recibamos el shalom que ofrece Jesús. Al profundizar nuestra comunión con Él, seguir su ejemplo y discernir su voluntad para nuestras vidas, alcanzamos el shalom que Cristo otorga.

Hagamos eco de la proclamación del apóstol Pablo de que Jesús es nuestra paz -en griego eirene– (Efesios 2:14-15). Él extiende su vida como un regalo y nos invita a deleitarnos en su shalom.

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