No apto para débiles
Por: Perla Esquivel
Profesora en el SEBAID

¿Qué necesitamos como individuos para que la iglesia crezca y se fortalezca?
Esa pregunta le hice hace años a una sabia anciana después de comentarle que había diferencias en la iglesia a la que recién me había integrado, lo cual me preocupaba. Para mi sorpresa, me contó que ella pasó por algo similar debido a una diferencia de opiniones, lo cual la llevó al grado de alejarse por el resentimiento que albergó en su corazón, recordando ese episodio como “el día que casi dejé la iglesia”.
Después de un año fuera, se dio cuenta de cuánto había perdido por hacerle caso a su ego herido y dejar de lado la comunión con los hermanos. Añadió: “Cuando oré por mi enojo y resentimiento hacia mis hermanos en la fe, Dios me mostró Efesios 4:1-3. Entonces le pedí que me ayudara a encontrar a las personas con las que necesitaba hablar”.
Agradezco a Dios porque hizo posible que se restableciera la relación con mis hermanos en la fe, a quienes no veía desde hacía un año. Ese fue el primer paso, pero hubo más. Con el tiempo, el Señor logró lo que anhelaba; más de una vez llegué a pensar que nunca volvería a tener comunión con mi iglesia. Sin embargo, Dios me mostró que debía cambiar y seguir el ejemplo de Jesús. Es ahí donde solo quienes deciden dejar la cobardía dan un paso adelante, actuando con valentía para ser dignos de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz (RV60).
Si maximizamos las diferencias, surgirán las divisiones
Toma un momento para reflexionar si has vivido una situación como la que se ha descrito. Quizá en algún momento has sido grosero(a), indiferente o has dicho una palabra desconsiderada cuando no estuviste de acuerdo con algún hermano o hermana, o tal vez alguien se ha portado así contigo. ¿Qué sentimiento te genera? Seguramente malestar, tristeza o preocupación, sabiendo que esas actitudes no reflejan el vivir en Cristo.
Es claro que no somos una iglesia perfecta. Tenemos diferentes formas de pensar y eso está bien; el hecho de que no compaginemos con ciertas opiniones o ideologías no nos hace enemigos. Por el contrario, nos permite reconocer que puede y debe haber unidad en la diversidad, fomentada por el respeto y el amor.
Una iglesia resistente, orgullosa e impaciente es aquella que difícilmente logrará avanzar en el reino de Dios. Se convierte en un cuerpo enfermo, incapaz de actuar según la comisión que nos ha sido dada por Cristo. En cambio, una iglesia mansa, humilde, paciente y amorosa desarrolla una actitud que refleja la gracia, lo que le permite superar obstáculos y dificultades en su caminar hacia la plenitud del Señor.
Lograr la unidad en la iglesia es primordial
En los primeros tres capítulos de Efesios, Pablo comienza revelando que Dios ha escogido, de entre judíos y gentiles, un pueblo para sí, unido en un solo cuerpo: la iglesia. Sin embargo, en el capítulo cuatro, versículo 1, Pablo les “ruega”. La palabra παρακαλέω (parakalō) se traduce como una súplica, un llamado con urgencia; es decir, está implorándoles que vivan de una manera digna de acuerdo al llamado que han recibido. Esta acción se refiere a la vida diaria, pues para los creyentes es un privilegio que nos fue dado al ser llamados por Dios. Nuestra manera diaria de vivir debe corresponder a la posición que se nos ha dado como hijos de Dios.
En los versículos 2 y 3 lo explica con más detalle. Vivir de una manera digna del llamado de Dios requiere ciertas características en nuestras vidas. En la medida en que estos elementos se reflejan en el diario vivir, andaremos de la manera que corresponda a lo que Dios ha hecho por nosotros. En el versículo dos menciona: con toda humildad (ταπεινοφροσύνης) y mansedumbre (πραΰτητος), con paciencia (μακροθυμίας), soportándoos unos a otros en amor.
Ahora bien, humildad (ταπει–νοφροσύνης / tapeinophrosýnēs), según la RAE, es la virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento. Aquí podemos inferir que debemos vernos desde la perspectiva correcta, dejando de lado el orgullo, la soberbia y la arrogancia, reconociendo el valor de nuestro prójimo.
La segunda característica corresponde a la temática de este trimestre: la mansedumbre (πραΰτητος / praütētos), también traducida como consideración o apacibilidad. Hace referencia al dominio propio, la actitud pacífica y conciliadora que vemos encarnada en Moisés, quien fue descrito como “el hombre más manso de toda la tierra” (Números 12:3).
La tercera característica se refiere a la paciencia o largura de espíritu (μακροθυμίας / makrothymías) como una virtud activa, un llamado a soportar con calma las circunstancias negativas y nunca ceder ante ellas. Es cierto que, en la actualidad, la paciencia es entendida como la capacidad de esperar durante periodos prolongados; sin embargo, en la Biblia esta espera no es pasiva, sino que implica una actitud de seguir haciendo el bien, de no desmayar, de perseverar, confiando en que, a su debido tiempo, el Señor actuará de una manera maravillosa y especial.
Una vez que hemos desarrollado esas virtudes, podremos ser capaces de soportarnos unos a otros (ἀνεχόμενοι ἀλλήλων ἐν ἀγάπῃ) anteponiendo el amor que Dios ha tenido para nosotros, esforzándonos en buscar la santidad, ayudándonos mutuamente a superar el pecado, siendo comprensivos unos con otros sin juzgar ni condenar, sino llevando las cargas los unos de los otros y procurando guardar la unidad en el Espíritu, haciendo lo necesario para vivir en paz con todos.
No apto para débiles
La vida cristiana en comunidad nos permite conocer a personas diferentes a nosotros. Aunque eso pueda generar tensión, frustración y dificultades, también brinda una gran oportunidad para ver cómo nuestras diferencias se complementan al vivir la misión de Cristo en este mundo.
El llamado para vivir en la unidad del Espíritu nos libera del resentimiento y las quejas. Esto no significa que no puedan presentarse desafíos, pero nos permite soportar las faltas de los otros entendiendo que tenemos diferentes niveles de madurez espiritual, porque cuando nos toleramos, aprendemos y crecemos.
Por eso, este desafío es para mujeres valientes que deseen vivir de manera contracultural, no conformándonos con relaciones superficiales en nuestra comunidad de fe que al primer desacuerdo se dañan o rompen, sino interesándonos en formar vínculos que resistan los desafíos. Por ello, quiero invitarte a tomar acción en los siguientes ámbitos:
• Ora por ese hermano o hermana difícil de amar: Quizá vino alguien a tu mente; también es probable que tú seas esa persona difícil para alguien más. Así que practica con humildad la oración por ese hermano o hermana, pidiendo a Dios que ponga en ti el verle con ojos de amor.
• Busca la reconciliación: Atrévete a dar el primer paso. No es sencillo, lo sé, pero una vez que hayas orado, también pide al Señor que te guíe para tomar valor y llevarlo a cabo en el tiempo adecuado.
• Sé honesta: Reconoce tus fallas. Resulta más fácil ver los errores en los demás que los propios, pero en un ejercicio de honestidad es sano revisar las palabras y/o acciones que pudieron dañar a tu prójimo.
• Sé empática: Todos cometemos errores, pero es importante demostrar que, a pesar de eso, podemos mirar a nuestros semejantes con aprecio y respeto, sabiendo que todos somos hijos de Dios y que estamos en un proceso de crecimiento y transformación hasta llegar a la medida de la fe y la estatura del Señor Jesucristo.
• Motiva a mantener la unidad: Es decir, debemos ser promotores de la paz. Debemos preferir siempre estar juntos y no divididos. Cuando apreciamos el sacrificio de Jesucristo y lo valoramos en profundidad, entonces estamos en posibilidad de comprender la importancia de estar unidos, pues así lo desea Él; esa es la voluntad de Dios para su iglesia.
En nuestra época posmoderna, ser iglesia es ir contra corriente, pues la sociedad promueve todos aquellos valores que hoy son considerados en alta estima, y resultan antivalores como la competitividad y la predilección del “yo” por encima del “nosotros”. Es el evangelio de Jesucristo el que nos exhorta a considerar a nuestros hermanos como más valiosos que uno mismo, y eso nunca ha sido sencillo; por supuesto, tampoco lo es en la actualidad.
Lograr la unidad con el cuerpo de Cristo nos permite influir en la sociedad como un reflejo resplandeciente del amor de Dios. La unidad entre el diverso pueblo de Dios es un testimonio maravilloso en un mundo fragmentado. Seamos mujeres fuertes en la fe, que promuevan la unidad, capaces de encontrar maneras de vincularnos y no dividirnos.
El amor que tengan unos por otros será la prueba ante el mundo de que son mis discípulos (Juan 13:35, NTV).
Bibliografía
• https://www.logosklogos.com/interlinear/NT/Ef/4/
• https://www.biblegateway.com/
Bonhoeffer, D. (2017). El costo del discipulado (1ª ed.). Peniel.