Entre el desierto y las promesas
Elemy Eunice Espinoza Ramírez
A través del tiempo, cada mujer ha enfrentado su propia travesía, marcada a menudo por decisiones desafiantes y la búsqueda constante de libertad. Por ejemplo, Agar, la madre de una gran nación, quien se encontró ante un vasto desierto y una promesa incierta. Aunque a veces interpretamos sus acciones como desobediencia y altivez, olvidamos que ella no eludió el diálogo con Dios cuando le preguntó: ¿qué haces aquí? ¿A dónde vas?
Sabemos que es inevitable enfrentar dificultades en nuestro caminar. No obstante, la clave está en cómo respondemos a esas preguntas cruciales que desafían los rincones más profundos de nuestro corazón. ¿Optamos por evitar la confrontación huyendo de nuestras decisiones? O, como Agar, ¿nos atrevemos a reconocer nuestra realidad con sinceridad, abriendo nuestro corazón a la transformación que solo proviene del encuentro con el Padre?
Cada una de nosotras, en nuestras travesías únicas, nos encontramos entre el desierto de las adversidades y el edén de las promesas. Justo en ese trayecto de reflexión y andar, Dios sale a nuestro encuentro, y con gran amor nos llama por nuestro nombre, reconoce nuestra condición y nos invita a reflexionar sobre nuestras decisiones y el rumbo que queremos tomar preguntándonos: ¿Qué haces en medio de tus luchas diarias? ¿Hacia dónde te diriges ante las decisiones constantes que tomas en tu vida?
El Dios del diálogo
En ocasiones, nos encontramos ante situaciones para las cuales, nuestros recursos resultan insuficientes. Es allí cuando el Dios del diálogo se hace presente, ofreciendo esperanza y orientación. Nuestro primer desafío es tener la capacidad de dialogar de manera sincera con el Padre, quien es la fuente inagotable de amor y sabiduría.
Dialogar con Dios no se trata simplemente de pedir favores o soluciones inmediatas. Significa reconocer con humildad nuestras limitaciones y permitir que la voluntad divina moldee nuestras decisiones. Someterse a la autoridad de Dios no implica aceptar la opresión, ya que esto resulta inaceptable en cualquier circunstancia. Más bien, es un recordatorio de que, incluso cuando nos encontremos en medio del desierto, rodeadas de incertidumbre y desafíos, el Dios del diálogo nos libera a través de las preguntas que nos llevan a la reflexión y la toma de conciencia sobre nuestros actos.
Agar comenzó a hablar, y con su voz expresó su vulnerabilidad al Dios del diálogo. Ella mostró valor al reconocer su huida y expresar su deseo de liberación. La indicación de Dios a Agar para que regresara al lado de su señora y obedecerla, en nuestros tiempos parece desconcertante, si la abordamos desde la óptica de la opresión; pareciera un llamado a permanecer en un entorno de violencia. No obstante, la enseñanza radica en la transformación interna que puede ocurrir cuando, en lugar de evitar una circunstancia difícil, elegimos afrontarla con valentía y dignidad. Dios le recordó a esta madre esclava y extranjera, que regresar a las leyes de ese tiempo le garantizaban protección a ella como a su hijo, ya que el patriarca estaba obligado a proveerles de lo necesario.
Aunque parece contradictorio obedecer a alguien que ha causado sufrimiento, la indicación de Dios implicó un cambio radical en la perspectiva de Agar, quien, en lugar de someterse a la opresión, pudo optar por asumir una actitud de servicio donde encontraría el camino hacia la verdadera libertad y transformación interior.
La mujer que le puso nombre a Dios
Desde mi adolescencia, el testimonio de Agar ha sido un faro de esperanza en mis desiertos. Es extraordinario y admirable saber que Dios no solo escuchó su voz, también platicó con ella y asumió un compromiso: “De mi parte, yo haré que tengas tantos descendientes, que nadie podrá contarlos”.
Es maravilloso descubrir que la promesa de Dios no se limita únicamente a la maternidad, sino que abarca la totalidad de nuestra existencia, originada en nuestra propia voz. El hecho de que a través de ella podamos denunciar las injusticias que enfrentamos y proclamar nuestra verdad sin restricciones en un mundo donde a menudo se nos dice cómo debemos ser y actuar, constituye el camino hacia la libertad.
A medida que reconozcamos y abracemos nuestra voz, asumiremos con responsabilidad y diligencia nuestras decisiones y estaremos listas para enfrentar el segundo desafío: nombrar a Dios. Agar le dio el nombre: «Tú eres el Dios que todo lo ve». Siendo extranjera, esclava, mujer y madre de una gran nación, ella vio al Dios que la miró primero. Tú, ¿qué nombre le has dado a Dios?
Para mí, es “el Dios que todo lo escucha”, porque no me juzga y con ternura me levanta y sostiene una y otra vez, recordándome que no estoy sola. Mi madre, mi hermana, mi sobrina, mis amigas, mis cuñadas y mis hermanas en la fe, con sus voces me alientan a confiar en la promesa de libertad. Esta promesa nos alcanza a todas, donde la opresión y la injusticia no determinan nuestra vida ni quiénes somos. Al contrario, nos impulsa a enfrentar nuestra realidad, tomar acción y buscar alternativas donde todas seamos capaces de vivir en el Edén, siendo guardianas de nuestras hermanas.
Que Dios nos sostenga, y que sigamos cultivando las herramientas necesarias para que nuestra voz resuene con prudencia, responsabilidad y amor. Sigamos aprendiendo de Agar y de su responsabilidad ante cada decisión. Así como le brindó a Sara, como a una hermana, la posibilidad del cumplimiento de la promesa que Dios le había dado, también nosotras seamos capaces de encontrar y responder ante las promesas que Dios nos ha hecho.
Referencias
• Brancher, M. (1997). De los ojos de Agar a los ojos de Dios. Génesis 16,1-16. RIBLA N° 25, ¡Pero nosotras decimos!, pp. 11-27.
• Traducción al Lenguaje Actual (TLA)
• Schwantes. M. (2001/2). Palabras junto a la fuente. Lindas palabras en lugares escondidos: Anotaciones sobre Génesis 16, 1-16. RIBLA N°39, Sembrando esperanzas, pp.10-19.
• Días, L. (2005/1). ¡Qué alegría!- La palabra de Yahweh también vino a la mujer – Un análisis ecofeminista de Génesis 16. RIBLA N°50, Lecturas bíblicas latinoamericanas y caribeñas.