Mujer, ¡qué grande es tu fe!

Mujer, ¡qué grande es tu fe!

Hna. Cindy Ramos Pérez

 A través de los tiempos hemos visto y escuchado cómo la fe permite experimentar momentos asombrosos en nuestra vida y en la vida de los demás. Hebreos 11:1-3, (NVI) dice: Ahora bien, la fe es la garantía de lo que se espera, la certeza de lo que no se ve. Gracias a ella fueron aprobados los antiguos. Por la fe entendemos que el universo fue formado por la palabra de Dios, de modo que lo visible no provino de lo que se ve.  En estos versos descubrimos como hombres y mujeres del pasado, fueron expuestos a situaciones difíciles, en donde su lógica humana no lo podía entender. Sin embargo, tuvieron el valor para creerle a Dios, y experimentar su poder ante tales situaciones. 

En Mateo 15:21-28 encontramos un relato en el que la fe es puesta a prueba, pero con un resultado maravilloso.  

Un encuentro con Jesús

“Saliendo Jesús de allí, se fue a la región de Tiro y de Sidón.  Y he aquí una mujer cananea que había salido de aquella región clamaba, diciéndole: ¡Señor, Hijo de David, ¡ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio” (vv. 21-22).

El relato menciona que una mujer cananea había salido al encuentro de Jesús. Estaba desesperada porque un demonio atormentaba horriblemente a su hija; se preocupaba y sufría al ver su condición. Seguramente, esta mujer, había agotado todos sus recursos, estaba cansada y con pocas esperanzas, agotada de buscar una solución y no encontrarla. Pero a pesar de su cansancio y desesperación, deseaba ver sana a su hija. No le importó lo que podía enfrentar: rechazo, obstáculos, romper barreras culturales; lo único que deseaba era llegar a donde estaba Aquel que le podía sanar a su hija. La fe la impulsó a salir al encuentro con Jesús, a pesar de que no era bien vista por los judíos, pues la consideraban impura, “pagana”. 

La fe, nos impulsa a hacer cosas que no imaginamos, nos mantiene activos y en movimiento; a no esperar a que la respuesta nos llegue, más bien a aprovechar las oportunidades que se nos presenten, en pocas palabras a salir al encuentro con Jesús.  

Quizá nos encontramos o hemos pasado la misma situación que la mujer. En algún momento, un familiar enferma de gravedad. Tratamos de buscar la mejor solución, consultamos a un médico, adquirimos los mejores medicamentos, nos unimos como familia, aportamos económicamente para el sustento, pero a pesar de todo, parece que nada de eso funciona. Entonces, doblamos nuestras rodillas y vamos al encuentro con Jesús, reconociendo que en Él está la respuesta. Pero a veces sentimos que no nos escucha y que no responde a nuestra petición. Llegamos a sentirnos solos. Pero, ¿hemos persistido? Esto fue lo que experimentó la mujer, quien, a pesar de eso, no desistió y continuó dando grandes voces.

El silencio también es una respuesta

“Pero Jesús no le respondió palabra. Entonces acercándose sus discípulos, le rogaron, diciendo: Despídela, pues da voces tras nosotros. Él respondiendo, dijo: No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel”  (vv. 23-24). 

Jesús guardó silencio y aparentemente ignoró la petición de la mujer, sin embargo, ese silencio indicaba que algo estaba por suceder, algo extraordinario y para que eso sucediera era necesaria la paciencia y dedicación. 

Cuantas veces hemos experimentado la misma situación, clamamos a Dios, con la esperanza de recibir una respuesta, pero lo único que recibimos es un silencio, que nos hace sentir solos, abandonados y sin pensarlo. La desesperación toca a nuestra puerta, y es en ese momento donde creemos que todo está perdido. Pero, el Espíritu de Dios nos recuerda: Así que no temas, porque yo estoy contigo; no te angusties, porque yo soy tu Dios. Te fortaleceré y te ayudaré; te sostendré con la diestra de mi justicia (Isaías 41:10, NVI). Y entonces reconocemos que no estamos solos, que Jesús está a nuestro lado, acompañándonos en ese momento difícil, esperando el momento oportuno para intervenir. 

Jesús alaba la fe de la mujer

Entonces ella vino y se postró ante él, diciendo: ¡Señor, socórreme! Respondiendo él, dijo: No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos. Y ella dijo: Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos. Entonces respondiendo Jesús, dijo: Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres. Y su hija fue sanada desde aquella hora (vv. 25-28).

La respuesta de la mujer conmovió a Jesús, quien finalmente le concedió su petición y sanó a su hija en ese mismo momento. La mujer había reconocido que las palabras de Jesús eran ciertas y que no era merecedora de una respuesta, pero que ella solo necesitaba las “migajitas” para experimentar su poder. Un poquito del Maestro era suficiente para ella. 

Este relato nos permite reflexionar que muchas veces hemos estado expuestos a situaciones de mucha necesidad, en el cual clamamos a Dios con la esperanza de ser escuchados y recibir una respuesta alentadora. Muchas veces somos retados a actuar como esta mujer, a tener una fe valiente, inquebrantable, que no se desiste hasta obtener una respuesta. 

Cada vez más nos enfrentamos a un mundo que sufre violencia de todo tipo, narcotráfico, injusticias, abusos, personas desaparecidas, divorcios, pobreza, personas en adicciones, maltrato animal, desastres naturales y un sinfín de situaciones. Muchas de ellas nos llevan a la frustración, desánimo, desesperación y buscamos respuestas rápidas en el Señor, porque nos cuesta esperar. Pero los que conocemos a Dios sabemos que su tiempo es perfecto, y obrará en el tiempo oportuno. La Palabra nos enseña que las situaciones adversas nos permiten aprender; y, aunque muchas veces la espera es larga, el resultado es una bendición. Dios usa ese proceso para ayudar a fortalecer nuestra fe. 

Hace algunos años, Dios me permitió conocer a una persona que abrió su hogar para estudios de la Palabra, y con quien por un tiempo tuvimos la oportunidad de convivir, pero lamentablemente enfermó de gravedad y falleció. En algún momento cargué con la culpa y el remordimiento de que no hice lo suficiente para que tuviera un encuentro con Jesús y que lo aceptara como su Señor y salvador. La tristeza y desánimo que sentía en ese momento, me hicieron pensar que no era útil para el ministerio y que lo más conveniente era abandonarlo todo. Pero, el Espíritu de Dios me recordó lo que dice 1 Corintios 3:6: “Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios”. Entendí que hay cosas que nos toca hacer -sembrar-, pero las cosas sorprendentes solamente las puede hacer el Señor. Ante esta situación Dios me enseñó que tenía que seguir, que todavía había mucho más que hacer, que la necesidad continuaba siendo mucha. Fortaleció mi fe, mis ganas de servir, renovó mis fuerzas y me recordó por qué me había llamado, no permitió que mi fe se debilitará. 

Hermano y hermana líder, no permita que su fe se debilite, porque le puede llevar por el camino equivocado. El mundo necesita de personas, con una fe firme, que no se deje vencer fácilmente, que provoque más encuentros con Jesús. Usted y yo, somos llamados a generar esos encuentros. ¿Está listo para hacerlo?

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Mensaje especial a la iglesia

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Pronunciamento 20 de octubre de 2023

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Es mejor con amor

Es mejor con amor

Min. José Luis Chapan Xolo

Que no haya una raíz de amargura en sus corazones (paráfrasis de Hebreos 12:15).

Es increíble cómo en los últimos años se han disparado considerablemente las problemáticas en el ámbito matrimonial. Algunas vienen como consecuencia de ir acumulando roses, diferencias o situaciones menores que no se resuelven. Estas, desembocan, no sólo en situaciones que resultan devastadoras, incluso en una ruptura matrimonial. Pero, de no ser así, van provocando una brecha que cada día va borrando todo rastro de atención y cuidado mutuo entre los cónyuges. Lamentablemente, lo anterior pueden ir tejiendo poco a poco redes de amargura en el corazón de cada uno. 

El matrimonio, sin duda, es la mejor aventura que se puede vivir. Pero hay experiencias complicadas que son parte de la relación y que, generalmente, cuando iniciamos nuestro matrimonio, nadie está preparado del todo para enfrentarlas. Cada matrimonio va construyendo el modelo de hogar que desea de manera consciente o inconsciente. Y, seguramente, será al pasar los años, que sabremos si este cumplió con aquellos sueños y anhelos que nos planteamos al inicio de nuestro caminar juntos.

Por supuesto hay grandes retos dentro de la vida de pareja que debemos asumir con suma seriedad, ya que de otra forma caemos en el riesgo de poner nuestra atención en aspectos triviales y, peor aún, invertir energías de nuestro matrimonio sobre situaciones que no ayudan a llegar a ningún lado en nuestra relación.

¿Cómo llega a convertirse una relación con su pareja en algo bueno, algo que les diga que están siendo plenos en su relación y creciendo juntos? O, por el contrario, ¿cómo llega un matrimonio a ser asfixiante, desesperante y en algunos casos hasta peligroso para la integridad física y emocional? 

Cuando la prioridad no es el amor al otro

Claudia y Roberto (nombres ficticios) tenían grandes dificultades. Cuando tenían la oportunidad de expresar sus inconformidades, Claudia señalaba que Roberto no mostraba interés hacia ella, como esposa y como mujer, que solo se limitaban al trato formal por sus dos hijos. Incluso, señalaba que se habían casado sin el amor suficiente, pero que ella estaba dispuesta a soportarlo porque sus hijos tuvieran lo necesario en las cuestiones económicas, aunque eso implicara que frente a los demás la menospreciara y ridiculizara por no tener la figura de tal o cual persona, y que solo estaba con ella porque no tenía más opciones. Cuando la prioridad no es amar al otro; seguramente en nuestro corazón ya tenemos claro en qué habremos de mantenernos ocupados en dicha relación. 

Cuando he tenido la oportunidad de acompañar a algún matrimonio en alguna crisis de pareja es común que cada uno se encuentre en su rincón de batalla debido al daño mutuo que se han causado, sea por las palabras ásperas, soeces, o reproches, etc. Uno puede percatarse cómo las rutinas, las presiones laborales, los pendientes, las deudas económicas o las actividades cotidianas van asfixiando la relación, pero, sobre todo, lo que más daña es la falta de atención mutua, la falta de comprensión y de apoyo en los aspectos más básicos y cotidianos; si uno no está pendiente de esto será fácil entrar en ese espiral que va hacia abajo.

Si Jesús prioriza el amor al prójimo de la misma forma en que nosotros nos amamos a nosotros mismos, entonces: si dañamos al otro, si le ofendemos, si buscamos dañarlo de alguna forma, no es sino la evidencia de la falta de amor que prevalece en lo más profundo de nuestro corazón y que no se limita a personas que desconocen la Palabra. Claudia y Roberto eran personas que conocían la voluntad de Dios, sin embargo, habían normalizado el hecho de sobrevivir como pareja, como familia, y se habían conformado con sus circunstancias. 

Cuando no es nuestra prioridad el bienestar del otro, sino solo un aspecto que se vuelve irrelevante, como puede llegar a serlo la economía de un hogar, se desatarán las más terribles batallas, que dejarán cicatrices y que, por supuesto, no serán los mejores recuerdos.

Si la motivación que hay detrás de cada sacrificio no es el deseo de bienestar para los nuestros, sino solo el anhelo de poseer más riquezas, se pone en riesgo la cercanía, la unidad o la convivencia con los nuestros. Se debe poner en la balanza los costes de nuestra entrega al trabajo, aunque detrás esté el más noble deseo que los nuestros sean los receptores de los beneficios y bendiciones que pueden resultar del gran esfuerzo, pues de otra manera serán víctimas del deseo desmedido de poseer bienes. 

Lo que puede ayudar, es vivir con contentamiento en medio de las circunstancias, y esto es posible solo por amor; es el mejor sazonador para la relación. Proverbios 15:17 dice: Las verduras son mejores que la carne cuando se comen con amor (TLA). 

Una de las experiencias que el Señor nos ha permitido a mi esposa y a mí es que de vez en vez procuramos visualizar hacia donde vamos como pareja en cuanto a nuestros proyectos, planes, metas y si estos nos han ayudado a mejorar en nuestra relación. Es cierto, no todo ha sido miel sobre hojuelas, pero en medio de los momentos difíciles que hemos pasado, podemos decir con certeza que el Señor nos ha acompañado y ha suplido nuestras necesidades. 

Hubo una época en que la situación económica era bastante complicada y en algunos momentos nos sentíamos rebasados y llegamos a anhelar lo bien que les iba a los demás -por lo menos en las cuestiones materiales-. Así que decidimos que ambos trabajaríamos para suplir las necesidades que para nosotros, en ese momento, eran prioridad. Pero eso trajo como resultado el que solo nos veíamos algunas tardes, porque yo debía ocuparme en atender otros asuntos que requerían más tiempo y, por lo regular, era el tiempo en el que ella salía de trabajar. Y aunque aparentemente teníamos estabilidad, notamos que nuestra comunicación iba teniendo ciertas complicaciones. No nos dedicábamos tanto tiempo. No siempre podíamos andar juntos, porque ella debía descansar, para al otro día hacer su jornada laboral. Entonces tuvimos que pedir perdón al Señor porque nos estábamos desviando del camino, estábamos invirtiendo nuestro tiempo y energías en cumplir esos anhelos que no estaban alineados con Su voluntad. 

Sabíamos que teníamos que hacer algo si es que nuestra prioridad era verdaderamente nuestro deseo de servir al Señor y nuestro bienestar como pareja. Así que, nos enfocamos en actividades que podíamos hacer juntos en nuestra labor pastoral. 

Para mí cobra sentido Proverbios 15:17, porque creo que renunciaría siempre a una aparente estabilidad económica si ésta atenta de alguna manera a nuestro bienestar como pareja o si esto significara sacrificar el tiempo que puedo disfrutar con mi familia. Desde que el Señor nos permitió comenzar esta aventura, nos ha mostrado su mano de bondad en todo momento. 

La confianza en el Señor ha sido nuestro timón en este proyecto. Nos ha ayudado a recordar las palabras del apóstol Pablo: El que ama es capaz de aguantarlo todo, de creerlo todo, de esperarlo todo, de soportarlo todo (1 Corintios 13:7, TLA). Y no lo dice en el sentido estoico, en donde uno de los dos cónyuges debe soportar humillaciones, menosprecio, vejaciones, abandono, etc. Lo entendemos como una exhortación para ese tiempo en el que no se tengan todas las comodidades; allí podemos decir que el amor es capaz de soportar las carencias en aras de un bienestar mayor, y que esas carencias no son eternas, porque el Señor sabe de lo que tenemos necesidad (Mateo 6:8). 

El proverbista llama la atención sobre aquellas cosas que se van sembrando con odio o rencor y traen amargura al corazón y desasosiego a la relación, aun cuando ésta pueda estar en las mejores condiciones materiales. Aunque ambos tengan el potencial para construir una relación diferente, si no está el Señor guiando cada corazón, entonces no sólo no serán capaces de disfrutar todo lo que tienen, sino es muy probable que sigan pensando que necesitan conseguir más para realizarse. Por el contrario, cuando hay contentamiento en el corazón se aprende a valorar cada momento, a darle mayor importancia a las cosas cotidianas, pero que son las que fortalecen la relación: disfrutar juntos durante la comida, cuando salen de paseo, cuando van por un café o sencillamente aprenden a valorar cada momento que el Señor les permita. 

La relación como pareja solo se disfruta si hay amor, pues este es el ingrediente elemental. Cuando hay amor, todo lo que acontece alrededor de la relación se puede ver desde la perspectiva correcta, aun cuando en ocasiones se viva con limitaciones materiales, el amor en el corazón de cada uno produce una profunda gratitud y el contentamiento para poder ver más allá de sus circunstancias. 

Que el Señor nos permita ver cuán afortunados somos cuando en nuestro hogar se vive, se respira y se alimenta nuestra relación con el amor maravilloso que viene de la confianza depositada en nuestro Dios. 

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Pasar la estafeta

Pasar la estafeta

Min. Marcos de Melo

Introducción

El mundo está cambiando rápidamente y es algo que no podemos ni negar ni evitar. Estos cambios los podemos ver claramente a través de las brechas generacionales; que son cada vez más profundas. Si bien esta distancia entre generaciones siempre ha existido, en nuestros días se ha potenciado de una manera como nunca en la historia y el factor principal son los cambios vertiginosos y disruptivos que vivimos en nuestra época. 

Como consecuencia, cada vez se hace más difícil comprender y, sobre todo, atender pastoralmente la demanda que hay en un mundo tan diversificado como el nuestro. Por lo mismo, la necesidad de formar nuevos líderes y pastores es urgente. El ministerio necesita renovarse si quiere dar respuesta a las necesidades de las personas de nuestros días. 

Pero, para que una renovación ocurra es necesario, en primer lugar, ser conscientes de esta realidad y necesidad. En segundo lugar, debemos tomar decisiones apropiadas para que la renovación sea adecuada y se logre el objetivo: continuar con la expansión del Reino de Dios en este mundo. 

Según estudios que miden el acceso a la tecnología y al ámbito laboral, en el mundo actual tenemos identificadas varias generaciones que buscan su espacio. Compiten por tener cubiertas sus necesidades de ser escuchadas y acompañadas. Eso hace que lograr armonía y unidad entre ellos, sea un asunto cada vez más difícil de alcanzar. 

Diferentes generaciones en la actualidad:

Generación baby boomers (nacidos entre 1945 y 1964) 

Nacieron después de la Segunda Guerra Mundial. Su nombre proviene del “baby boom”, es decir, del repunte en la tasa de natalidad de aquellos años. 

Esta generación tiene al trabajo como un modo de ser y de existir. Se destaca en ser muy activa y bastante estable; se compromete inclusive con lo que no ama hacer. No dedica mucho tiempo al ocio y a la actividad recreativa. Las mujeres aún se están incorporando al mercado laboral. Si bien persiste el ideal de familia tradicional, se empiezan a romper estructuras.

Generación “X” (nacidos entre 1965 y 1981) 

En esta generación tanto los hombres como las mujeres trabajan mucho, sin dejar de lado un equilibrio interesante entre el trabajo, la familia y el descanso. Busca ser feliz con su propia vida. 

Es la generación que vio nacer el Internet con los avances tecnológicos y está marcada por grandes cambios sociales. Se considera la generación de transición, porque tiende a tener más facilidad para convivir equilibradamente entre la tecnología y la vida social con actividades presenciales.

Busca participar de eventos en su comunidad. Es propensa a estar empleada y busca estabilidad laboral. Acepta con más facilidad las órdenes de jerarquía institucional. Hacen esfuerzos muy grandes para adaptarse a la vertiginosidad de la generación que sigue, ya que son padres de los millennials. 

Generación “Y” o millennials (nacidos entre 1982 y 1994) 

Esta generación es hija de la tecnología, la vida virtual es una extensión de la vida real. Sin embargo, aún conserva algunos códigos de privacidad en relación con lo que exponen o no en Internet. 

Se caracteriza por no dejar la vida en el trabajo, aunque es muy emprendedora y creativa. Busca vivir de lo que ama hacer. Es bastante idealista y aficionada a la tecnología del entretenimiento. Ama viajar, conocer el mundo, y subir las fotos a las redes sociales. Según estadísticas, esta generación permanece en sus trabajos un promedio de dos años, a diferencia de las generaciones anteriores, que son más estables. 

Generación “Z” o centennials (nacidos a partir de 1995 y hasta el presente)

Son conocidos como los “nativos digitales”, porque usan Internet desde su niñez. 

Esta generación se destaca por ser autodidacta. Aprende mucho por tutoriales, además de ser muy creativa porque tiene la facilidad de incorporar rápidamente nuevos conocimientos. Tiene mucha más información en su cerebro que todas las generaciones anteriores. Comparte mucho contenido de su vida privada sin filtros y aspira a ser “youtuber”. 

La vida social de esta generación pasa por estar un alto porcentaje de su tiempo en las redes sociales. Le preocupa encontrar una vocación acorde a sus gustos, conocerse a sí misma y aceptar las diferencias, en un mundo cada vez más globalizado. 

Esta misma realidad que existe en la sociedad, en cuanto a la diversidad de generaciones, las tenemos dentro de nuestras comunidades de fe. Como líderes pastorales, somos llamados a cuidar de ellos, guiar sus vidas y buscar la unidad. Eso, es una tarea cada vez más difícil. 

Hay líderes que se sienten superados por esta realidad y terminan derrotados, cuando una solución muy viable sería pasar la estafeta y renovar el ministerio.

La necesidad de un liderazgo renovado 

Hasta hace muy poco tiempo el mundo giraba en torno al adulto (la generación de los nacidos entre 1945 y 1964). Eran ellos quienes estaban en el liderazgo, pero esta realidad está cambiando a pasos apresurados, por el simple hecho de que la generación adulta hoy se considera inmigrante de la era digital. 

Hoy son los nativos digitales, es decir, las nuevas generaciones, los que cada día se posicionan más en el liderazgo de un mundo volátil, incierto, complejo y ambiguo, ya que esta generación tiene más herramientas y están mucho más preparados para dar respuestas a los problemas actuales de manera rápida, ágil y práctica. 

Hemos vivido esta realidad en la pandemia, cuando se cerraron los templos y la única manera de ser iglesia era usando los medios digitales. Sin duda que fueron los nativos digitales quienes, en la mayoría de los casos, hicieron el trabajo que facilitó mucho las cosas para la generación adulta. 

Hoy ya se habla de la necesidad de ser iglesia híbrida, donde lo presencial y lo virtual se unen y son esenciales para el cumplimiento de la misión. Y en esa área de la tecnología, que cada vez será más indispensable, son los nativos digitales, las nuevas generaciones quienes harán un trabajo con mucha más excelencia que las demás generaciones. 

Indudablemente, cada generación es valiosa para Dios y útil para la expansión del Reino de los cielos en este mundo. No obstante, las nuevas son valiosas y esenciales, porque sin ellas, difícilmente el ministerio y liderazgo de nuestra iglesia podrá subsistir por mucho tiempo. 

Necesidad de líderes referentes que pasan la estafeta 

Pero hay un factor importante que no podemos omitir como iglesia en esta labor tan urgente, y es que las nuevas generaciones tienen muchas debilidades y, por lo mismo, necesitan de acompañamiento pastoral para su desarrollo saludable. 

Se las conoce como la generación de cristal, porque tienen mucha dificultad para manejar las frustraciones. Son guiadas por sus emociones. Además, tienen un rechazo muy fuerte a las estructuras institucionales y a todo tipo de liderazgo piramidal. 

A la generación actual le interesa sumarse al proyecto del Reino de Dios, pero buscan líderes que comprendan sus estilos de aprendizaje, confíen en ellos, valoren todo el potencial que tienen y les permitan ser parte en las tomas de decisiones. 

Por lo mismo, es importante pasar la estafeta, renovar nuestros ministerios y aprovechar todo el potencial que tienen las nuevas generaciones. Para ello se necesita de líderes referentes, maduros, centrados en Jesús como el apóstol Pablo, quien decía: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Corintios 11:1).

Necesidad de estar enfocados en Jesús

Todos conocemos el gran mandamiento de “id, y haced discípulos a todas las naciones” (Mateo 28:19). Este mandato también lo necesitamos aplicar con las nuevas generaciones. Jesús no solo nos pide que lo hagamos, Él lo hizo y nos dejó el ejemplo con su propia vida de cómo pasar la estafeta de manera correcta. 

En primer lugar, Jesús evidencia en su vida de ministerio que su liderazgo no ha sido solo con palabras, sino en acción: “Porque ejemplo os he dado” (Juan 13:15a). Con esta acción de servir a sus discípulos siendo Él el Señor y Maestro, Jesús nos compromete a servir también a las nuevas generaciones, lavando sus pies como lo hizo Él con sus discípulos. Pero esta actitud de servicio que nos propone Jesús, debe ser una actitud impulsada por un ingrediente fundamental, el mismo que movió a Jesús: “Como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” (Juan 13:1).

Con esta forma de vida, Jesús iba formando discípulos y pasando la estafeta de su ministerio de manera natural. Sirviendo y amando a quienes estaban en una condición inferior que Él, pero que serían quienes ocuparían su lugar en el liderazgo en un futuro a corto plazo. 

En segundo lugar, Jesús nos muestra la importancia de empoderar a las personas: “pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo” (Hechos 1:8). “Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” (Juan 20:22).

Dentro de la iglesia, las nuevas generaciones pueden aportar mucho por el potencial que tienen, pero muchas veces necesitan del respaldo de sus líderes. Necesitamos empoderarlos con la confianza y la autoridad que Dios nos ha otorgado, como Jesús hizo con nosotros. 

Pasar la estafeta no es una opción, es nuestra obligación como siervos buenos y fieles

Jesús nos deja este ejemplo que tanto necesitamos en nuestros liderazgos y ministerios: “Como me envió el Padre, así también yo os envío” (Juan 20:21). “En realidad, a ustedes les conviene que me vaya. Porque si no me voy, el Espíritu que los ayudará y consolará no vendrá; en cambio, si me voy, yo lo enviaré” (Juan 16:7, TLA).

Si bien todo cambio cuesta, produce temor, miedo e incertidumbre; no nos olvidemos de que la obra es de Dios. Él respalda a quienes son enviados a la mies porque Jesús mismo ha prometido: “y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén” (Mateo 28:20).

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Una iglesia sana y que sana

Una iglesia sana y que sana

Min. Joel J. Pachuca Rosales

«Una iglesia sana y que sana», escuchaba al predicador decir. Un predicador, que meses atrás, el cáncer lo postró por largos periodos, a veces en casa, otras en el hospital. Y era en el hospital donde oraba y alentaba a otros enfermos. En ocasiones con dolor, otras veces sin fuerza, pero no dejaba la oportunidad de dar esperanza a otros a su alrededor. Quienes iban a animarlo, salían animados de la visita. Este desafiante testimonio, hace recordar uno de los sentidos esenciales de la iglesia: la sanidad, su esmero en el proceso de sanación de ella y ocupada en la sanación de otros. Ambas tareas, en Dios. 

La iglesia está llamada a ser una comunidad sana y sanadora. En palabras del escritor argentino Daniel Schipani: «Las marcas de la iglesia como comunidad sanadora son: pueblo de Dios, cuerpo de Cristo y morada del Espíritu Santo. Dichas categorías no pueden considerarse por separado, solamente desde el aspecto metodológico es posible hacerlo. Estas marcas son maneras específicas en que la comunidad de fe se comporta y son las que hacen posible las prácticas y experiencias de cuidado, apoyo y sostén de las personas que se involucran en la vida de la iglesia.»1

La iglesia como pueblo de Dios. 

La iglesia, entre las diferentes analogías que menciona el Nuevo Testamento, es pueblo de Dios. Es el pueblo de Dios que anda peregrino. Estar como peregrinos en el camino es una metáfora que nos ayuda a no creer que vamos solos. Es en ese camino donde se da el encuentro con otros, pues el pueblo de Dios está llamado a vivir en relaciones de fraternidad, amor y solidaridad. «La iglesia como pueblo de Dios significa que ella debe asumir una actitud de franca solidaridad y de comunión, de manera que pueda estar en camino junto con los pueblos, las naciones y las sociedades, ella es pueblo de Dios peregrinante»2.

La iglesia como cuerpo de Cristo. 

El apóstol Pablo desarrolla la idea de la comunidad como cuerpo de Cristo (1 Corintios 12). Dejando claro que no hay alguien más importante que otro, por ninguna razón, como por ejemplo, algún talento excepcional que tuviese. Cada parte permite, con su aporte, que todo el cuerpo funcione armónicamente.

El teólogo alemán Dietrich Bonhoeffer3, con relación a la identidad de iglesia como “cuerpo de Cristo”, refiere que la iglesia tiene su unidad en la vinculación de la persona de Cristo y con la comunidad. Dios no puede verse en la comunidad sin Cristo, pues es a través de Él que va a actuar en la comunidad”. La iglesia está llamada a abrazar, tocar, caminar, hablar, como lo hizo Cristo, cuando tuvo cuerpo en la tierra. 

La iglesia como morada del Espíritu. 

La iglesia es morada del Espíritu Santo, referido por Juan como el consolador: “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre” (Juan 14:16). En referencia a la función del Espíritu Santo como acompañante, consejero, consolador y abogado. Veamos:

Parakléseos (παρακλήσεως), término que aparece en 2 de Corintios 1:3 y en Juan 14:16.

Paráclesis (Παράκλησις), implica acciones como consolar, confortar, exhortar, animar, ayudar.

ParáclitosΠ (αράκλητος), se refiere al que proporciona protección, seguridad, ayuda, a quien conforta o da consejo. 

El apóstol Pablo habla del Espíritu que se manifiesta en la comunidad por medio de los dones que le otorga a cada miembro4. Esto permite que la comunidad reciba un poder para desempeñar su misión. La iglesia es una comunidad sanadora donde mora el Espíritu. En la comunidad, el Espíritu se manifiesta en el servicio y la colaboración de unos con otros, no hay jerarquía de dones, todos estamos invitados y convocados a ponerlos a disposición de la comunidad. La comunidad debe tener siempre presente el ejemplo de Jesús, cuando lava los pies a sus discípulos (Juan 13:14). La autoridad que distingue a la comunidad es el servicio, no el poder desde una posición de jerarquía para regir la vida de los otros.

La iglesia, llamada a servir para sanar

El servicio al que está llamada la iglesia implica la acción de estar cerca con quien sufre para buscar su sanidad. En el Antiguo Testamento la palabra servicio está relacionada con la acción de sanar. En la Septuaginta, que es una traducción del Antiguo Testamento al griego, se traduce en numerosas ocasiones la palabra servicio mediante el vocablo θεράπων, que trasliterado es therapeu. Esto, debido a que la etimología de esta palabra refiere a un “estar cerca”. Describe la acción de alguien que se mantiene cerca de otro como medio para su sanidad. 

En la evolución del término, therapeu fue relacionándose más con la acción de un médico o psicoterapeuta que se mantiene cerca de un paciente para socorrerlo y acompañarlo en su proceso de sanidad. No obstante, desde la perspectiva bíblica, therapeu es la acción de servicio de quienes Dios llama, que describe su cercanía y calidez en el acompañamiento hacia el débil y enfermo.

En la Septuaginta, se utiliza therapeu para describir la acción de los líderes que sirven a Dios acompañando al pueblo (Números 12:7; Josué 1:2; 8:31,33; 9:4,6). El ejemplo más claro es Moisés, quien fue un “pastor” para Israel, los acompañó en el proceso de transición de la esclavitud a la libertad. La carta a los Hebreos lo expresa así: Así pues, Moisés, como siervo (θεράπων, therapeu), fue fiel en toda la casa de Dios, y su servicio consistió en ser testigo de las cosas que Dios había de decir (Hebreos 3:5, DHH).

El ministerio sanador de Jesús

En el Nuevo Testamento, este pasaje de Hebreos es el único en el que se utiliza therapeu para referirse al servicio, la mayoría de las veces se utiliza para describir las acciones sanadoras de Jesús. Esta es la base para concluir que entre los discípulos el servicio se entendía como acciones encaminadas a acompañar a otros en el proceso de restaurar y sanar, pues Jesús servía a la gente sanando. El evangelista Mateo da el siguiente testimonio: “Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando (θεραπεύων) toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo” (Mateo 9:35). 

Jesús vino a traer salvación y sanidad

La iglesia está llamada a buscar a los perdidos para salvación. Pero la salvación desde la perspectiva bíblica no sólo es en términos futuros al final de los tiempos. La salvación que trae Jesús inicia desde que Él llega a la vida de la persona.

Salvación y sanidad. La Biblia, habla de la salvación en términos futuros, pero también en términos históricos, de liberación y de sanidad. En el sentido básico de la palabra, el término salvación está relacionado con sanidad. Por eso algunos textos donde algunas traducciones utilizan la palabra “salvación”, la misma traducción en otras revisiones anteriores usa la palabra “salud”. Tal es el caso de la versión Reina Valera Antigua. Veamos, por ejemplo, las líneas finales del Salmo 91: 

Lo saciaré de larga vida,

Y le mostraré mi salvación 

(Reina-Valera 1960).

Saciarélo de larga vida,

Y mostraréle mi salud

(Reina-Valera Antigua).

En la Biblia encontramos muchos ejemplos de que la salvación, en un sentido, se presenta como sanación. Todo el ministerio de Jesús está lleno de referencias al acto de salvar, cuya evidencia concreta está en el sanar. Ante cojos, ciegos, enfermos, la expresión de Jesús: “tu fe te ha salvado”, se hacía palpable en la sanidad de ellos. 

El servicio sanador de Jesús revela aspectos muy importantes de su actuación que orientan nuestro accionar como discípulos hoy en día: 

1. Las sanaciones de Jesús muestran su cercanía a los marginados. Los enfermos, y por causa de ellos sus familias, tenían que soportar una situación de marginación por parte de la sociedad de aquella época (por ejemplo, Juan 9:1-2). Jesús, contra corriente: toca, abraza, tiene comunión, dialoga, establece contacto, se acerca y convive con los enfermos, impuros y marginados. 

2. Las obras de sanidad de Jesús evidencian lo central de las personas sobre las tradiciones. El hecho de que Jesús se acerque a los enfermos marginados, los toque y se deje tocar por ellos era un atentado contra las normas de pureza que gobernaban la sociedad palestina del siglo primero. El ejemplo de Jesús es un ejemplo para nosotros. Es ineludible preguntarnos: ¿Qué tradiciones, costumbres o formas representan un obstáculo en la actualidad para que la iglesia, los creyentes, desarrollen ministerios de servicio sanador? ¿Cómo superar tales obstáculos?

Por una iglesia sanadora

Ser discípulos de Cristo implica ser siervos, cuya tarea es la de estar cerca de los necesitados para acompañarlos en sus procesos de salvación, liberación y sanación: “y sanad (θεραπεύετε) a los enfermos que en ella haya, y decidles: Se ha acercado a vosotros el reino de Dios” (Lucas 10:9).

Las siguientes acciones son ejemplos concretos de cómo desarrollar la salvación aquí y ahora, este servicio sanador entre nosotros y hacia los demás:

1. Restauración: promover la sanidad de la persona en todos los ámbitos de su vida y que, a la misma vez, pueda sentirse renovada, en condiciones para desempeñar sus responsabilidades.

2. Contención: proveer un espacio donde la persona se sienta sostenida y segura. Implica el apoyo y respaldo en las crisis. 

3. Orientación: invitar a la persona a pensar y discutir una variedad de opciones que puedan facilitar la resolución del conflicto o crisis que se haya presentado. 

4. Reconciliación: generar espacios para abrir el corazón, confesar los errores, ante Dios o los demás, para reconciliarse. La expresión histórica de esta función incorpora aspectos como la confesión y el perdón.

5. Formación: discipular a las personas para que alcancen su plenitud en Cristo y desarrollen sus dones, sirviendo en ministerios acordes a estos. 

6. Liberación: proporcionar contextos de seguridad y confianza mutua que faciliten a la persona la oportunidad de enfrentar y superar las experiencias que le han impedido realizar sus sueños, alcanzar metas y contribuir a la sociedad. 

7. Dignificación: fomentar la transformación de aquellas personas que se sienten víctimas y dependientes de fuerzas externas e internas que las paralizan, en protagonistas de su historia, que se levantan a servir.

Una iglesia sanadora, es una comunidad que hace suyas las palabras de Jesús que tomó del Antiguo Testamento y aplicó a su ministerio: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor” (Lucas 4:18-19).

¡Amén! ¡Que así sea!

Referencias:

1 SCHIPANI, Daniel. Bases eclesiológicas: La iglesia como comunidad sanadora, 1997

2 MOLTMANN, Jürgen. La iglesia, fuerza del Espíritu. Hacia una eclesiología mesiánica. Sígueme: Salamanca, 1978

3 BONHOEFER, Dietrich. Creer y Vivir. Salamanca: Sígueme, 1974

4 En 1 Corintios 12: 4-11

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El amor comienza en casa

El amor comienza en casa

Hna. Elizabeth Sánchez Ramírez

Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros.

(1 Juan 4:11)

El carácter se forja en casa, allí obtenemos la confianza en nosotros; si somos amados y se alimentan nuestros sueños. La casa, sin importar la construcción, el tamaño o comodidades que ofrece, es el espacio íntimo en el que nos sentimos en libertad de ser y hacer. Nuestra casa habla de nosotras y de nuestra familia; de los gustos, costumbres, organización, hábitos y de la manera en que nos relacionamos. El valor principal de nuestra casa son los lazos afectivos que entrelazan a la familia, representan la seguridad, confianza y aceptación. Cuando es el espacio cálido y nutricio que debiera ser, nos hace exclamar: “¡No hay como estar en casa”! La clave está en el amor que se respira bajo su techo.

Dios creó la familia para que, a través de la relación de la pareja, y en el cuidado de padres e hijos y entre hermanos, el amor encuentre su plena expresión. Cuando el amor que une a un hombre y una mujer en matrimonio se mantiene vivo y floreciente, los hijos crecen sabiéndose amados, protegidos, atendidos en las necesidades de cada etapa de su desarrollo, en un ambiente cálido y armonioso que aun cuando sean adultos, en los tiempos difíciles, tristes o alegres podrán recordar y nutrirse de ese amor familiar.

Cuando hablamos de familia, generalmente pensamos en el modelo inicial creado por Dios; papá, mamá e hijos, sin embargo, en nuestra sociedad tenemos una gran variedad de familias en las que pueden estar incluidos abuelos, tíos, primos, o también puede haber la ausencia de mamá, papá o ambos, hoy se considera familia al núcleo de personas que habitan en la misma casa, unidos por una relación consanguínea o adopción.

El plan de Dios, para la familia es que sea fuente de amor, aceptación y apoyo, sin embargo, en muchos hogares lo que fluyen son conflictos: entre los padres, entre los hermanos, entre padres e hijos; problemas económicos, adicciones, etc. Crece la violencia, el abandono, el divorcio, el desamor, dejando dolor, angustia, baja autoestima, temor; sobre todo en los más pequeños e indefensos. Muchos problemas surgen cuando nos olvidamos de nutrir el amor. Así como necesitamos alimentar nuestro cuerpo cada día con productos saludables, el amor necesita atención y cuidados para mantenerse fuerte y sano. 

Cuando una pareja se une pensando que el amor es solo placer, complacencia, cuando para cada uno solo importa satisfacer sus intereses y necesidades sin tomar en cuenta los del otro, si no están dispuestos a ceder, a dejar su propio bienestar por el bien del otro; el amor está destinado a morir y toda la familia lo sufrirá.

Amar requiere entrega y decisión. El amor se hace evidente por la importancia que damos a la o las personas amadas, por la atención que ponemos a sus necesidades y el esfuerzo que hacemos para satisfacerlas, aun sobre nuestro propio bienestar. El apóstol Juan nos habla acerca del amor perfecto, el amor de Dios: En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados (1 Juan 4:10). Dios nos muestra un amor sin límites buscando nuestro bien, por esto, el apóstol nos pide: Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros (1 Juan 4:11). Los otros que están más cercanos son nuestra familia, por eso el amor debe empezar en casa. 

Solemos pensar que amar es vivir siempre felices, que cada uno pueda tener y hacer lo que quiera. Así no es el amor. El apóstol Pablo, nos enseña que el amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece (1 Corintios 13:4) Es decir, el amor no se centra en mis intereses y deseos, sino en hacer lo que es bueno para la persona amada. 

Entonces, ¿cómo podemos amar sin buscar nuestros propios intereses? La Biblia es un manual completo del amor. Aquí solo presentaré algunos consejos que sirvan de orientación.

1. Pide la ayuda de Dios. Recuerda que Él te ama, y ama a tu familia. Él te dice: Yo sé los planes que tengo para ustedes, planes para su bienestar y no para su mal, a fin de darles un futuro lleno de esperanza. Yo, el Señor, lo afirmo (Jeremías 29:11, DHH).

2. Mantén tu atención en cada miembro de la familia. Qué todos puedan sentirse en libertad y confianza para contarte sus experiencias, sus intereses, sus necesidades, gustos y disgustos. Escúchalos atentamente. De esta forma ellos también estarán dispuestos a escuchar, tus opiniones y consejos. 

3. Respeta a las personas dentro y fuera de casa. Tú conducta es ejemplo para tu familia. El respeto es fundamental para convivir en paz y armonía, por lo que en casa deben establecerse reglas y normas justas que protejan la integridad de todos. Evita la mentira, las palabras hirientes, conductas egoístas, demandantes, impulsivas y sobre todo agresivas de y hacia todas las personas sin importar su edad. Fomenta conductas y palabras amables. En todos los casos el respeto debe ser mutuo.

4. Pasa tiempo de calidad con tu familia. Planea un día a la semana para hacer cosas juntos, actividades que proporcionen alegría, algo que todos disfruten. Por ejemplo: caminar, una noche familiar con juegos de mesa, ver un programa en la televisión, cenar. Esto ayuda a conocernos mejor y reforzar los lazos de unión familiar.

5. Actúa con empatía y comprensión ante los problemas que surgen entre los miembros de la familia. Es necesario aprender que lo que tú piensas, quieres y sientas no es lo único que importa, es preciso tomar en cuenta lo que el otro piensa, quiere y siente para comprender por qué actúa de determinada manera y poder tomar decisiones y acuerdos en caso de conflicto.

6. Ejerce la autoridad que te corresponde con sensibilidad, firmeza, respeto y justicia.

7. Nutre a tu familia cada día con el amor de Dios a través de la oración y el estudio de la Palabra. Tomen tiempo para hacerlo en familia. Cuando el amor de Dios está entre nosotros la casa se llena de paz, esperanza, fe, gratitud y alegría. El amor empieza en casa y se transmite a otros ámbitos de la comunidad.

Dios nos dé sabiduría para que nuestra casa sea ese espacio del genuino amor.

Referencias

• Biblia de Estudio RVR 1960. Editorial Vida. 

• Biblia Edición de Promesas, revisión 1960

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El mentor

El mentor

Hna. Karla Flores Hernández

Más de una vez y en distintas ocasiones, hemos escuchado o leído Mateo 28:19-20: Acercándose Jesús, les dijo: Toda autoridad Me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que les he mandado; y ¡recuerden! Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo.

Este versículo ha sido de gran importancia para la iglesia cristiana, ya que resume la misión de evangelizar.

Antes de partir, Jesús les deja una gran tarea a sus discípulos, misma para la cual los había preparado en sus años de ministerio, y esta “gran comisión” también es dada para nosotros en la actualidad. 

En ocasiones, sucede que al escuchar este texto, nos sentimos inseguros e incapaces de llevar a cabo esta tarea, y resuenan en nuestra mente preguntas tales como: ¿por dónde empiezo? ¿qué hago? ¿qué les digo?, preguntas que nos abruman y desaniman a dar el primer paso.

A lo largo de este artículo, quiero que tengas presente lo siguiente: “[…] ¡recuerden! Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”, estas palabras de Jesús manténlas siempre en tu mente y tu corazón.

Ahora bien, la primera tarea que se nos encomienda es “hagan discípulos”, y para esto primero tenemos que entender qué es un discípulo. La palabra discípulo, al igual que disciplina, proviene de la palabra latina discipulus, que significa «alumno» o «aprendiz», es decir, un discípulo es un seguidor, uno que confía y cree en un maestro y sigue sus palabras y ejemplo. 

Pero ¿cómo se hace un discípulo? ¿Cómo empezamos? Jesús es nuestro gran maestro, en la Biblia podemos encontrar algunas características del discipulado que Él nos puso como ejemplo.

1. Practicaba lo que predicaba

Jesús era coherente con lo que enseñaba, los mandatos que Él daba a sus discípulos los ponía en práctica. En Juan 13, un pasaje muy conocido, encontramos un gran ejemplo del servicio: Así que se levantó de la mesa, se quitó el manto, se ató una toalla a la cintura y echó agua en un recipiente. Luego comenzó a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura.

En aquel entonces, los judíos no usaban zapatos, usaban sandalias, ¿puedes imaginar cómo se encontraban los pies de los discípulos? Llenos de polvo, mugre, malolientes, sucios.

Nuestro Salvador, el Rey de reyes, tomó forma de siervo lavando los pies de sus discípulos.

2. Tenía un diálogo personal

Jesús no solamente enseñaba en los montes a las multitudes, también se tomaba el tiempo para conversar a solas con quien lo necesitaba. En Lucas 19 podemos leer la historia de Zaqueo, un recaudador de impuesto que buscaba ver a Jesús entre la multitud. Zaqueo era una persona aborrecida en el pueblo por su profesión, y quienes se acercaban a él eran considerados como traidores, aun así, Jesús fue a su casa, y pasó un momento personal con él. Como resultado de esto, Zaqueo cambió su vida y decidió seguir a Jesús.

3. Jesús los amaba

[…] Él había amado a los suyos que estaban en el mundo, y los amó hasta el fin (Juan 13: 1). En la noche de la última cena, Jesús hace un acto de amor y humildad al lavarle los pies a cada uno de sus discípulos, incluyendo a Pedro que lo iba a negar y a Judas quien lo iba a traicionar. Jesús no solo decía amarlos, lo demostró hasta el fin.

4. Jesús hacía milagros

Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo (Mateo 4:23).

Una de las características del discipulado de Jesús, es que no solo predicaba, también ayudaba a solucionar los problemas y necesidades de quienes se le acercaban. A veces, las palabras no son suficientes, es necesario accionar, apoyar y acompañar.

5. Jesús es incluyente

Aconteció que, estando Jesús a la mesa en casa de él, muchos publicanos y pecadores estaban también a la mesa juntamente con Jesús y sus discípulos; porque había muchos que le habían seguido. Y los escribas y los fariseos, viéndole comer con los publicanos y con los pecadores, dijeron a los discípulos: ¿Qué es esto, que él come y bebe con los publicanos y pecadores? Al oír esto Jesús, les dijo: Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores (Marcos 2:15-17).

A lo largo del Nuevo Testamento, encontramos distintos pasajes donde se muestra a un Jesús incluyente, un Mesías que dignificaba a todos aquellos que eran excluidos y discriminados por el sistema religioso de su época. Buscaba una convivencia con ellos para enseñarles y mostrarles el camino con amor y paciencia. No solo buscaba la redención espiritual, sino también social.

El ministerio que Jesús realizó estando aquí en la Tierra es nuestro máximo ejemplo y modelo para seguir. Si no sabes cómo empezar, qué decir o hacer, hazte la siguiente pregunta: «¿qué hizo Jesús?».

Es una tarea ardua, que requiere valor, pero sobre todo amor, y si en algún momento te sientes decaer, recuerda sus palabras: […]Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo.

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Mi profesión, mi ministerio

Mi profesión, mi ministerio

Min. Abdiel Gómez Salomón y Elemy E. Espinoza Ramírez

«Desde su galaxia el niño ya sabe que cuando sea grande tendrá que ceder.

Pero, mientras tanto, él tiene la llave del eterno sueño de ser o no ser […]»

(Yo quiero ser bombero. Facundo Cabral y Alberto Cortés).

Seguro te estarás preguntando, ¿quiénes son esos señores? Y también cuestionarás: ¿De qué están hablando? Primero, ofrecemos una disculpa por la referencia a los antiguos años 90´s, sabemos que es historia vieja. Pero hay algunos detalles que, seguramente, has escuchado por ahí.

En esta narrativa, se cuenta la historia de un niño que va creciendo dentro de su familia, lleno de expectativas y esperanzas que han depositado sobre él. ¿La edad? No sé, quizás unos 4 o 5 años. Lo interesante de esto, son esas ideas preconcebidas que, según sus familiares, llevarían al éxito a este niño.

Ya todos habían hecho planes: ingeniero, doctor, banquero, militar… Estaban seguros, cada uno por su cuenta, de lo que ese niño sería al crecer. Pero él también estaba seguro: ¡bombero!, ¿por qué? Porque es mi voluntad. ¡Gran respuesta! Al menos, desde su galaxia, tiene voluntad e impulso por vivir.

En esta ocasión, no vamos a discutir cómo elegir una carrera, profesión u oficio, pero sí queremos puntualizar que: la vocación puede aparecer en cualquier momento de la vida, y esta puede vincularse a la carrera profesional o a aquello a lo que te dediques; o tal vez no. Quizás puedas usar tu carrera para descubrir tu vocación.

Profesiones, carreras y oficios

Recordando la infancia, los niños y niñas querían ser bomberos, doctores, policías o maestras. Ahora, una de las mayores aspiraciones es ser influencer o creador de contenido. Y, ¿sabes qué? Todo eso está perfecto. ¿Por qué? ¡Porque es tu voluntad!

Déjame decirte que, cual sea la carrera que hayas elegido, –sin importar las circunstancias que te hayan llevado a ello– tienes la posibilidad de encontrar una vocación dentro de ella, una que le dé un giro a tu vida y te encamine en el servicio y el amor por los demás.

¿A qué nos referimos? Bueno, pues nos han enseñado a elegir una carrera, a darle un rumbo a nuestras vidas desde muy pequeños y a tratar de no salirnos de ese rumbo. Sin embargo, con el paso del tiempo hemos descubierto que hay muchas cosas a las que nos podemos dedicar, y siempre se puede hacer un poco más allá de lo aprendido.

Así, sin importar a lo que te dediques, hay algo que puedes hacer para darle a tu vida un toque de servicio. Jesús aprendió un oficio de su padre, pero también supo llegar a otros espacios, donde tuvo la oportunidad de encontrar su vocación.

Hay otro ejemplo. En Gálatas 1 y 2, el apóstol Pablo se encargó de defender su vocación, una que encontró de manera “inusual”, pues, aunque nunca conoció a Jesús –como era el caso de los 12 discípulos–, le fue revelado el camino que debía seguir.

Vocaciones y contextos

Pablo había crecido como judío, con un amplio conocimiento sobre las culturas griega y romana, que predominaban en aquella época. Se había aleccionado en la ley y, en sus palabras, era más celoso y cuidadoso de todos esos preceptos que cualquier otro judío (Gálatas 1:14). Era un ciudadano ejemplar. Pero también, en términos actuales, se podría decir que era un verdadero profesional.

Había estudiado de todo, y como fariseo, Pablo se convirtió en uno de los mejores. Una carrera exitosa, sin duda. Aún así, terminó cambiando el sentido de todo lo que hacía y resignificó todo el conocimiento que adquirió durante todos esos años de carrera. Y esto, porque encontró su verdadera vocación: el llamado del Maestro.

Pero ojo: no cambió de “profesión”. Él seguía siendo tan docto y culto como cuando se consideraba un judío tradicional. No. Lo que cambió en Pablo fue el sentido de su carrera. El encuentro que tuvo con Jesús, narrado en Hechos 6, le hizo darse cuenta de que, aunque todo el conocimiento adquirido era muy valioso, era mucho más importante poder servir a quienes antes persiguió.

Pablo, al descubrir su vocación en Cristo, aprovechó esos recursos que antes utilizaba para lastimar y someter, ahora como un vehículo de comunicación hacia toda la gente, por la gracia y el amor del Resucitado.

Con todo este contexto, podemos dimensionar la pasión y el impulso que movía a Pablo. Se convirtió en el portador del mensaje evangélico que llegó a muchos gentiles. Y esto es importante, porque los gentiles eran todos aquellos que no habían nacido de la cultura y la religión judía. Pablo, por la revelación que tuvo en Jesús, encontró que su vocación era llevar ese mensaje a quienes que no habían tenido la bendición de conocer personalmente al Mesías. Gracias a eso, Pablo dejó la vida de violencia que llevaba, y aprendió a amar a su prójimo.

Como el apóstol Pablo, no es necesario cambiar tu profesión, ni echar en saco roto todo lo que has aprendido en este mundo. Lo que sí es necesario, es escuchar el llamado, acudir al encuentro con Jesús y darle sentido a todo lo que haces, encontrando la vocación de servir.

Una plataforma para servir

En Filipenses 3, Pablo dice que, todo aquello que antes consideraba valioso -como su estirpe judía y todo su conocimiento-, ahora lo toma como una pérdida; estiércol, basura, un sin sentido. Sin embargo, durante su ministerio supo utilizarlo en beneficio de la obra de Dios. Es decir, que cuando usas tus recursos para lastimar, vives en un absurdo; pero cuando Jesús te encuentra, todo ello se convierte en una herramienta de bendición.

Cuando hablamos de carrera, no pensamos solo en una profesión con un título, sino aquello a lo que le vamos a dedicar todo nuestro esfuerzo, tiempo y recursos. Esa carrera puede ser tan amplia como cada quién lo decida. Si la carrera es “ser bombero”, no solo se limita a apagar incendios; se puede rescatar animales, proteger a las personas de desastres, y se puede extender a la vida diaria. Si la carrera es la abogacía, tu vocación puede impulsarte a ofrecer servicio a quienes no tienen suficientes recursos. Es decir, la carrera solo es el medio, pues el llamado sobrepasa cualquier vehículo.

Tu carrera se convierte, de esta manera, en una plataforma de servicio. La profesión no siempre va acompañada del ministerio, y el ministerio no siempre se ejerce en la profesión. Pero cuando encuentras la revelación y servicio al que Jesús te llama, tienes la oportunidad, como Pablo, de darle sentido a esa carrera.

¿Quieres ser bombero? ¡Adelante! ¿Quieres estudiar una carrera? ¡No te detengas! ¿Quieres ser influencer? ¡Dale con fuerza! Pero, hagas lo que hagas, nunca dejes de lado tu verdadera vocación: amar a todos, como Jesús te amó.

Donde están tus pies

Como cristianos, nos pasamos la vida pensando cuál es el tiempo, cuál es el lugar correcto y el momento perfecto para servir. A algunos, la vejez los asalta antes de que puedan decidir su lugar y momento ideales. Otros pasan su vida adulta acumulando cosas y riquezas, pensando que la vida se trata de eso. Pero tú, que vas avanzando sobre el camino, puedes preguntarte: ¿Dónde están mis pies?

¿Tus pies están en la escuela? Puedes servir. ¿Estás en redes sociales? ¡Puedes ayudar a otros! ¿Tienes una profesión? ¡Eres de bendición para alguien! Donde estén tus pies, ahí está también tu vocación.

No esperes a la edad, ni a la madurez, ni al máximo conocimiento. Para servir solo necesitas la vocación. Lo demás, lo irás adquiriendo con trabajo y voluntad. Pero el llamado de Jesús está ahí, Él te busca como a Pablo, y te impulsa hacia donde está la necesidad. Solo necesitas escuchar la voz de tu maestro.

Referencias:

Nueva Versión Internacional.

La vocación de Pablo. Isidoro Mazzarolo. RIBLA 76, 2017/2. La carta de Pablo a los Gálatas.

Esmeralda Alarcón Montiel. Elección de carrera. 2019. https://www.redalyc.org/journal/340/34065218004/html/

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Ya me bauticé… ¿Ahora qué?

Ya me bauticé... ¿Ahora qué?

Hna. Juanita Guzmán Lucio

Y estoy seguro de que Dios, quien comenzó la buena obra en ustedes, la continuará hasta que quede completamente terminada el día que Cristo Jesús vuelva (Filipenses 1:6, NTV)

Seguramente identificas con gran facilidad este signo: ®, efectivamente, significa Marca Registrada y precisamente se utiliza en los productos que, una vez diseñados, creados y comprobados por el propósito de su uso, se publican para su promoción, generalmente para venta. Con este logo evitan el plagio; pues han sido registrados legalmente ante las autoridades correspondientes. Pueden ser libros, películas, artículos literarios, canciones, pinturas, objetos, etcétera. Así se define que no es un artículo genérico (no garante, de origen desconocido, “del montón”), sino legal (las autoridades dan fe de su autenticidad y pueden identificar su origen). También existe el término jurídico que se describe como derechos de autor o creador de una obra, con el fin de librarlo de estafas y reproducciones ilegales.

Algo semejante nos pasa a los cristianos. Conociendo a Dios y aceptando a su Hijo amado Jesucristo como Salvador, Él ejerce potestad sobre nosotros y nos pone un sello de propiedad. Somos de Él porque Él nos hizo y no nosotros a nosotros mismos (Salmo 100: 3), somos suyos, ya que fuimos comprados por la sangre preciosa de su hijo amado Jesús (1 Corintios 6:20), le pertenecemos y nos ha constituido en templo de su Espíritu Santo (1 Corintios 6:19). Cuando Dios determina nuestro propósito en esta vida y somos bautizados, nos pone el sello de marca registrada ® y derecho de autor; a partir de ahí viene una serie infinita de experiencias que nos van fortaleciendo en todas las áreas de nuestra vida.

Al igual que todas las obras registradas legalmente ante autoridades terrenales y que empiezan su vida productiva; el cristiano inicia su carrera espiritual a partir del bautismo. Esto es solo el comienzo, ya que Dios abre puertas para prosperar en el camino del Evangelio. Somos como árboles que damos fruto a su tiempo (Salmo 1:3). Juan el Bautista declara públicamente que su bautizo es en agua para arrepentimiento, pero Jesús bautiza con Espíritu Santo y fuego (Mateo 3:11). Cristo Jesús ordena a sus discípulos, ya bautizados, esperar el derramamiento del Espíritu para emprender su misión. Hay mucho qué hacer después de bajar a las aguas del bautismo.

Son muchos los que piensan que el bautismo es el punto máximo en la vida del cristiano, y que después de eso ya no hay nada que hacer. Esta idea lleva a que muchos jóvenes vivan pasivamente su fe. Algunos otros terminan por apartarse de la congregación pues pareciera que ya no hay nada que hacer. Sin embargo, después de bautizarnos hay un sinfín de experiencias que vivir; el camino del crecimiento en la fe es largo y sinuoso; el mismo Jesús empezó su ministerio después de ser bautizado. 

Cuando se recibe el sello del Creador, la profesión de fe se inicia lo que el apóstol Pablo llama “carrera” (1 Corintios 9:24-27).

Estilo de vida cristiano después del bautismo

Somos vasos de honra creciendo en santidad. Si alguno se limpia de estas cosas, será instrumento para honra, santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra (2 Timoteo 2:21). Somos receptores del Espíritu Santo y Dios se vuelve el centro de nuestro universo, con lo que damos prioridad a lo espiritual y actuamos como Dios desea. Para saber la voluntad de Dios es necesario leer diariamente la Biblia, escuchar predicaciones de la Palabra de Dios y orar frecuentemente; así ofrecemos agua fresca y viva al sediento. En los tiempos de Jesús, la gente misericordiosa ponía afuera de sus casas vasos de agua fresca para que los caminantes, viajeros y extranjeros que pasaban por el lugar se refrescaran un poco con la vital bebida. Hoy somos vasos de misericordia al brindar Palabra de Dios al necesitado.

Somos templo del Espíritu Santo y fuente que salta agua para vida eterna (Juan 4:14) 

Es natural que se manifiesten los frutos del Espíritu, como amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza (Gálatas 5:22–23) y podamos controlar nuestra naturaleza humana para no ahuyentar o entristecer al espíritu (Efesios 4:6) pues es nuestro sello de garantía de la eternidad ®.

Somos portadores del mensaje de salvación

El cumplimiento de La Gran Comisión asignada por Nuestro Señor Jesús en Marcos 16:15-18, para que el mundo crea en Dios y sea salvo, es la tarea que debe ocupar la mayor parte de nuestro tiempo, ya que es prioridad en nuestra vida diaria, sea el lugar que sea: vecindad, escuela, trabajo, mercado, calle. Cada día tenemos la oportunidad de compartir la Palabra de Dios al mundo. Y la mayoría de las personas, conocidas o no, están dispuestas a escuchar, ya sea por educación o interés. Son grandes oportunidades de extender el reino de Dios y su justicia. Todo depende de Dios (1 Corintios 3:6).

Somos profesionistas del Espíritu Santo (1 Corintios 12:1-28)

Dios nos da el Espíritu Santo y los dones para que los administremos y pongamos en práctica para ayudar a la sociedad en sus problemas espirituales, y que encuentre el camino de la salvación. En el versículo se señalan diversas profesiones de fe y debemos desarrollarlas integrándolas a nuestra profesión terrenal. El consejo que nos da la Palabra de Dios a través del apóstol Pablo es que procuremos los mejores dones (1 Corintios 12:31).

La gran consigna: continuar creciendo como discípulos de Jesús

Nuestro desarrollo espiritual es vital, a fin de alcanzar la madurez cristiana dando evidencia y testimonio de la vivencia del reino de Dios: Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, a la condición de un hombre maduro, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo (Efesios 4:13).

Conclusión

Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente, apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros, luego los que hacen milagros, después los que sanan, los que ayudan, los que administran, los que tienen don de lenguas (1 Corintios 12:1-28).

Con esta larga lista de trabajos espirituales comprobamos que “no hay descanso hasta el llegar…”, como dice el himno. Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados. Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás (2 Pedro 1:8-10).

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