El perdón como elemento esencial

El perdón como elemento esencial

Hna. Perla Esquivel y Min. Esdras Valencia

El matrimonio no me asusta, casarme con la persona equivocada sí». Hace poco escuché a una joven, que recién se había divorciado, mencionar esta frase. Cuando le pregunté por qué decía eso, compartió que, el breve tiempo que duró su matrimonio, fue una experiencia abrumadora y desgastante, pues cada vez que se enfrascaba en una discusión con su esposo, ella no tardaba en buscar la reconciliación. Sin embargo, él tomaba una actitud de orgullo y arrogancia, lo que orilló a que el amor se enfriara y, al final, ella se cansó de ser la única que pedía perdón; fue tanta su decepción que consideró imposible continuar casados.

Si bien, en el matrimonio los conflictos se presentan de manera inevitable y por diversas circunstancias, esta historia nos lleva a analizar cómo estamos actuando cuando se presentan los problemas o diferencias en nuestra relación. Además de revisar qué papel juega el perdón de manera individual y en el matrimonio.

Cuando permitimos que el peso del conflicto se interponga entre esposos dejamos que el orgullo y la arrogancia hagan mella en la relación, generando heridas que crean resentimiento. Cada uno va arrastrando esas situaciones adversas y las marcas de las decepciones, lo cual va creando experiencias traumáticas además de un distanciamiento en la pareja, se rompe la comunicación creando una barrera en la intimidad estancando la relación.

Las heridas expuestas

¿Qué sucede cuando una herida está expuesta? Se infecta. Ahora imagínelo en su matrimonio. ¿Hemos sido honestos al exponer esas heridas? ¿Las hemos compartido con nuestro cónyuge? ¿O preferimos ignorarlas, creyendo que, en algún momento, como por arte de magia, solas van a sanar?

Necesitamos revisar si en nuestra relación existe algún rencor que hayamos querido esconder, pero que cuando el cónyuge toca una fibra sensible de inmediato sale a la luz como un reproche. Por eso, es necesario curar esa herida y prueba de ello es el perdón.

El apóstol Pablo escribe en la carta a los Colosenses 3:13-15 (NTV) lo siguiente: Sean comprensivos con las faltas de los demás y perdonen a todo el que los ofenda. Recuerden que el Señor los perdonó a ustedes, así que ustedes deben perdonar a otros. Sobre todo, vístanse de amor, lo cual nos une a todos en perfecta armonía. Y que la paz que viene de Cristo gobierne en sus corazones. Pues, como miembros de un mismo cuerpo, ustedes son llamados a vivir en paz. Y sean siempre agradecidos.

Esta exhortación es un llamado al amor para reflejar el carácter de Cristo cuando somos heridos e incluso cuando herimos a nuestro cónyuge. Si bien, en la convivencia diaria surgen las diferencias, faltas con o sin intención, eso no significa que como cristianos debemos pasar por alto algún agravio u ofensa, por el contrario, es importante acercarnos al cónyuge para expresarle nuestro sentir, no de manera reaccionaria sino con la cabeza fría, en un momento en que podamos hablar tranquilamente sin reprimir algún sentimiento que esto nos haya generado; al sincerarnos podemos avanzar hacia el perdón.

El gran acto de humildad

Somos seres imperfectos, ninguno estamos exentos de herir al otro, lo importante es reconocer nuestra falta sin minimizarla, afrontarla, resarcir y decidir de manera consciente no volver a lastimar a mi cónyuge, ese acto requiere humildad. Pero, también lo es para quien ha decidido perdonar, pues es el primer paso para el camino de la sanación con la guía de Dios.

Hay una frase que me parece ad hoc: «No olvidaré lo que ocurrió, pero ya no lo usaré en tu contra ni me aferraré a este dolor». Llegar a ese punto no es por nuestras fuerzas sino porque hemos reconocido que, así como El Señor nos ha perdonado, dejando de lado nuestras transgresiones, hemos sido llamados para seguir su ejemplo.

No significa que estamos justificando un mal realizado en nuestra contra, sino que decidimos dejar de lado el enojo, no permitiendo que la ira y la amargura se apoderen de nosotros, decidimos confiar en que el Padre tomará el control aún en esa situación.

Fortalezcamos nuestro futuro

Es tiempo de mirar hacia adentro de nuestra relación si deseamos tener una vida matrimonial saludable, por ello deseo compartir tres acciones que pueden ayudarnos para fortalecer nuestro vínculo:

1. Renuncien a la venganza

Cuando hemos sido lastimados quizá nuestra primera reacción es hacer lo mismo, si es así ¡detente! Toma un momento (el que consideres necesario) para orar a Dios pidiendo su dirección para hablar con tu cónyuge. En Mateo 6:14-15 el Señor nos dice: Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro padre celestial. Mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas. Debemos cultivar en el matrimonio la práctica del perdón, como una puerta que nos permite disfrutar la gracia de Dios en todo su esplendor.

2. Reconstruyan la confianza

Aunque es cierto que, otorgar el perdón de manera sincera es un acto que se realiza de manera inmediata, es importante reconocer que reconstruir una confianza que ha sido defraudada implica tiempo y esfuerzo de ambas partes. Se requiere paciencia, voluntad y convicción, es necesario que ambos cónyuges estén conscientes de todo lo que implica la reconstrucción de la confianza perdida y trabajen en una comunicación sana, respetuosa y abierta, que les permita expresar sus sentimientos y aun aquello que les molesta.

3. Pidan ayuda

Nadie nace sabiendo ser esposo o esposa. Por lo que, siempre será necesario reconocer que no tenemos la solución a todos los problemas ni las respuestas a cada situación. Nuestra primera fuente de auxilio viene de Dios, quien es nuestro sanador y nuestra ayuda (Salmo 121). También es importante reconocer cuál es nuestra red de apoyo, con la cual contamos: familiares, amistades, hermanos en la fe. Debemos identificar en esos elementos quién o quiénes podrían ser un apoyo. En muchas ocasiones, las parejas han sido bendecidas al tener entrevistas pastorales que les permiten ubicar la situación que están viviendo, a la luz de la Palabra de Dios. No obstante, debemos comprender que, en ocasiones, por la complejidad de las dificultades, hay situaciones que rebasan incluso la competencia de un pastor o asesor matrimonial, cuando es así también se puede acudir a un terapeuta profesional. No debemos ver estos elementos como algo fuera de la fe, sino como los recursos que Dios pone a nuestro alcance.

El matrimonio es un vínculo entre dos grandes perdonadores. Indudablemente practicarlo no siempre será fácil, por lo que necesitamos los recursos que vienen de Dios, para que en nuestro matrimonio el perdón sea un elemento permanente, que nos ayude a vivir en armonía y paz. Pidamos a Dios su sabiduría y fortaleza para perdonar, que, a través de esta práctica constante y permanente del perdón, podamos reflejar la gracia que hemos recibido del Señor con la persona que hemos decidido compartir el resto de la vida.

Bibliografía

https://www.biblegateway.com/

https://lamenteesmaravillosa.com/por-que-a-veces-no-podemos-perdonar-ni-olvidar/

Manual para matrimonios 2020, Ed. La verdad presente.

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Adoración renovada: una vida de entregay frutos.

Adoración renovada: una vida de entrega y frutos.

Min. Derick Jaramillo

Jonathan Edwards expresó: «El amor de Cristo fue de tal manera que se entregó a sí mismo por nosotros, su amor no consistió meramente en sentimientos, ni en esfuerzos ligeros, ni en sacrificios pequeños, sino que mientras nosotros éramos sus enemigos, aun así Él nos amó de tal manera que tuvo un corazón para negarse a sí mismo y asumir los esfuerzos más extraordinarios y pasar por los peores sufrimientos para beneficio nuestro, Él renunció a su propia comodidad y tranquilidad e interés y honor y riqueza, y se hizo pobre y despreciado, y no tuvo donde descansar su cabeza, y lo hizo por nosotros; cuando se trata de amar, Cristo Jesús es nuestro modelo a seguir, Él se hizo sacrificio vivo por nosotros, y cuando se trata de adorar, Cristo también es nuestro modelo a seguir quién nos capacita para honrar a Dios con toda devoción y todo nuestro ser» (Edwards, 1738/2002).

La renovación hacia una vida de adoración en el Espíritu es un llamado profundo que cada uno de nosotros, como creyentes, debemos atender con el corazón abierto. En el tiempo de postpandemia que aún vivimos, donde se nos ha endurecido un poco a todos el corazón por tantas pérdidas, es sumamente necesaria una renovación de nuestra persona e iglesia mediante una vida que adora con todo lo que somos, en todo lo que hacemos. El apóstol Pablo, en Romanos 12:1-2, nos presenta un mensaje poderoso que nos invita a transformar nuestra vida a través de la adoración.

Pablo escribe a la iglesia en Roma en un contexto muy particular. En medio de la diversidad cultural y la presión social de la ciudad, esta comunidad de creyentes enfrentaba desafíos significativos: desde la persecución, muerte, y hasta las divisiones internas. La iglesia, compuesta tanto por judíos como por gentiles, formaba un crisol de tradiciones y creencias. Según el comentarista C. E. B. Cranfield, “la comunidad cristiana en Roma era un crisol de diversas tradiciones culturales y teológicas, lo que la hacía vulnerable a disputas internas sobre la identidad y la práctica de la fe” (Cranfield, 2004).

Pablo, al dirigirse a ellos, no solo busca aclarar la doctrina de la salvación, sino también exhortar a los creyentes a vivir de manera coherente con su fe. Su llamado a la renovación espiritual se convierte en un ancla para una iglesia que lucha por mantener su identidad y propósito en Cristo. En medio de estos desafíos, Pablo les recuerda que la adoración genuina puede y debe ser un elemento central de su vida comunitaria.

Romanos 12:1-2 (NVI)

Por lo tanto, hermanos, les ruego que, por las misericordias de Dios, ofrezcan su cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. Ese es el verdadero culto que deben rendir. No se amolden al mundo actual, sino transfórmense mediante la renovación de su mente, para que comprueben cuál es la buena, agradable y perfecta voluntad de Dios.

La adoración como estilo de vida

Cuando Pablo invita a los romanos a ofrecer sus cuerpos como sacrificio vivo, nos está recordando que la adoración es más que un acto aislado; se trata de un estilo de vida que refleja la devoción a Dios en cada acción, evoca la obediencia a Cristo. Alguien escribió: «La fuerza se mide en kilos, la velocidad en segundos, pero la entrega a Dios no la podemos medir, pero sí ver sus frutos». Este pensamiento nos recuerda que, aunque no siempre podemos cuantificar nuestra entrega, sus resultados son evidentes en nuestras vidas y en la comunidad que nos rodea. La adoración genuina trae consigo frutos que se manifiestan en relaciones sanas y un compromiso profundo con los principios del reino de Dios.

En este contexto, es fundamental que entendamos que Pablo no solo está hablando de una adoración que se limita al canto en la iglesia; está hablando de una vida que se entrega a Dios en cada rincón de nuestra existencia. N.T. Wright menciona que “la comunidad cristiana en Roma necesitaba entender su identidad como un pueblo llamado a reflejar la gloria de Dios en medio de una cultura que se oponía a ella” (Wright, 2004). Al hacerlo, Pablo resalta la importancia de vivir de manera que nuestras vidas se conviertan en un testimonio de la gracia y el amor de Dios.

La adoración se manifiesta en cada acción, la cual puede ser un acto de adoración si está enfocada en honrar a Dios y reflejar su carácter en nuestras vidas. El autor John Stott enfatiza que «la verdadera adoración implica rendirnos a Dios en todo lo que somos y hacemos, lo que transforma nuestra vida cotidiana en un acto de adoración» (Stott, 1994). Esta perspectiva amplía nuestra comprensión de lo que significa adorar y evidencia la renovación que busca Pablo para la iglesia en Roma.

El concepto de adoración también implica renuncia y entrega. Como creyentes, estamos llamados a despojarnos de nuestro ego y de nuestras quejas, lamentos y reproches. No podemos adorar a Dios plenamente si nuestras mentes y corazones están atados a lo negativo. Pablo nos exhorta a ser transformados por la renovación de nuestra mente (Romanos 12:2).

La palabra griega ἀνακαινόω” (anakenóō), que se traduce como “renovar”, implica un proceso continuo de transformación en nuestra mente y vida. Este cambio no es superficial, es una metamorfosis interna que nos lleva a una nueva forma de pensar y vivir. Por otro lado, la entrega, representada en el término griego sōma (σῶμα), significa “cuerpo”, y nos invita a ofrecer cada parte de nuestra vida a Dios, convirtiendo nuestra adoración en un sacrificio vivo, santo y agradable.

La adoración, entonces, no es solo un acto ritual, sino una respuesta profunda y continua a la gracia de Dios en nuestras vidas. Te invito a reflexionar sobre tu propia vida: ¿Hay áreas que necesitan renovación? ¿Estás permitiendo que la adoración transforme tus acciones cotidianas? A medida que nos comprometemos a adorar con todo lo que somos, en todo lo que hacemos, podemos experimentar la renovación que Dios anhela para cada uno de nosotros y para nuestra iglesia.

Aplicaciones prácticas:

1. Cultivar una mentalidad de adoración: Dedica un momento diario para reflexionar sobre las misericordias de Dios en tu vida en Cristo. Escribe un diario de gratitud donde anotes al menos tres cosas por las cuales estás agradecido cada día. Esto ayudará a enfocar tu mente en la bondad de Dios y transformará tu perspectiva. 1 Tesalonicenses 5:18: Den gracias en toda situación, porque esta es la voluntad de Dios para ustedes en Cristo Jesús.

2. Integrar la adoración en las relaciones: En tus interacciones diarias con la familia, amigos y compañeros de trabajo, practica la adoración siendo intencional en mostrar amor y respeto. Recuerda que cada acción puede ser un acto de adoración si se hace con un corazón sincero. Colosenses 3:23: Todo lo que hagan, háganlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres.

3. Renunciar a lo negativo: Establece un compromiso de no quejarte durante una semana. Observa cómo esto afecta tu estado de ánimo y tu capacidad para adorar. Elimina las quejas y en su lugar, busca lo positivo en cada situación, confiando en que Dios tiene un propósito. Filipenses 2:14: Hagan todo sin quejas ni discusiones.

4. Servir a otros como acto de adoración: Busca oportunidades para servir a los demás, ya sea en tu iglesia, comunidad o familia. Al hacerlo, recuerda que servir a otros es un acto de adoración a Dios, donde reflejamos su amor y compasión. Gálatas 5:13: Ustedes, hermanos, han sido llamados a ser libres. Debemos pedir a Dios que nos libre de un amor excesivo hacia nosotros mismos y un amor insuficiente hacia nuestro prójimo.

Conclusión

La adoración renovada no es solo un acto, sino un estilo de vida vibrante que nos llama a entregarnos por completo a Dios en cada rincón de nuestra existencia; al hacerlo transformamos no solo nuestras vidas, sino también nuestras comunidades reflejando la gloria de un Dios que merece nuestra entrega total. En un mundo sediento de autenticidad y esperanza, cada acción, cada palabra y cada relación se convierten en un poderoso testimonio del amor y la gracia divina, desafiándonos a vivir con fervor y a demostrar que, a través de nuestra adoración podemos experimentar una vida llena de propósito, frutos abundantes y una renovación que impacta a todos a nuestro alrededor. ¡Que nuestra adoración sea un fuego inextinguible que inspire a otros a unirse a este llamado glorioso!

Referencias

1. Cranfield, C. E. B. (2004). A Commentary on the Epistle to the Romans. The Epworth Press.

2. Stott, J. (1994). The Message of Romans: God’s Good News for the World. InterVarsity Press.

3. Wright, N. T. (2004). Paul for Everyone: Romans, Part 1. Society for Promoting Christian Knowledge.

4. Bibilia Interlineal (2013). La Biblia Interlineal Griego-Español. Editor: Estudios Bíblicos.

5. Edwards, J. (2002). Charity and Its Fruits. (S. E. F. T. Leith, Ed.). Carlisle, PA: Banner of Truth Trust. (Original work published 1738)

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Un llamado a la unidad en Cristo

Un llamado a la unidad en Cristo

Carla Liliana Moya Caza

«No somos salvos por nuestra asistencia a la iglesia, pero la iglesia es una parte vital de la vida de alguien que ha sido salvo. Mientras permanecemos en Cristo estamos unidos unos con otros»

(Kruger, 2021).

Cuando tomamos la decisión de ser seguidores de Cristo, adquirimos también responsabilidades. Una de las más importantes es replicar las acciones que realizó Jesús en su ministerio terrenal. Con sus palabras y acciones nos dejó dos tareas fundamentales que no pueden ser negociables ni pospuestas, estas se encuentran en Mateo 22: 37-39: Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, este es el primero y grande mandamiento y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

Una iglesia dividida no puede crecer. Quizá te parezca raro, dentro de la iglesia también se levantan muros, barreras, delimitaciones, brechas, etcétera. Esto es fruto de los pensamientos carnales que se materializan en acciones concretas. Con frecuencia, nos hemos dedicado a separarnos, aislarnos y crear categorías donde nos ubicamos según nuestras ideas y conveniencias.

Estas actitudes divisorias se manifiestan de múltiples formas, a pesar de que presumimos compartir un mismo Espíritu y, por ende, un mismo pensar y sentir. Lamentablemente, esta realidad persiste dentro de la comunidad cristiana, evidenciándose en la incapacidad de consensuar para el trabajo conjunto, las luchas de poder y la oposición a nuestras autoridades, entre otros ejemplos.

Son muchas las formas en que estas acciones se manifiestan, aunque asumimos que tenemos un mismo Espíritu, por ende, un mismo pensar y sentir. Lamentablemente, esto existe dentro de la misma comunidad cristiana; evidenciándose en la incapacidad de ponerse de acuerdo para el trabajo, la lucha de poderes, la oposición a nuestras autoridades , entre otros ejemplos.

Las estadísticas revelan la existencia de aproximadamente 4,200 grupos o tipos de creencias en el mundo, con divisiones significativas incluso dentro del cristianismo. Esto pone de manifiesto la fragilidad de nuestra unidad y cómo aspectos secundarios pueden distanciarnos aún más.

Por lo tanto, es importante reflexionar, si hemos permitido que diferentes barreras se levanten dentro de nuestras congregaciones formando grupos y subgrupos que fragmentan nuestra valiosa comunión en la fe.

Un dilema habitual en nuestra cultura

Cuando se trata de trabajar juntos en la obra del Señor, debemos reconocer que la unidad es crucial, pero no es algo que se dé naturalmente, por eso debemos fomentarla y procurarla.

La época que vivimos está marcada por una cultura que afecta la colaboración efectiva de las congregaciones. Por poner algunos ejemplos, observamos que:

• La cultura moderna enfatiza el individualismo y la autosuficiencia. Las prioridades e intereses personales se anteponen a los objetivos comunes de la iglesia.

• La desinformación que se genera a través de las redes sociales, en ocasiones nos lleva a tomar posturas en situaciones que realmente desconocemos, a propagar rumores y chismes, lo cual genera divisiones.

• La falta de una comunicación horizontal y transparente, por parte de diversos líderes a nivel social genera desconfianza, malentendidos y conflictos, en la iglesia esto no es la excepción.

• Las diversas expectativas generacionales, pueden provocar fricciones. Las diferencias generacionales son una realidad que pocas veces hacemos consciente, privilegiando los métodos y perspectivas de una sola, fomentando así el adultocentrismo en las iglesias.

• Los conflictos no resueltos, generan resentimientos y divisiones. Hay que tener presente que, cuando se evitan confrontaciones, permitimos que los problemas se agraven.

Estos son algunos de los problemas más significativos que afectan la unidad en nuestro tiempo.

La característica de la Iglesia es la búsqueda de la unidad

Cuando los cristianos dejan de ser testimonio visible de unidad, fraternidad y armonía, fallan en su misión evangelizadora y pierden su eficacia como instrumentos para guiar a la humanidad hacia los propósitos divinos en la tierra. Así que, hermanos, os ruego por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer (1 Corintios 1:10).

En teoría, todos estamos de acuerdo en vivir la unidad de la iglesia como un distintivo principal en la Iglesia de Dios, y rechazar cualquier práctica que amenace este propósito. Sin embargo, el verdadero desafío radica en despojarnos del orgullo y los sentimientos de autosuficiencia, así como en romper con los valores mundanos que se contraponen a los objetivos comunes de la Iglesia.

La experiencia nos ha demostrado que hay más desacuerdo entre los cristianos cuando ponemos más énfasis en la diversidad que en la unidad; es decir, cuando nos centramos en lo que nos distingue en lugar de en lo que nos une.

Conclusión

Fomentar la unidad de la iglesia requiere un esfuerzo intencional y constante. Entendemos que hay diversidad dentro de nuestras congregaciones locales e internacionales, puede que en muchos aspectos seamos diferentes, pero al final somos muy semejantes; todos nacemos del amor de Dios. De hecho, Jesús mismo oró por la unidad de sus seguidores para ser un poderoso testimonio al mundo (Juan 17:21).

Mi experiencia como estudiante del Seminario de Entrenamiento Ministerial me ha enseñado que, a pesar de vivir a miles de kilómetros, en un país con una cultura diferente y prácticas eclesiales distintas, podemos vivir unidos como hijos e hijas de Dios.

Una verdad innegable, digna de profunda reflexión, es que una iglesia unida es una iglesia atractiva. Juntos, podemos lograr mucho más para la gloria de Dios. Nuestro testimonio de unidad se convierte en el mensaje más poderoso para atraer a otros al Evangelio.

Bibliografía

García, J. M. (2015). La religión en el mundo actual. La Albolafia: revista de humanidades y cultura.

Kruger, M. (2021). Creciendo juntas: Una guía para profundizar las conversaciones entre mentoras y discipulas. Estados Unidos: KREGEL PUBN.

Martínez, T. (2019). En las fronteras del cristianismo. ResearchGate.

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La sinfonía del amor

La sinfonía del amor

Hna. Noemí Flores Vélez

La música es un medio de comunicación muy poderosa; eso lo descubrimos mi esposo y yo, aún antes de conocernos. Cada uno por nuestra parte, participábamos en el ministerio de alabanza donde nos reuníamos; de hecho, fue en un evento relacionado con la música, que tuvimos la oportunidad de conocernos. Después de casarnos, hicimos de la alabanza un hábito diario que impactó favorablemente nuestra relación matrimonial.

La Biblia contiene abundantes ejemplos de salmos que nos motivan a una vida que exprese con música la gratitud de nuestro corazón. El salmo 92 se desglosa de la siguiente manera: Bueno es alabarte, oh Jehová, y cantar salmos a tu nombre, oh Altísimo (v. 1). ¿Por qué el salmista nos dice que la alabanza a Dios es buena? En los cánticos podemos expresar muchas cosas que solo con palabras sería muy limitado. Es una oportunidad para reconocer su grandeza, para expresarle nuestras gratitudes, para conocer su carácter, para encontrarnos en intimidad con Él. Por otro lado, Childen´s Health, en su artículo “Seis beneficios de la música para la salud” en los primeros tres numerales dice: «1) Reduce la ansiedad y el estrés, 2) puede ayudar a aliviar el dolor y las molestias y 3) promueve estados de ánimo y emociones positivos». Esto es algo que nosotros experimentamos cuando alabamos a Dios en nuestros tiempos devocionales. Hacer de la música de alabanza un hábito en nuestras vidas, ha sido de mucha bendición.

Anunciar por la mañana tu misericordia, y tu fidelidad cada noche (v. 2). Antes de irnos a dormir, pasamos un momento devocional cantando acompañados de la guitarra. Creemos que esa práctica influyó positivamente la vida de nuestros hijos desde el embarazo. Después, siendo niños participaban en los devocionales familiares y, a través de los años, han desarrollado sus dones en la música. El salmo nos invita a cantar alabanzas a Dios desde la mañana y hasta el anochecer.

En el decacordio y en el salterio, en tono suave con el arpa (v. 3). Nunca aprendí a tocar el arpa, pero el Señor me permitió aprender la guitarra, la mandolina, la flauta, pandero y para mí era un verdadero placer alabar a Dios, en cualquier momento. Después, de casada, desarrollé el don de acompañar con la guitarra los cantos. Mi esposo y yo siempre nos consideramos levitas del Señor Dios, porque Él nos usaba, para la gloria de su nombre. Compartimos momentos en la alabanza y en la música, tanto nuestra vida matrimonial, como en el servicio en la iglesia.

Por cuánto me has alegrado, oh Jehová con tus obras (v. 4). Como esposos, tenemos muchos motivos de alegría. El Señor nos ha llenado de su gozo en diferentes momentos de la vida. En nuestras alabanzas damos testimonio de ellas. Sus obras en nuestra vida, nos motivan a alabarle constantemente. Una de esas alegrías es por haber sembrado la semilla de la música en nuestros hijos. Nos alegramos mucho cuando de pequeños, en casa, eran preparados para presidir y hablar de la Palabra, y en la Iglesia siempre estaban dispuestos a servir, y más cuando les daban la oportunidad a los niños. Por eso, con plena certidumbre de fe podemos decir: en las obras de tus manos me gozo. Porque si no fuera por el Señor, nosotros no seríamos nada.

Amados matrimonios, en casa es donde empieza todo; y cuando invitamos a Dios a ser el centro de nuestra vida, el primero en todo lo que hagamos, y a no hacer nada sin antes consultarlo con Él, entonces toma el control y nos lleva de gloria en gloria, nos encamina, dirige y actúa por nosotros. Por eso, a través de nuestro ejemplo queremos decirles que vale la pena cultivar un don o interés que tengamos en común, para que mientras lo practicamos, nuestra relación de pareja se vea fortalecida. Así ocurrió con nosotros, pasamos tiempo juntos, trabajamos en unidad, hacemos equipo, se fortalece la comunicación, se favorece la convivencia, damos buen testimonio a los hijos, por la gracia de Dios damos testimonio de una familia que busca la unidad y el trabajo en equipo.

Quiero ofrecerles algunos consejos prácticos.

• Descubran algún don o interés que tengan en común. No tiene que ser algo relacionado con la iglesia, pero sí alguna actividad que les permita comunicarse, pasar tiempo juntos, trabajar en equipo, algo que favorezca la convivencia y el fortalecimiento de su relación.

• Trabajen para hacer de ello un hábito. Un hábito es un ejercicio que hacemos de forma repetida, cada vez con mayor naturalidad. Si logramos convertir ese interés mutuo en un hábito, sumaremos importantemente al vínculo matrimonial

• No dejen de practicar. Aunque logren formar el hábito, no se relajen o piensen que ahora funcionará automáticamente; al contrario, busquen practicarlo constantemente.

La intención no tiene que ver directamente con cultivar buenos hábitos, sino que, al hacerlo, encontremos oportunidades para que la relación matrimonial se fortalezca, que aporten favorablemente a la confianza, a la unidad o a la comunicación. La razón verdadera es que todas esas “notas musicales” cooperen para hacer de nuestro matrimonio una hermosa sinfonía que traiga armonía y plenitud a quienes habitamos en ella.

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Nosotras también anunciamos

Nosotras también anunciamos

Por: Jocheved Martínez

Tú, Dios mío, hablaste, y miles de mujeres dieron la noticia (Salmos 68:11, TLA).

Deseo iniciar esta reflexión, enviando un especial reconocimiento a las mujeres de la Iglesia por su gran fe y perseverancia; a las que se acaban de bautizar, a quienes han permanecido fieles y firmes en medio de enfermedades y crisis, a las que honran al Señor, atendiendo amorosamente a su familia, a las mayores que con su sabiduría siguen brindando consejos. A las líderes que con todo el corazón se paran al frente para guiar y animar. A las mujeres que, habiendo recibido el llamado de Dios y fortalecidas por su Espíritu Santo, reflexionan en la Palabra y anuncian el mensaje.

La pandemia que vivimos años atrás fue el detonante para que muchas despertaran sus dones y los ejercieran. Por ejemplo, en el 2020 y debido a la contingencia sanitaria, con el programa La iglesia en casa, muchas mujeres se vieron en la necesidad de desempeñarse como guías espirituales en su hogar. En esa misma época y para mantener la comunión con el cuerpo de Cristo, se establecieron los cultos en línea, donde también dirigieron las reuniones, participaron con alabanzas, oraciones y expusieron mensajes bíblicos. De hecho, en la actualidad, en las redes sociales, siguen operando, con gran bendición, diversos programas donde ellas comparten la Palabra de Dios.

En una capacitación a mujeres líderes en el norte del país, se habló de la necesidad de prepararse de manera sistemática en las ciencias bíblicas y se mencionaron espacios de formación como los que ofrece el SEM para adquirir un desarrollo bíblico-teológico adecuado. Al finalizar una hermana comentó: “Yo pensé que las hermanas solamente habíamos sido llamadas para hacer tamales” ¡Sí, podemos hacer tamales y más obras para colaborar en la construcción de los templos! pero si se ha recibido el don de la predicación u otros dones, ¡hay que ejercerlos!

Los dones espirituales que Dios da a la iglesia para su edificación, ¿son exclusivamente para los hombres?

El ministerio de la mujer no es un derecho que se busque, tampoco una obligación que se otorgue, sino una manifestación de la multiforme gracia de Dios (1 Pedro 4:10). No es un fin, sino el cumplimiento de un llamado divino. La función de la mujer en los ministerios de la iglesia sigue siendo un asunto de gran interés. En este tema tan trascendental, nuestro punto de partida es la Biblia con su mensaje pertinente, vivo y eficaz.

En el Nuevo Testamento vemos a Jesús durante su ministerio, alentando la vida de las mujeres; entabla una relación amistosa con Martha y María; sana a una endemoniada, María Magdalena; se deja interpelar por una extranjera; se conmueve ante la viuda que lleva a enterrar a su hijo; expone temas de profundidad teológica con una samaritana… y ella como fruto de su encuentro, es impulsada a cumplir un rol misionero en su comunidad. Existen más ejemplos de cómo Jesús dignifica a la mujer y la equipa para compartir el mensaje de salvación.

Una profetiza, una predicadora

En el Antiguo Testamento encontramos a Hulda, una profetiza que es mencionada en 2 Reyes 22:14-20 y 2 Crónicas 34:22-28. Vivió en Jerusalén, aproximadamente en el año 640 a.C., bajo el reinado de Josías, fue contemporánea de profetas como Jeremías y Sofonías. En ese tiempo, el rey envía algunos colaboradores al templo de Dios y allí encuentran una copia del libro de la Ley. Lo toman y lo leen ante Josías, y al escucharlo, rasga sus vestiduras en señal de tristeza y dolor porque el pueblo había desobedecido a Dios, y ahora sufrirían las consecuencias de su alejamiento.

El rey reconoce y honra el ministerio profético de Hulda al consultarle la voluntad del Señor. Ella cumple su función, interpreta fielmente el designio divino y no duda en advertir sobre el duro castigo. Josías entiende el mensaje y realiza de inmediato acciones pertinentes para acatar la voluntad de Dios y llamar al pueblo a la obediencia.

La profecía o predicación es un don

La profecía o predicación es un don, un regalo de Dios y Él, lo reparte a quien quiere. No tiene que ver con edad, sexo, condición social o nivel intelectual. Es la interpretación de la voluntad divina en circunstancias concretas de un pueblo. Genera esperanza, y su significado permite que sea interpretado desde nuevas realidades. Tiene que ver con evidenciar el pecado y llamar al arrepentimiento. La profecía es una palabra que se menciona en el presente, pero sigue siendo de inspiración para generaciones venideras. La denuncia, solución y esperanza es el camino de quienes ejercen esta actividad espiritual.

Las Huldas de hoy

¿A cuántas ha llamado Dios en este tiempo? Aunque había más profetas, Josías llama a Hulda por su reputación y credibilidad. Ella le da un mensaje claro y directo. Dios hoy sigue llamando Huldas. Mujeres con un testimonio de fe que prediquen la Palabra con denuedo y pasión.

¿Pueden realizar dentro de las disciplinas de las ciencias bíblicas una interpretación del texto sagrado? Las mujeres que interpretan el texto bíblico desafían las explicaciones tradicionales, impulsan un nuevo acercamiento hacia la Biblia, donde hombres y mujeres son tratados con la dignidad otorgada por Dios. Desde la visión que el Señor les presenta, aportan sabiduría y enseñanza, liberan la Palabra y el potencial que tiene, ofrecen nuevas ideas que enriquecen el conocimiento teológico. Promueven un diálogo para erradicar la discriminación donde “nadie debe ser excluido”.

¿Qué impacto ha tenido la interpretación bíblica realizada por mujeres? Las mujeres que se han preparado bíblica y teológicamente han encontrado textos liberadores para las personas oprimidas y marginadas. Como grupo menos favorecido, han vivido en carne propia el menosprecio y a través del evangelio han sabido experimentar la plenitud en sus vidas.

¿Pueden enriquecer el conocimiento teológico desde su perspectiva femenina? Claro que sí. Las predicadoras visibilizan a las mujeres, redescubren la posición que tuvieron en el movimiento de Jesús. Dan voz a enfermas como la desahuciada con flujo de sangre que toca el manto del Maestro; a la cananea, quien pasa de la súplica al reclamo, con tal de conseguir la salud para su hija; a la viuda de Naín, que le resucita a su único hijo. Recrean el tierno abrazo que se dan María y Elizabeth embarazadas, en la zona montañosa de Judá, y experimentan la sublime y sinigual emoción de María Magdalena al ver a Jesús resucitado.

¿Pueden promover mejores espacios para ellas dentro de la Iglesia? Sí, la reflexión bíblico-teológica ha impulsado la dignificación de las mujeres y de personas excluidas. Han ubicado en su contexto algunos textos que tradicionalmente habían sido usados para silenciar la voz de las mujeres. Tienen el compromiso de generar una vida digna para ellas y para todos. Buscan superar la dominación y deshumanización de la mitad del género humano.

Consideraciones finales

La interpretación del texto bíblico realizado por mujeres que tienen el don:

1. Bendice a quien la realiza y bendice a quien la recibe. La iglesia valida la acción.

2. El texto revelado es liberador y genera un encuentro de Dios con las mujeres.

3. Visibiliza a la mujer, le da voz y acción, identidad y propósito.

4. Resalta aspectos que a simple vista no se ven, como la misión de las mujeres.

5. Favorece la comprensión, la fe y la inclusión de las mujeres en la vida de la iglesia.

6. Desarrolla una pastoral para atender las necesidades específicas de las mujeres, promoviendo su bienestar completo.

Impulsemos la labor teológica de las mujeres. Estaremos bendiciendo a toda nuestra iglesia.

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El amor de Dios en medio de la oscuridad

El amor de Dios en medio de la oscuridad

Hna. Valeria Alejandra Espinoza Pardo

Es parte de la vida humana experimentar distintas emociones, las mismas pueden ser de felicidad, angustia, tristeza y demás. Son tan comunes que en la Biblia encontramos varias narraciones que se centran en el estado anímico de las personas. Por supuesto, a todos nos encantaría vivir separados de situaciones que desencadenan emociones que causan conflicto y son negativas, sin embargo, a pesar de que las calamidades suelen venir acompañadas de mucho dolor y angustia, también se hace presente el abrazo lleno de ternura por parte de nuestro Dios, quien permanece en todo el proceso de sombra y dolor, no se aleja ni abandona, hasta que al final del túnel se alcanza a ver la luz. Al menos así lo sentí yo, y hoy quiero platicarte parte de mi historia.

En el 2020 mis papás se contagiaron de Covid-19. Comenzaron con síntomas controlables, pero pasados unos días, los dos empezaron a tener dificultad para respirar, por lo que requirieron apoyo de oxígeno. Recuerdo perfectamente un día donde el tanque con el que contaba mi papá se quedó vacío y solo teníamos un concentrador que usaba mi mamá, el cual generaba oxígeno, pero solo lo suficiente para abastecer a una persona. Comenzamos desesperadamente a buscar un lugar donde pudieran rellenar el tanque de mi papá, pero no encontrábamos, ya que en ese momento había escasez en todo Nuevo León, debido a la pandemia. Al no contar con el tanque, llegó un punto donde no sabíamos a quién darle el concentrador, por un lado, mi papá, quien tenía la saturación más baja, lo necesitaba, por el otro mi mamá, cuando se lo retirábamos un rato, nos suplicaba que no nos tardáramos, porque sentía que el aire le faltaba cada vez más. La incertidumbre y desesperación de no encontrar un lugar para rellenar el tanque y la tristeza que me daba elegir entre a quién darle el concentrador, y por cuánto tiempo, a dos de las personas más importantes de mi vida, provocaron algunas de las horas más largas que he tenido en la vida.

Pasados los días, las cosas empeoraron, teniendo que internar de urgencia a mi papá que ya no estaba reaccionando al tratamiento, tuve que despedirme de él, sin saber que ese día que lo dejé en el hospital, sería el último que lo volvería a ver con vida. Recuerdo las llamadas recurrentes de parte del hospital, para reportarnos sobre la situación de mi papá y siempre eran malas noticias. No se recuperaba, iba empeorando. Y así, mientras tanto, la situación con mi mamá también era inestable, ya que su oxigenación estaba cada vez más baja, y después de días de lucha por respirar, tuvimos que internarla también.

Lamentablemente, un domingo por la mañana nos dieron la noticia que nadie quería escuchar, mi papá ya descansaba en el Señor. Era tan difícil el panorama, por una parte, el dolor de perder a mi papá, de saber que ya no lo vería más, fue devastador. Por otro lado, la incertidumbre que causaba que mi mamá estuviera hospitalizada, con la posibilidad de que ella tampoco sobreviviera a la enfermedad. Por si eso no fuera suficiente, justo en ese tiempo, mi hermana y yo dimos positivo a Covid-19. En los días siguientes, el sueño desapareció de nosotras, debido a la tristeza ocasionada por papá, a la angustia que sentíamos por mamá y al malestar físico que teníamos. El cansancio mental era extremo. Una de las cosas que más me dolía, era que, en medio de tanto dolor, no podíamos recibir visitas, nadie nos podía abrazar o acercarse, solo éramos mi hermana y yo.

Mi mamá duró internada casi dos meses, donde tuvieron que intubarla para que pudiera seguir respirando, y como la intubación no fue suficiente, tuvieron que realizarle una traqueostomía. El pronóstico era muy desalentador, los doctores nos decían que nos preparáramos para lo peor. Sumado a eso, la cuenta del hospital iba en aumento, como ya llevaba tiempo internada, tendríamos que pagar más de medio millón de pesos.

En esos momentos de mayor incertidumbre y profundo dolor, nunca dejamos de confiar, de creer y de orar a Dios, porque sabíamos que Él tenía el control. Recordaba fielmente lo que dice su palabra: La voluntad de Dios siempre será buena, agradable y perfecta (Romanos 12:2). Tal vez pienses: “¿cómo es posible esto? ¡Si perdió a su papá!” pero, aunque la muerte de papá no era lo que yo quería, pude descansar en la idea de que, para Dios, ese fue el tiempo de mi papá con nosotras, y confié firmemente que el propósito del Señor, en la vida de mi papá, ya había sido cumplido, confiando además en la promesa de que algún día lo volveré a ver. También comprendí que hubiera sido egoísta de mi parte querer que mi papá sobreviviera, ya que posiblemente sufriría secuelas muy graves por todo el proceso de enfermedad que atravesó, lo cual hubiera limitado mucho sus actividades; y para mi papá, quien era una persona demasiado activa, esto hubiera sido algo devastador.

En medio de ese valle de sombra, pude ver y sentir tan claro y palpable el amor de Dios, sentir su abrazo a través de las personas que me rodeaban. ¡Fue algo maravilloso! Mis amigos organizaron una caravana fuera de mi casa, y aunque fue a lo lejos, su visita fue muy reconfortante. Hermanos de la iglesia y familia nos apoyaron en todo momento, económica, emocional y espiritualmente, en muchas personas conocidas y no conocidas Dios puso una gran disposición en sus corazones. Jamás me sentí sola. Dios me abrazó con fuerza por medio de tantas muestras de amor.

Sé que el Señor cuidó de mi vida en todo momento, aunque me contagié de Covid, mis síntomas fueron leves, y gracias a eso puede cuidar a mis padres. Él proveyó, aún con la escasez de oxígeno, y la saturación en los hospitales, suplió toda necesidad que tuvimos. Vi el inmenso amor de Dios al sanar completamente a mi mamá, y que ahora ella pueda ser un testimonio vivo de lo que Dios puede hacer a pesar de cualquier pronóstico.

Y, respecto a la cuenta del hospital, aunque no teníamos los recursos para cubrirla, Dios abrió las puertas. Un primo le escribió por redes sociales al gobernador de aquel entonces de N. L., comentándole la situación por la que mi familia pasaba. Era casi imposible que pudiera leer su mensaje, pero pasó. La Secretaría de Salud se puso en contacto conmigo y ellos arreglaron la cuenta del hospital a una módica cantidad, pudiendo así dar de alta a mi mamá. El proceso de recuperación y duelo fue muy duro y lento, pero pudimos salir adelante con la ayuda de Dios. Hoy, más que nunca, confío plenamente en que tenemos un Dios que hace lo imposible posible, solo tienes que creer en Él.

Durante todo este proceso experimenté aquel texto que dice: Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús (Filipenses 4:7). Esa paz que solo da nuestro Señor, inundó mi vida, abrazándome y no dejándome caer en mi momento más difícil.

Sea cual sea la situación por la que estés pasando, tienes que saber de dónde viene tu ayuda, Dios tiene el control de toda situación, y por más oscuro que esté el panorama, Él siempre está obrando, y te puede brindar una paz profunda y verdadera que provee confianza y seguridad a pesar de las circunstancias que nos rodean, una paz que supera cualquier situación que estemos atravesando.

Tenemos un Dios que hace lo imposible posible, solo tienes que creer en Él.

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Trabajo en equipo

Trabajo en equipo

Min. José Manuel Ortiz Vázquez

 

No solo de enamoramiento vive un matrimonio…

Estimados hermanos, quizá ustedes como muchos otros se preguntan qué se necesita para que un matrimonio funcione, y tal vez aun estás intentando descifrar las claves para un buen funcionamiento, quiero invitarte a hacer unas reflexiones sobre uno de los principios matrimoniales más importantes.

Hay un aparato que nos servirá para ilustrar nuestro artículo, se llama péndulo de Newton. Este aparato está formado por varias esferas suspendidas en el aire y formadas en línea. Su funcionamiento consiste en que una esfera de un extremo golpea a las demás, lo que provoca que la esfera del otro extremo se desplace, y al regresar vuelva a golpear para balancear a la esfera que inició el movimiento. Si vemos este aparato en funcionamiento, aunque tuvo que iniciar en alguno de los extremos, ya no sabríamos donde comenzó, dado que ha entrado en un ciclo de funcionamiento. Para que las esferas sigan balanceándose depende de la fuerza de las dos esferas de los extremos y no solo de la que inició el movimiento.

Una relación de pareja siempre ha de iniciar en algo que todos conocemos como atracción o enamoramiento; sin embargo, el enamoramiento por sí solo, resulta insuficiente para que una relación sea realmente funcional, pues el matrimonio tiene que ser impulsado por otras características más allá de lo que se siente, por ejemplo: las decisiones, los proyectos, las metas y, por supuesto, nuestra clave: el trabajo en equipo. De tal manera que, como en el ejemplo del péndulo de Newton, donde las dos esferas extremas golpean para mantener el movimiento del aparato, para que el matrimonio entre en un ciclo de funcionalidad, el enamoramiento debe dar paso al trabajo en equipo, a las decisiones y a los proyectos en conjunto. Es así como en este ciclo vital del matrimonio, y al mismo tiempo el trabajo en equipo, alimenta el enamoramiento, volviéndose características complementarias y vitales de un ciclo funcional, donde si un aspecto deja de funcionar, todo se detiene y el matrimonio inicia una fase de decaimiento.

¿Qué entendemos por trabajo en equipo?

Uno de los errores comunes que se tiene en los matrimonios, es llegar asumiendo que las definiciones o lo que entendemos sobre algo, es lo que las demás personas entenderán. Todos tienen en su mente una comprensión de lo que es ser esposo o esposa, de lo que es familia, de lo que es trabajo, etc. Y esto ha sido formado por las propias historias, por los ejemplos de los padres o de personas altamente significativas para quién está llegando a formar parte de un nuevo hogar, aunque dichos ejemplos no siempre sean los más correctos o saludables. Sin embargo, si esto no es corregido con el paso del tiempo dentro de un diálogo matrimonial, para adaptarlo a la relación, terminará carcomiendo las bases del vínculo, aun cuando haya iniciado con enamoramiento. Por ello, es necesario que, como primer punto para poder trabajar en equipo, entendamos qué es trabajo en equipo.

Durante mucho tiempo, el trabajo en equipo como tema ha sido un concepto poco abordado. Muchas veces, en el matrimonio se llega a asumir un rol que por costumbre ha sido asignado y asumido por cada uno de los esposos y estos, a su vez, lo transmiten como algo automático a las siguientes generaciones. Sin embargo, el no hacer énfasis en el trabajo en equipo puede traer consecuencias que terminan desgastando la relación, tal es el caso del cansancio emocional, la insatisfacción, la frustración y la saturación de responsabilidades. Pensemos, por ejemplo, en los roles asignados, en los cuales el hombre se casa para ser un proveedor y la mujer para atender su casa. Si bien esta fue una forma funcional en un tiempo, puede acarrear, en determinado momento, las consecuencias antes mencionadas.

Lo que funcionó anteriormente, en gran parte determinado por el contexto sociocultural, no siempre responde a los desafíos y tiempos presentes; pues, las necesidades actuales, los deseos de realización y la complejidad misma del ser humano demandan algo más que una asignación tradicional y automática de roles, pues las personas tienen sueños, necesidades, etc. Un hombre también necesita involucrarse y disfrutar la crianza de sus hijos y sus detalles hermosos, y tiene aptitudes para ello. Lo mismo aplica a una mujer, quien ha sido dotada de capacidades y deseos de realización. Ante esta situación, la pregunta que surge entonces es:

¿Cómo impulsar el trabajo en equipo?

1. ¿Qué dice la Biblia?

En la Palabra no encontraremos una receta que nos diga específicamente paso por paso cómo resolver cada situación de la vida, más bien, encontraremos principios que nos permitirán formarnos en sabiduría para entender las situaciones y tomar las mejores decisiones para nuestras familias y matrimonios. Dios no da recetas, da principios en los que podamos basar nuestras decisiones para que lo que hagamos pueda prosperar; es por ello que no encontraremos tareas exclusivas de cada uno para trabajar en equipo. Más bien tendremos el desafío de que cada pareja pueda llegar a tomar sus propias decisiones basados en principios como la ayuda mutua y la corresponsabilidad.

2. Decidir desde la libertad

Cada pareja tiene la posibilidad de entenderse mutuamente desde la libertad de las decisiones, y para ello es importante ponerse de acuerdo en cómo sobrellevar las responsabilidades que un hogar implica, tales como: la provisión económica, crianza de los hijos, tareas escolares, tareas del hogar, proyectos familiares, proyectos patrimoniales, aspectos recreativos y todo lo que a los miembros del matrimonio compete, comprendiendo que cada desafío o necesidad se aborda desde la corresponsabilidad y la ayuda mutua, llegando a asumirlas desde la libertad, más que de la imposición tradicional.

3. Decidir desde el amor

Finalmente, es necesario responder al principio fundamental que une la pareja, el amor. Pero más allá de pensar en él como una cuestión sentimental, entenderlo como una cuestión de decisiones que se manifiesta en acciones, intenciones, anhelos y deseos del mayor bien de la pareja.

Ante los desafíos y necesidades propias de nuestros tiempos, algo que nos permitirá tomar decisiones para que el matrimonio pueda ser realmente un equipo, es ser conscientes también de que el matrimonio no consiste en buscar la satisfacción propia sino la de ambos, y que en este camino habrá momentos de sacrificio con tal de llegar a la meta que ambos se han propuesto, indistintamente de cuál sea. Y para ello, la sensibilidad, la empatía y la comprensión hacia la pareja serán elementos claves para entender que una tarea va más allá de un rol de género, sino que se asume en miras del apoyo mutuo y la corresponsabilidad.

Mejor son dos que uno, pues reciben mejor paga por su trabajo.

Porque si caen, el uno levantará a su compañero;

pero ¡ay del que está solo! Cuando caiga no habrá otro que lo levante.

También, si dos duermen juntos se calientan mutuamente, pero ¿cómo se caentará uno solo?

A uno que prevalece contra otro, dos lo resisten,

pues cordón de tres dobleces no se rompe pronto.

(Eclesiastés 4:9-12).

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La Iglesia: el cuerpo de Cristo

Una doctrina que sana

Min. Ausencio Arroyo García

El lenguaje bíblico recurre al uso de símbolos como el vehículo que nos acerca a los objetos y experiencias sobrenaturales. Entre otros elementos, los textos están llenos de metáforas las cuales describen una realidad que resulta inaccesible a los sentidos o al simple razonamiento. Las metáforas, literalmente “llevar más allá”, son el medio por el cual se definen cualidades o características de algo trascendente. Los términos empleados por estas figuras literarias pertenecen al lenguaje cotidiano, pero se refieren a lo sublime y eterno. Cuando se habla de la iglesia como cuerpo no es un dato literal sino un símbolo lleno de significado.

Cuando Pablo define la iglesia como cuerpo (Romanos 12:4-5; 1 Corintios 10:16-17; 12:12-27; Efesios 4:4,12,16; 5:30; Colosenses 1:18,22, 24; 2:17, 19; 3:15) se refiere a la diversidad necesaria de sus miembros, ya que a manera del cuerpo, se integra de muchos miembros y todos son interdependientes e interrelacionados; sin embargo, hay que comprender la gran verdad: lo uno integrado es más que la suma de sus partes. Como en un cuerpo, ninguno puede ser sin los otros, ni sería capaz de realizar su función en aislamiento, ni tendría significado puesto que nadie existe solo para sí. La Iglesia como comunidad visible, se forma de personas que no solo han nacido juntas, se han criado juntas, sino que deciden permanecer y trabajar juntas porque están entrelazadas entre sí por Jesucristo.

La iglesia es la comunidad corporativa de los creyentes en Cristo Jesús a quienes Dios llamó a conformar un colectivo de fe, para experimentar la gracia transformadora que renueva la persona que somos, a cada miembro nos da un llamado de vida como función para el cuerpo y nos capacita para cumplirlo por medio de los dones y fuerza de su Espíritu. Qué debemos ver en la iglesia:

La Iglesia es parte del plan redentor de Dios

La iglesia nace del amor del Padre y del Hijo. El amor del Hijo que va a la muerte en una edad plena de vida y en un juicio amañado; siendo inocente fue condenado y derramó su sangre, entregó el último suspiro de su aliento pendiendo de la cruz. El amor del Padre que se expresa en la iniciativa de salvar y se mantiene en silencio cuando su Hijo muere, este profundo silencio expresa la empatía de Dios por los humanos. El silencio de Dios es la melodía de amor más conmovedora.

El plan redentor de Dios se define a través de su proyecto de establecer su reino. El reino de Dios fue anticipado por los profetas del Antiguo Testamento y manifestado en la encarnación y las enseñanzas del Hijo, en el Nuevo. El reino, en un sentido bíblico, es el plan de Dios de ejercer señorío absoluto sobre todas las cosas. En él, toda la creación será liberada de toda imperfección y potenciada por lo eterno, hasta alcanzar su plenitud. Este plan implica la intervención salvadora de Dios a favor del ser humano en todos sus ámbitos de vida.

La declaración de Jesús: “el reino de Dios está próximo de ustedes” nos remite a la idea de que el reino de Dios no debe ser puesto exclusivamente al final o fuera de la historia, sino que debe ser buscado desde aquí y ahora, porque ya está presente (Marcos 1:15; Lucas 10:9,11; Mateo 4:17). Los evangelios nos enseñan que Dios definió el tiempo para manifestarlo, Él determinó el momento oportuno (en griego kairós), así, el reino se hizo cercano en la persona y la misión de Jesús. La dimensión presente nos indica que no hay que esperar más: el reino llegó ya, y es necesario creer en él. El ya del reino corresponde con la esperanza confiada en el futuro triunfo de Dios y por medio de Él, de los justos; para este fin llama a los oyentes a cambiar de mentalidad y con ello abrirse a experiencias espirituales nuevas.

La dimensión temporal del “ya” se refiere a la acción reconciliadora de Dios, la transformación presente de la condición humana y en la cual la iglesia opera como agente de restauración espiritual; la dimensión del “todavía no”, que anuncia la consumación del plan de Dios se completará en el retorno de Jesús y será la concreción visible del reino eterno en todas las dimensiones de la vida.

Por tanto, debemos comprender que la iglesia es parte del proceso del reino, un reino que ha comenzado, haciéndose evidente allí donde dominan la justicia y la paz (en hebreo shalom). La paz que viene de Dios consiste en la experiencia de bienestar pleno, se alcanza como fruto de la verdadera justicia y conlleva la reconciliación de las relaciones, la salud emocional y espiritual y recrea el ambiente donde cada uno realiza lo mejor de sí. Para esto existe la iglesia.

La teología de la Iglesia como cuerpo

La iglesia es el templo de Dios, esto significa que Él habita en la comunidad de creyentes por medio del Espíritu (Efesios 2:21-22; 1 Corintios 3:9-17; 6:9-20; 2 Corintios 6:14-18; 1 Pedro 2:5). La Iglesia local es una comunidad que nace y se nutre del Espíritu Santo, los miembros son engendrados por su poder y son llamados para el servicio cristiano. Es morada del Espíritu, donde se hace manifiesto el Señorío de Cristo y donde se hace posible, de manera clara y nutricio el encuentro entre Dios y la humanidad. Los creyentes son alentados por el Espíritu a integrarse en congregaciones que promueven una salvación integral para todos los creyentes y que trascienden los muros de la membrecía porque su modelo comunitario es el de Jesucristo, el hermano incluyente, restaurador y solidario. Debemos comprender que, sin el Espíritu: la iglesia se muere y, sin la iglesia, la misión de Cristo se empobrece.

La iglesia tiene la encomienda de ser agente de la misión de Dios en la Tierra. La iglesia confiesa al Señor y proclaman sus buenas nuevas hasta los confines de la tierra. La evangelización busca llevar a personas a los pies de Cristo e integrarlos en la comunidad de creyentes. En razón de esto, ni la evangelización ni la acción social tendrían sentido si no se le mira como la expresión visible y terrenal del Reino de Dios. Como una comunidad visible somos un compañerismo de pecadores arrepentidos, regenerados y santificados, a quienes el Señor nos ha integrado para conformar el pueblo de Dios, en un conjunto de personas llamadas a servirle y a vivir juntas en una comunidad que da testimonio del carácter y de los valores de su Reino. 

La experiencia de comunión entre creyentes es experiencia de vida plena, consiste en el intercambio de medios y energías vitales. Una experiencia de vida cristiana, aislada y sin relaciones es una contradicción, ya que el seguimiento de Jesús solo se puede realizar junto con otros, pero nunca exclusiva de lo privado. La carencia radical de relaciones es la muerte total. Por medio del Espíritu, Dios crea la comunión con él (2 Corintios 13:14) y genera la red de relaciones comunitarias en las que la vida surge, florece y fructifica. La vida verdadera surge de la comunión y donde aparecen comunidades que posibilitan y alimentan la vida. La iglesia es el espacio vital para el crecimiento integral de las personas, experimentar la gracia restauradora, la sanidad, la paz y el amor manifestados en Jesús.

El término cuerpo es aplicado por el apóstol Pablo a la iglesia en una forma metafórica para referirse a condiciones o cualidades de la personalidad corporativa de Cristo. La iglesia como comunión implica la pluralidad en la unidad. Una comunión real une lo diferente y diferencia lo uno. La “comunión del Espíritu Santo” es amor que une y libertad que permite a cada uno ser aquello para lo que fue creado (Efesios 2:10). Las experiencias de Dios acontecen no solo individualmente, en el encuentro íntimo con el Padre amoroso, sino también socialmente, en el encuentro con los demás. En la Iglesia somos integrados los diferentes (Gálatas 3:28) aunque preservamos algunas particularidades personales (1 Corintios 7:17).

Todos los creyentes recibimos el mismo regalo del Espíritu Santo (Romanos 6:23), pero en cada uno se manifiesta de manera distinta, porque somos llamados a conformar un cuerpo, un cuerpo tiene miembros diversos, pero todos son interdependientes y se interrelacionan para preservar la vida y cumplir los propósitos del ser que representa el cuerpo. Así también el Espíritu en la iglesia, crea unidad en la diversidad y diversidad en la unidad. Lo que cada persona es y tiene por el Espíritu es puesto al servicio del reino de Dios (1 Corintios 7:17-24). Los dones o carismas del Espíritu se experimentan en el seguimiento obediente de Jesús y operan, principalmente, en la construcción de la comunidad de Cristo, que da testimonio del Reino futuro.

Los seres humanos están sujetos a fuerzas que determinan su existencia, frecuentemente actúan de una forma destructiva, lo que produce enfermedad existencial. Uno de los propósitos de los dones del Espíritu es la restauración. Desde un enfoque integral, la restauración restablece la comunión perturbada y la vuelve dispuesta a compartir la vida. Así vemos cómo Jesús curó a los enfermos: restableciendo, por su solidaridad con ellos, su comunión con Dios. En un mundo de egoísmos y abusos, los creyentes necesitamos sanar nuestras relaciones. 

La Iglesia es el cuerpo de Cristo en el que cada uno de los creyentes es un miembro activo, porque el Espíritu ha dado diversidad de dones y con base en ellos, desempeñan diferentes tareas. Como la cabeza realiza ciertas funciones para el cuerpo, así Cristo lo hace para la iglesia: la dirige, orienta, coordina, equilibra, la representa y es su fuente de vida. Los creyentes están relacionados con Cristo y entre sí, como lo están los diferentes miembros de un cuerpo, de modo que todos necesitan la participación de los demás (Romanos 12:3-21; 14:1-12; 1 Corintios 12:12-13, 25-26; Efesios 4:1-6; 5:30; Santiago 4:11-12).

En un mundo con claras tendencias uniformistas y marginadoras, solo la unidad en la diversidad convierte a la comunidad en una “Iglesia integradora” (1 Corintios 12). Los carismas son otorgados para dar testimonio del señorío liberador de Cristo en las situaciones de vida, no son un escape a un mundo de fantasías religiosas (Romanos 12:1-8). La iglesia responde al plan de Dios de formar una gran familia, de la cual Dios es el Señor y que tiene una administración ordenada por Él. El plan de Dios tiene una perspectiva cósmica: de reunir todas las cosas en Cristo (Efesios 1:10, 20-23). El misterio del plan de Dios consiste en la redención por medio del establecimiento de la paz que supera todas las barreras y los odios, prejuicios y tradiciones humanas (Efesios 3:4-6; 8-11; Colosenses 2:8).

Ser miembros del cuerpo que revela el misterio de los tiempos, es la experiencia que define nuestra identidad, como parte de la historia humana y de la esperanza eterna. Esta condición conlleva un privilegio y un compromiso, hemos sido rescatados por gracia y lo hemos sido para vivir y anunciar ese favor inmerecido de Dios. Cada miembro, mujer o varón, de cualquier edad y condición social, es parte vital para la manifestación de Cristo en el mundo y para que la existencia de cada uno se afirme y crezca. Vivir juntos requiere compasión, fuerza que perdona y amor que actúa. Seamos la iglesia que Dios quiere y el mundo necesita.

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Mujer, ¡qué grande es tu fe!

Mujer, ¡qué grande es tu fe!

Hna. Cindy Ramos Pérez

 A través de los tiempos hemos visto y escuchado cómo la fe permite experimentar momentos asombrosos en nuestra vida y en la vida de los demás. Hebreos 11:1-3, (NVI) dice: Ahora bien, la fe es la garantía de lo que se espera, la certeza de lo que no se ve. Gracias a ella fueron aprobados los antiguos. Por la fe entendemos que el universo fue formado por la palabra de Dios, de modo que lo visible no provino de lo que se ve.  En estos versos descubrimos como hombres y mujeres del pasado, fueron expuestos a situaciones difíciles, en donde su lógica humana no lo podía entender. Sin embargo, tuvieron el valor para creerle a Dios, y experimentar su poder ante tales situaciones. 

En Mateo 15:21-28 encontramos un relato en el que la fe es puesta a prueba, pero con un resultado maravilloso.  

Un encuentro con Jesús

“Saliendo Jesús de allí, se fue a la región de Tiro y de Sidón.  Y he aquí una mujer cananea que había salido de aquella región clamaba, diciéndole: ¡Señor, Hijo de David, ¡ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio” (vv. 21-22).

El relato menciona que una mujer cananea había salido al encuentro de Jesús. Estaba desesperada porque un demonio atormentaba horriblemente a su hija; se preocupaba y sufría al ver su condición. Seguramente, esta mujer, había agotado todos sus recursos, estaba cansada y con pocas esperanzas, agotada de buscar una solución y no encontrarla. Pero a pesar de su cansancio y desesperación, deseaba ver sana a su hija. No le importó lo que podía enfrentar: rechazo, obstáculos, romper barreras culturales; lo único que deseaba era llegar a donde estaba Aquel que le podía sanar a su hija. La fe la impulsó a salir al encuentro con Jesús, a pesar de que no era bien vista por los judíos, pues la consideraban impura, “pagana”. 

La fe, nos impulsa a hacer cosas que no imaginamos, nos mantiene activos y en movimiento; a no esperar a que la respuesta nos llegue, más bien a aprovechar las oportunidades que se nos presenten, en pocas palabras a salir al encuentro con Jesús.  

Quizá nos encontramos o hemos pasado la misma situación que la mujer. En algún momento, un familiar enferma de gravedad. Tratamos de buscar la mejor solución, consultamos a un médico, adquirimos los mejores medicamentos, nos unimos como familia, aportamos económicamente para el sustento, pero a pesar de todo, parece que nada de eso funciona. Entonces, doblamos nuestras rodillas y vamos al encuentro con Jesús, reconociendo que en Él está la respuesta. Pero a veces sentimos que no nos escucha y que no responde a nuestra petición. Llegamos a sentirnos solos. Pero, ¿hemos persistido? Esto fue lo que experimentó la mujer, quien, a pesar de eso, no desistió y continuó dando grandes voces.

El silencio también es una respuesta

“Pero Jesús no le respondió palabra. Entonces acercándose sus discípulos, le rogaron, diciendo: Despídela, pues da voces tras nosotros. Él respondiendo, dijo: No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel”  (vv. 23-24). 

Jesús guardó silencio y aparentemente ignoró la petición de la mujer, sin embargo, ese silencio indicaba que algo estaba por suceder, algo extraordinario y para que eso sucediera era necesaria la paciencia y dedicación. 

Cuantas veces hemos experimentado la misma situación, clamamos a Dios, con la esperanza de recibir una respuesta, pero lo único que recibimos es un silencio, que nos hace sentir solos, abandonados y sin pensarlo. La desesperación toca a nuestra puerta, y es en ese momento donde creemos que todo está perdido. Pero, el Espíritu de Dios nos recuerda: Así que no temas, porque yo estoy contigo; no te angusties, porque yo soy tu Dios. Te fortaleceré y te ayudaré; te sostendré con la diestra de mi justicia (Isaías 41:10, NVI). Y entonces reconocemos que no estamos solos, que Jesús está a nuestro lado, acompañándonos en ese momento difícil, esperando el momento oportuno para intervenir. 

Jesús alaba la fe de la mujer

Entonces ella vino y se postró ante él, diciendo: ¡Señor, socórreme! Respondiendo él, dijo: No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos. Y ella dijo: Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos. Entonces respondiendo Jesús, dijo: Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres. Y su hija fue sanada desde aquella hora (vv. 25-28).

La respuesta de la mujer conmovió a Jesús, quien finalmente le concedió su petición y sanó a su hija en ese mismo momento. La mujer había reconocido que las palabras de Jesús eran ciertas y que no era merecedora de una respuesta, pero que ella solo necesitaba las “migajitas” para experimentar su poder. Un poquito del Maestro era suficiente para ella. 

Este relato nos permite reflexionar que muchas veces hemos estado expuestos a situaciones de mucha necesidad, en el cual clamamos a Dios con la esperanza de ser escuchados y recibir una respuesta alentadora. Muchas veces somos retados a actuar como esta mujer, a tener una fe valiente, inquebrantable, que no se desiste hasta obtener una respuesta. 

Cada vez más nos enfrentamos a un mundo que sufre violencia de todo tipo, narcotráfico, injusticias, abusos, personas desaparecidas, divorcios, pobreza, personas en adicciones, maltrato animal, desastres naturales y un sinfín de situaciones. Muchas de ellas nos llevan a la frustración, desánimo, desesperación y buscamos respuestas rápidas en el Señor, porque nos cuesta esperar. Pero los que conocemos a Dios sabemos que su tiempo es perfecto, y obrará en el tiempo oportuno. La Palabra nos enseña que las situaciones adversas nos permiten aprender; y, aunque muchas veces la espera es larga, el resultado es una bendición. Dios usa ese proceso para ayudar a fortalecer nuestra fe. 

Hace algunos años, Dios me permitió conocer a una persona que abrió su hogar para estudios de la Palabra, y con quien por un tiempo tuvimos la oportunidad de convivir, pero lamentablemente enfermó de gravedad y falleció. En algún momento cargué con la culpa y el remordimiento de que no hice lo suficiente para que tuviera un encuentro con Jesús y que lo aceptara como su Señor y salvador. La tristeza y desánimo que sentía en ese momento, me hicieron pensar que no era útil para el ministerio y que lo más conveniente era abandonarlo todo. Pero, el Espíritu de Dios me recordó lo que dice 1 Corintios 3:6: “Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios”. Entendí que hay cosas que nos toca hacer -sembrar-, pero las cosas sorprendentes solamente las puede hacer el Señor. Ante esta situación Dios me enseñó que tenía que seguir, que todavía había mucho más que hacer, que la necesidad continuaba siendo mucha. Fortaleció mi fe, mis ganas de servir, renovó mis fuerzas y me recordó por qué me había llamado, no permitió que mi fe se debilitará. 

Hermano y hermana líder, no permita que su fe se debilite, porque le puede llevar por el camino equivocado. El mundo necesita de personas, con una fe firme, que no se deje vencer fácilmente, que provoque más encuentros con Jesús. Usted y yo, somos llamados a generar esos encuentros. ¿Está listo para hacerlo?

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