Empieza de nuevo en el Espíritu

Empieza de nuevo en el Espíritu

Jessica González

¿En algún momento de tu vida has deseado dejar todo atrás y empezar de cero? Muchas personas han tenido historias de vida desfavorables, tanto así que han deseado haber nacido en otro lugar, en otro núcleo familiar o bajo otras circunstancias. Tienen estos pensamientos como una fuga mental de su realidad, una decepción o frustración por su vida actual o pasada, pero sabemos que esto solo es posible en el pensamiento: no podemos cambiar ningún hecho del pasado.

Si bien, es cierto que hay realidades que no están en nuestra elección —porque el nacimiento físico simplemente ocurre—, nadie nos pide permiso. No elegimos a los padres que tendremos, el color de nuestra piel, nuestra formación, el entorno familiar ni nuestro lugar de origen; ni siquiera podemos elegir nuestro nombre. Pareciera que estamos condenados a vivir con esa situación de vida que nos tocó.

Lo interesante aquí es: ¿qué hacer si esta situación de vida que tengo en el presente me está generando frustración o descontento? ¿Debo vivir amargado por mi pasado, por cosas que no fueron mi decisión? Gracias a Dios tenemos esperanza.

El deseo de tener un nuevo comienzo se puede hacer realidad en nuestra vida cuando nosotros tomamos la decisión y optamos por renacer en el Espíritu. Este nuevo nacimiento implica una renovación interna que es esencial para la vida cristiana, como lo vemos en Juan 3:5-6: Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.

Necesitamos nacer en agua y Espíritu. En este sentido, tenemos total y completo control sobre nuestro nacimiento espiritual, sobre nuestra vida presente y futura, en la cual la frustración se convierte en esperanza y la amargura en plenitud, con muchos beneficios. Pero esto implica un esfuerzo y compromiso, porque encontrar a Dios es un camino personal, y nuestras experiencias en este camino son tan únicas como nosotros.

Entonces, podríamos decir lo siguiente: cada ser humano tiene dos realidades, la física y la espiritual. A través de nuestro nacimiento físico llegamos a este mundo temporal, pero para vivir en el reino de Dios necesitamos experimentar un nacimiento espiritual.

¿Cuánto tengo que esperar? Primero es necesario realizar un ejercicio para examinar nuestra vida: reconocer nuestra condición de pecado, lo que nos permitirá dejar de justificarnos y empezar a hacer cambios en nuestra vida. Sobre todo, empezar a hacer cambios en aquellas situaciones de nuestro pasado en las cuales no tuvimos la oportunidad de elegir.

Debemos renunciar a aquello que nos hace daño, pero sobre todo necesitamos estar dispuestos a reaprender, descartar las viejas creencias, actitudes y hábitos, y empezar de cero como aquellos bebés que empiezan a conocer la vida y tienen que aprender absolutamente todo. Pero no lo hacen solos: siempre tienen la compañía de sus progenitores que les guían y acompañan. En esta nueva vida nosotros tendremos la compañía y guía de Jesús.

Cuando nos dejamos guiar por Jesús, nos permitimos experimentar cambios reales en nuestra vida. Aunque al principio puede haber temor ante lo desconocido, debemos ser pacientes con nuestro propio proceso y, sobre todo, ser perseverantes, porque el crecimiento espiritual es gradual, no siempre lineal.

Estos cambios graduales se empiezan a ver en nuestro día a día. Principalmente podemos tener una mejor comprensión de nosotros mismos, más allá de las cotidianidades que establece la sociedad. Comenzamos a aceptarnos tal cual somos, podemos comenzar a entender y descubrir nuestro propósito de vida. Podemos decidir cortar con aquellas cargas emocionales de nuestra vieja vida como la frustración, el rencor, la culpa o el dolor no sanado, preparándonos para tener una mejor gestión emocional y libertad para expresar y vivir plenamente.

Otro cambio oportuno que llega a nuestra vida es poder comprender un poco más la existencia de las demás personas, permitiéndonos ser más empáticos, compasivos y amorosos con los demás (Mateo 25:35-40).

El reino de Dios es hoy

Muchas veces hemos creado la idea de que el reino de Dios es algo por lo que debemos esperar porque es un evento en el futuro, pero como lo dice Lucas 17:20-21: El reino de Dios no vendrá con advertencia, ni dirán: ‘Helo aquí’ o ‘Helo allí’, porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros. El reino de Dios no es solo un lugar, sino una realidad que podemos experimentar hoy.

Disfruta el reino de Dios en tu vida hoy; concédete la oportunidad de tener una mejor relación contigo mismo, encuentra tu propósito y procura tener una mejor relación con Dios. Déjate guiar por su Espíritu y, para fortalecer esa comunión, persiste en la oración, cumple la voluntad de Dios en tu vida, cuidando tu corazón y pensamientos, al mismo tiempo que cuidas y sirves a los demás.

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Sin lugar para la neutralidad

Sin lugar para la neutralidad

Min. Ausencio Arroyo

«Ante los actos de injusticia, la neutralidad no es piedad; es complicidad». En este momento, millones de personas enfrentan profundas situaciones de injusticia:

En Gaza, alrededor de 55 000 personas han muerto por los bombardeos en la zona desde que comenzó el conflicto en octubre de 2023; 17 400 de ellos eran niños, según datos del Ministerio de Salud local1. En Ucrania, cerca de 11 millones de personas han sido desplazadas por la guerra con Rusia: unos 7 millones han buscado refugio en otros países y el resto se ha movido a zonas distantes del conflicto. De estos desplazados, 1.5 millones de niños enfrentarán serias secuelas por el estrés y la violencia2.

En los Estados Unidos de América, en los primeros cuatro meses de 2025, se reportaron 168 390 detenciones de familias migrantes. Estos solo son los casos más visibles. Muchas de las detenciones han ocurrido en lugares sensibles como escuelas, graduaciones y tribunales, lo que ha generado un clima de miedo en las personas indocumentadas y de indignación en la comunidad solidaria. Las imágenes de las detenciones son impactantes.

Un informe reciente indica que al menos 1360 niños aún no han sido reunidos con sus padres, seis años después de haber sido separados forzosamente en la frontera. Esta forma de trato a los migrantes está generando severas afectaciones traumáticas, según reporte de la Oficina de Derechos Humanos de la ONU3.

En el discurso político se ha señalado que se va tras quienes tienen antecedentes criminales, pero en la práctica se está persiguiendo a las personas de piel morena y de bajos recursos económicos. Se está criminalizando la pobreza. ¿Cómo respondemos a eso?

Lo que predomina en el ambiente es un clima de injusticia social. Nos encontramos frente a la falta de equidad y justicia en las oportunidades, distribución de recursos y poder en la sociedad. Extensas multitudes enfrentan discriminación, marginación o exclusión por su nacionalidad, raza, género o clase social, lo que atenta contra su dignidad, su salud o su libertad.

La actitud de muchos es mantenerse ajenos, sin compromisos ni riesgos personales, guardando silencio. Muy pocas figuras públicas han mostrado indignación por la manera de proceder de las autoridades del vecino país, y las iglesias desviamos la mirada. La neutralidad ante la injusticia puede interpretarse como una forma de consentimiento tácito. En contextos de opresión, el silencio no es neutralidad: es una toma de posición.

Diversas causas de la injusticia social

Los actos de injusticia social se originan en una diversidad de factores de la naturaleza humana y su interacción con estructuras de poder. Un análisis del fenómeno de masas puede ayudarnos a entender por qué se aplaude lo injusto mientras se rechaza la justicia.

Por un lado, tenemos el mecanismo del chivo expiatorio. Este es una dinámica social, cultural y religiosa en la que una comunidad canaliza su violencia, tensiones o culpa sobre un individuo o grupo, responsabilizándolo por el malestar colectivo. El término proviene del ritual descrito en Levítico 16, donde el sumo sacerdote cargaba simbólicamente los pecados del pueblo de Israel sobre un macho cabrío y lo enviaba al desierto, liberando de su culpa a la comunidad.

Según el antropólogo René Girard4, el mecanismo tiene una lógica muy precisa. Comienza con lo que denomina la crisis mimética, que consiste en que las comunidades experimentan rivalidades y tensiones internas que amenazan su cohesión. Como segundo paso, se hace la selección —consciente o inconsciente— del chivo expiatorio, que implica identificar una figura vulnerable o distinta —que no puede defenderse fácilmente— y se le atribuyen las causas del conflicto. Luego deviene la violencia colectiva: la comunidad descarga su agresión, en diferentes formas y grados, sobre el chivo expiatorio, lo cual genera una aparente unidad o paz en el grupo. Posteriormente, hay una especie de sacralización, cuando la víctima es vista como sagrada o divina después de su sacrificio, lo que refuerza el mito de que su eliminación era necesaria.

En las enseñanzas bíblicas encontramos lo absurdo de este proceder. Desde Barrabás hasta los regímenes modernos, las sociedades buscan víctimas propiciatorias para canalizar sus miedos. La crucifixión de Jesús (Mateo 27:20-23) manifiesta cómo la multitud prefiere liberar a un criminal antes que al Justo. Girard afirma que el Evangelio revela y desmonta este mecanismo. La muerte de Cristo como inocente muestra que la víctima no merecía su destino, y con ello desarma toda legitimación de la violencia religiosa o social.

Esto tiene repercusiones profundas sobre la iglesia que somos y la ética cristiana: la comunidad de fe no debe definirse en base a la exclusión de un “otro”, sino por la identificación con la víctima. Este mecanismo puede aparecer disfrazado en discursos políticos, redes sociales, dinámicas laborales o incluso dentro de instituciones religiosas. Para los cristianos es imperativo identificarlo y resistirlo para construir comunidades justas e integradoras.

Otro factor explicativo es la banalidad del mal5. Adolf Eichmann fue uno de los principales arquitectos del Holocausto. Como teniente coronel de las SS, se encargó de organizar la logística del exterminio sistemático de millones de judíos europeos: coordinó la deportación masiva de judíos desde diversos países ocupados hacia guetos y campos de exterminio como Auschwitz. Supervisó las deportaciones en Hungría en 1944, donde más de 400 000 judíos fueron enviados a su muerte en apenas unos meses. Diseñó sistemas de transporte ferroviario para maximizar la eficiencia en los traslados hacia los campos de concentración.

El concepto de la banalidad del mal se refiere a la idea de que personas comunes y corrientes pueden cometer actos atroces no por maldad consciente, sino por obediencia ciega, irreflexión y conformismo dentro de sistemas burocráticos o autoritarios. Según Arendt, Eichmann no era un monstruo sádico, sino un burócrata que cumplía órdenes sin cuestionar su moralidad. El mal puede surgir de la ausencia de pensamiento crítico, no necesariamente de una intención maliciosa.

La obediencia a la autoridad puede llevar a acciones inmorales, incluso sin conciencia del daño causado. La estructura burocrática fragmenta la responsabilidad, diluyendo la culpa individual, por lo que un individuo se convierte en una pieza funcional del sistema sin reflexionar sobre el impacto de sus actos.

Este concepto desafía la noción tradicional del mal como algo radical o excepcional. Arendt sugiere que el verdadero peligro está en la normalización del horror, cuando las personas dejan de pensar por sí mismas y actúan por rutina o conveniencia. Esto explica cómo es posible que funcionarios de diferentes gobiernos actuales sean capaces de ejecutar políticas injustas, al parecer, sin cuestionarlas; por qué algunas empresas dañan el medio ambiente de los pueblos sin seguir protocolos de prevención; o por qué algunos ciudadanos perpetúan discriminación por costumbre o indiferencia.

Los sistemas opresivos logran que personas comunes cometan atrocidades mediante la normalización progresiva del mal. En ejemplos históricos encontramos a ciudadanos “decentes” que apoyaron el Holocausto en Alemania o el apartheid en Sudáfrica.

De manera prevalente, encontramos las causas bíblicas y teológicas: la corrupción del corazón humano, que se caracteriza por el engaño radical (Jeremías 17:9). El corazón humano tiene capacidad infinita para autojustificar el mal como “bien necesario”. Algunos cristianos, en el siglo XIX, justificaban la esclavitud con interpretaciones bíblicas.

Además, es notoria la tendencia humana a la idolatría del poder (1 Samuel 8:4-7): los israelitas dejaron a Dios en segundo plano cuando prefirieron un rey de carne y hueso, con todas sus ambiciones y actitudes opresoras. Existe una necesidad de dependencia de caracteres dominantes que guíen las almas de los sumisos “corderos”.

También se hace evidente una ceguera espiritual estructurada. El “dios de este siglo” ha provocado ceguera de las verdades trascendentes (2 Corintios 4:4); por esta razón surgen sistemas de mentira que crean realidades alternativas como: “El muro es protección y no división” o “La deportación es seguridad y no crueldad”. O bien, la afirmación de “obedecer a las autoridades” (Romanos 13:1) para ponerse del lado de la violencia del Estado que pisotea la dignidad de las personas por sus rasgos físicos o su condición de pobreza; ignorando la declaración del apóstol Pedro: Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres (Hechos 5:29).

En este mundo dominado por los dioses contemporáneos del poder y el individualismo, la voz de Juan el profeta clama como la voz de los explotados, de los “no personas”, de quienes no tienen voz.

Un llamado a evitar la complacencia

Las visiones que recibe Juan, lejos de distanciarlo del mundo, alimentan la preocupación por las víctimas de la injusticia (Apocalipsis 6:3-8; 18:24). Un verdadero cristiano nunca puede ser indiferente a las aflicciones del pueblo. El fundamento de esta posición se basa en la comprensión de que Jesucristo es el Señor de la historia y el mundo es el ámbito de nuestra misión. El Señor nos llama a experimentar y proclamar nuestra fe en el mundo.

La neutralidad no es una virtud cristiana; es complicidad con los poderes opresores. El silencio frente a la injusticia es permitir la entronización de los dioses terrenales. En su Revelación de la historia de Dios para el mundo entero, Juan denuncia al Imperio Romano, tilda al emperador de bestia diabólica y su propaganda como vómito de demonios (16:13-14). La “imparcialidad” y la “neutralidad” no son posiciones aceptables para los creyentes fieles; son posiciones que favorecen que prevalezca la injusticia.

Tan culpables son los que se callan y se quedan indiferentes ante la maldad a su alrededor, como los que la cometen. Pretender no involucrarse ante el abuso y el maltrato es dejar hacer el mal; el silencio ante la injusticia al final traerá consecuencias destructivas para todos. Así lo expresó, en una muy conocida frase, Martin Niemöller, un pastor protestante en la época del nazismo alemán:

«Primero vinieron a buscar a los comunistas, y no dije nada porque yo no era comunista.

Luego vinieron por los judíos, y no dije nada porque yo no era judío.

Luego vinieron por los sindicalistas, y no dije nada porque yo no era sindicalista.

Luego vinieron por los católicos, pero no dije nada porque yo era protestante.

Luego vinieron por mí, pero para entonces ya no quedaba nadie que dijera nada.»

El Apocalipsis emplea varias metáforas para aludir al imperio dominante de la época; entre ellas, lo refiere simbólicamente como una mujer que se prostituye, habla de una ramera que se viste de los colores sagrados (púrpura), pero su sacralidad es falsa, ya que es una diosa del poder que oprime. A ojos del mundo, Roma es admirada por su riqueza y su profunda visión del derecho, pero Juan la condena como servidora de la bestia.

El signo distintivo de la ramera es una copa que contiene la sangre de sus abominaciones. Esta figura femenina no es procreadora ni nutriente, sino embriagante y sanguinaria; ella lleva a una cosificación del ser humano. Derrama sangre para satisfacer su sed de poder. Las manifestaciones de este símbolo son muy variadas a lo largo de la historia humana, pero los resultados son los mismos.

Los cristianos daremos cuenta de nuestra neutralidad pasiva ante el Señor. Como bien lo expresara Martin Luther King Jr.: «Tendremos que arrepentirnos en esta generación no solo por las acciones y palabras hijas del odio de los hombres malos, sino también por el inconcebible silencio atribuible a los hombres buenos».

La fe cristiana como compromiso

En el Evangelio no hay amor sin solidaridad, y no hay solidaridad sin encarnación. Dios se ha solidarizado con nosotros; se ha hecho uno como nosotros. Solo el modelo encarnacional puede permitirnos conocer al Dios verdadero. La actitud de Cristo contra la injusticia indica el camino a sus seguidores:

Cultivar una conciencia espiritual crítica

Estamos llamados a discernir la realidad para descubrir los sistemas injustos y cuestionar los actos morales de las personas y las naciones, cualquiera que sea. La Biblia explica que el pecado no es un tema especulativo sino relacional. Se manifiesta en las relaciones entre el hombre y Dios, el hombre y su prójimo, y el hombre y su medio ambiente.

Es una fuerza destructiva que obstaculiza y deforma la vida humana. El pecado es la desobediencia al señorío de Dios, lo que produce como consecuencia la separación presente y futura de la comunicación con Él. Desobedecer a Dios es rechazar su amor; sufrir la ira es quedar fuera del ámbito de su Reino de amor.

Además, el pecado significa todo acto injusto, todo atropello de la dignidad humana y toda violencia del hombre contra el hombre. La injusticia que practicamos se nos revierte, nos enajena, nos deforma moralmente y nos desvía de la vocación de criaturas de Dios. Por esta razón, los profetas denunciaron las situaciones de abuso, aquellas donde se negaba el valor del prójimo.

Reenfocar nuestros valores

Los valores morales y espirituales son esenciales para construir sociedades más justas y equitativas; son fundamentales para la convivencia de las personas y las comunidades. Son esenciales porque guían nuestro comportamiento como principios que orientan las acciones y decisiones de la vida cotidiana y distinguen entre lo correcto y lo incorrecto.

Además, nos favorecen en la construcción de nuestra identidad. Si adoptamos los valores de Dios, reflejamos la imagen de Dios. Los valores que afirmamos representan la identidad personal y cultural, y reflejan las creencias, los principios y las aspiraciones más profundas de la iglesia que formamos.

Los valores cristianos fortalecen las relaciones. Son fundamentales para establecer vínculos saludables y profundos con la comunidad que integramos. El evangelio de Jesucristo no solo mira a un futuro lejano; atiende a un presente que se transforma para hacer posible la vida de todos al desarrollar una sociedad justa.

Esta comunidad solidaria se construye a partir del respeto a los derechos morales de todas las personas para promover el bienestar común. Jesús miró con compasión a los extranjeros y los marginados que eran menoscabados por el sistema de pureza que controlaba la vida social del pueblo de Israel.

Practicar la justicia solidaria

La justicia que encarna Jesucristo no es solo una ética social, sino una expresión del Reino: una realidad donde Dios reina con equidad, compasión y verdad. Buscad primero el Reino de Dios y su justicia (Mateo 6:33). Jesús exige una justicia del corazón, no solo del cumplimiento ritual. La ley se cumple en el amor (Mateo 22:37-40). Si vuestra justicia no supera la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino (Mateo 5:20).

En la parábola del buen samaritano (Lucas 10), la justicia que predica se manifiesta en el cuidado del otro, sin importar su origen. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia (Mateo 5:6): no es una justicia punitiva, sino restauradora. Jesús vincula justicia con sanación, inclusión y dignidad. Su ministerio es una respuesta concreta a la injusticia estructural. El Espíritu del Señor está sobre mí […]  para liberar a los oprimidos (Lucas 4:18).

Jesús revela una justicia que no excluye, sino que restaura al quebrantado. Dios es justo, pero su justicia se expresa en gracia: No romperá la caña quebrada (Isaías 42:3, citado en Mateo 12:20). La fe cristiana no es neutral: nos llama a defender al débil, romper el silencio y buscar la equidad. Como bien lo declara el profeta Miqueas: ¡Él te ha mostrado, oh mortal, lo que es bueno! ¿Y qué es lo que espera de ti el Señor?: Practicar la justicia, amar la misericordia y caminar humildemente ante tu Dios (Miqueas 6:8, NVI).

Encarnar la compasión en lo cotidiano

Resistir la injusticia no siempre implica grandes gestos; puede consistir simplemente en acompañar al que sufre, intervenir ante el abuso o educar con verdad sobre los actos éticos. La parábola del buen samaritano (Lucas 10) muestra que la fe se vive en el camino, no solo en el templo.

El amor cristiano incluye a todos; no hay ningún individuo humano en toda la tierra a quien pudiéramos excluir de nuestra misericordia activa. La práctica del amor cristiano hacia un prójimo en particular está determinada por la naturaleza de la relación particular que tengamos con él.

Amamos al migrante, sufriente de hambre, de soledad y de desarraigo, de una manera diferente de la que amamos a nuestra familia inmediata y a los que pertenecen a la misma comunidad cristiana. No obstante, tenemos que amar a todos. Nuestro compromiso es tratarlos como personas que tienen un valor intrínseco y una dignidad de criaturas de Dios.

Cada ser humano tiene sus propios fines en el plan de Dios, y no debemos mirarlo como medio para alcanzar nuestros fines; más bien, de acuerdo con nuestra capacidad y oportunidades, debemos ayudarle en la realización de sus propios fines, comenzando con la supervivencia y el bienestar básico.

Dios nos conceda desarrollar una actitud positiva y constructiva al promover el bienestar del prójimo, y no una mera actitud pasiva y negativa de no hacerle daño.

Defiendan la causa del débil y del huérfano; háganles justicia al pobre y al oprimido. Salven al débil y al necesitado; líbrenlos de la mano de los malvados (Salmo 82:3-4).

Referencias

1 https://www.france24.com/es/medio-oriente/20250611-total-de-asesinados-en-gaza-supera-los-55-000-israel-vuelve-a-atacar-en-centros-de-ayuda-humanitaria

2 https://eacnur.org/es/actualidad/noticias/emergencias/guerra-en-ucrania-3-anos-de-sufrimiento-y-necesidad

3 https://www.hrw.org/es/news/2024/12/16/ee-uu-danos-profundos-por-la-separacion-familiar-en-la-frontera

4 El chivo expiatorio, ed. Anagrama, 1986.

5 Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén. Un estudio acerca de la banalidad del mal, Lumen, 1999.

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No apto para débiles

No apto para débiles

Por: Perla Esquivel
Profesora en el SEBAID

¿Qué necesitamos como individuos para que la iglesia crezca y se fortalezca?

Esa pregunta le hice hace años a una sabia anciana después de comentarle que había diferencias en la iglesia a la que recién me había integrado, lo cual me preocupaba. Para mi sorpresa, me contó que ella pasó por algo similar debido a una diferencia de opiniones, lo cual la llevó al grado de alejarse por el resentimiento que albergó en su corazón, recordando ese episodio como “el día que casi dejé la iglesia”.

Después de un año fuera, se dio cuenta de cuánto había perdido por hacerle caso a su ego herido y dejar de lado la comunión con los hermanos. Añadió: “Cuando oré por mi enojo y resentimiento hacia mis hermanos en la fe, Dios me mostró Efesios 4:1-3. Entonces le pedí que me ayudara a encontrar a las personas con las que necesitaba hablar”.

Agradezco a Dios porque hizo posible que se restableciera la relación con mis hermanos en la fe, a quienes no veía desde hacía un año. Ese fue el primer paso, pero hubo más. Con el tiempo, el Señor logró lo que anhelaba; más de una vez llegué a pensar que nunca volvería a tener comunión con mi iglesia. Sin embargo, Dios me mostró que debía cambiar y seguir el ejemplo de Jesús. Es ahí donde solo quienes deciden dejar la cobardía dan un paso adelante, actuando con valentía para ser dignos de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz (RV60).

Si maximizamos las diferencias, surgirán las divisiones

Toma un momento para reflexionar si has vivido una situación como la que se ha descrito. Quizá en algún momento has sido grosero(a), indiferente o has dicho una palabra desconsiderada cuando no estuviste de acuerdo con algún hermano o hermana, o tal vez alguien se ha portado así contigo. ¿Qué sentimiento te genera? Seguramente malestar, tristeza o preocupación, sabiendo que esas actitudes no reflejan el vivir en Cristo.

Es claro que no somos una iglesia perfecta. Tenemos diferentes formas de pensar y eso está bien; el hecho de que no compaginemos con ciertas opiniones o ideologías no nos hace enemigos. Por el contrario, nos permite reconocer que puede y debe haber unidad en la diversidad, fomentada por el respeto y el amor.

Una iglesia resistente, orgullosa e impaciente es aquella que difícilmente logrará avanzar en el reino de Dios. Se convierte en un cuerpo enfermo, incapaz de actuar según la comisión que nos ha sido dada por Cristo. En cambio, una iglesia mansa, humilde, paciente y amorosa desarrolla una actitud que refleja la gracia, lo que le permite superar obstáculos y dificultades en su caminar hacia la plenitud del Señor.

Lograr la unidad en la iglesia es primordial

En los primeros tres capítulos de Efesios, Pablo comienza revelando que Dios ha escogido, de entre judíos y gentiles, un pueblo para sí, unido en un solo cuerpo: la iglesia. Sin embargo, en el capítulo cuatro, versículo 1, Pablo les “ruega”. La palabra παρακαλέω (parakalō) se traduce como una súplica, un llamado con urgencia; es decir, está implorándoles que vivan de una manera digna de acuerdo al llamado que han recibido. Esta acción se refiere a la vida diaria, pues para los creyentes es un privilegio que nos fue dado al ser llamados por Dios. Nuestra manera diaria de vivir debe corresponder a la posición que se nos ha dado como hijos de Dios.

En los versículos 2 y 3 lo explica con más detalle. Vivir de una manera digna del llamado de Dios requiere ciertas características en nuestras vidas. En la medida en que estos elementos se reflejan en el diario vivir, andaremos de la manera que corresponda a lo que Dios ha hecho por nosotros. En el versículo dos menciona: con toda humildad (ταπεινοφροσύνης) y mansedumbre (πραΰτητος), con paciencia (μακροθυμίας), soportándoos unos a otros en amor.

Ahora bien, humildad (ταπεινοφροσύνης / tapeinophrosýnēs), según la RAE, es la virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento. Aquí podemos inferir que debemos vernos desde la perspectiva correcta, dejando de lado el orgullo, la soberbia y la arrogancia, reconociendo el valor de nuestro prójimo.

La segunda característica corresponde a la temática de este trimestre: la mansedumbre (πραΰτητος / praütētos), también traducida como consideración o apacibilidad. Hace referencia al dominio propio, la actitud pacífica y conciliadora que vemos encarnada en Moisés, quien fue descrito como “el hombre más manso de toda la tierra” (Números 12:3).

La tercera característica se refiere a la paciencia o largura de espíritu (μακροθυμίας / makrothymías) como una virtud activa, un llamado a soportar con calma las circunstancias negativas y nunca ceder ante ellas. Es cierto que, en la actualidad, la paciencia es entendida como la capacidad de esperar durante periodos prolongados; sin embargo, en la Biblia esta espera no es pasiva, sino que implica una actitud de seguir haciendo el bien, de no desmayar, de perseverar, confiando en que, a su debido tiempo, el Señor actuará de una manera maravillosa y especial.

Una vez que hemos desarrollado esas virtudes, podremos ser capaces de soportarnos unos a otros (ἀνεχόμενοι ἀλλήλων ἐν ἀγάπῃ) anteponiendo el amor que Dios ha tenido para nosotros, esforzándonos en buscar la santidad, ayudándonos mutuamente a superar el pecado, siendo comprensivos unos con otros sin juzgar ni condenar, sino llevando las cargas los unos de los otros y procurando guardar la unidad en el Espíritu, haciendo lo necesario para vivir en paz con todos.

No apto para débiles

La vida cristiana en comunidad nos permite conocer a personas diferentes a nosotros. Aunque eso pueda generar tensión, frustración y dificultades, también brinda una gran oportunidad para ver cómo nuestras diferencias se complementan al vivir la misión de Cristo en este mundo.

El llamado para vivir en la unidad del Espíritu nos libera del resentimiento y las quejas. Esto no significa que no puedan presentarse desafíos, pero nos permite soportar las faltas de los otros entendiendo que tenemos diferentes niveles de madurez espiritual, porque cuando nos toleramos, aprendemos y crecemos.

Por eso, este desafío es para mujeres valientes que deseen vivir de manera contracultural, no conformándonos con relaciones superficiales en nuestra comunidad de fe que al primer desacuerdo se dañan o rompen, sino interesándonos en formar vínculos que resistan los desafíos. Por ello, quiero invitarte a tomar acción en los siguientes ámbitos:

Ora por ese hermano o hermana difícil de amar: Quizá vino alguien a tu mente; también es probable que tú seas esa persona difícil para alguien más. Así que practica con humildad la oración por ese hermano o hermana, pidiendo a Dios que ponga en ti el verle con ojos de amor.

Busca la reconciliación: Atrévete a dar el primer paso. No es sencillo, lo sé, pero una vez que hayas orado, también pide al Señor que te guíe para tomar valor y llevarlo a cabo en el tiempo adecuado.

Sé honesta: Reconoce tus fallas. Resulta más fácil ver los errores en los demás que los propios, pero en un ejercicio de honestidad es sano revisar las palabras y/o acciones que pudieron dañar a tu prójimo.

Sé empática: Todos cometemos errores, pero es importante demostrar que, a pesar de eso, podemos mirar a nuestros semejantes con aprecio y respeto, sabiendo que todos somos hijos de Dios y que estamos en un proceso de crecimiento y transformación hasta llegar a la medida de la fe y la estatura del Señor Jesucristo.

Motiva a mantener la unidad: Es decir, debemos ser promotores de la paz. Debemos preferir siempre estar juntos y no divididos. Cuando apreciamos el sacrificio de Jesucristo y lo valoramos en profundidad, entonces estamos en posibilidad de comprender la importancia de estar unidos, pues así lo desea Él; esa es la voluntad de Dios para su iglesia.

En nuestra época posmoderna, ser iglesia es ir contra corriente, pues la sociedad promueve todos aquellos valores que hoy son considerados en alta estima, y resultan antivalores como la competitividad y la predilección del “yo” por encima del “nosotros”. Es el evangelio de Jesucristo el que nos exhorta a considerar a nuestros hermanos como más valiosos que uno mismo, y eso nunca ha sido sencillo; por supuesto, tampoco lo es en la actualidad.

Lograr la unidad con el cuerpo de Cristo nos permite influir en la sociedad como un reflejo resplandeciente del amor de Dios. La unidad entre el diverso pueblo de Dios es un testimonio maravilloso en un mundo fragmentado. Seamos mujeres fuertes en la fe, que promuevan la unidad, capaces de encontrar maneras de vincularnos y no dividirnos.

El amor que tengan unos por otros será la prueba ante el mundo de que son mis discípulos (Juan 13:35, NTV).

Bibliografía

• https://www.logosklogos.com/interlinear/NT/Ef/4/

• https://www.biblegateway.com/

Bonhoeffer, D. (2017). El costo del discipulado (1ª ed.). Peniel.

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Nuevos colores para pintar tu matrimonio

Nuevos colores para pintar tu matrimonio

Min. Avelardo Alarcón Pineda

Cuando hablamos de actitudes nos referimos a la “disposición” previa con la que afrontamos nuestras vivencias cotidianas y con las que construimos nuestras relaciones. En todos nosotros existe algo así como una paleta de colores que seleccionamos previamente para pintar un cuadro; dependiendo de los colores que hayamos elegido daremos vida a nuestra obra. Así, podemos elegir colores pastel o neón, fríos o cálidos, brillantes u opacos, entre otros.

Las actitudes son determinantes para el éxito o el fracaso de un matrimonio. Se conforman de sentimientos, valores, preferencias, gustos, motivos o intenciones que seleccionamos previamente para determinar nuestras conductas. Por eso, existen actitudes que resultan positivas para pintar matrimonios sólidos, como también las hay negativas, que entorpecen, enferman, dañan o destruyen la relación.

Las actitudes podemos situarlas en el corazón, son predisposiciones de la voluntad. Son mecanismos automáticos que vamos construyendo para responder favorable o desfavorablemente ante situaciones que se nos presentan. Estos los vamos definiendo conforme vamos creciendo y nos vamos formando a lo largo de la vida, con base en experiencias previas. Así, este mecanismo, es nuestra manera de decidir: ante este tipo de experiencias yo responderé de esta manera. Así, podemos concluir que las actitudes se aprenden, las tomamos de las experiencias y los modelos que nos rodean. Están arraigadas en lo más hondo e íntimo de nuestro ser. Veamos 15 colores (actitudes) que pintan un matrimonio:

1. El egocentrismo. Cuando tenemos una predisposición a colocarnos en el centro de la vida matrimonial, pintamos un cuadro en el que los demás giran a nuestro alrededor y nosotros estamos ubicados en el lugar de privilegio y de atención. De esta manera no existe relación de iguales ni de reciprocidad, sino de utilitarismo, la pareja o los hijos son valorados en la medida en que son útiles a nuestros propósitos y satisfacción personal. El egocentrismo es lo opuesto al amor, cuando determina nuestras decisiones no es posible entregarse a una relación de iguales.

2. Desprecio. Cuando tenemos una predisposición a despreciar a otros nos conducimos con falta de respeto, burlas o insultos. Esta actitud le comunica a la pareja que tiene un valor inferior, sus aportes, comentarios, decisiones o anhelos ocupan un lugar de menor importancia que los nuestros. Nuestra vida se llena de color, mientras que la vida de los otros está en las sombras.

3. Crítica destructiva. Cuando tenemos una predisposición a señalar constantemente los errores, defectos o limitaciones de nuestra pareja, sin reconocer sus aspectos positivos. Esta actitud se manifiesta en comentarios negativos frecuentes, juicios severos y una tendencia a magnificar las fallas. La crítica destructiva erosiona la autoestima del cónyuge y crea un ambiente de tensión constante donde la pareja siente que nada de lo que hace es suficientemente bueno.

4. Actitud defensiva. Cuando tenemos una predisposición a interpretar cualquier comentario o sugerencia como un ataque personal. Esta actitud se caracteriza por respuestas automáticas de justificación, contraataque o victimización. La persona defensiva no puede recibir retroalimentación constructiva y convierte cada conversación en un campo de batalla donde debe defender su posición, impidiendo el diálogo genuino y el crecimiento de la relación. Esta actitud surge de creer que el matrimonio es un campo de batalla, y todo lo que ocurre lo pintamos como una escena de conflicto.

5. Indiferencia. Cuando tenemos una predisposición a mostrar desinterés por las necesidades, sentimientos o experiencias de nuestra pareja. Se manifiesta en la falta de atención, escucha y respuesta emocional. La persona indiferente crea una distancia emocional que hace sentir al cónyuge invisible y sin importancia, destruyendo gradualmente la conexión íntima necesaria para un matrimonio saludable. Este cuadro se parece a las fotografías en las que el fondo está difuminado.

6. Evasión. Cuando tenemos una predisposición a huir de los conflictos, las responsabilidades o las conversaciones difíciles. Esta actitud se refleja en comportamientos como el silencio prolongado, el refugio en el trabajo o actividades fuera del hogar, y la negativa a abordar temas importantes. La evasión impide la resolución de conflictos y el desarrollo de intimidad en la relación. En este cuadro la pintura queda siempre inconclusa.

7. Manipulación emocional. Cuando tenemos una predisposición a usar las emociones como herramienta de control. Se manifiesta mediante chantaje emocional, culpabilización, victimización o amenazas sutiles. El manipulador utiliza colores de miedo, culpa o compasión para conseguir que su pareja actúe según sus deseos, destruyendo la confianza y la autenticidad en la relación.

8. Descalificación. Cuando tenemos una predisposición a invalidar las opiniones, sentimientos o experiencias de nuestra pareja. Esta actitud se expresa minimizando o ridiculizando lo que el otro siente o piensa, negando su realidad emocional y deslegitimando sus perspectivas. La descalificación constante destruye el color de la confianza del cónyuge en su propio juicio y percepción.

9. Resentimiento. Cuando tenemos una predisposición a guardar y alimentar heridas pasadas sin resolverlas. Esta actitud se manifiesta en el recuerdo constante de ofensas anteriores, la incapacidad de perdonar y la tendencia a usar el pasado como arma en los conflictos actuales. El resentimiento envenena la relación y bloquea la posibilidad de renovación y crecimiento. Es un cuadro lleno de rayones.

10. Comparaciones negativas. Cuando tenemos una predisposición a contrastar constantemente a nuestra pareja con otros, señalando sus deficiencias. Esta actitud se expresa mediante comentarios que destacan las cualidades de otros mientras menosprecian las del cónyuge. Las comparaciones negativas destruyen la autoestima y generan inseguridad en la relación. Pintamos un cuadro que siempre se ve inferior al del vecino.

11. Cerrados a la comunicación íntima. Cuando tenemos una predisposición a mantener barreras emocionales que impiden la vulnerabilidad y la apertura. Esta actitud se caracteriza por la resistencia a compartir sentimientos profundos, temores o necesidades emocionales. La falta de comunicación íntima impide la construcción de una conexión profunda y significativa. Pintamos un cuadro que no expresa su belleza y arte.

12. Control excesivo. Cuando tenemos una predisposición a supervisar y dirigir cada aspecto de la vida matrimonial y de nuestra pareja. Se manifiesta en la necesidad de tomar todas las decisiones, monitorear actividades y restringir la libertad del cónyuge. El control excesivo borra los colores de la individualidad y la autonomía necesarias en una relación saludable.

13. Celos excesivos. Cuando tenemos una predisposición a la desconfianza y la posesividad extrema. Esta actitud usa colores de sospechas constantes, vigilancia, restricciones sociales y acusaciones infundadas. Los celos excesivos envenenan la relación con inseguridad y paranoia, destruyen la libertad y la confianza mutua.

14. Negación de problemas. Cuando tenemos una predisposición a ignorar o minimizar las dificultades en la relación. Esta actitud se manifiesta en la resistencia a reconocer conflictos, la minimización de preocupaciones válidas y el rechazo a buscar ayuda cuando es necesaria. Los colores de la negación impiden el crecimiento y la resolución efectiva de problemas.

15. Falta de apoyo emocional. Cuando tenemos una predisposición a ausentarnos emocionalmente en la vida de nuestra pareja, sobre todo en momentos de necesidad. Se caracteriza por la ausencia de colores que reflejan empatía, comprensión y soporte en situaciones difíciles. Esta actitud deja al cónyuge sintiéndose solo y abandonado en sus luchas personales.

Un aspecto que debemos destacar de las actitudes es que estas pertenecen al mundo afectivo. Es decir, manifestamos actitudes negativas o positivas en la medida en que sentimos afecto o aprecio por la persona ante quien debemos responder: no mantenemos la misma actitud ante nuestros padres, nuestros hijos o nuestro cónyuge.

Igual de importante es reconocer que las actitudes también obedecen a relaciones de poder; no tenemos la misma actitud ante nuestro jefe que ante un subordinado, ante una autoridad que ante una persona común.

En tercer lugar, debemos notar que las actitudes pueden convertirse en predisposiciones pecaminosas. Nuestras actitudes, tanto pueden estar motivadas por el pecado, como pueden llevarnos a pecar. Sobre todo, en el caso de las actitudes negativas; pues estas, generalmente van en contra de la voluntad santa del Señor.

Las actitudes, como hemos señalado, son asuntos del corazón, tienen que ver con nuestra esencia íntima. Por lo tanto, no siempre somos conscientes de ellas, generalmente no nos damos cuenta de que estamos siendo movidos por esa predisposición, actuamos en “automático” y no percibimos que estamos actuando de esa manera.

Con base en lo anterior, podemos comprender la importancia que tiene la acción del Espíritu Santo en nuestra relación, ya que Él lleva a cabo tres acciones en nuestra vida:

1. El Espíritu nos hace conscientes de nuestras malas actitudes. El Espíritu Santo tiene un papel fundamental en la convicción del pecado (Juan 16:8). Por ello, como hizo David, necesitamos orar constantemente: Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad (Salmo 139:23-24).

2. El Espíritu nos lleva a desear las mejores actitudes. El deseo por mejorar y adoptar actitudes más positivas también es obra del Espíritu Santo. Pablo explica: los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu (Romanos 8:5-6). Esto implica que el Espíritu Santo nos guía hacia un anhelo por lo espiritual y lo bueno (Filipenses 2:13) y produce en nosotros un mejor fruto (Gálatas 5:22-23).

3. El Espíritu transforma nuestros corazones para cambiar nuestras actitudes. La transformación del corazón es una obra poderosa del Espíritu Santo. En Ezequiel 36:26 Dios promete: Y os daré un corazón nuevo, y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Esta transformación permite un cambio genuino en nuestras actitudes y comportamientos. Pues el Espíritu nos permite vernos como somos, tal y como ocurre cuando nos miramos en un espejo, pero no nos deja así, sino que nos va transformando a la imagen misma de Jesús (2 Corintios 3:18) y nos va renovando constantemente (Tito 3:5).

Estas tres acciones del Espíritu Santo funcionan de manera interrelacionada, de suerte que forman un círculo virtuoso:

• La consciencia de nuestras malas actitudes nos lleva al arrepentimiento y la búsqueda de cambio.

• El deseo de mejores actitudes nos motiva a someternos a la dirección del Espíritu.

• La transformación es un proceso continuo que requiere nuestra disposición a la acción del Espíritu Santo.

• La transformación que experimentamos nos lleva a una mayor consciencia de nuestras actitudes.

El itinerario hacia un matrimonio exitoso requiere una transformación profunda de nuestras actitudes, una tarea que no podemos lograr por nuestras propias fuerzas. Es aquí donde descubrimos el papel determinante del Espíritu Santo.

Es importante que reconozcamos que muchas de nuestras actitudes destructivas están profundamente arraigadas en nuestro corazón, formadas por años de experiencias y patrones aprendidos. Sin embargo, no estamos condenados a vivir encadenados a estos ciclos destructivos. El Espíritu Santo está impulsándonos a experimentar la nueva vida y es poderoso para transformar incluso las actitudes con raíces muy profundas de nuestro ser.

Anímense a dar estos tres pasos prácticos en cooperación con el Espíritu Santo:

1. Permitan que el Espíritu Santo ilumine esas actitudes que están dañando su relación. Como David, oren pidiendo que Dios examine su corazón. La verdadera transformación comienza con el reconocimiento honesto de nuestras áreas de necesidad. ¿Con qué colores cuentas para pintar tu matrimonio?

2. Respondan al trabajo de convencimiento que hace el Espíritu Santo con disposición al cambio. Él está generando en ustedes el deseo de desarrollar actitudes que edifican y fortalecen su matrimonio. Cultiven esos deseos santos que Él está sembrando en sus corazones. ¿Qué colores nuevos necesitas para pintar tu matrimonio?

3. La transformación de actitudes es un proceso continuo que requiere paciencia y persistencia. Confíen en que el mismo Espíritu que inició esta obra en ustedes es fiel para completarla. Manténganse sensibles a Su dirección y corrección diaria. ¿Comienza a cambiar los colores con los que estás pintando tu matrimonio? Pinta un matrimonio lleno de vida y felicidad.

Recuerden que el matrimonio es como un lienzo donde Dios quiere manifestar Su poder transformador. Que el Señor les dé por su gracia una nueva paleta de colores para cooperar con Su Espíritu en este proceso de creación y transformación.

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Concilio ministerial 2025 “Con la actitud de Cristo”

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La gracia de Dios se renueva en cada fracaso

La gracia de Dios se renueva en cada fracaso

Min. Israel García López

«¿Cuán libre soy?

Preguntó el hombre a su creador:

Yo no puedo rechazar mi cuerpo.

Yo no puedo renegar de mis ancestros.

Yo no puedo desaparecer de mi entorno.

Yo no puedo escapar de mi tiempo.

Él contestó: tú no eres libre de tus condiciones, pero tú eres libre de elegir una actitud ante tus condiciones y eso es lo máximo que jamás he concedido.» ― Elizabeth Lukas.

El salmo 23 es claro al presentar una cosmovisión real de la vida, la vida está llena de altibajos, y no hay ser humano que escape de la constante tensión entre el control y el caos, entre la vida y la muerte, entre los fracasos y los aciertos, ya sea en el ámbito personal, profesional o espiritual, todos enfrentamos momentos de caída, de incertidumbre, y decepción. Sin embargo, en medio de esas experiencias difíciles, los creyentes pueden encontrar consuelo y esperanza en una verdad fundamental: la gracia de Dios se renueva en cada mañana, en cada crisis y fracaso. No somos libres de nuestras circunstancias y condiciones, pero sí de la actitud con la que nos enfrentamos a ellas; y nuestra actitud se fundamenta en nuestras convicciones acerca de la comprensión del carácter de Dios y de nuestra relación con Él.

¿Qué es la gracia de Dios?

Antes de profundizar sobre cómo la gracia se renueva en cada fracaso, es importante entender qué significa la gracia de Dios. La gracia es el favor inmerecido y libre que Dios otorga a las personas, es donación y plena generosidad. No es algo que podamos ganar ni merecer, sino que es un regalo divino que se manifiesta en su amor incondicional hacia nosotros.

En la Biblia, la gracia de Dios se describe como una fuerza poderosa que no solo perdona nuestros pecados, sino que también nos fortalece en nuestras debilidades, nos da esperanza en medio de la desesperación y nos guía hacia una vida plena y restaurada. Como dice el apóstol Pablo en 2 Corintios 12:9: Pero él me dijo: ‘Te basta mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad.’ Por lo tanto, gustosamente me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo.

La gracia de Dios en el fracaso

El fracaso, en muchas ocasiones, es un sentimiento de derrota, de incapacidad, o de haber caído en algo que no esperábamos. Pero lo que muchas veces no vemos en el momento de la caída es que, en esos fracasos, Dios se muestra aún más cercano, dispuesto a ofrecernos una gracia renovada. El pueblo de Dios a lo largo de su historia enfrentó varios fracasos, y en todo ello Dios siempre estuvo presente, estuvo con Adán y Eva al salir del Edén, con Caín después de violentar a su hermano, con su pueblo en el desierto después de su éxodo y también los acompañó en el exilio, Dios se exilia, se hace errante con su pueblo.

La gracia nos cubre cuando caemos

Cuando fallamos, es fácil sentirse desanimado y pensar que ya no hay oportunidad de volverlo a intentar. Sin embargo, la gracia de Dios no está limitada a nuestros éxitos; su gracia abarca también nuestras caídas. Al igual que el padre amoroso de la parábola del hijo que abandona su hogar (Lucas 15:11-32), Dios siempre está esperando con los brazos abiertos, dispuesto a perdonarnos y restaurarnos. Cada fracaso es una oportunidad para experimentar la gracia renovadora de Dios, que nos cubre y nos levanta. El pueblo de Dios, por medio de sus fracasos aprendió y maduró, sus creencias se perfeccionaron, a lo largo de la Biblia podemos ver este proceso progresivo; así mismo, podemos crecer al ver nuestros fracasos como oportunidad de mejora y ver cómo la misericordia y gracia de Dios se manifiestan.

La gracia nos enseña y nos moldea

El fracaso no solo nos muestra nuestras debilidades, sino que también nos ofrece lecciones valiosas. Dios usa nuestros fracasos para enseñarnos lecciones de humildad, paciencia, dependencia de Él y madurez espiritual. Como menciona Romanos 8:28: Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. En el proceso de restauración, la gracia de Dios nos moldea, fortalece y permite aprender de nuestras experiencias. La gracia no solo perdona, sino que también transforma nuestro carácter: transforma nuestros pensamientos, nuestras emociones y nuestra actitud.

La gracia es una fuente inagotable

Un aspecto único de la gracia de Dios es que nunca se agota. En momentos de fracaso, podemos sentir que hemos agotado nuestra capacidad de ser perdonados o de seguir adelante, pero la gracia de Dios es inagotable. Como dice Lamentaciones 3:22-23: Por la misericordia del Señor no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad. Cada día, independientemente de nuestros errores del pasado, la gracia de Dios se renueva. Este amor y favor divino no tiene fin; es constante, disponible y suficientemente fuerte para cubrir cada uno de nuestros fracasos.

La gracia nos impulsa a seguir adelante

El fracaso puede ser paralizante: Puede hacernos dudar de nuestras capacidades o incluso de nuestro llamado. Sin embargo, la gracia de Dios no solo nos cubre, sino que también nos impulsa a seguir adelante. Como dice Filipenses 3:13-14: Hermanos, no pienso que yo mismo lo haya alcanzado, pero una cosa hago: Olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está adelante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús. La gracia de Dios nos permite no quedar atrapados en el fracaso, sino mirar hacia el futuro con esperanza, sabiendo que Él está con nosotros en cada paso del camino.

El fracaso, en cualquiera de sus formas, es una experiencia desafiante y dolorosa para cualquier ser humano. Para los líderes, ya sea en el ámbito familiar, personal o ministerial, el impacto del fracaso puede ser aún más abrumador debido a la responsabilidad que recae sobre sus hombros. No obstante, un líder genuino tiene la capacidad de superar las adversidades, aprender de sus errores y transformar las lecciones difíciles en oportunidades para crecer y servir de manera más efectiva.

Ámbito familiar

La familia es uno de los pilares más importantes en la vida de cualquier persona, lo que se hace en familia repercute en todos los ámbitos. Cuando un líder enfrenta dificultades familiares, puede sentirse profundamente afectado. Las tensiones familiares, las crisis de pareja o los desafíos con los hijos pueden dejar una huella emocional significativa. Es necesario:

Practicar la vulnerabilidad: Un líder no debe temer mostrar su humanidad. Reconocer sus errores y limitaciones frente a su familia es el primer paso para reconstruir puentes de confianza. La honestidad y la apertura con la familia son fundamentales para sanar las relaciones rotas.

Buscar el perdón y ofrecerlo: El líder, en el afán de no faltar a su llamado y posición, puede relegar a su familia como última prioridad, esto lastima a la esposa y a los hijos. El perdón es un componente esencial en cualquier restauración. En muchos casos, el líder puede ser el primero en dar el paso hacia la reconciliación, ya sea pidiendo perdón por sus fallos o perdonando a los miembros de la familia. El perdón no solo libera a los demás, sino también a uno mismo. Es necesario recordar que a la persona ofendida puede tomarle más tiempo poder perdonar y hay que aceptar el ritmo de su proceso.

Establecer límites saludables: A veces, el fracaso en el ámbito familiar puede derivar de la falta de equilibrio. El líder debe aprender a establecer límites saludables, tanto en su vida personal como en su ministerio, para proteger su bienestar emocional y su relación con la familia. Primero es la salud marital y familiar, si esto está bien, lo demás será más fácil de enfrentar.

Ámbito personal

El fracaso personal es una de las experiencias más universales, y puede abarcar desde la pérdida de objetivos y metas hasta la lucha interna con la autoimagen y el autoconcepto. En este sentido, un líder puede seguir algunos principios clave para superar el fracaso personal:

El fracaso siempre es una oportunidad de crecimiento: En lugar de ver el fracaso como algo negativo, un líder sabio lo percibe como una lección valiosa. Cada error ofrece una oportunidad para el aprendizaje y el crecimiento personal. Este enfoque puede transformar lo que inicialmente parece un fracaso en una herramienta poderosa de desarrollo. La lluvia evidencia las fisuras del techo por medio de goteras, las goteras y la lluvia no son el problema; las fisuras son el problema. Los fracasos son la lluvia que anuncia que hay algo que reparar o resolver.

Buscar apoyo emocional: Los líderes no están exentos de las dificultades emocionales que pueden surgir después de un fracaso. A menudo, hablar con un mentor, consejero o amigo cercano puede ser crucial. La empatía de otros puede ofrecer una perspectiva fresca y la fuerza necesaria para seguir adelante. Cada pastor debe contar con un amigo pastor con quien abrir su corazón, para llevar mutuamente las cargas. La madurez se evidencia en la capacidad de pedir ayuda.

Restaurar la confianza en uno mismo: El fracaso personal puede erosionar la autoconfianza. Sin embargo, un líder debe trabajar en reconstruir esa confianza, recordando que el valor personal no depende de los éxitos o fracasos. Reconocer sus talentos, habilidades y logros previos puede servir como recordatorio de su capacidad para superar las dificultades. Así mismo, debe actualizarse el auto concepto, cada crisis nos da la oportunidad de redescubrirnos como nuevas personas, siempre hay algo que mejorar, dar paso a nuestra mejor versión como personas.

Ámbito ministerial

El fracaso en el ministerio, ya sea una crisis moral, desempeño deficiente en las funciones administrativas o una relación rota con los miembros de la congregación, puede ser uno de los fracasos más difíciles de manejar. Para los pastores, el desafío radica en mantener la integridad, la fe y el propósito en medio de las dificultades. Ante las crisis es necesario:

Volver a la visión y misión original: Los líderes ministeriales deben recordar el propósito más grande detrás de su vocación. A veces, el fracaso puede hacer que se pierda de vista la razón por la cual comenzamos en el ministerio. Reflexionar sobre nuestro llamado puede renovar la pasión y la claridad para continuar en la labor.

Desarrollar resiliencia espiritual: El fracaso ministerial puede generar conflictos teológicos y conflictos con el llamado. Es esencial que los líderes mantengan una vida espiritual sólida, fortaleciendo su relación con Dios a través de una espiritualidad sana. La resiliencia espiritual es la base para enfrentar cualquier desafío y tensión en el ministerio.

Buscar la restauración en la comunidad: El apoyo de la comunidad de fe es esencial en momentos de crisis ministerial. Los líderes deben estar dispuestos a recibir consejería y acompañamiento de otros colegas. No se trata solo de ofrecer apoyo a los demás, sino de reconocer que también necesitamos el cuidado y el acompañamiento de la iglesia.

En general, para los líderes que buscan superar el fracaso, ya sea en su familia, en su vida personal o en su ministerio, es necesario: la humildad de reconocer los errores y aprender de ellos; la paciencia para permitir el proceso de restauración, tanto personal como en las relaciones; la perseverancia, recordando que el fracaso no es el final, sino una oportunidad para empezar de nuevo.

El fracaso es una parte inevitable de la vida, pero no tiene por qué definir la vida de un líder. Superarlo requiere una combinación de humildad, resiliencia y una profunda fe en que cada dificultad puede ser transformada en una oportunidad para crecer. Los líderes se vuelven más fuertes, más sabios y más capaces cuando se ven a sí mismos como personas que también están en proceso de crecimiento. El fracaso nos recuerda nuestra necesidad constante de la misericordia de Dios. En esos momentos, cuando nos sentimos indignos o alejados, la gracia de Dios se convierte en el puente que nos conecta con Su misericordia. Es un recordatorio de que no estamos definidos por nuestros fracasos, sino por el amor incondicional de un Dios que nunca nos abandona.

La gracia de Dios no es solo un concepto teológico abstracto, sino una realidad vivida que se renueva cada día. Cada caída, cada error, cada dificultad es una oportunidad para experimentar la gracia de Dios de una manera más profunda. Al entender que su gracia nunca se acaba y que se renueva constantemente, podemos enfrentar el fracaso con la seguridad de que no estamos solos y que el fracaso no tiene la última palabra. Dios nos cubre, nos restaura, nos transforma y nos impulsa hacia adelante, siempre recordándonos que, aunque fracasemos, Su gracia es más grande que cualquier error. En Él, hay segundas, terceras y las oportunidades que necesitemos para seguir caminando y creciendo.

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Más allá de la elección de canciones

Más allá de la elección de canciones

Por: Hazael García

La música ha sido parte integral de la adoración desde los tiempos más antiguos. En la Biblia, vemos cómo los salmos y cánticos eran utilizados para alabar a Dios, y cómo instrumentos y voces se unían para crear momentos sagrados. Sin embargo, reducir la función de la música en la adoración simplemente a seleccionar canciones sería subestimar su verdadero poder y profundidad. La música es un medio profundo y poderoso que trasciende la melodía y las letras; es un lenguaje espiritual que nos conecta con Dios y nos permite expresar nuestras emociones y pensamientos más íntimos.

El poder de la música en la adoración radica en su capacidad para facilitarnos una conexión más profunda con Dios. La música tiene una cualidad única para trascender las barreras del lenguaje, lo que nos permite comunicarnos con Dios a un nivel más allá de las palabras. Cuando cantamos, podemos expresar emociones que muchas veces no somos capaces de verbalizar: gratitud, asombro, lamento, arrepentimiento o esperanza. Por ejemplo, el uso de un himno solemne puede guiar a una comunidad en momentos de lamento y súplica, mientras que una canción con ritmos alegres puede reflejar la celebración de la bondad de Dios.

En muchos momentos de la vida, nos encontramos con situaciones en las que nuestras emociones son demasiado complejas para explicarlas con simples palabras. La música proporciona una vía para canalizar estos sentimientos, ayudándonos a procesarlos y a presentarlos ante Dios. Por esta razón, los diferentes estilos y géneros musicales pueden cumplir funciones variadas en el contexto de la adoración, dependiendo del estado emocional y espiritual de quienes participan.

Cada comunidad de fe tiene su propia identidad musical, y esto está influenciado por la cultura, la tradición y las preferencias individuales. Lo interesante es que diferentes estilos musicales pueden contribuir a diferentes aspectos de la adoración. Por ejemplo, el uso de música contemporánea con ritmos modernos y dinámicos puede resonar con congregaciones más jóvenes, ayudándoles a conectar con Dios a través de un lenguaje musical más cercano a su día a día. Estas canciones tienden a centrarse en temas como la confianza en Dios, la gracia y la adoración colectiva.

Por otro lado, los himnos tradicionales tienen una estructura más formal y, a menudo, contienen teología profunda en sus letras, lo que puede invitar a la reflexión y la meditación. La música clásica o coral, en sus momentos más sobresalientes, puede elevar el espíritu hacia una experiencia de adoración más contemplativa, centrada en la reverencia y el asombro.

Además, géneros como el góspel, ofrecen una rica herencia musical que combina pasión y profundidad espiritual. Este estilo, a pesar de ser antiguo, sigue siendo un poderoso vehículo de adoración en la actualidad, recordándonos que la música tiene el poder de trascender generaciones y modas.

Estrategias para los jóvenes en el liderazgo de adoración

Para los jóvenes que desean involucrarse en el liderazgo de adoración, es importante comprender que su papel va mucho más allá de simplemente tocar música. Se trata de crear un ambiente en el que toda la comunidad pueda acercarse a Dios y experimentar su presencia. A continuación, se ofrecen algunas estrategias clave:

1. Selección de canciones que reflejen verdades bíblicas: No todas las canciones más aceptadas necesariamente tienen un contenido teológico sólido. Un líder de adoración debe ser cuidadoso al seleccionar canciones que no solo sean musicalmente atractivas, sino que también reflejen fielmente las verdades bíblicas. Es esencial que las canciones que se canten en la iglesia guíen a la congregación hacia una mayor comprensión de la Palabra de Dios.

2. Creación de un ambiente auténtico de adoración: La autenticidad es crucial en la adoración. Un buen líder debe ser consciente de las necesidades espirituales de la comunidad. En lugar de simplemente imitar lo que está de moda en otras iglesias, es importante buscar formas genuinas de conectar con Dios a través de la música. Esto puede implicar la creación de momentos de silencio, oración o lectura de citas bíblicas entre las canciones.

3. Diversificar el repertorio musical: La diversidad en los estilos musicales puede enriquecer la experiencia de adoración. Incluir diferentes géneros y ritmos no solo refleja la variedad dentro del cuerpo de Cristo, sino que también permite que diferentes personas puedan conectarse con Dios de manera más profunda a través de la música. No se trata de complacer a todos, sino de entender que diferentes momentos de la vida espiritual requieren diferentes expresiones musicales.

4. Preparación espiritual y técnica: Servir en el ministerio de adoración requiere tanto preparación espiritual como técnica. Es fundamental que los jóvenes líderes de adoración no solo practiquen sus habilidades musicales, sino que también dediquen tiempo a la oración y al estudio de la Palabra. La música es un medio para adorar a Dios, y un corazón alineado con Él es esencial para guiar a otros de manera efectiva.

La música en la adoración es mucho más que una simple elección de canciones. Es un medio a través del cual podemos expresar nuestras emociones más profundas y conectarnos con Dios de maneras que las palabras no siempre permiten. Los diversos estilos musicales, desde los himnos tradicionales hasta las canciones contemporáneas, tienen un papel valioso en la vida espiritual de nuestras comunidades de fe, ya que cada uno aporta una dimensión única a la experiencia de adoración.

Para los jóvenes que desean servir en este ámbito, es vital entender la responsabilidad que conlleva el ministerio de adoración. Se trata de seleccionar música con propósito, crear un espacio auténtico de conexión con Dios y, sobre todo, guiar a la congregación en una experiencia de adoración que sea significativa y bíblicamente sólida. La música tiene el poder de transformar corazones y mentes, y, cuando se utiliza correctamente en la adoración, se convierte en un poderoso puente que podemos cruzar para experimentar la presencia de Dios.

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Guiados por el espíritu

Guiados por el espíritu

Min. Ángel Erazo Pineda

En el marco de una reunión con el equipo del liderazgo pastoral de la iglesia local, y al mencionar que la Iglesia es guiada por el Espíritu Santo y sostenida por la presencia de Jesucristo, uno de los líderes con cierta angustia en su rostro y preocupación por desarrollar su liderazgo encargado por la congregación, hizo la siguiente pregunta: “¿Cómo saber lo que es ser guiado por el Espíritu Santo?”; además de él, otra hermana que se encontraba sentada junto a él asintió con la cabeza, demostrando que la pregunta era compartida y también sentía la misma necesidad por comprender el sentido de la afirmación.

De pronto, al revisar la mayoría de los documentos rectores de nuestra iglesia encontramos este enunciado, dando por entendido que todos los creyentes que integran la Iglesia comprenden las implicaciones de lo que significa ser guiados por el Espíritu; sin embargo, dada la experiencia presentada al inicio del texto, seguramente aún encontramos líderes o creyentes que se pueden estar cuestionando sobre el significado de ser guiados por el Espíritu.

El presente artículo tiene como propósito recordar a los lectores que el Espíritu Santo guía al creyente en su proceso formativo basado en el estudio de la Escritura, al enseñarlo, redargüirlo, corregirlo e instruirlo.

También lo que se busca con el presente artículo es reconocer que, como creyentes, es necesario contar con un proceso formativo de manera continua, teniendo presente que la lectura de la Escritura no es para informar, sino para formar a las personas con la ayuda del Espíritu Santo.

Si la espiritualidad se distorsiona, se distorsiona la comprensión de las Escrituras.

En el prólogo del Fundamento Doctrinal de la Iglesia de Dios (7° Día) se hace un breve análisis del contexto actual que las personas viven debido a su espiritualidad.

Es una espiritualidad subjetiva. La verdad se mide por la experiencia vivencial y subjetiva del individuo; ya no se busca la verdad religiosa que toca el entendimiento escritural sino la verdad interna del sujeto. La conciencia individual es lo que determina todo lo religioso.

Es una espiritualidad emocional. Estamos en una época en donde prevalece el “emocionalismo”; hay una sobrevaloración de la afectividad, se da la primacía a lo sensible por encima de la razón y el pensamiento lógico. Esta emocionalidad considera a la intuición como un modo de conocimiento primario y fundamental.

Es una espiritualidad tribal. Se considera a la comunidad como la fuente de todos los valores morales y espirituales porque en todo y todos los demás, hay un desmoronamiento de las estructuras institucionales. La comunidad se vuelve excluyente ya que suele calificarse como la única portadora de la verdad.

Es una espiritualidad sincretista. El sincretismo posmoderno se manifiesta en la aceptación de elementos extranjeros, y en la revitalización de tendencias arcaicas, el florecimiento de la demonología, la astrología, las supersticiones, las creencias y prácticas teúrgicas (poder de los ritos). Por ejemplo, alguien puede ser cristiano y creer en la reencarnación o tener una religiosidad light que evade el carácter celoso de Dios, que empequeñece la gravedad del pecado, excluye del Reino toda referencia al dar cuentas a Dios y que predica a un Cristo solo en su aspecto de gloria, sin ninguna relación con el sufrimiento.

En medio de esta realidad contextual sobre la espiritualidad, resulta complejo que las personas recurran a la Palabra escrita, la Biblia, de manera acertada, pues todas las influencias e incorrectas interpretaciones de lo que es la espiritualidad, o, viviendo en medio de espiritualidades construidas a modo, si la espiritualidad se distorsiona, también se distorsiona el acercamiento y comprensión de las verdades contenidas en las Escrituras.

La necesidad de seguir recurriendo a la Escritura

Vivimos en una realidad bombardeada de información, una gran variedad de dispositivos electrónicos con acceso a internet, redes sociales, sitios web, documentos impresos y medios televisivos, nos mantienen en un constante contacto con información de todo tipo, que inevitablemente influye en nuestras creencias y perspectiva que se tiene del mundo y sus situaciones.

Cada vez es más complicado saber identificar cuál o cuáles fuentes de información son formativas y cuáles deforman; a veces, de manera inconsciente aceptamos y adaptamos a nuestros conocimientos ideas y tendencias que marcan nuestro ser y hacer, sin siquiera cuestionarlas o filtrarlas para saber si son benéficas o no.

Por eso, el reto de tener una correcta formación en ideas, principios, creencias y criterios, implica que tenga que ser un proceso de formación bien pensado y consciente, de lo contrario, solo se estará aceptando información que distorsione la percepción de la realidad y una incorrecta toma de decisiones.

El teólogo Daniel Rebolledo (2023) afirma que en las mismas Escrituras, específicamente en el Nuevo Testamento, se describe a la Biblia como alimento; en el Evangelio según Mateo en su capítulo 4 y versículo 4 comenta que, Jesús dijo: Escrito está: no solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que salga de boca de Dios. Mientras que el escritor del libro de Hebreos comenta que la Palabra de Dios es como leche y alimento sólido (Hebreos 5:13-14). Los cristianos necesitan alimentarse de aquello que nutre su vida espiritual; no se puede pretender sobrevivir sin ningún tipo de alimentación.

Entendiendo que la Biblia es el alimento para los cristianos, es necesario mencionar que en el año 2021, Especialidades 625 organizó una convocatoria online llamada “Iglesia Next”, en la cual se realizó una Consulta Iberoamericana acerca del estado del trabajo con las nuevas generaciones en las iglesias cristianas. En esta consulta, una de las preguntas se refería a la lectura bíblica, la interrogante decía: ¿Cuántas veces lees la Biblia en la semana? Un total de 3233 pastores y líderes de más de 20 países respondieron de la siguiente manera: el 31% lee la Biblia más de 5 veces por semana, otro 29% dijo que la lee alrededor de 3 veces o al menos una vez, y un 11% respondió que no ha leído la Biblia por cuenta propia durante mucho tiempo.

Aquí estamos hablando de pastores y líderes de iglesias, lo cual es preocupante. Si los líderes de las diferentes comunidades no leen la Biblia, ¿qué podemos esperar de la comunidad en general? Puede sonar osado o atrevido, pero es una realidad que se debe exponer: en la actualidad nos encontramos ante una época en la que hay seguidores de Jesús que no leen su Palabra, lo cual podría considerarse un analfabetismo bíblico.

El analfabetismo bíblico es un síntoma que se genera cuando la comunidad que gira en torno a la Biblia, es decir, la Iglesia, no la estudia, lo que lleva a un desconocimiento de lo que esta dice.

La dirección del Espíritu Santo en la formación del creyente

Schweizer E. (1984), hace un tratamiento completo sobre lo que es y cómo participa el Espíritu Santo en la dirección de las personas; él afirma que Juan tal vez fue quien con mayor profundidad reflexionó acerca de lo que es el Espíritu Santo; por eso insiste continuamente en lo mismo con una monotonía tremenda: el Espíritu nos otorga, en las palabras de predicación de los discípulos, la visión de Jesús; lo que los profetas veterotestamentarios vivieron en circunstancias excepcionales de la irrupción del Espíritu de Dios, se ve completado y superado por el único hecho que contradice a toda comprensión humana: que el Espíritu nos lleva a contemplar a Jesús con nuevos ojos y a descubrir que Dios trata de venir a nosotros precisamente de esa manera.

También para Pablo, Jesús es ante todo el Crucificado y el Resucitado. ¿Qué es el Crucificado?, quiere decir que la fuerza de Dios se revela en la debilidad; por eso Pablo pone de relieve de una manera tan intensa que el Espíritu incorpora a los hombres al cuerpo de Cristo y que Él comunica sus dones, de tal manera que cada uno necesita de los demás y que nadie puede pensar que lo posee todo e incluso que, con su don, se halla por encima de los otros. Así, pues, el Espíritu edifica la comunidad, funda la comunión, porque libera a los hombres de considerarse a sí mismo como el centro y la norma. Que Jesús es el resucitado significa que el hombre piadoso no vive todavía donde vive Cristo y que, por tanto, todavía no está en la plenitud del reino (no como lugar geográfico sino como dimensión). Precisamente a la comunidad se le otorga en alta medida la sobriedad que ve al mundo realísticamente con sus necesidades y miserias y así puede padecer con él. Pero como Dios no deja que su creación fracase y quiere completar alguna vez lo que nosotros solo podemos realizar de un modo fragmentario, en humanidad, justicia y atenciones mutuas, por eso todo lo fragmentario adquiere su sentido. Así el Espíritu, según Pablo, otorga la comunión, la libertad y la esperanza.

¿Qué es lo que significa el Espíritu Santo hoy?

Ante todo, se puede afirmar simplemente: el Espíritu Santo nos hace estar abiertos a Jesús; la comunidad percibió esto de tal manera que ella al principio solo veía al Espíritu Santo en Jesús; y luego puso de relieve que fue Jesús el que, como Resucitado, le proporcionaba el Espíritu y finalmente en Pablo y, con mayor intensidad todavía en Juan, vio como una acción decisiva del Espíritu el hecho de que él había hecho viviente a Jesús para ella. Si un hombre empieza a comprender que el modo como vivió y murió Jesús, que al principio le parecía tan sin sentido, es aquel que le podía poner nuevamente en orden con Dios, entonces opera allí el Espíritu Santo. Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre… lo que Dios nos ha revelado por su Espíritu… a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, locura los gentiles, pero para los llamados… poder y sabiduría de Dios (1 Corintios 2:9-10; 1:23 24).

Ya en el Antiguo Testamento, y mucho más en el Nuevo, nos vemos impulsados cada vez más hacia la vinculación del Espíritu y Palabra. El Espíritu preserva a la Palabra de convertirse en la simple repetición del pasado; Él nos hace ver las necesidades de los hombres actuales y de ahí nos impulsa a preguntarnos qué es lo que la antigua palabra trata de decirnos de nuevo hoy; esto alerta para escuchar lo que, por ejemplo, descubren los análisis sociológicos y lo que proyectan los programas sociales, aun cuando ellos proceden de sectores muy distintos de los de la iglesia. Y, al revés, la Palabra salvaguarda al Espíritu para que no sea solo una fuerza difusa e indeterminada. Ella define ciertas líneas fundamentales imprescindibles de la voluntad divina y, al mismo tiempo, nos recuerda los límites de los planes y posibilidades humanas. Así, pues, el Espíritu suministra la fuerza creativa para el futuro, que la Palabra hace que se haga viva de una manera nueva e insospechada; y así también, por el contrario, la Palabra proporciona al Espíritu la claridad que nos recuerda la voluntad de Dios y nuestros límites, y nos preserva de la peligrosa media-verdad de la utopía.

El mismo Schweizer afirma también que de esta manera volvemos a aquello que se decía anteriormente acerca de Jesús: en Él vive toda la historia del Israel del Antiguo Testamento, con todas sus tentativas de entender el Espíritu de Dios, ahora se realiza y se cumple esto; toda la vida de Jesús y, sobre todo su muerte, no es otra cosa que un permanente contar con Dios, del cual, sin embargo, nunca dispone él arbitrariamente; esto le proporciona aquella inaudita libertad que hace que los publicanos y las prostitutas se hallen en su sociedad; esto eliminó los límites que se hallaban establecidos entre él y aquellos, y estableció la comunidad de mesa, que, en la última cena, se hizo más evidente que en ninguna otra parte. Esto se mostró como dirección de Dios, que le condujo a la cruz contra todos los deseos y los planes humanos. Él no eliminó nada de la cruz, sino que pudo exclamar: “¿Por qué me has abandonado?”, pero también afirmó a Dios mientras oraba: “¡Dios mío, Dios mío!”. Él, en su actuación terrena, habló en muchas parábolas del reino de Dios que vendría, e incluso se entregó en sus manos cuando, al parecer, no quedaba ya ningún futuro para él mismo y para el movimiento que trataba de desarrollar. Así experimentó Él que el futuro pertenece a Aquél que le resucitó de entre los muertos, y con ello, le hizo Señor de todos aquellos a los que ha de seguir llamando el Espíritu.

Siendo enseñados, redargüidos, corregidos e instruidos bajo la dirección del Espíritu

En 2 Timoteo 3:16-17: Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra. Pablo exhortó a Timoteo: Continua en estas cosas porque la Biblia viene de Dios y no de hombre. Esto es un libro inspirado por Dios, espirado del mismo aliento de Dios. Recordemos que es posible creer en la inspiración de la Biblia en principio, pero negarlo en la práctica; esto lo hacemos al imponer nuestro propio significado en el texto en lugar de dejar que hable por sí mismo; hacemos esto al poner más de nosotros en el mensaje que lo que Dios dice; esto lo hacemos al interesarnos más en nuestras opiniones cuando predicamos que en explicar y proclamar lo que Dios ha dicho; esto lo hacemos cuando hacemos un mediocre estudio y exposición. Por lo contrario, honramos a Dios y su Palabra cuando, mientras sea posible, dejamos simplemente que el texto explique y enseñe por sí mismo.

Y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia. Pablo exhortó a Timoteo a continuar en estas cosas porque la Biblia es útil, y útil de muchas formas: Útil para enseñar, para decirnos qué es verdadero acerca de Dios, el hombre, el mundo en el que vivimos, y el mundo que ha de venir. Útil para redargüir, para corregir, con la autoridad para reprendernos y corregirnos; todos estamos bajo la autoridad de la Palabra de Dios, y cuando la Biblia expone nuestra doctrina o nuestra conducta como equivocada, estamos equivocados. Útil para instruir en justicia, nos dice cómo vivir en verdadera justicia; Pablo sabía que era la verdadera justicia en lugar de la falsa y legalista justicia en la que él dependía antes de su conversión.

Todo esto quiere decir algo muy simple: nosotros podemos entender la Biblia; si la Biblia no pudiera ser entendida, no habría nada útil de ella.

A fin de que el hombre de Dios sea perfecto. Cuando vamos a la Biblia y dejamos que Dios nos hable, nos cambia, nos lleva a la perfección y nos transforma. Una manera en que la Biblia nos transforma es a través de nuestro entendimiento. Romanos 12:2 dice: No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta. Cuando dejamos que la Biblia guíe nuestro pensamiento, nuestras mentes son renovadas y transformadas, así que realmente empezamos a pensar de la manera en la que Dios piensa.

Para que esto sea realidad es necesario que la Palabra de Dios tenga autoridad sobre cada creyente, y solo con la dirección del Espíritu Santo, la Escritura divina tendrá sentido y valor en la vida de las personas, de lo contrario solo será un texto más.

La dirección del Espíritu para formar a los creyentes

El Espíritu Santo desempeña un papel crucial en la comprensión de la Palabra escrita en la Biblia. A continuación, se detallan las principales formas en que ayuda a los creyentes a interpretar y aplicar las Escrituras.

1. Comprensión espiritual: La comprensión de los textos bíblicos no se limita al significado literal. El Espíritu Santo proporciona discernimiento espiritual, sin su intervención. Los seres humanos pueden interpretar erróneamente las Escrituras debido a su naturaleza pecaminosa y su alienación de Dios (Efesios 4:18). El apóstol Pablo enfatizó que las cosas espirituales se disciernen espiritualmente (1 Corintios 2:14), lo que indica que el entendimiento profundo requiere la guía del Espíritu.

2. Generación de deseo: El Espíritu Santo despierta en los creyentes un deseo de conocer y aplicar la Palabra de Dios en sus vidas. Esto incluye la capacidad de ver cómo las enseñanzas bíblicas son relevantes para situaciones cotidianas y decisiones personales; sin esta motivación divina, las Escrituras pueden parecer irrelevantes o distantes.

3. Convicción y enseñanza: Además de guiar en la comprensión, el Espíritu Santo también convence a los creyentes de su necesidad de seguir las enseñanzas bíblicas, infundiéndoles esperanza y propósito (Romanos 8:26-27). Este proceso incluye traer convicción sobre el pecado y guiar hacia una vida que refleje los principios del reino de Dios.

El Espíritu Santo fomenta una comunidad entre los creyentes al guiarlos hacia una comprensión compartida de la verdad bíblica. Esto crea un ambiente donde se puede discutir, aprender y crecer juntos en la fe.

En resumen, el Espíritu Santo no solo inspira las Escrituras, sino que también actúa como guía, maestro e intercesor, facilitando así una comprensión profunda y transformadora de la Palabra de Dios.

Referencias bibliográficas.

Fundamento Doctrinal de la Iglesia de Dios (7° día), Versión septiembre del 2023.

Rebolledo D. (2023). Viejas Escrituras para nuevas generaciones, El lugar de la Biblia en la teología cristiana, en Teología en tiempos de TikTok, Ed. e625. Dallas, Texas.

Schweizer E. (1984). El Espíritu Santo. Ed. Sígueme, Salamanca.

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Adoración renovada: una vida de entregay frutos.

Adoración renovada: una vida de entrega y frutos.

Min. Derick Jaramillo

Jonathan Edwards expresó: «El amor de Cristo fue de tal manera que se entregó a sí mismo por nosotros, su amor no consistió meramente en sentimientos, ni en esfuerzos ligeros, ni en sacrificios pequeños, sino que mientras nosotros éramos sus enemigos, aun así Él nos amó de tal manera que tuvo un corazón para negarse a sí mismo y asumir los esfuerzos más extraordinarios y pasar por los peores sufrimientos para beneficio nuestro, Él renunció a su propia comodidad y tranquilidad e interés y honor y riqueza, y se hizo pobre y despreciado, y no tuvo donde descansar su cabeza, y lo hizo por nosotros; cuando se trata de amar, Cristo Jesús es nuestro modelo a seguir, Él se hizo sacrificio vivo por nosotros, y cuando se trata de adorar, Cristo también es nuestro modelo a seguir quién nos capacita para honrar a Dios con toda devoción y todo nuestro ser» (Edwards, 1738/2002).

La renovación hacia una vida de adoración en el Espíritu es un llamado profundo que cada uno de nosotros, como creyentes, debemos atender con el corazón abierto. En el tiempo de postpandemia que aún vivimos, donde se nos ha endurecido un poco a todos el corazón por tantas pérdidas, es sumamente necesaria una renovación de nuestra persona e iglesia mediante una vida que adora con todo lo que somos, en todo lo que hacemos. El apóstol Pablo, en Romanos 12:1-2, nos presenta un mensaje poderoso que nos invita a transformar nuestra vida a través de la adoración.

Pablo escribe a la iglesia en Roma en un contexto muy particular. En medio de la diversidad cultural y la presión social de la ciudad, esta comunidad de creyentes enfrentaba desafíos significativos: desde la persecución, muerte, y hasta las divisiones internas. La iglesia, compuesta tanto por judíos como por gentiles, formaba un crisol de tradiciones y creencias. Según el comentarista C. E. B. Cranfield, “la comunidad cristiana en Roma era un crisol de diversas tradiciones culturales y teológicas, lo que la hacía vulnerable a disputas internas sobre la identidad y la práctica de la fe” (Cranfield, 2004).

Pablo, al dirigirse a ellos, no solo busca aclarar la doctrina de la salvación, sino también exhortar a los creyentes a vivir de manera coherente con su fe. Su llamado a la renovación espiritual se convierte en un ancla para una iglesia que lucha por mantener su identidad y propósito en Cristo. En medio de estos desafíos, Pablo les recuerda que la adoración genuina puede y debe ser un elemento central de su vida comunitaria.

Romanos 12:1-2 (NVI)

Por lo tanto, hermanos, les ruego que, por las misericordias de Dios, ofrezcan su cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. Ese es el verdadero culto que deben rendir. No se amolden al mundo actual, sino transfórmense mediante la renovación de su mente, para que comprueben cuál es la buena, agradable y perfecta voluntad de Dios.

La adoración como estilo de vida

Cuando Pablo invita a los romanos a ofrecer sus cuerpos como sacrificio vivo, nos está recordando que la adoración es más que un acto aislado; se trata de un estilo de vida que refleja la devoción a Dios en cada acción, evoca la obediencia a Cristo. Alguien escribió: «La fuerza se mide en kilos, la velocidad en segundos, pero la entrega a Dios no la podemos medir, pero sí ver sus frutos». Este pensamiento nos recuerda que, aunque no siempre podemos cuantificar nuestra entrega, sus resultados son evidentes en nuestras vidas y en la comunidad que nos rodea. La adoración genuina trae consigo frutos que se manifiestan en relaciones sanas y un compromiso profundo con los principios del reino de Dios.

En este contexto, es fundamental que entendamos que Pablo no solo está hablando de una adoración que se limita al canto en la iglesia; está hablando de una vida que se entrega a Dios en cada rincón de nuestra existencia. N.T. Wright menciona que “la comunidad cristiana en Roma necesitaba entender su identidad como un pueblo llamado a reflejar la gloria de Dios en medio de una cultura que se oponía a ella” (Wright, 2004). Al hacerlo, Pablo resalta la importancia de vivir de manera que nuestras vidas se conviertan en un testimonio de la gracia y el amor de Dios.

La adoración se manifiesta en cada acción, la cual puede ser un acto de adoración si está enfocada en honrar a Dios y reflejar su carácter en nuestras vidas. El autor John Stott enfatiza que «la verdadera adoración implica rendirnos a Dios en todo lo que somos y hacemos, lo que transforma nuestra vida cotidiana en un acto de adoración» (Stott, 1994). Esta perspectiva amplía nuestra comprensión de lo que significa adorar y evidencia la renovación que busca Pablo para la iglesia en Roma.

El concepto de adoración también implica renuncia y entrega. Como creyentes, estamos llamados a despojarnos de nuestro ego y de nuestras quejas, lamentos y reproches. No podemos adorar a Dios plenamente si nuestras mentes y corazones están atados a lo negativo. Pablo nos exhorta a ser transformados por la renovación de nuestra mente (Romanos 12:2).

La palabra griega ἀνακαινόω” (anakenóō), que se traduce como “renovar”, implica un proceso continuo de transformación en nuestra mente y vida. Este cambio no es superficial, es una metamorfosis interna que nos lleva a una nueva forma de pensar y vivir. Por otro lado, la entrega, representada en el término griego sōma (σῶμα), significa “cuerpo”, y nos invita a ofrecer cada parte de nuestra vida a Dios, convirtiendo nuestra adoración en un sacrificio vivo, santo y agradable.

La adoración, entonces, no es solo un acto ritual, sino una respuesta profunda y continua a la gracia de Dios en nuestras vidas. Te invito a reflexionar sobre tu propia vida: ¿Hay áreas que necesitan renovación? ¿Estás permitiendo que la adoración transforme tus acciones cotidianas? A medida que nos comprometemos a adorar con todo lo que somos, en todo lo que hacemos, podemos experimentar la renovación que Dios anhela para cada uno de nosotros y para nuestra iglesia.

Aplicaciones prácticas:

1. Cultivar una mentalidad de adoración: Dedica un momento diario para reflexionar sobre las misericordias de Dios en tu vida en Cristo. Escribe un diario de gratitud donde anotes al menos tres cosas por las cuales estás agradecido cada día. Esto ayudará a enfocar tu mente en la bondad de Dios y transformará tu perspectiva. 1 Tesalonicenses 5:18: Den gracias en toda situación, porque esta es la voluntad de Dios para ustedes en Cristo Jesús.

2. Integrar la adoración en las relaciones: En tus interacciones diarias con la familia, amigos y compañeros de trabajo, practica la adoración siendo intencional en mostrar amor y respeto. Recuerda que cada acción puede ser un acto de adoración si se hace con un corazón sincero. Colosenses 3:23: Todo lo que hagan, háganlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres.

3. Renunciar a lo negativo: Establece un compromiso de no quejarte durante una semana. Observa cómo esto afecta tu estado de ánimo y tu capacidad para adorar. Elimina las quejas y en su lugar, busca lo positivo en cada situación, confiando en que Dios tiene un propósito. Filipenses 2:14: Hagan todo sin quejas ni discusiones.

4. Servir a otros como acto de adoración: Busca oportunidades para servir a los demás, ya sea en tu iglesia, comunidad o familia. Al hacerlo, recuerda que servir a otros es un acto de adoración a Dios, donde reflejamos su amor y compasión. Gálatas 5:13: Ustedes, hermanos, han sido llamados a ser libres. Debemos pedir a Dios que nos libre de un amor excesivo hacia nosotros mismos y un amor insuficiente hacia nuestro prójimo.

Conclusión

La adoración renovada no es solo un acto, sino un estilo de vida vibrante que nos llama a entregarnos por completo a Dios en cada rincón de nuestra existencia; al hacerlo transformamos no solo nuestras vidas, sino también nuestras comunidades reflejando la gloria de un Dios que merece nuestra entrega total. En un mundo sediento de autenticidad y esperanza, cada acción, cada palabra y cada relación se convierten en un poderoso testimonio del amor y la gracia divina, desafiándonos a vivir con fervor y a demostrar que, a través de nuestra adoración podemos experimentar una vida llena de propósito, frutos abundantes y una renovación que impacta a todos a nuestro alrededor. ¡Que nuestra adoración sea un fuego inextinguible que inspire a otros a unirse a este llamado glorioso!

Referencias

1. Cranfield, C. E. B. (2004). A Commentary on the Epistle to the Romans. The Epworth Press.

2. Stott, J. (1994). The Message of Romans: God’s Good News for the World. InterVarsity Press.

3. Wright, N. T. (2004). Paul for Everyone: Romans, Part 1. Society for Promoting Christian Knowledge.

4. Bibilia Interlineal (2013). La Biblia Interlineal Griego-Español. Editor: Estudios Bíblicos.

5. Edwards, J. (2002). Charity and Its Fruits. (S. E. F. T. Leith, Ed.). Carlisle, PA: Banner of Truth Trust. (Original work published 1738)

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Si uno cae el otro puede darle la mano

Si uno cae el otro puede darle la mano

J. Carlos Arce Calvario

Si uno cae, el otro puede darle la mano y ayudarle; pero el que cae y está solo, ese sí que está en problemas (Eclesiastés 4:10, NTV).

La vida en comunidad es un regalo de Dios para el ser humano. Quienes hemos logrado establecer relaciones amistosas sabemos el valor de aquellas personas a quienes libremente hemos elegido llamar hermanas y hermanos.

Hace unos años, mi madre citaba aquel dicho popular que dice: “Dime con quién estás y te diré quién eres”, en clara alusión a mis amigos. Injustamente los hice responsables de muchas hojas de informes que detallaban mis acciones y comportamientos. Digo “injustamente” porque ella ignoraba que, en algunas ocasiones, yo era el instigador de acciones que derivaron en numerosos llamados de atención por parte de nuestros padres.

Con el paso de los años, ese dicho empezó a tener sentido al darme cuenta de que las personas que nos rodean influyen profundamente en nuestras vidas y, al mismo tiempo, nosotros influimos en las vidas de los demás. Pertenecer a una comunidad implica una responsabilidad compartida.

La vida en comunidad, especialmente en una comunidad cristiana, es un bálsamo en tiempos de angustia y necesidad. En él encontramos una familia que se niega a dejarnos rendir, amigos que nos apoyan cuando flaqueamos y hermanos que escuchan nuestras quejas con paciencia y ofrecen palabras de aliento o incluso de corrección cuando es necesario.

Ciertamente, la vida en comunidad no siempre es fácil. Encontramos diferencias y quizás actitudes que causan dolor. Sin embargo, nuestra iglesia debe ser un lugar para sanar y nutrir corazones, no para infligir dolor. Debemos mantener los ojos abiertos y los oídos atentos a las señales de nuestros amigos y hermanos en la fe que puedan estar atravesando dificultades, aunque no lo expresen explícitamente.

Aquellos de nosotros que hemos superado momentos de crisis sabemos que Dios a menudo habla a través de las palabras de hermanas y hermanos que tienen algo significativo que compartir. Hemos sentido el abrazo de Dios en los brazos de nuestros amigos y hemos encontrado consuelo en los hombros de nuestra comunidad.

No, no es bueno estar solo, y el autor del libro de Eclesiastés nos recuerda el profundo significado de la amistad y la importancia de llevar las cargas unos de otros. Se trata de dar la vida por nuestros hermanos y hermanas, así como Cristo se entregó a sí mismo.

La realidad es que a muchas personas que están sufriendo les resulta difícil establecer vínculos de amistad. Es aquí donde podemos intervenir aquellos de nosotros que hemos experimentado un dolor similar y hemos encontrado sanidad. Incluso si nunca hemos experimentado tal dolor, es una oportunidad para encarnar nuestra identidad cristiana y llevar curación a los afligidos y libertad a los corazones aprisionados por dolor y maldad. Seamos el amigo en quien otros encuentren un tesoro, un hombro sobre el cual llorar y el consuelo que Cristo, a través de nosotros, puede brindar.

Es hora de abrazar la bendición de llamarnos seguidores de Jesús. Es hora de entregarnos a quienes se sienten solos y en problemas. ¡Es hora de amar incondicionalmente, como lo hizo el Maestro en la cruz!

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