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Pronunciamiento de la Iglesia de Dios (7° día) A.R. en torno al trato con violencia a los migrantes.
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La iglesia contextualizada
La iglesia contextualizada
Min. José Raúl Quintero Ancona
Introducción
La condición actual que vive nuestro país, el estado de las cosas en las que se desenvuelve nuestra vida, los retos sanitarios, económicos, sociales y ecológicos, nos urgen como Iglesia a renovar nuestras fuerzas, a remodelar nuestras prácticas, usos y costumbres, y actualizar y mejorar nuestras prácticas espirituales. Además, a profundizar en nuestra teología y doctrina, a renovar nuestra hermenéutica, homilética, oratoria, nuestras maneras de administrar, de ejercer los liderazgos y, en especial nuestras estrategias de trabajo hacia la sociedad.
Por lo que consideramos que para este siglo segundo nos debemos evaluar autocríticamente a todos los niveles, comenzando por nuestro desempeño personal, el de la iglesia local, en todos sus aspectos, y hasta las instancias nacionales, en función del alcance de la misión de nuestro Señor Jesucristo.
Y es que tenemos delante de nosotros un campo misionero enorme con más de ciento veinticinco millones de personas; un México que sufre por la falta del Evangelio de Jesucristo, pero no cualquier evangelio, no puede ser un evangelio abstracto, fosilizado o ausente el que va a cambiar el rumbo de las cosas; sino un evangelio encarnado en cada uno de nosotros sus hijos, un evangelio visible, oportuno, salvador, sanador y liberador. Un evangelio contextualizado, comprometido con las personas que va a alcanzar, empático a la manera de Jesús quien, siendo Hijo de Dios (Filipenses 2:5-8), vino a sudar la camiseta, a empolvarse sus divinos pies y sufrir la muerte por cada uno de nosotros. Para enseñarnos cómo calzarnos sus sandalias, cómo ceñirnos su toalla y cómo se camina el camino (Juan 14:6; Hechos 19:23).
I. Nuestra realidad como sociedad
Se le atribuye al teólogo suizo Karl Barth la siguiente frase: «Un sermón hay que prepararlo con la Biblia en una mano y el periódico en la otra ». Y es muy cierto: no podemos pretender hablarle al mundo desde la substracción de nuestras templo-céntricas vidas, o aislados de la sociedad a la que pretendemos servir. El cristiano de hoy debe saber lo que está sucediendo en el país, en su estado, su ciudad, municipio, pueblo, villa, aldea, etc. Debemos saber las condiciones sociales imperantes en el contexto al cual somos enviados a servir, con el Evangelio, desde nuestras vidas.
En la Biblia encontramos que saber la cantidad de pueblo era fundamental en las migraciones (Éxodo 12:37), para salir a la guerra (Josué 4:13; Lucas 14:31), cuando regresan del destierro (Esdras 2:64), e inclusive conocer lo que estaba sucediendo en la composición étnica de los matrimonios, del lenguaje que se habla dentro de las casas y sus consecuencias (Nehemías 13:23-24), en el número y ventajas de sus oponentes (Jueces 20:16), así como de sus adelantos tecnológicos para la guerra (Jueces 4:13, 1 Samuel 13:20-21).
Tener datos de primera mano de lo que ocurre a nuestro alrededor no es pecado, más bien es nuestra responsabilidad enterarnos de lo que está sucediendo en nuestro entorno, para saber cómo abordarlo. Mientras más datos tengamos de nuestro alrededor mejores decisiones podremos tomar, para enfocar nuestros trabajos, para afinar nuestra precisión y para dirigir nuestros esfuerzos y recursos en un sentido objetivo y fiable. Para ello debemos de ser diligentes en revisar lo que sucede en cuanto a las problemáticas sociales: población, migración, familias, divorcios, personas en situación de calle, las caravanas migrantes, los enfermos, encarcelados, la actual contingencia sanitaria, la violencia de género, la delincuencia organizada, la drogadicción, la trata de personas, la destrucción de la naturaleza, la contaminación, etc.
Son situaciones de las que no debemos de sustraernos, tampoco podemos asumirlas todas, pero sí aquellas urgentes en el medio que nos encontramos, a partir de los dones y profesiones de la Iglesia, para saber que hacer al respecto. En ocasiones los cristianos se resignan y piensan que las cosas son como son y así tienen que seguir siendo, olvidando el poder de Dios, nuestro papel profético y nuestra responsabilidad cristiana (Lucas 12:43).
II. La contextualidad de la Palabra
¿Qué papel tiene la Palabra de Dios en nuestra vida y la vida de la Iglesia? ¿Cómo hace usted sentido a la Palabra de Dios? De la respuesta a estas preguntas depende su práctica cristiana. Reconozcamos que nadie llega en blanco o con una mente vacía a Cristo; llegamos llenos de pensamientos, prejuicios y suposiciones acerca de Dios. A partir de allí hacemos teología, pero hay que estar conscientes de nuestros propios sesgos históricos; porque como mexicanos tenemos una herencia cultural católica, españolizada y arábiga, un machismo exacerbado de afirmamiento y una comprensión dañada de la autoridad. Por lo anterior, el latinoamericano tiene una comprensión inadecuada de Dios, como un dios de juicio, de castigo, lejano, ausente y autoritario.
Pero veamos cómo es la divinidad. Dios se da a conocer en Jesús (Hebreos 1:2), Dios se contextualizó en Jesús (Hebreos 10:5-9) y Jesús se contextualizó (Juan 1:14) en un ser humano para servir y enseñar, para amar, pero también para aprender (Hebreos 5:8-9). Fue una contextualización mutua y radical, la encarnación del Hijo de Dios, quien habitó entre nosotros, porque se quiso hacer uno de nosotros; caminar nuestras calles, padecer nuestras enfermedades (Isaías 53:4), comer nuestras comidas, llevar el polvo de nuestra naturaleza humana en sus sandalias, practicar nuestros oficios, pero sobre todo encarnar y apropiarse de una humanidad íntegra, genuina y humilde, para que nadie le cuente lo que es llorar por un amigo muerto (Lucas 11:35), sentir indignación por el maltrato a los niños (Marcos 10:13-14), disgustarse por un comercio inmoral en los lugares sagrados (Juan 2:14-17) pero también para ser abrazado por esos ancianos a la entrada del templo cuando, siendo niño, sus padres lo llevaron a presentar (Mateo 2:25-38).
Si Jesús nos mostró a Dios (Juan 1:18; 14:9), entonces ¿cómo es Dios? Dios ama y le gusta la gente, y es capaz de viajar mucho para encontrarse con ella, no se escandaliza ni se asusta por el pecado de las personas, no etiqueta a nadie, tiene fe en la gente y cree que pueden cambiar, sabe relacionarse con cualquiera, le gusta servir a los demás, se interesa realmente por el ser humano, sabe ser buen amigo, conoce lo que significa amar a las muchedumbres y sacrificarse por ellas, es íntegro y no le gusta la hipocresía, no le gustan las injusticias de ningún tipo, es paciente, comprensivo, tiene valentía y confronta los valores equivocados del mundo, le encanta enseñar, predicar y sanar. Y sobre todo ama a: ancianos, mujeres, hombres, matrimonios, publicanos, pecadores; le gusta compartir la mesa con cualquier tipo de personas (Lucas 7:34). Y así debemos de ser nosotros. Hay personas que tienen en mal concepto a los cristianos como, amargados, aguafiestas, cortados, poco amigables y desinteresados de los problemas sociales de los demás, pero debemos de ser todo lo contrario para servir a nuestro prójimo en su contexto.
Pero también la Iglesia muestra a Dios: para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste (Juan 17:21, 1 Juan 4:14; Mateo 5:16). ¿Cómo es vista la Iglesia cristiana? Como una comunidad encerrada en el templo, no se relacionan con la sociedad, señalan todo lo malo de la cultura, pero no contribuyen a mejorarla, se escandalizan de todo, se relacionan sólo con los hermanos de su iglesia, no toman, no fuman, pero pueden ser chismosos, juzgones, presumidos e indiferentes.
Es fácil asumir que Dios es un Dios de ira, enojado, lejano, listo para acusar y castigar sin embargo Dios tiene emociones y nos las transmite, emociones de amor, de compasión, de un amor inconmensurable que nos tiene. Por ejemplo: le dolió su corazón (Génesis 6:6; Éxodo 32:14; 1 Samuel 15:35); He visto tu oración y visto tus lágrimas (Isaías 38:1-7); Mi corazón se conmueve dentro de mí, se inflama toda mi compasión (Oseas 11:8-9); … porque misericordioso es y clemente, tardo para la ira y grande en misericordia, y que se duele del castigo (Joel 2:12-14; Amós 7:3; Jonás 3:9-10).
Nuestro Señor Jesús decidió venir a nosotros encarnado, vestido de carne, hueso, sangre, pelo, saliva, sudor y lágrimas, pero no de cualquier carne, sino la de un carpintero, que no era una imagen de autoridad, poder o gloria. En ello podemos discernir que Dios nos muestra en Jesús el concepto que quiere que tengamos de Él, pero también el papel que debemos desempeñar. Además, Jesús siendo un hombre íntegro y sin pecado, y estando en posición de hacerlo, cuando tuvo oportunidad, no juzgó a los demás (2 Pedro 2:22; Hebreos 4:15; Lucas 7:36-50; Lucas 15; Lucas 19:1-10; Marcos 5:21-34; Juan 8:1-11).
Abraham J. Heschel, en su libro Los Profetas, nos dice que históricamente ha habido problemas con esta comprensión de Dios: «Clemente de Alejandría pensaba que Dios no tiene emociones de ningún tipo, y que, si uno era completamente liberado de emociones, entonces era como Dios. A Agustín de Hipona, la pasión de Dios en el Antiguo Testamento le molestaba, por lo que decía que seguramente eran problemas de traducción. Tomás de Aquino decía que era imposible que Dios cambiara de alguna manera. Por lo que la pasión era incompatible con su ser».
Heschel considera que la raíz de esas ideas es griega, y no sería la primera vez que los pensadores griegos se infiltraron en la teología cristiana, ya que Platón dividió el alma entre lo racional y lo emocional y que lo racional partía de lo divino y lo emocional de lo animal. En su comprensión Dios era racional y todo lo que era emocional no era compatible con Dios.
No obstante, Dios tiene emociones, y emociones fuertes. Pero su principal deseo es de vida y bendición para el ser humano y no de ira ni de destruir a nadie. Porque no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor; convertíos, pues, y viviréis (Ezequiel 18:32). Las emociones de Dios son un acto premeditado no para desatar su ira, sino para que ella se desvanezca por el arrepentimiento del ser humano:
En un instante hablaré contra pueblos y contra reinos, para arrancar, y derribar, y destruir. Pero si esos pueblos se convirtieren de su maldad contra la cual hablé, yo me arrepentiré del mal que había pensado hacerles, y en un instante hablaré de la gente y del reino, para edificar y para plantar. Pero si hiciera lo malo delante de mis ojos, no oyendo mi voz, me arrepentiré del bien que había determinado hacerle (Jeremías 18:7-10; Habacuc 3:2; Salmo 145:8-9). Por lo que podemos decir que la ira de Dios es instrumental, condicionada y sujeta a su voluntad: Por amor de mi nombre diferiré mi ira, y para alabanza mía la reprimiré para no destruirte (Isaías 48:9; Oseas 11:9).
Dios es un Dios de amor, y la gracia de Dios por el ser humano siempre ha estado ahí y también la hemos visto presente en el Antiguo Testamento.
Podemos ver que la Palabra nos insta a ser portadores de gracia y de buenas nuevas a nuestros conciudadanos (Lucas 4:18-19; Santiago 1:27), por lo que cada iglesia local, cada uno de los pastores y los miembros deben estar conscientes de que están ahí para servir a su contexto, y encarnar la realidad de la gente a quienes son enviados a servir, a ponerse en los zapatos de los que sufren para sufrir junto con ellos, para enjugar sus lágrimas, para ayudarlos a levantarse, para que salgan de las tinieblas a su luz admirable (1 Pedro 2:9). Pero no debemos hacerlo en nuestras fuerzas, sino en su Santo Espíritu, pero no podemos hacerlo a nuestro estilo, sino al estilo de Jesús quien dijo: Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis (Juan 13:15).
III. La Iglesia contextual
Existen dos posiciones al momento de evaluar una iglesia: Tenemos en nuestro medio, por una parte, las iglesias cristianas que se determinan como exitosas por sus resultados numéricos, y por otra, iglesias pequeñas que basan su éxito en la fidelidad del carácter piadoso.
Tener una Iglesia grande y un ministerio exitoso no significa necesariamente que le estemos dando la gloria a Dios en todo, pero ser una Iglesia fiel sin desarrollo no implica que Dios se complazca en ella. Debemos preguntarnos ¿no sería mejor forjar a partir de la Palabra y en función del grupo social al que vamos a servir, un modelo de Iglesia y de ministerio fiel a la Escritura y a nuestro ministerio? Dónde Dios nos lleve, a ser competentes y productivos (2 Corintios 3:5-6).
Jesús les dijo a sus discípulos que debían dar fruto, en esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos (Juan 15:8). La parábola del sembrador nos habla de que hay varios tipos de terrenos, pero también de la generosidad del sembrador que utiliza la «técnica del voleo» para sembrar. Ante lo cual algunos le dirían: ¡qué desperdicio de semillas! Pero también hay que comprender la prodigalidad de Dios, deseando que su alcance sea mayor, muy superior y que ninguna persona, sector, grupo social, etnia, etc., se queden sin la posibilidad de recibirla (Lucas 14:21-23).
Los que piensan que lo que Dios quiere de la iglesia es solo que sean piadosos, aunque sean poquitos, aunque no tengan alcance misionero, se podrán justificar auto-convenciéndose de que eso es la voluntad de Dios y evitarán hacerse preguntas difíciles y confrontantes mientras las personas de su entorno mueren de inanición espiritual. Pero por la otra parte, el éxito “por el éxito” tampoco es el criterio ni fundacional, ni funcional y último, porque no podemos ni debemos tener éxito a costa del Evangelio de Jesucristo y de reducir sus demandas lógicas y haciendo insípida su Palabra (Marcos 9:50), pero debemos ser competentes, debemos ser productivos, debemos de dar fruto.
Acerca de esta comprensión teológica cada iglesia, cada equipo local de líderes y cada Pastor, deben hablar con Dios y después esperar, y saber escuchar (1 Samuel 3:10-11; Hechos 9:6). No pretendamos que «nos las sabemos todas». En ocasiones caemos en este error y ponemos diques y fronteras en cuanto a la comprensión del evangelio e interpretamos algo que Jesús nunca puso ahí, queriendo transmitir el evangelio en un kit, en un paquete que lo hace cuadrado, lo entalla, lo limita, lo lastima o lo desdibuja. Es decir, un paquete cultural que desvirtúa sus intenciones reales, desde una práctica religiosa que, desgastada por el uso de los años, ha caído en la monotonía y ha dejado de transmitir la vida, la viveza, la alegría y la energía de la obra redentora de la cruz de Cristo.
Pregúntese, ¿cómo sus creencias bíblicas y doctrinales pueden relacionarse con el mundo de hoy? De ahí surge la visión teológica, de una profunda reflexión de la Palabra de Dios y de cómo se va a verter en el mundo moderno, en el contexto específico que le ha tocado vivir. Debemos hacer accesibles, entendibles y oportunas las verdades de la Palabra de Dios para las personas, a quienes Él nos ha enviado a servir.
Jesús rompió los esquemas teológicos de su tiempo y sus consecuencias lógicas de la vida práctica (Mateo 7:29); en cambio los fariseos, escribas y sacerdotes eran sumamente rígidos, pero a la vez cultos, inteligentes, racionales; pero históricamente inapropiados e irrelevantes. Sirvieron en su tiempo, pero quisieron encasillar a todos en su propio molde, en su propia comprensión, en su propio estilo de ser, de pensar, de vivir, de entender a Dios, y entonces se volvieron incomprensibles e intrascendentes para sus propios conciudadanos. Nosotros no podemos caer en ese error y debemos ser conscientes de nuestros filtros sociales, históricos, mentales y culturales para cuestionarlos, superarlos y no dejar que nos gobiernen en detrimento de la misión que Jesús nos ha dado de servir a las personas de nuestro contexto en su propio contexto.
No hay que aislarnos del mundo al que somos llamados a ganar. Hay cristianos que piensan que no es tan malo vivir aislados de los demás, ya que vivir en un mundo caído y seguir a Cristo es agotador y quizá lo mejor sería vivir como Antonio Abad quien se decidió por una vida ascética, alejada de la sociedad. Porque cada día leemos titulares que muestran lo conflictivo que puede ser el mundo y pareciera ser que pelear la buena batalla de la fe cada vez se vuelve más difícil con el tiempo. ¿No sería más fácil mudarme al desierto, y dedicarme a una vida de oración y no tener que lidiar con el mundo? Muchas veces este pensamiento nos tienta al momento de interactuar con la cultura general y nuestro entorno. en vez de hacernos presentes en las circunstancias del mundo con la palabra de Dios, a través de nuestras palabras y nuestras obras, y preferimos aislarnos en nuestra burbuja cristiana.
La relación del cristiano con la cultura
El Señor no nos llamó para vivir afuera de este mundo, sino en él (Juan 17:11-17); Cristo no nos quiere sacar del mundo y su contexto, de hecho, hay una cláusula de permanencia en esta declaración “No te ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal”. Tradicionalmente el cristiano se sustrae de la sociedad y la cultura diciendo: «Estoy en el mundo, pero no soy del mundo», que muchas veces suena a algo así: «estoy aquí, no me queda otra y me urge que venga Cristo, porque esta sociedad no me merece». Sin embargo, debemos de cambiar ese modelo de pensamiento con todas sus consecuencias por el siguiente: «No soy del mundo, pero estoy en el mundo».
Seamos sabios en el trato con nuestros semejantes (Lucas 16:8), seamos sabios al momento de abordar nuestros ministerios, para poder conectar con la gente, seamos sabios al discernir cómo hablar, qué ministerios emprender, qué folletos usar, qué ilustraciones usar, cómo relacionarnos con nuestro entorno, qué banderas enarbolar, qué luchas sociales adoptar, cómo acompañar en sus batallas a los enfermos, a los desposeídos, a las adolescentes embarazadas, a la madre que tiene un hijo con vicios o en la cárcel, al anciano abandonado, a los padres que les han violado a una hija, o desaparecido un hijo.
Mandatos: Cultural, espiritual y misionológico
¿Y cómo le hacemos para que la sal no se vuelva insípida? Hay que comprender que el primer gran mandato de todo cristiano es: amar a Dios y amar al prójimo (Mateo 22:37-39). El segundo mandato es el evangélico: Id y haced discípulos (Mateo 28:19-19), pero también hay otro mandato que no siempre observamos, es el mandato cultural: todo cristiano ha sido llamado a cuidar el jardín que el Padre ha creado, a través de sus habilidades, dones, vocación, y trabajo con excelencia para Su Gloria (Génesis 2:15; 1 Corintios 10:31; Colosenses 3:22-23; Génesis 1:28; 2:15).
El mandato cultural es cultivar, cuidar, sojuzgar, dominar, es tomar lo hecho por nuestro creador y hacer cosas con ello, es lo creativo de nuestra vida, no solamente lo artístico, sino el potencial de la imagen y semejanza que tenemos de parte de Dios para transformar el mundo de las cosas: como cuando encontramos curas a las enfermedades, leyes para proteger a los indefensos, cuando construimos nuestras casas y hasta cuando buscamos el lado amable de las cosas. Cada uno de nosotros aporta algo a la cultura de su entorno, seamos comerciantes, taxistas, empleados, empresarios, o cualquier profesión u oficio, y en todo ello adoramos a Dios, sirviendo con buena voluntad, como al Señor, y no a los hombres (Efesios 6:7). Porque el trabajo secular no es producto de la invención humana el trabajo secular realmente es un trabajo teológico que corresponde a la voluntad de Dios, de transformar el mundo (Éxodo 20:9).
¿Qué es la cultura? Dany Crouch dice al respecto: «La cultura es lo que los seres humanos hacen del mundo. En ambos sentidos. La cultura son las cosas que hacemos. Dios da un mundo lleno de fibras y hacemos ropa. Dios nos da un mundo lleno de madera y hacemos muebles e instrumentos. Dios nos habla y nosotros rehacemos idiomas. La cultura es el significado que hacemos. Este mundo no viene con una explicación, sin embargo, todos sentimos que debe significar algo. “Hacemos sentido del mundo haciendo cosas en el mundo”.»
¿Y cómo participamos de ella? Al entender que hemos sido llamados a cultivar este mundo, comprendemos que no es algo de lo que tengamos que huir. Ese es nuestro llamado como humanos de este planeta según Génesis 1 y 2, aunque obviamente se hizo más difícil a partir del capítulo 3; donde el ser humano en lugar de cultivar su jardín abusa de él, lo explota, lo acaba, lo contamina por su gula, su codicia y los apetitos de su carne, porque quiere ser poderoso, rico y famoso. Inclusive hay quienes no quieren trabajar pues piensan que el trabajo es una maldición, no un don de Dios para bendecir a otros (Génesis 2:15; Deuteronomio 5:13; 2 Tesalonicenses 3:10).
El cristiano puede y debe participar activamente generando cultura a su alrededor, y cultivar su jardín mientras mantiene su santidad. No trabaja solo para su bien, ha superado su posición egoísta e individualista y ha pasado a tener una comprensión más corporativa, porque hace florecer y fructificar a la sociedad de su alrededor. Y aunque finalmente no todos se conviertan al evangelio, la Palabra que habrá compartido libre y generosamente, dará su fruto en su tiempo, y hasta la que no dé fruto, habrá significado un cambio de modelo para aquellos que lo hayan escuchado. Como cristianos debemos de comprender que nuestro impacto será mucho mayor si asumimos nuestro papel en el mundo como sujetos históricos, contribuyendo al cambio y mejoramiento el mundo en todos los sentidos, que escondiéndonos de él.
Conclusión
Dios nos ha llamado del contexto a servir en el mismo contexto. Replanteemos nuestros ministerios, repensémoslos, reflexionémoslos. La iglesia, como la Cruz Roja, son instituciones cuyo propósito fundacional es servir a los que no son parte de ellos, a los enfermos, a los heridos.
Al acercarse a nuestros conciudadanos siéntase parte de ellos, no vaya a la defensiva, no se asuste de nada, sea de corazón abierto y de sonrisa generosa. Genere bendición en cualquier relación humana que tenga. Acérquese a la gente de la colonia, de la calle, visítelos en sus casas. Preocúpese realmente por ellos y que lo sientan, que no interpreten que usted va, solo porque quiere llevarlos a la iglesia. Sea generoso y misericordioso. Piense y estructure las estrategias de cómo se va a relacionar con ellos. En oración, considere qué pasaje bíblico expresa mejor el amor de Dios para esa persona que usted esté visitando, en particular. Genere iniciativas de justicia social en su entorno.
Seamos activistas del Espíritu Santo a favor del mejoramiento de las condiciones, espirituales, familiares, económicas, alimenticias de nuestra sociedad y ofrezcamos una visión fresca de la vida en Cristo Jesús. Hagamos que la gente aprecie que estemos en su colonia, que nos ame porque les somos útiles, porque somos de bendición en sus condiciones sociales. Hagamos actividades de esparcimiento espiritual para la colonia, para los niños, para los jóvenes, para los matrimonios, para los adultos mayores para que se cumpla aquel pasaje: …Y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la Iglesia los que habían de ser salvos (Hechos 2:47).
Referencia
1 https://www.hispanidad.com/sin-categoria/con-la-biblia-en-una-mano-y-el-periodico-en-la-otra_8054251_102.html
Pronunciamiento de la Iglesia de Dios (7° día) A.R. en torno a la vacunación contra el virus COVID-19
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Saldrá el sol de justicia
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Min. Avelardo Alarcón Pineda
Cuando el sol se oculta
Un gobernador, quien debía poner toda su atención en procurar el bienestar de la población que lo eligió, hacía fraude con empresas farmacéuticas, compraba agua en lugar de medicamentos para atender a niños pobres con cáncer; en consecuencia, muchos pequeños no recibieron el tratamiento médico que requerían. Un “pastor evangélico”, quien presumiblemente estaba allí para cuidar, guiar y acompañar a las personas, utilizaba su autoridad como “apóstol” para realizar toda una serie de actos de abuso sexual con personas de su denominación incluyendo menores de edad. Un gobernante decide que, ante las crecientes lluvias, se desvíe el cause de un río; provocando que una región en donde viven personas, que en su mayoría son pobres, se inunde para “salvar” una ciudad. Una empresa decide que, para no pagar impuestos excesivos, evitar el pago de prestaciones y la creación de antigüedad para los trabajadores, utilizará el mecanismo de outsourcing. En lugar de proteger a la población, un grupo de militares deciden realizar una matanza, y para no enfrentar consecuencias por su delito hace parecer que se enfrentó a un grupo de delincuentes en el que tuvo que responder para defenderse.
En medio de la pandemia actual. El jefe de recursos humanos llamó a Fernando a la oficina de la empresa para plantearle una propuesta debido a la contingencia: –Puedes elegir, le dijo,– la primera opción es que te enviemos a tu casa a descansar por un mes con el 20% de tu sueldo o que vengas a trabajar de manera normal pero solo te podemos pagar el 50%. Fernando, por supuesto, eligió la segunda opción. Muchas personas se han quedado sin trabajo y él prefiere conservar el suyo, aunque deba trabajar al 100% y solo recibir el 50% de su sueldo.
Patricia está en cuarto año de primaria y tiene dos hermanos en secundaria, su madre trabaja como empleada doméstica y representa su único ingreso económico porque su padre falleció cuando Patricia era pequeña. Las clases de la escuela son en línea y para poder tomarlas necesita su propia computadora y conexión a internet; la familia no cuenta con recursos para tener ambas cosas, así que Patricia lleva todo el tiempo de la pandemia sin poder continuar con sus estudios, lo mismo que sus hermanos.
Una persona se infecta con covid-19 y necesita suministro de oxígeno, para lo que requiere un tanque que le dura dos horas, cada recarga del valioso gas le cuesta doscientos pesos, por lo que el tratamiento de su enfermedad tiene un costo de dos mil cuatrocientos pesos diarios, lleva veinte días enfermo, su familia es muy pobre y cada día sufren angustia y dolor, ¿cómo van a mantener el tratamiento?
Felicia se dedica a vender tortas en un puesto callejero, es el único sostén de su familia y desde hace ocho meses no ha podido realizar sus ventas. Cuando llevaba dos meses de confinamiento se decidió a salir a la calle a vender su producto, pero la policía le recogió el puesto, por poco y la llevan a prisión.
Mariana y Rodrigo tenían una pequeña empresa en la que daban trabajo a cinco personas. Su emprendimiento iba muy bien y se sentían complacidos, pero desde que inició el confinamiento no pudieron continuar con el trabajo y sus ventas se redujeron dramáticamente. Su empresa se fue a la quiebra y encima se quedaron con muchas deudas con el banco, las cuales no tienen cómo pagar. El banco está por embargarles las únicas propiedades que les quedan.
Podríamos continuar con historias similares, las cuales se enumerarían por miles y no terminaríamos, cada una tiene muchos puntos en común con las otras, pero el que más destaca es el de la experiencia de injusticia. En un mundo en el que la supervivencia es el valor predominante, el más fuerte prevalece sobre el débil. Y en medio de nuestra realidad, el más fuerte se hace cada vez más fuerte y el débil se debilita más.
La pandemia actual ha agudizado una realidad que ya veníamos viviendo: la desigualdad y, en consecuencia, la injusticia se ha vuelto más clara, cruda y cruel. Millones de personas en el mundo experimentan injusticias cotidianamente y día a día se van acumulando nuevas manifestaciones en las que el trato injusto o la condición de desigualdad deja ver su flagelo, sobre todo hacia los menos favorecidos: los pobres, los débiles, los marginados, los menospreciados de la sociedad, los inocentes, los ancianos, los pueblos indígenas, los migrantes, entre otros.
La injusticia no es una práctica nueva, lamentablemente ha acompañado a la humanidad a lo largo de la historia y su presencia divide al mundo en dos: entre víctimas y victimarios. Esta división no es tan estricta ya que en general, debido al pecado, toda persona practica la injusticia de alguna manera. Así, todos somos en algún sentido victimarios y en otro somos víctimas. Esta realidad puede provocar un desánimo en las personas al ver que es imposible erradicarla de la vida, lo que nos llevaría a darnos por vencidos en la lucha por mantenernos libres de injusticia. Por un lado, el desánimo nos puede llevar a la desesperanza, a creer que en el mundo no habrá justicia y por otro lado a la frustración, al creer que de manera personal no podremos practicarla. Parece que en nuestro día, el sol se ha ocultado.
Un texto para desesperados
La escritura no ignora esta condición humana; al contrario, la justicia es uno de los temas más referidos en sus páginas, lo que nos permite ver una revelación muy grata acerca de Dios. Nuestro Señor no es indiferente a la injusticia, no es indiferente ante las víctimas ni ante los victimarios, no es indiferente ante la práctica de la injusticia ni ante sus causas y consecuencias. Para el Dios de la Biblia, la injusticia no es un tema superficial ni vago o sin valor; por el contrario: es un tema central.
El tema de la justicia es tratado principalmente en los escritos de los profetas. Para ellos, este es un tema primordial en la vida del pueblo de Israel, pues es en la justicia en donde se encarna la ley. Para los profetas, toda persona que desea mantenerse fiel a Dios debe colocarse del lado de la justicia, aunque su naturaleza caída le incline a la práctica de la injusticia; la fidelidad consiste en mantenerse en pie de lucha contra dicha inclinación y sobre todo inclinar el corazón hacia el Señor y su voluntad. También, la fidelidad consiste en mantener la esperanza a pesar de que las cosas se vean completamente adversas.
Los profetas plantean constantemente una visión extrema de las condiciones de injusticia y plantean algo así como: y si en este mundo todo fuera injusticia y no es posible cambiar algo al respecto, ¿vale la pena mantenerse fiel a Dios? ¿Vale el esfuerzo seguir promoviendo la práctica de la justicia? ¿Tiene sentido esforzarse en la esperanza de que esta realidad puede cambiar? Las respuestas de los profetas son extremas: aunque el creyente esté desesperado porque ve a los injustos multiplicarse y prosperar, aunque llegáramos al extremo de ver que la humanidad completa se pierde en la práctica de la injusticia, aunque todo esfuerzo por promover la justicia parezca infructuoso; todo trabajo y toda esperanza por causa de la justicia tienen sentido y serán satisfechos. Aunque aquí y ahora no pudiéramos ver algo provechoso, vendrá el día en que todo cambiará por la intervención definitiva de Dios.
Viene el día, un incendio se anuncia
El capítulo 4 de Malaquías, nos anima en sus primeros tres versículos a apropiarnos de una visión: viene el día. La visión es el incendio de un bosque en el que el fuego no deja ni raíz ni rama. Un incendio que devora todo a su paso y convierte a la tierra en un horno que todo lo consume. Ese día invertirá las condiciones: todos los que han gozado y disfrutado el fruto de la injusticia, de la maldad y de la soberbia se hallarán ante una experiencia opuesta: su disfrute se tornará en terror por situarse frente a la realidad del juicio de Dios. ¿Entonces cuál es la realidad?
La descripción que ofrecimos al principio de este artículo presenta lo que podríamos llamar: la realidad actual, la realidad que todos vemos y percibimos con los sentidos, esta realidad en la que la injusticia prevalece, se acrecienta y es celebrada por quienes ostentan mejores condiciones: los fuertes, los poderosos y los privilegiados. Esta realidad en la que crece el número de víctimas, quienes sufren, se desgastan y lamentan por la condiciones precarias, abusivas y opresoras en las que viven. Desigualdad, discriminación, falta de oportunidades, carencias producidas por el abuso y la imposición de unos pocos que afectan la salud, la alimentación, la seguridad, la ecología, el ingreso, el bienestar o el descanso, entre otras condiciones, de un enorme número de personas en el mundo.
¿Qué hacer ante la injusticia? ¿Enojarnos, amargarnos, indignarnos o buscar venganza? ¿Perder la esperanza, sentirnos frustrados o desesperarnos? ¿Debemos actuar o mantenernos impasibles ante ella?
El profeta Malaquías nos da su respuesta: debemos mantener nuestra mirada en esta visión: los injustos están destinados a la destrucción y este sistema injusto está destinado a ser aniquilado. Por tanto, no debemos comprometer nuestras emociones con esta realidad sino con la realidad que viene: ni enojo ni amargura o venganza sino resistencia. Mantenernos en el gozo de un futuro que viene y transformará todo. Asumir la firme decisión de ponernos del lado de quien manifestará la realidad victoriosa, no la que se hace visible a nuestros sentidos sino la que es revelada mediante la fe.
Es importante recordar que la visión de Dios es resultado de su amor. Malaquías 1:2 describe cómo el Señor ha elegido al más pequeño por amor. El Señor está del lado de los desheredados, los menores, los últimos. Esta verdad está vista en el hecho de que Dios eligió por amor a Jacob sobre Esaú: al pequeño lo hizo mayor, al desheredado le dio sus promesas, al último lo constituyó como primero. El Señor trastorna las estructuras del mundo por amor1, por tanto, quienes lo seguimos creyendo en Él seguiremos sus pasos y por amor seguiremos estando del lado de la justicia en la esperanza de que cuando venga aquel día muchos sean librados del fuego.
Ceniza que se pierde bajo las pisadas de los inocentes en una celebración
El profeta nos anima a tener una visión subversiva del mundo, un día amanecerá y habrá un incendio terrible que quemará toda maldad y hará desaparecer la injusticia dejando solo cenizas tras de sí. Ese día el justo se levantará para una nueva mañana en la que las diferencias en el mundo se invertirán, mientras que la injusticia es arrasada por ese fuego, para los justos el día brindará un brillo especial que les hará salir de sus casas como cuando ha pasado la lluvia y el sol brilla nuevamente. Y así como los becerritos brincan alegremente sobre una pradera tras salir el sol, los piadosos brincarán de alegría sobre la ceniza que se pierde bajo sus pisadas inocentes, ceniza que es lo único que quedará como recuerdo de la injusticia. Así lo ha dicho el Señor.
Brilla el sol de justicia
En medio del panorama actual es natural desesperanzarse. Multitudes claman hoy por justicia, multitudes se quejan hoy a causa de la gran cantidad de abusos que sufren por parte de quienes tienen mayor poder. El abuso no solo viene de las altas esferas de poder, está presente en el rincón de la cocina, en el seno de los hogares. La injusticia se gesta en la recámara, en la sala o el patio de la casa; se manifiesta de un cónyuge a otro, de un padre a un hijo o de un hermano mayor hacia el menor. Por lo que, aunque la injusticia se manifiesta así en lo más recóndito como en la vida pública, somos llamados a no perder la esperanza sino a mantener nuestra fidelidad intacta, a practicar, promover y esperar en la justicia como personas piadosas.
Si usted está desesperado o de-sesperada por causa de la injusticia, para usted es este mensaje; anhele la justicia, desee con todo su corazón que la justicia reine, promueva con todas sus fuerzas la práctica de la justicia hasta donde le sea posible, no acepte las injusticias que se han encrudecido en medio de esta pandemia como una nueva normalidad; desespere con hambre y sed de justicia2 pero no pierda la esperanza, porque a los que temen al Señor les espera un mañana diferente, para nosotros saldrá el sol de justicia y en sus alas traerá nuestra salvación (Malaquías 4:2).
Referencias
1 1 Juan 3:10
2 Mateo 5:6, 20.
Cambio de planes
Cambio de planes
Ilse Annet Castillo Castillo
El 2020 ha concluido y, sin lugar a duda, fue un año atípico para todos nosotros, nadie iba a creer que pasaríamos todo un año en confinamiento, con medidas extremas de distanciamiento físico y aislamiento social, un año en el que la economía se vería afectada con el cierre de comercios, la educación paso de ser presencial a ser totalmente en línea, los templos cerraron y las reuniones fueron canceladas. Palabras como “Zoom”, “Meets”, “Teams”, “Classroom” y otras, ahora forman parte de nuestro vocabulario y de nuestra vida, definitivamente todo cambio.
El cambio es una constante, algo inherente a nuestras vidas y todos los días está sucediendo, los cambios pueden ser elegidos o no, sin embargo, el adaptarnos a ellos siempre requerirá de un esfuerzo de nuestra parte; esto dependerá de las circunstancias externas, los recursos de los que disponemos para enfrentarlos y los apoyos con los que contamos para el proceso de adaptación.
En los últimos meses hemos escuchado mucho la palabra de cambio, todos hablan de ello: cambio en nuestros hábitos, cambio en la forma de hacer las cosas, cambio aquí y cambio allá. Pero ¿qué es en sí el cambio?
Para algunos es una transición de una situación diferente o pasar de un estado a otro, algunos más consideran el cambio como la oportunidad de actuar de manera diferente para tener resultados distintos entendiendo que no se puede ser mejor si se continúa haciendo siempre lo mismo. De una o de otra forma el cambio nos permite abrir oportunidades.
Nos guste o no, nuestra vida está en un constante cambio, siempre está presente, y adaptarse a él conlleva un proceso de transformación personal y sobre todo abandonar nuestra zona de confort, esa zona en la cuál hemos alcanzado una comodidad y una estabilidad que nos impide seguir creciendo, esa zona que nos impide aprender y hacer cosas nuevas.
El peligro de la comodidad
Es común que en algún punto de nuestra vida encontremos una estabilidad y consideremos que tenemos el control de las situaciones que se nos presentan, empezamos a vivir en una rutina dónde nuestras actividades dejan de tener significado y solo las realizamos por inercia, nos olvidamos del verdadero motivo por el cuál las llevamos a cabo y pierden sentido ¡caemos en la comodidad!:
“Sin embargo, ¡ese es el momento cuando debes tener mucho cuidado! En tu abundancia, ten cuidado de no olvidar al Señor tu Dios al desobedecer los mandatos, las ordenanzas y los decretos que te entrego hoy. Pues cuando te sientas satisfecho y hayas prosperado y edificado casas hermosas donde vivir, cuando haya aumentado mucho el número de tus rebaños y tu ganado, y se haya multiplicado tu plata y tu oro junto con todo lo demás, ¡ten mucho cuidado! No te vuelvas orgulloso en esos días y entonces te olvides del Señor tu Dios, quien te rescató de la esclavitud en la tierra de Egipto” (Deuteronomio 8:11-14, NTV).
En estas líneas nos advierten del cuidado que debemos tener al estar en abundancia, cuando hablamos de la comodidad sucede exactamente lo mismo, nos volvemos orgullosos y a veces ciegos ante la situación, hasta hace unos meses nos encontrábamos en un momento de prosperidad; teníamos planes, actividades, nos reuníamos para cumplir con un programa, la idea de utilizar los medios digitales para llevar nuestras actividades parecía algo lejano. Sin embargo, una pandemia nos llevó a la necesidad de cambiar y dejar nuestras comodidades, nos llevó a buscar nuevas alternativas y adoptar nuevos métodos, finalmente ¡nos adaptamos al cambio!
Sé protagonista,
sé agente de cambio
La pandemia provocada por el COVID-19 ha sido la protagonista, hizo que cada uno de nosotros adoptáramos nuevas prácticas en la familia, la escuela, el trabajo, la iglesia, la sociedad; tuvimos que salir de nuestra comodidad. Pero ¿te has puesto a pensar la razón por la cual hemos sido movidos?, Dios tiene algo preparado para nosotros y en la Biblia encontramos que siempre que Dios llama a una persona para ser usada, es invitada a salir de su comodidad:
• Noé fue llamado a construir un arca y dejar todo lo que estaba haciendo, invertir recursos para el proyecto que Dios le había asignado.
• Abraham fue llamado a salir de su tierra, dejar todas sus comodidades y encaminarse a una tierra desconocida.
• Los apóstoles debieron dejar sus oficios, comercios y demás por seguir a Jesús.
• El mismo Jesús, al venir a la tierra, dejó su lugar al lado del Padre por cumplir la misión.
Estos son ejemplos de cómo Dios nos mueve de nuestra comodidad para hacer cosas diferentes, el cambio no necesariamente se trata de hacer cosas nuevas, se trata de hacer aquello que no realizábamos por temor a salir de nuestra comodidad: “La historia no hace más que repetirse; ya todo se hizo antes. No hay nada realmente nuevo bajo el sol. A veces la gente dice: «¡Esto es algo nuevo!»; pero la verdad es que no lo es, nada es completamente nuevo” (Eclesiastés 1:9-10, NTV).
Es en este momento que estamos llamados a ser protagonistas de nuestra historia, a dejar la comodidad para enfocarnos en la oportunidad y no en la crisis.
El desafío
Debemos aceptar que el cambio ya sucedió y no estábamos preparados para ello, ese es uno de los primeros aprendizajes que podemos obtener de este año tan irregular que hemos vivido, fuimos capacitados y aprendimos con herramientas que en este momento ya son ineficientes, ahora es el momento en que debemos incorporar elementos nuevos que nos ayuden a cumplir con los objetivos de los diferentes aspectos de nuestra vida, necesitamos actualizar y vislumbrar nuevas oportunidades. La vida es una escuela y cada año que transcurre aprendemos algo, quizás este ha sido el año más difícil de cursar y la pregunta sería ¿Qué hemos aprendido de todo esto?
Nos encontramos en un periodo de transición hacia la llamada “nueva normalidad”, sin embargo, ya nada será igual, creer que las cosas y la vida que teníamos será la misma hasta antes de marzo del 2020 es aferrarnos a algo que ya no existe, algo que ya no regresará y es aquí donde debemos tomar la oportunidad de hacer las cosas diferentes.
Probablemente has escuchado esa frase que dice «las crisis sacan lo mejor y peor de uno», bien pues este es el momento para sacar lo mejor de nosotros, Dios nos está invitando a salir de nuestra zona de confort para innovar, crear y reinventarnos, nos llama a ser un agente de cambio y anunciar que en medio de esta crisis ¡Dios sigue estando presente!
En este punto ya te habrás preguntado ¿Qué puedo hacer yo para aportar a todo lo que está sucediendo?, tal vez no tengas una idea de cómo empezar, sin embargo, déjame decirte que cada uno de nosotros estamos capacitados para hacer grandes cosas, la palabra de Dios es clara cuando menciona: “No es que pensemos que estamos capacitados para hacer algo por nuestra propia cuenta. Nuestra aptitud proviene de Dios” (2 Corintios 3:5, NTV).
A lo largo de este año te habrás dado cuenta de ello y aunque no estábamos capacitados para afrontar esta situación, Dios nos dotó de la aptitud para hacer frente a la crisis, empezamos a ver hermanos que con esfuerzo y dedicación realizaban los cultos virtuales, promovían actividades que permitieron mantener el contacto con los hermanos y otros tantos realizando actividades que llevarán un mensaje de esperanza ante la situación, todo esto ha traído una nueva forma de hacer las cosas, sin embargo, esto no es suficiente. Todo sigue cambiando, y lo que hoy nos funciona mañana ya no tendrá efecto.
Hoy quiero invitarte a que tomes esta experiencia como una oportunidad para poner en práctica tus dones y habilidades, sea cual sea tu profesión u oficio, siempre habrá una forma de ser parte de ese cambio, los límites ya no existen.
Comparto contigo algunas ideas que puedes poner en práctica para ser parte del cambio, hoy la tecnología es un gran aliado para poder llevarlas a cabo y otras requerirán de un esfuerzo personal:
• Comparte tus conocimientos. Si eres bueno en algún tema puedes ayudar a otros en su aprendizaje.
• Aprende algo que ayude a los demás (primeros auxilios, lenguaje de señas, un nuevo idioma, entre otros).
• Crea retos que te inviten a compartir de Dios (menciona tres momentos del día en los que sentiste a Dios, siete alabanzas que te identifican, etc).
• Comparte experiencias de vida, tu testimonio puede ser de ayuda a otros.
• Crea contenido positivo y compártelo en tus redes sociales, deja volar tu imaginación.
• Sé compartido, dona un abrigo, una cobija, ropa en buen estado que ya no uses, alguien más puede necesitarlo.
• Si está en tus posibilidades puedes hacer donaciones a fundaciones y organismos que ayuden a poblaciones vulnerables.
• 2×1, compra algo para ti y el segundo compártelo.
Reflexión final
¿Cómo ha sido tu experiencia durante la pandemia?¿Qué has aprendido o qué nuevas habilidades has desarrollado?¿Cómo te gustaría que fuera el regreso? ¿Qué otras actividades puedes realizar para ser parte del cambio? …
Te invito a qué puedas compartir tu experiencia usando el hashtag #CambioDePlanes
Una iglesia viva y activa bajo la nueva normalidad
Una iglesia viva y activa bajo la nueva normalidad
Min. Moisés López Román
«Son los edificios que permanecen cerrados, la iglesia no ha cerrado su fe en Jesús que es el centro y la razón de ser.
Mayormente hoy, continúa ofreciendo amor y servicio a los demás».
«Para todo lo que suponga bienestar de la gente, la institución no debería esperar a ser invitada, debería adelantarse»
(José Manuel Vidal)
Es verdad que muchas iglesias no estaban preparadas para funcionar sin el culto celebrado en el templo. La actual crisis sanitaria, vino a cambiar gran parte de las diferentes formas en que expresábamos y practicamos nuestra fe. También es verdad que ha cuestionado muchas áreas de ser iglesia, tales como la centralidad en los cultos, el enfoque en lo estético del edificio y las prácticas de amor y servicio aterrizadas únicamente en el interior de la iglesia. Tal y como se expresa en algunos grupos religiosos «Nadie hubiera imaginado, ni en el peor de sus sueños, que nuestras vidas, repletas de acontecimientos sociales, vividas con y para los otros se precipitaban al mayor de los distanciamientos». Ante dicha realidad, la mayoría de la iglesia, por gracia de Dios, ha sabido responder muy bien desde la «esfera digital» para la celebración de los cultos y podría continuar e ir mejorando en lo virtual.
Puesto que, esta pandemia vino para quedarse o al menos en tanto que se tenga la esperada vacuna que combata el virus, necesitamos plantearnos ¿Cómo poder ser la iglesia que practica la caridad y el servicio a los necesitados en medio de tantas restricciones sanitarias? o ¿Será que la iglesia salió del templo para quedarse ahora en Zoom? ¿Cómo ser una iglesia viva y activa bajo la nueva normalidad? Esta última pregunta, ante la situación actual no es fácil de responder, pues esta depende en su mayoría de las condiciones económicas, la idea sobre la pandemia y la visión evangélica que la iglesia tenga de sí misma, sin embargo, en la carta a los Gálatas encontramos algunas exhortaciones emitidas por el Apóstol Pablo que movió a la iglesia a no detenerse en su responsabilidad cristiana y el ejercicio del amor movido por el Espíritu en momentos de necesidad. “No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos. Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe” (Gálatas 6:9-10).
Resulta importante señalar el ambiente social y político en el que se encontraban las poblaciones de Galacia; mucho antes de que fueran evangelizadas por el Apóstol en su primer viaje misionero. Sus inicios se remontan, aproximadamente al siglo III a.C. Se cree que esa gente era procedente de Galia (hoy Francia) y se establecieron en Asia Menor. Para los griegos y romanos era un sociedad salvaje y simpatizantes de la guerra, pues se cree que la mayoría de ellos ejercían servicios mercenarios, una vez establecidos en dichos territorios se dedicaron a la agricultura y la ganadería adoptando un nuevo modelo de vida, aunque la agricultura no era tan redituable. Al tiempo que Pablo escribe la Carta, los Gálatas eran gobernados por el imperio romano dirigido por el emperador Claudio (42-54 d.C), dado que el imperio era reconocido por su respeto del derecho y las leyes, pero también por su sistema esclavista, por la recaudación de impuestos y por la fuerza de sus legiones, en la sociedad romana la estratificación social era sumamente marcada, y solo gente de alto rango era digna de poseer riquezas y altos cargos, esta imposición del imperio afectó a los campesinos y ganaderos de la región de Galacia. La exhortación a ejercer la hermandad, va, ante todo en este sentido, pese a lo poco común de esta práctica en una sociedad como lo era la del imperio romano.
La iglesia bajo la nueva normalidad
El Apóstol, establece un principio “no nos cansemos, pues, de hacer el bien” puesto que no sabemos cuánto tiempo más continuará el confinamiento. La iglesia, frente a los nuevos cambios, tiene que reconfigurar su modelo de ser iglesia, tal como lo señala el filósofo francés Stéphane Vinolo: «La pandemia nos lanza a la cara nuestra ética y habrá que tomar decisiones éticas brutales». Necesita administrar sus fuerzas y recursos, impulsados por la ley de Cristo que no es otra cosa que el amor mostrado en los demás por la dirección del Espíritu, para que no se detengan en estos tiempos de necesidad.
La iglesia activa bajo la nueva normalidad
Es verdad que antes de la pandemia se tenía toda la libertad para ejercer un ministerio sin restricción alguna, pero las formas de servir anteriormente necesitan reconfigurarse ante esta nueva normalidad. Pablo sugiere “no desmayarnos”. La situación a la que nos enfrentamos no solo ha causado angustia y pánico, también ha violentado nuestra capacidad de pensar. Por ello, es importante discernir y buscar la dirección del Señor, leer los signos de los tiempos, incomodarnos en estado de confort y como comunidad espiritual soportar la carga los unos de los otros.
La iglesia ofrece caridad a miembros y no miembros de la comunidad de fe.
“Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo. Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe” (Gálatas 6:2, 10). Las estratificaciones romanas establecían que los privilegios y el bienestar lo merecían solo la nobleza. Para el Apóstol, la comunidad espiritual movida por la ley del amor y la presencia del espíritu, procura el bien de todos aun a los de afuera, pese al dicho «la caridad bien entendida comienza por la casa». La iglesia está en su momento para proponer la fuerza del evangelio ante la crisis.
Insinuaciones de una iglesia viva y activa bajo la nueva normalidad.
Los creyentes debemos ser sabios, precavidos, el COVID-19 presenta un reto a nuestra generación, pero no somos la única generación que ha enfrentado algo similar, necesitamos pensar bien y no apresurarnos, Pablo nos exhorta a sembrar y a su tiempo cosecharemos, pero es importante que esto que sembramos sea caridad y servicio que haga bien a los otros. Los pastores jugamos un papel importante podemos hacer pasiva o activa a la iglesia según sea nuestra postura teológica de la realidad, tenemos que tratar de educar a nuestras congregaciones y utilizar esta situación para crecer juntos como iglesia. Aun con las restricciones sanitarias, podemos reconfigurar una nueva manera de integrar ministerios.
1. Organice su comunidad, de manera que todos los miembros puedan compartir y ofrecer a los más cercanos de su entorno lo que dispongan. Identifique a los vecinos, familiares o hermanos que estén pasando precariedad en sus finanzas y comparta una despensa básica o bien una ofrenda de amor. La Iglesia, si de algo sirve, es para dar sentido a la vida y crear espacios de convergencia y de esperanza.
2. Identifique un hogar donde haya personas de la tercera edad (vecino, miembro de la iglesia o un familiar) y ofrezca su servicio para traer sus compras del súper, medicamentos o necesidades que les obliguen a salir de casa. ¡No nos cansemos de hacer el bien!
3. Abra sus puertas desde internet. Forme redes de apoyo virtual constante para que los fieles sigan teniendo guía espiritual desde sus casas. Oren por todos incluyendo los de afuera, que en estos tiempos al igual que nosotros necesiten escuchar que en Dios hay esperanza, que nuestras cargas son más ligeras cuando confiamos y nos abandonamos en Él.
4. De ser posible, establezca un centro de acopio que recolecte artículos de primera necesidad (alimentos, cubre bocas, caretas y gel antibacterial) eligiendo un grupo de personas potencialmente fuertes bajo las normas más estrictas de protección y compartan en lugares vulnerables o de escasos recursos un paquete que incluya alimentos y el kit sanitario.
5. Forme un módulo de información que contenga, teléfonos y dirección donde ofrecen servicio de pruebas de COVID-19 y atención a personas lo más cercano al lugar donde se encuentre.
Son solo algunas alternativas, sin duda que ustedes pueden repensar y proponer las que sean necesarias. Mientras tanto, no nos cansemos de hacer el bien. «Llevamos a la iglesia y la misión a contextos de la vida diaria. Debemos pensar en la iglesia como una comunidad de gente que comparte la vida, la vida cotidiana. Y los cimientos de la misión se establecen en la vida cotidiana. Una iglesia de todos los días con una misión todos los días» (Tim Chester y Steve Timmis, 2018). La iglesia necesita recordar que, ha sido llamada para labrar la dicha ajena, sean creyentes o no.
Bibliografía
Rene Padilla, Milton Acosta & Rosalee Velloso (2019) Comentario Bíblico Contemporáneo Estudio de toda la Biblia desde América Latina Pag. 1531.
Armando J. Levoratti & Elsa Tamez (2007) Comentario Bíblico Latinoamericano Nuevo Testamento, ed. Verbo Divino. Pág. 901-902.
Tim Chester & Steve Timmis (2018) Iglesias 24/7 comunidades misionales en la vida cotidiana, ed. Andamio, pag. 31.
El Dios que se esconde: Los pobres como destinatarios de la misión.
El Dios que se esconde: Los pobres como destinatarios de la misión.
Min. Joel J. Pachuca Rosales
En México hay 1.2 millones de personas que poseen la gran mayoría de los bienes, riquezas, propiedades, un total acceso a los servicios básicos, movilidad y un sin fin de privilegios en este país, pero, la contracara es difícil de asimilar en cuanto a la pobreza.
El Consejo Nacional de Evaluación de Política de Desarrollo Social (CONEVAL), presentó el informe Política Social en el Contexto de la Pandemia por el Virus SARS-COV-2 (COVID-19) en México. El informe es desalentador, hasta 2018 el CONEVAL, tenía un estimado de 52.4 millones de mexicanos en pobreza (9.3 millones de ellos, en extrema pobreza). A partir de 2020, habrán ahora, 62.25 millones de mexicanos en pobreza, es decir, 10 millones de personas más.
Con base a los datos de densidad poblacional del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), hasta 2019, en el país hay 125 millones de personas, esto quiere decir que, a partir de este año, la mitad del país está en pobreza»1.
Esta realidad nos desafía a recuperar como iglesia el lugar de los pobres como objeto central de la Misión.
La premisa referente a que los pobres son destinatarios primarios de la Misión no siempre es bien aceptada. A menudo, se escuchan posiciones de creyentes respecto a que los pobres lo son porque ellos mismos lo provocaron. Una supuesta pereza, el aparente disgusto por el trabajo, empleos mal remunerados por falta de preparación académica –la cual se dice que no se cuenta con ella debido a que cuando pudieron tenerla no se esforzaron–, son algunas de las razones que se dan para explicar el por qué de la pobreza (si bien, es posible que en algunos casos estas situaciones sean reales, no se pueden considerar como la generalidad). Por razones como tales, algunos creyentes opinan que la iglesia no debe ocuparse en responder a las necesidades de los pobres. Piensan que solos deben resolver su condición. Califican a los programas de apoyo que se les ofrecen, tanto eclesiales, gubernamentales o particulares, como asistencialistas o paternalistas. Ideas como las referidas, requieren ser orientadas.
¿Pobres?
Es necesario reflexionar respecto a lo que es y lo que produce la pobreza. De tal manera que, hablando de la Misión de la Iglesia, se comprenda porque el Señor llama a que los pobres sean sus receptores primarios.
En el lenguaje cristiano y teológico, el término «pobre» puede describir realidades muy diversas. En palabras de Jon Sobrino2, se trata de:
• Pobres, tal como de ellos se habla en los profetas y en los evangelios. Son aquellos para quienes el hecho básico de sobrevivir es una dura carga, para quienes dominar la vida a sus más elementales niveles de alimentación, salud, vivienda, es una ardua tarea y la tarea cotidiana que emprenden en medio de una radical incertidumbre, impotencia e inseguridad. Pobres son aquellos encorvados, doblegados, humillados por la vida misma, ignorados y despreciados por la sociedad. Son, en primer lugar, los socio-económicamente pobres, es decir, carecen de las necesidades fundamentales para todo ser humano: la vida, la fraternidad y el sustento.
• En segundo lugar, encontramos también la pobreza socio-cultural, que hace que la vida sea un verdadero suplicio. Existen la opresión y discriminación racial, étnica y sexual. Muy frecuentemente, por el mero hecho de tener la piel oscura, ser indígena, anciano o mujer, la dificultad de la vida se agrava. Hay algunos que viven pobreza socio-económica y socio-cultural, por lo que, son doblemente pobres.
• En tercer lugar, pobres son los empobrecidos por otros. No es mera carencia, no es mera dificultad de alcanzar lo necesario para la vida, es la dificultad de vivir causada por otros, la ignominia ocasionada por el egoísmo y ambición. Explotación, sueldos precarios no acordes al trabajo que se realiza, abusos, fraudes, despojos, son afrentas a la dignidad humana. Estructuras, mentalidades y sistemas que propician que los pobres sean mayorías.
Pobreza, en términos concretos entonces, se evidencia en: niños golpeados con la dura realidad de ser pobres antes de nacer, jóvenes frustrados en zonas rurales y suburbanas faltos de oportunidades, indígenas que viven en situaciones inhumanas, ancianos abandonados, campesinos sin tierra y sometidos a la explotación, obreros mal retribuidos, privados de sus derechos, marginados y hacinados urbanos frente a la ostentación de la riqueza, personas que han crecido en entornos de violencia y adicciones, o en ámbitos cuya idiosincrasia está permeada de abusos, desesperanza, desaliento, muerte.
Los pobres como destinatarios de la misión, entonces no son aquellos seres humanos: limitados, carentes y necesitados sin más. La pobreza respecto a la cual aquí hablamos es aquella que va en contra del proyecto de Dios cuya prioridad es la vida abundante para la humanidad en todos los ámbitos.
Dios, está con los pobres
En el Pentateuco encontramos muchas referencias a este interés de Dios por los pobres. El libro de Éxodo lo resume así: “Bien vista tengo la aflicción de mi pueblo en Egipto y he escuchado el clamor que le arrancan sus capataces; pues ya conozco sus sufrimientos. He bajado para liberarle de la mano de los egipcios y para subirle de esta tierra a una tierra buena y espaciosa” (Éxodo 3:7).
En los profetas, Dios llama «mi» pueblo a los oprimidos dentro de Israel. En los Salmos se dice: “Padre de huérfanos y viudas es Dios” (Salmo 68:5). Oseas dice: “En ti el huérfano encuentra compasión” (14:3). Dios es el redentor, el «Go’el» de Israel porque defiende al pobre.
Leonardo Boff afirma que: «Dios no sólo tiene interés en los pobres, sino que a través de ellos se muestra como Dios. El interés de Dios por los pobres se concretiza en el amor hacia ellos, en la justicia a favor del oprimido y en la ternura que se afecta por el sufrimiento causado a lo débil, pequeño e indefenso»3.
Cristo, está con los pobres.
En los Evangelios, Jesús anuncia la buena noticia del Reino de Dios a los pobres. Así lo afirma en las bienaventuranzas (Lucas 6), en el discurso inaugural en la sinagoga de Nazaret; y así lo defiende en las parábolas contra sus detractores.
Los pobres, no sólo entendidos como aquellos que tenían privación económica exclusivamente, sino todos aquellos privados de la dignidad humana: enfermos, pecadores, personas marginadas, relegadas, excluidas; las consideradas no-personas por su sociedad.
El interés por los pobres por parte de Jesús está en el comienzo de su ministerio: su misión consiste en anunciar la buena noticia del Reino de Dios a los pobres (Lucas 4:18-19). En Mateo, casi al final de su vida, pronuncia un discurso sobre la prioridad de los pobres en la Misión. Veamos la siguiente parábola contenida en dicho discurso:
Amar a los pobres: la parábola del Juicio a las Naciones
Esta parábola es una de las más relevantes del evangelio de Mateo (25:31-46). Lo es, pues resume de forma práctica e ilustrativa las enseñanzas de Jesús, el deseo de Dios. Trata del día final de la historia, de la palabra definitiva de Dios en ese final, que considerará lo más sencillo, lo más elemental, lo más pequeño, como primordial. El juicio será la confirmación de la vivencia del evangelio desde la fe, la esperanza y el amor.
La parábola presenta una síntesis de la auto-revelación de Dios en Jesucristo, en la historia: Dios en los pobres, Jesús identificado para siempre con ellos, presente en sus sufrimientos; pero, a veces, imperceptible para quien se ha distraído, escondido. En ese sentido, la iglesia es llamada a ir a donde Dios se esconde, al pobre.
El texto, aborda cuatro ideas teológicas esenciales que resumen lo que implica el Evangelio y el Reino de Dios:
1. La fraternidad como el sentido de la vida humana. La revelación de Dios nos muestra que fuimos creados por Él, entre otros propósitos, para ser hermanos. Por eso, la parábola manifiesta que sobre esa verdad se emitirá el juicio: la vivencia del amor hacia el otro, reconocido como hermano. No se puede ser ajeno a lo que sufre el otro, diciendo, es su problema. Eso no es evangelio. Por eso, en la parábola se presenta la siguiente idea: el dolor del otro, es dolor de su hermano. La carencia del otro, es carencia del hermano.
2. El amor, como acciones concretas y cotidianas, como forma de vida; sobre todo, hacia personas que enfrentan sufrimiento, carencia y privación de vida. El texto plantea que se juzgará si se amó o no al prójimo. Este amor, no es presentado en la parábola como una idea abstracta, un buen sentimiento, una palabra cariñosa. Se presenta la vivencia del amor en actos concretos: «dar de comer», «vestir», «visitar en la cárcel», «cubrir al desnudo». Amor o desamor hacia el otro necesitado, pobre, desprotegido, vulnerable, será la valoración en el juicio.
3. El otro, el hermano, presentado como quien que no cuenta con lo elemental para vivir, el pobre. Lo elemental para vivir, no se reduce a casa, alimento, vestido y comida; si bien lo implica, pero no lo es todo. Se puede tener incluso, pero de forma precaria, por debajo de lo humano, digno y elemental. Por eso la necesidad del otro no se reduce a la carencia de lo material. Involucra todas aquellas condiciones concretas, emocionales, biológicas, sociales, espirituales, intelectuales, materiales, que el otro requiere para una vida humana digna. El hermano, desde su integralidad, será ayudado. Esa es la demanda.
4. El amor a Dios evidenciado en amor al otro. La parábola no hace referencia respecto a que el juicio constatará la manera o compromiso con que se haya amado a Dios, lo que se haya realizado por Él. Es muy fuerte el texto. Comunica que lo relevante de la vivencia del Evangelio, desde el deseo de Dios, es lo que se haya realizado a favor del otro, del hermano. Juan, el apóstol, lo diría así: “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero. Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano” (1 Juan 4:19-21, RV60).
¿Cuál es nuestra Misión como Iglesia si tenemos a los pobres como destinatarios?
“Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí” (Mateo 25:35-36, RV60).
Este llamado al amor, si bien implica la dimensión individual, también abarca la colectiva. Nuestro prójimo no es sólo el hombre o la mujer individuales. Por su puesto que lo son, y requieren ayuda. El texto nos mueve a eso. Sin embargo, también es importante ver al ser humano en la colectividad. Las mayorías, los explotados, marginados, desprotegidos, oprimidos, son ese otro donde Jesús se esconde, Él está con ellos, por lo que, su Cuerpo, la Iglesia, es llamada a permanecer con ellos. Tenemos el desafío de enfocar nuestra reflexión, predicación y acción en, además de ayudar a los pobres, transformar las mentalidades y estructuras que hacen posible la desigualdad, el abuso y la pobreza.
Hambre y comida, sed y bebida
Dar de comer, por ejemplo, en palabras de Jon Sobrino: «es posibilitar que los pueblos coman y para esto es necesaria no sólo la beneficencia, sino, además de ella, la transformación de las estructuras económicas que impiden que hoy todos puedan comer. Y así podíamos decir de todos los actos de servicio por los que Dios juzgará a seres humanos según la parábola. Si a Dios le encontramos en nuestro hermano, el lugar privilegiado para ese encuentro es el hermano empobrecido y despojado de su misma condición humana por la ambición de otras personas. Al final de la historia, Jesús, el pobre, nos juzgará en nombre de todos los pobres. El sentido último de la historia pasa por ellos»4.
“Fui forastero, y me recogisteis”
Dada la crisis migratoria que ha golpeado a nuestro país en tiempos recientes, es ineludible rescatar este aspecto tan importante de la Misión. Hoy, los migrantes, que viajan al país del norte en busca de una mejor vida, son esos forasteros sin hogar. En otras palabras, pobres. Muchos de ellos sufren maltrato y discriminación. Son objeto de enojo, hostilidad y vejaciones en razón de que supuestamente están invadiendo otro país al que no pertenecen.
La migración no se debe criminalizar. Pues no es un delito buscar una mejor calidad de vida, en razón de que los países de origen no la ofrecen. Existen innumerables testimonios de migrantes con un gran amor a sus familias que, sin embargo, tiene que separarse de ellas para buscar mejores condiciones de vida, en razón de la delincuencia o falta de oportunidades por largo tiempo en sus lugares de origen. Hoy, la iglesia está llamada a ayudar a los migrantes como parte de su Misión.
Desnudez
La desnudez representa el grado de carencia que vive la persona. Evidencia que quien se encuentra así no tiene lo básico, lo esencial para vivir. Refiere a una desprotección, fragilidad y exposición de quien la sufre, de manera extrema. A menudo, es provocada por egoísmos, condiciones laborales injustas, contextos de violencia y adicciones. La iglesia es llamada a cubrir la desnudez de quien no tiene nada. A luchar para transformar las estructuras y mentalidades que la provocan.
Enfermedad
Las estructuras insanas de la sociedad propician personas enfermas. No solo es la falta de cuidado propio del enfermo, es la sociedad consumista, hedonista, que trae enfermedad, además de la falta de oportunidades para la oportuna y adecuada atención. No siempre se tienen las condiciones para la atención médica necesaria o urgente, lo que ocasiona que las enfermedades se vayan agudizando.
No todos tienen el acceso a la salud. Un buen sector de la población en nuestro país, no cuenta con un servicio médico formal. Por otro lado, la misma pobreza, ocasiona que la persona no cuente con los elementos para nutrir su cuerpo, propiciando con esto enfermedades. Como iglesia, tenemos la responsabilidad de hacer misión hacia todos los que enfrentan la pérdida de la salud o que no tienen los recursos para propiciarla.
Cárcel
Los reclusorios están repletos de personas con trágicas historias de vida. Si bien, a veces hay inocentes, también están los que tienen experiencias de haber causado mucho daño a otros. Ellos, en su mayoría, también enfrentaron sufrimiento en los entornos donde crecieron. Violencia, abusos, adicciones, delincuencia, son ámbitos en los que se desarrollaron. Lamentablemente, esta pobreza, causa mucho sufrimiento. Dios ha dado el compromiso a la iglesia de ayudar integralmente a quienes se encontrasen recluidos.
Finalmente, pedir hoy al Señor como Iglesia el pan nuestro de cada día, sabiendo que los pobres no lo tienen, toma un sentido distinto. El siguiente poema así lo describe:
«Si llegaras a vernos pordioseros y arrastrando nuestra alma por la vía, entre espinos y cardos traicioneros: danos hoy nuestro pan de cada día.
Si la ausencia de amor nos ha segado, dejando de ver al prójimo necesitado, lo hemos abandonado sin ayuda, aun estando nuestro lado: danos hoy nuestro pan de cada día.
Si escondido frente a nosotros has estado, en un mendigo, en un anciano, en un hombre frágil y necesitado, para compartirle te pedimos: danos hoy nuestro pan de cada día.
Si vivimos ajenos a tus dones e ignoramos tu gracia todavía, nunca, nunca Señor, nos abandones, para que el agradecimiento y la alegría inunden nuestros corazones: danos hoy nuestro pan de cada día.
Si las penas llegaran a inquietarnos hasta el punto del llanto y con la impía desazón de la angustia y a postrarnos: danos hoy nuestro pan de cada día».
Heriberto Bravo
Referencias
1 “10 millones más de pobres en México: La mitad del país está marginado” | Daniel Jauregui | terceravía.mx | 16 de junio de 2020
2 Jon Sobrino, “Fuera de los pobres no hay salvación”, Editorial Trotta; Madrid:2007.
3 Leonardo Boff, “Ecología: grito de la tierra, grito de los pobres”, Editorial Trotta: Madrid: 2013.
4 Jon Sobrino, “Fuera de los pobres no hay salvación”, Editorial Trotta, Madrid: 2007.
Liderar en tiempos de crisis
Liderar en tiempos de crisis
Min. Moises Román López
Hay condiciones emocionales que estamos viviendo que no habíamos vivido antes; estamos experimentando la fragilidad de la vida como pocas veces nuestra generación la había experimentado; nuestra capacidad de dirigir tampoco se había visto tan violentada para seguir. Constantemente pensamos y creamos nuevas formas para ir saliendo y parece que esta pandemia se burla de nuestras capacidades, nos hace retroceder una vez más.
¿Qué nos aporta la Escritura a cerca de los hombres a los que Dios les dio una misión? En tiempos difíciles…
Un buen líder discierne y percibe los signos del momento. Tiene un sentido de responsabilidad. “…cuando Mardoqueo se enteró de lo ocurrido” (Ester 4:1), que la vida de un pueblo entero estaba en peligro de exterminio, inicia una serie de gestos (lutos, lamentos, sufrimiento) que para el momento representaban desesperación. Lo menos que un líder puede hacer en momentos de crisis es ignorar la realidad o esperar pasivamente a que el curso del momento siga su marcha y ver su desenlace. Ante la inesperada realidad de la pandemia, muchos hemos quedado paralizados, atados, los cambios exigen de nosotros nuevos caminos. Por ello, buscar a Dios y su voluntad es parte del discernimiento. Hacer las preguntas correctas, cuestionamientos que antes no se habían hecho. ¿Qué hacer con el ministerio que teníamos? ¿Qué hacer con la vida del mundo que teníamos? ¿Cómo hacer el ministerio hoy con los jóvenes que me han encargado, hoy con las limitaciones y desafíos que tengo? ¿Qué hacer ante la ausencia de los jóvenes que ya no podemos ver ni en Zoom? ¿Cómo será la nueva normalidad con los jóvenes?
Un buen líder recuerda el sentido de su llamado. Una pregunta imponente en tiempos de crisis, es: ¿Para qué me ha puesto Dios dónde estoy? ¿Qué sentido tiene tu llamado en este justo momento? Aquí se define todo, si estamos conscientes y afinamos nuestra vocación de servicio a favor de la vida y nos cuestionamos por las motivaciones más profundas que nos movilizan. ¿Para qué había llegado Ester al palacio real? Es justamente lo que Mardoqueo cuestiona de la Reina. ¿No será que has llegado a ser reina para mediar en una situación como esta? Una situación parecida es el llamamiento de Moisés quien huye a Madian y organiza su vida hasta que Dios lo vuelve a llamar; quizá le pudo haber dicho: «¿Para eso te saqué del río?». Que si bien en forma más estricta, cada vez que se nombra a Moisés se recuerda esa misión: «Sacado para sacar». Es la misma pregunta que nos confronta hoy. Ningún líder está preparado para lo que actualmente vivimos, es humildad reconocerlo. Pero no exime nuestra responsabilidad, el Señor nos ha puesto al frente para infundir esperanza, dirección y recordar, ante todo, que la providencia de Dios sigue presente. ¿En qué posición estás que pueda aportar a los jóvenes continuar su fe y su vida social?
Un buen líder persiste no claudica. Puede ser justificable el miedo y los deseos de abandonar el cargo, mayormente ante la crisis existencial que estamos viviendo. ¿Cómo seguiremos siendo FJC? ¿Cuándo regresamos a nuestras actividades sociales, educativas y laborales? Cuando Ester fue informada a detalle de la situación de exterminio a la que estaba destinada su descendencia, tuvo miedo de interceder frente al rey: “Todos los servidores del rey y los habitantes de las provincias de su reino saben que existe una ley que condena a muerte a todos los hombres y mujeres que entren en el patio interior sin haber sido llamados por el rey, a no ser que el rey extienda su cetro de oro hacia esa persona y le salve la vida. En cuanto a mí, hace ya treinta días que no he sido reclamada por el rey” (Ester 4:11).
Y justamente ante un desafío así actúan los principios éticos y morales ¿Y si me presento y pierdo la vida? ¿Y si no voy y mi pueblo perece? Recuerda que en todas las épocas el liderazgo debe salir adelante para hacer frente a las necesidades del momento.
No vayas solo, busca y considera las habilidades de los demás. La situación nos obliga a innovar, pero no sólo eso, pensar y actuar en conjunto: “Y Ester respondió a Mardoqueo: — Reúne a todos los judíos de Susa y ayunen por mí, sin comer ni beber durante tres días con sus noches. Mis doncellas y yo ayunaremos igualmente y luego me presentaré ante el rey, aunque sea en contra de la ley; y si por ello tengo que morir, moriré” (vv. 15-16).
Orar y ayunar por supuesto que es sumamente importante, porque la mayoría de las respuestas y las soluciones surgen de la plática e intimidad con Dios. Sin embargo, es importante aportar también de las habilidades con que se cuenta, y es momento de convocar a todos los jóvenes con oficios, profesiones (médicos, psicólogos, pedagogos, diseñadores gráficos, fotógrafos, márquetin digital), dones y ministerios. Reflexiona con ellos con la siguiente pregunta: ¿No será que Dios te ha puesto donde estás para mediar en una situación como ésta? Plantearse la pregunta que se hacían los líderes y el pueblo en el Antiguo Testamento. ¿Qué me está diciendo Dios con esta situación y qué espera de mí?
Recordemos que Dios nos ha llamado para dar sentido de vida y esperanza en tiempos donde la fragilidad de la vida y lo incierto de esta nueva normalidad nos dejan sin fuerzas y sin ideas. ¡Anunciemos que Dios sigue presente! Sea el líder que inspire y motive a los demás a mirar el futuro con optimismo pese a la situación en la que nos encontramos, recordándoles desde la fe que las promesas de bendición del Dios de la vida siguen vigentes para todos los tiempos.
Fuentes de consulta:
https://conferenciaepiscopal.es/accion-de-la-iglesia-frente-al-coronavirus-2/
https://www.diocesisdeavila.com/2020/03/30/la-iglesia-abre-sus-puertas-en-internet/
https://www.elblogdebernabe.com/2020/06/iglesias-evangelicas-y-el-coronavirus.html
La Palabra, (versión hispanoamericana) (BLHP) © 2010 Texto y Edición, Sociedad Bíblica de España