Mujer, ¡qué grande es tu fe!

Mujer, ¡qué grande es tu fe!

Hna. Cindy Ramos Pérez

 A través de los tiempos hemos visto y escuchado cómo la fe permite experimentar momentos asombrosos en nuestra vida y en la vida de los demás. Hebreos 11:1-3, (NVI) dice: Ahora bien, la fe es la garantía de lo que se espera, la certeza de lo que no se ve. Gracias a ella fueron aprobados los antiguos. Por la fe entendemos que el universo fue formado por la palabra de Dios, de modo que lo visible no provino de lo que se ve.  En estos versos descubrimos como hombres y mujeres del pasado, fueron expuestos a situaciones difíciles, en donde su lógica humana no lo podía entender. Sin embargo, tuvieron el valor para creerle a Dios, y experimentar su poder ante tales situaciones. 

En Mateo 15:21-28 encontramos un relato en el que la fe es puesta a prueba, pero con un resultado maravilloso.  

Un encuentro con Jesús

“Saliendo Jesús de allí, se fue a la región de Tiro y de Sidón.  Y he aquí una mujer cananea que había salido de aquella región clamaba, diciéndole: ¡Señor, Hijo de David, ¡ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio” (vv. 21-22).

El relato menciona que una mujer cananea había salido al encuentro de Jesús. Estaba desesperada porque un demonio atormentaba horriblemente a su hija; se preocupaba y sufría al ver su condición. Seguramente, esta mujer, había agotado todos sus recursos, estaba cansada y con pocas esperanzas, agotada de buscar una solución y no encontrarla. Pero a pesar de su cansancio y desesperación, deseaba ver sana a su hija. No le importó lo que podía enfrentar: rechazo, obstáculos, romper barreras culturales; lo único que deseaba era llegar a donde estaba Aquel que le podía sanar a su hija. La fe la impulsó a salir al encuentro con Jesús, a pesar de que no era bien vista por los judíos, pues la consideraban impura, “pagana”. 

La fe, nos impulsa a hacer cosas que no imaginamos, nos mantiene activos y en movimiento; a no esperar a que la respuesta nos llegue, más bien a aprovechar las oportunidades que se nos presenten, en pocas palabras a salir al encuentro con Jesús.  

Quizá nos encontramos o hemos pasado la misma situación que la mujer. En algún momento, un familiar enferma de gravedad. Tratamos de buscar la mejor solución, consultamos a un médico, adquirimos los mejores medicamentos, nos unimos como familia, aportamos económicamente para el sustento, pero a pesar de todo, parece que nada de eso funciona. Entonces, doblamos nuestras rodillas y vamos al encuentro con Jesús, reconociendo que en Él está la respuesta. Pero a veces sentimos que no nos escucha y que no responde a nuestra petición. Llegamos a sentirnos solos. Pero, ¿hemos persistido? Esto fue lo que experimentó la mujer, quien, a pesar de eso, no desistió y continuó dando grandes voces.

El silencio también es una respuesta

“Pero Jesús no le respondió palabra. Entonces acercándose sus discípulos, le rogaron, diciendo: Despídela, pues da voces tras nosotros. Él respondiendo, dijo: No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel”  (vv. 23-24). 

Jesús guardó silencio y aparentemente ignoró la petición de la mujer, sin embargo, ese silencio indicaba que algo estaba por suceder, algo extraordinario y para que eso sucediera era necesaria la paciencia y dedicación. 

Cuantas veces hemos experimentado la misma situación, clamamos a Dios, con la esperanza de recibir una respuesta, pero lo único que recibimos es un silencio, que nos hace sentir solos, abandonados y sin pensarlo. La desesperación toca a nuestra puerta, y es en ese momento donde creemos que todo está perdido. Pero, el Espíritu de Dios nos recuerda: Así que no temas, porque yo estoy contigo; no te angusties, porque yo soy tu Dios. Te fortaleceré y te ayudaré; te sostendré con la diestra de mi justicia (Isaías 41:10, NVI). Y entonces reconocemos que no estamos solos, que Jesús está a nuestro lado, acompañándonos en ese momento difícil, esperando el momento oportuno para intervenir. 

Jesús alaba la fe de la mujer

Entonces ella vino y se postró ante él, diciendo: ¡Señor, socórreme! Respondiendo él, dijo: No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos. Y ella dijo: Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos. Entonces respondiendo Jesús, dijo: Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres. Y su hija fue sanada desde aquella hora (vv. 25-28).

La respuesta de la mujer conmovió a Jesús, quien finalmente le concedió su petición y sanó a su hija en ese mismo momento. La mujer había reconocido que las palabras de Jesús eran ciertas y que no era merecedora de una respuesta, pero que ella solo necesitaba las “migajitas” para experimentar su poder. Un poquito del Maestro era suficiente para ella. 

Este relato nos permite reflexionar que muchas veces hemos estado expuestos a situaciones de mucha necesidad, en el cual clamamos a Dios con la esperanza de ser escuchados y recibir una respuesta alentadora. Muchas veces somos retados a actuar como esta mujer, a tener una fe valiente, inquebrantable, que no se desiste hasta obtener una respuesta. 

Cada vez más nos enfrentamos a un mundo que sufre violencia de todo tipo, narcotráfico, injusticias, abusos, personas desaparecidas, divorcios, pobreza, personas en adicciones, maltrato animal, desastres naturales y un sinfín de situaciones. Muchas de ellas nos llevan a la frustración, desánimo, desesperación y buscamos respuestas rápidas en el Señor, porque nos cuesta esperar. Pero los que conocemos a Dios sabemos que su tiempo es perfecto, y obrará en el tiempo oportuno. La Palabra nos enseña que las situaciones adversas nos permiten aprender; y, aunque muchas veces la espera es larga, el resultado es una bendición. Dios usa ese proceso para ayudar a fortalecer nuestra fe. 

Hace algunos años, Dios me permitió conocer a una persona que abrió su hogar para estudios de la Palabra, y con quien por un tiempo tuvimos la oportunidad de convivir, pero lamentablemente enfermó de gravedad y falleció. En algún momento cargué con la culpa y el remordimiento de que no hice lo suficiente para que tuviera un encuentro con Jesús y que lo aceptara como su Señor y salvador. La tristeza y desánimo que sentía en ese momento, me hicieron pensar que no era útil para el ministerio y que lo más conveniente era abandonarlo todo. Pero, el Espíritu de Dios me recordó lo que dice 1 Corintios 3:6: “Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios”. Entendí que hay cosas que nos toca hacer -sembrar-, pero las cosas sorprendentes solamente las puede hacer el Señor. Ante esta situación Dios me enseñó que tenía que seguir, que todavía había mucho más que hacer, que la necesidad continuaba siendo mucha. Fortaleció mi fe, mis ganas de servir, renovó mis fuerzas y me recordó por qué me había llamado, no permitió que mi fe se debilitará. 

Hermano y hermana líder, no permita que su fe se debilite, porque le puede llevar por el camino equivocado. El mundo necesita de personas, con una fe firme, que no se deje vencer fácilmente, que provoque más encuentros con Jesús. Usted y yo, somos llamados a generar esos encuentros. ¿Está listo para hacerlo?

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Cristo ante la confusión

Cristo ante la confusión

Min. Josué Ramírez de Jesús

“Entonces les preguntó:

—Y ustedes, ¿quién dicen que soy? Pedro contestó: —Tú eres el Mesías”

(Marcos 8:29, NTV).

Jesús de Nazaret vivió expuesto a que sus contemporáneos y discípulos no lo conocieran bien y se hicieran imágenes equivocadas y falsas, desfiguradoras de su identidad y misión. Y es que resulta fácil perdernos ante las propias imágenes y subjetividades que nos hacemos de Dios. Una mirada somera a la iglesia nos confirmara esto.

Hoy nos encontramos ante un evangelio de promesas sin demandas, del auto perdón y la autoayuda, de la dominación proselitista, de la búsqueda de la cantidad y no de la calidad, del acceso al poder político, etcétera, en palabras de Dietrich Bonhoeffer: de una “gracia barata”.

Desde los orígenes, el corazón del hombre ha sido propenso a dejarse llevar por sus propias ideas, expectativas y aspiraciones. Por eso, Jesús indagó a sus discípulos en el momento preciso, y comprobó que ellos, al igual que mucha gente lo veían desde las expectativas mesiánicas de las ideas religiosas y políticas dominantes de su mundo socio religioso. Ellos esperaban a un mesías diferente, y no comprendían la buena nueva de Jesús, ni su conducta profética con la que mostraba la llegada del reino de Dios.

Si la novedad de Jesús y del reino de Dios sorprendió y desconcertó incluso a sus discípulos, con la expansión del cristianismo, la proliferación de iglesias, la multiplicación de las doctrinas y las artes, se han multiplicado enormemente imágenes de Jesús de todo tipo, con ellas también la confusión.

Nuestra condición humana nos expone siempre a un doble riesgo al momento de conocer y relacionarnos con otra persona, lo mismo sucede con Jesús. El riesgo de imaginarnos al “otro” no como es, sino como nos conviene y deseamos que sea. Por eso, los cristianos de todo tiempo y lugar, vivimos expuestos a falsear o desfigurar la imagen verdadera de Jesús con proyecciones, ideas y creencias (religiosas, culturales, ideológicas y psicológicas) diferentes y hasta opuestas a la imagen que Jesús da de sí mismo y de su causa del Reino de Dios.

Por ello, para todos y cada uno de nosotros los cristianos se mantiene vigente la pregunta de Jesús a sus discípulos: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy?” Con esta interpelación Él no reprocha a nadie, sólo busca que ninguno de sus discípulos se engañe. 

Jesús quiere que nos liberemos de las falsas imágenes y deformaciones de su persona y misión, para que podamos gozar del esplendor de su verdadera imagen vivificante. 

Para personalizar la interpelación de Jesús es necesario preguntarse con esperanzado interés: Mis ideas de Jesús, ¿me permiten relacionarme con Él como realmente es? Y es que, no es suficiente para ser verdaderos cristianos un conocimiento genérico, superficial, rutinario, sentimental o simplemente teórico sobre Jesús. Se requiere el conocimiento vivencial, cercano e íntimo, de la fe, que nos haga verlo como es y vivir como Él.

Nadie puede decir sin engañarse que ya conoce perfecta y plenamente a Jesús, según cuentan los evangelios ya desde el comienzo fue mal conocido por la gente y por sus discípulos. El evangelio de Marcos relata que, de camino a Cesárea de Filipo cerca ya de la subida final a Jerusalén, los discípulos decían al Maestro que la gente lo confundía con Juan el Bautista o con Elías o alguno de los profetas; y los mismos discípulos lo imaginaban como un mesías nacionalista y triunfal. 

Esta situación no es nueva, hoy tenemos al menos tres dificultades para conocer bien a Jesús. 

1. El misterio de la persona de Jesús. Los cuatro evangelios muestran en numerosos episodios que los discípulos de Jesús, aunque le admiraban y acompañaban, no entendían lo que hacía y les enseñaba. Estaban desconcertados por su persona, enseñanzas y causa, no cabía en los esquemas religiosos y culturales que tenían, pues Él desbordaba todas sus expectativas. 

2. Las mediaciones culturales y religiosas que nos transmiten la figura de Jesús. Las mediaciones se convierten en obstáculos en la medida en que las doctrinas, predicaciones, enseñanzas, escritos, canciones e imágenes no transmitan fielmente los rasgos esenciales de la identidad de Jesús; cuando lo mutilan, distorsionan y sustituyen con proyecciones religiosas, psicológicas e ideológicas. Esto puede suceder de manera involuntaria e inconsciente. 

3. Los propios límites de nuestra condición humana. La tendencia a imaginar a Jesús a nuestra propia imagen y semejanza, al servicio de nuestras seguridades, éxitos y conveniencias de todo tipo. Un texto antiguo de Jenófanes de Colofón reflejaba ya esa limitante de la condición humana, al decir: “los etíopes piensan que sus dioses son negros y chatos; los tracios dicen que sus dioses son de ojos azules y rubio cabello. Si los bueyes, caballos y leones tuvieran manos y pudieran pintar como los hombres, pintarían imágenes de dioses como bueyes, caballos y leones.

Estos límites y dificultades en algún momento nos pueden llevar a tener imágenes e ideas distorsionadas de Jesús en alguna etapa de nuestra vida. Esto lo vio Jesús en sus primeros discípulos, y, según el evangelio de Juan, lo lamentó cuando, al despedirse de ellos, interpeló a Felipe: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido?”

Lo que está en juego en el hecho de conocer bien a Jesucristo o conocerlo mal es decisivo para nuestra fe cristiana, para el cristianismo y para el servicio del proyecto de Dios sobre la vida de la humanidad. 

Es enorme la responsabilidad histórica que tenemos en esto cada uno de los que hemos aceptado el Evangelio y su mensaje. Para eso es necesario discernir y mejorar nuestras comprensiones de Jesús. Algunas directrices para lograr esto son:

a. Saber lo que dicen los evangelios. Conocer lo que la narrativa de los evangelios dice de Jesús es importante y no solo quedarnos con la imagen que el mercado religioso ofrece. En los evangelios, Jesús tiene vida y fuerza. Desborda humanidad, realismo y solidaridad, es una buena noticia para todos los desdichados, despreciados y excluidos. Ama con total desinterés, con misericordia y ternura. De la comparación entre las imágenes más usadas de Jesús y los rasgos de la imagen vital que Él da de sí mismo en las narraciones de los evangelios, brotan estas tres preguntas para un discernimiento básico: mis imágenes de Jesús, ¿me dejan ver a Jesús o me lo desfiguran y me lo ocultan? ¿Me mueven a asumir su causa, a creer con su fe, a esperar con su esperanza, a ser libre con su libertad para hacer como Él haría hoy amando con su amor? ¿En qué ha cambiado mi imagen de Jesús en los últimos años, y en qué debe cambiar ahora?

b. Comprender lo que dicen los evangelios. Es necesario insistir en la importancia de tomar muy en cuenta el contexto histórico de Jesús, para conocerle a Él en su conducta testificada en el Nuevo Testamento y aplicar todo eso a la situación concreta en que vive cada persona, en su familia, barrio, pueblo o trabajo. 

c. Sacar de todo eso las consecuencias necesarias para vivir y comportarse de acuerdo con lo que nos enseñó Jesús. Es importante comprender los contextos actuales para dar actualidad al mensaje de Jesús. Se trata de hacer ahora lo que haría Jesús como Él lo haría. 

Durante mucho tiempo se leyeron los evangelios como crónicas biográficas de Jesús. Se suponía que los evangelios contaban los hechos y dichos de Jesús tal y como sucedieron. Hoy está claro que los evangelios no nos ofrecen bibliografías de Jesús, sino testimonios de fe. 

Ante las subjetividades que rodean al mundo cristiano, lo más importante es que vivamos y nos comportemos como los evangelios dicen que un cristiano tiene que vivir y tiene que comportarse. Para eso es necesario discernir y mejorar nuestra comprensión de Jesús.

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Con los ojos de Jesús

Con los ojos de Jesús

Min. Israel García López

La cadena es una herramienta muy útil, su ventaja yace en su fortaleza combinada con su flexibilidad. Las generaciones familiares son como un conjunto de eslabones, uno unido al otro, la unidad mantiene su fortaleza y al mismo tiempo su flexibilidad. En la iglesia sucede lo mismo, cada generación requiere estar unida a la otra, todo eslabón tiene la misma fortaleza, valor e importancia. Pero, cuando una generación no valora a otra generación, cuando un integrante de la iglesia no valora al diferente, esta cadena pierde su fortaleza. La fortaleza está en la unidad y la flexibilidad está en recibir tal y cual es a quien es diferente. 

Una iglesia donde solo hay ancianos o donde solo hay jóvenes no es un síntoma saludable. Hay quienes se posicionan desde una actitud radical, priorizando un sector de la iglesia sobre otro. Se ha escuchado decir, “la vieja guardia era lo mejor”, ya desde ese momento hay una predisposición de no recibir, ni escuchar lo que las nuevas generaciones quieren decir. La contra postura de tachar lo antiguo, lo viejo, lo pasado como algo que debe ser desechado, tampoco es saludable, quienes desfilan por el sendero de la novedad se les olvida que pisan sobre las bases que construyeron quienes nos preceden. Clasificar a la iglesia como la vieja guardia o la nueva guardia, como lo antiguo y lo nuevo, crea disonancias, separaciones, brechas casi insalvables, estos pensamientos polarizan a la iglesia, en dos expresiones opuestas. En esto la iglesia pierde su razón de ser. 

La desvinculación con las generaciones es peligrosa. En Jueces se narra la situación que enfrentó en pueblo hebreo, no había abuelos que contaran y que compartieran sus historias de salvación a las nuevas generaciones en la tierra prometida. Los relatos de fe quedaron en el olvido. ¿Qué nos dicen los abuelos y los padres a las generaciones presentes? ¿Hay relatos de fe y salvación para la iglesia de hoy?

En Mateo 19:13-15, Jesús nos ofrece una perspectiva desafiante y reveladora. El texto enfatiza la acción de Jesús, después de reprender a los discípulos por alejar a los niños, los abraza y los coloca al centro y, con ello, lleva nuestra atención a ellos e invita a renovar la visión sobre los presupuestos sociales y culturales. En su enseñanza, Jesús siempre proponía algo diferente y mejor, nunca dejaba espacios vacíos. El Maestro les permitió ver desde una perspectiva que antes no habían visto, este panorama tiene dos momentos:

El primer momento. Jesús les dice que el reino de los cielos es de quienes son como los niños, invitando a los discípulos a verlos de forma diferente, con dignidad, con respeto, ubicándolos en igualdad de dignidad. Jesús pone de relieve su falta de estatus, y su vulnerabilidad, marginalidad y debilidad, así como su incomodidad para el mundo adulto. De esta manera el maestro les permite ver a los niños con una mirada que choca radicalmente con su visión cultural.

Segundo momento. Jesús dignifica la mirada de los niños, esta mirada que había sido ignorada; hasta ese momento la única lectura u opinión válida era la de los hombres, la de los adultos, pero Jesús con este acto ha validado la mirada de los niños, ahora son ellos los que también miran. Su mirada ahora nos enseña a mirar el Reino completamente diferente. Necesitamos la perspectiva de los niños para ver de manera integral y complementaria el reino de Dios. 

La expresión que el texto usa para “niños” es una palabra genérica que refiere a niños y adolescentes. Recordemos que una persona era niño hasta llegar a los 12 años y después de esa edad eran considerados como adultos. La adolescencia y la juventud como ahora las entendemos son compresiones muy recientes. 

¿Cómo habrán quedado los discípulos ante la mirada de los niños? ¿Cómo nos miran los niños, adolescentes y jóvenes a los pastores, maestros y a la iglesia en general? 

Después de esto, Jesús tocó a los niños. Con esto nos enseña a tocar su realidad, a conectar con su necesidad, ser sensibles y empáticos con ellos. Para esto deben volverse relevantes para la iglesia y dejar de ser invisibles. 

Actualmente, el mundo ofrece a las nuevas generaciones diferentes “alternativas” de vida, ideales, valores; esto sumado a las nuevas propuestas sexuales, ideologías de género, capitalismo descarnado y la hegemonía de mercado (inmediatez, consumismo, satisfacción efímera) y la tendencia sincretista de la religiosidad. Ante esta realidad los desafíos juveniles aumentan, la atención y orientación debe incidir en los diferentes aspectos: emocional, social, ideológico, relacional, sexual, político y ético/moral entre otros. 

El peligro radica en que el mundo tenga un catálogo amplio de alternativas y la iglesia quede bajo la sombra de esta oferta. Jesús siempre fue y sigue siendo una alternativa, siempre fue diferente a lo que en su tiempo había, y su mensaje fue claro y preciso. Una alternativa se caracteriza por ser diferente a lo que se oferta y ser clara en lo que comunica y ofrece. La iglesia debe ser una alternativa a la cultura hegemónica, de la misma manera como lo fue Jesús. 

La Iglesia debe ser iglesia para los demás. El Señor siempre se ha acercado a nuestras circunstancias, lo hizo al vaciarse y encarnarse. Jesús se acercó y tocó a los niños, al enfermo, endemoniado, a toda persona necesitada de su gracia y salvación. Si Dios se encarnó para comunicar su salvación, a nosotros no nos queda otro camino. Si queremos servir a los jóvenes debemos conocer y vivir en su contexto, tocar su necesidad y ser sensibles para ver la vida y el Reino como ellos lo miran. Dios no solo está en el cielo y en el templo, debemos encontrarlo también en la juventud de la iglesia. 

No podemos permitir que una generación se desconecte de otra. Las nuevas generaciones necesitan no solo escuchar las historias de personajes bíblicos y sus hazañas, necesitan una iglesia donde hombres y mujeres sean verdaderos testigos de fe, instrumentos del Espíritu, que sean comunidad donde desarrollen el sentido de pertenencia, para ser una nueva generación de discípulos del Señor.

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El buen pastor

El buen pastor

Min. Josué Ramírez de Jesús

Una de las tareas pastorales más importantes es la del acompañamiento. Debido a que todos poseemos creencias que guían nuestros actos es importante asumir los principios del Evangelio para encontrar en ellos dirección, por lo tanto, analizaremos a la luz del capítulo 10 de Juan el modelo pastoral de Jesús. 

En el capítulo anterior encontramos cómo Jesús denunció fuertemente la ceguera espiritual de los dirigentes judíos. Ellos vivían en las tinieblas de la incredulidad, en contraste con el ciego que se abrió a la luz de la verdad. Mientras los fariseos buscaban su propio interés a costa del pueblo, Jesús anunciaba que daría libremente su vida para salvarlo. 

Un problema detonó las acciones y palabras de Jesús respecto a los dirigentes judíos. Ellos, justificados en sus funciones se habían convertido en explotadores del pueblo, avalaban sus propias ideas para presentarlas como voluntad de Dios. Y se habían entregado a una “misión santa” únicamente para su provecho personal. 

Ante este escenario Jesús afirma que su misión como enviado de Dios es formar una comunidad alternativa, donde el hombre encuentre su plenitud. El discurso encontrado en el capítulo 10 es consecuencia de lo sucedido con el ciego.

Jesús comienza con una comparación cuyo significado en el contexto es claro. El redil representa el templo, en donde se han atribuido puestos de poder, individuos que carecen de todo derecho y que son en realidad explotadores del pueblo –ladrones y salteadores–.

El término “ladrón” es aplicado a los dirigentes y a Judas, señala a quien se opone a Jesús y se apropia de la pertenencia de los otros (Juan 12:6). Fue la primera denuncia en su visita al templo. “Salteador”, es aplicado a los dirigentes y a Barrabás y se refiere a quien usa la violencia, los dirigentes someten al pueblo con la violencia de su sistema. 

La acusación de Jesús es directa, los dirigentes que explotan al pueblo y hacen uso del violento sistema para someterlo en realidad son ladrones y salteadores. Ellos no han entrado por la puerta, son extraños, ante quienes las ovejas huyen. En contraste con esas figuras se encuentra la del pastor, quien se distingue por entrar por la puerta y el mismo “portero” le reconoce ese derecho. Su derecho se identifica con su misión divina.

Las ovejas conocen su voz y viceversa: el pastor es el que conoce a las ovejas por su nombre; las conduce y va delante de ellas. La labor del pastor se centra en cuidar de las ovejas, no en explotarlas. Por eso las ovejas escuchan su voz y le hacen caso, tal y como lo ha hecho el ciego. “Las ovejas” es un término que alude a la comunidad de creyentes, a quienes Jesús conduce a pastos tiernos, aguas cristalinas y a la casa del Padre. 

Los dirigentes judíos echaron de la sinagoga al ciego de nacimiento, fueron duros, no fueron buenos guías. Los falsos pastores, en vez de guiar al rebaño hacia Dios, lo alejaron de la fuente de vida. Así se convirtieron en ladrones y salteadores. Ellos roban, matan y destruyen. 

También nosotros podemos ser ladrones, matar y destruir a nuestros hermanos. “Destruimos”, a veces, con la indiferencia, con el mal trato, con la crítica destructiva, con la murmuración, con los juicios condenatorios, etcétera. Procuremos cuidarnos de la lengua, porque podemos hacer mucho daño. 

Al respecto vale la pena hacernos las siguientes preguntas: ¿Estoy robando la buena imagen de mis hermanos? ¿Estoy matando a alguien con mis actitudes? ¿Estoy destruyendo a algún hermano con mi forma de ser, acciones o palabras?

Una motivación equivocada acarrea consecuencias nefastas. Quien es movido por un salario o algún reconocimiento, no se arriesgará por las ovejas, sencillamente porque no le interesan. Cuando hay riesgo de sus vidas no defienden al rebaño. Ante el peligro solo quieren salvarse ellos mismos, como no sienten amor hacia las ovejas, las dejan a merced del lobo sin importar que las lastime o las mate. Así eran los malos pastores que conducían al pueblo de Israel. Y también pueden encontrarse entre los que colaboramos en la conducción del rebaño llamado Iglesia. 

Jesús, el verdadero Pastor, arriesga su vida por las ovejas. Las conoce desde una relación amorosa y es reconocido por ellas, quienes le tienen confianza. La cuida porque las recibió de las manos del Padre. Hay comunión de corazón a corazón. 

Muchas opiniones se generaron en torno a las palabras de Cristo. Para muchos era un endemoniado y loco. Pero al ver los signos que hacía, como cuando curó al ciego de nacimiento, no pensaban que fuera un insensato o un loco. Podían reconocer la bondad de sus actos y lo identificaban más bien con el Mesías, el Hijo de Dios o el profeta de Galilea. 

En este capítulo vemos la misión del verdadero Pastor que es Jesús. Hay una clara contraposición entre Jesús y los fariseos, estos últimos no tienen ningún derecho de hablar; porque ilícitamente se han procurado un acceso al rebaño, pero de allí, a la larga no obtienen nada, las ovejas huirán de ellos. Por el contrario, Jesús es el verdadero pastor; llama a las ovejas por su nombre y ellas lo siguen. 

Este relato nos conduce a grandes conclusiones, en él encontramos a Jesús como modelo pastoral. Observemos algunos de sus rasgos característicos:

• El conocimiento de las personas por su nombre y el conocimiento recíproco. No hay conocimiento sin relación, la cercanía y la profundidad de las relaciones hacen posible el conocimiento mutuo. 

• La primera tarea del pastor es proteger a las personas. Él las protege de los ladrones y salteadores; tampoco permite que el lobo ataque al rebaño. El interés por la vida de las personas hará patente si se es un pastor o un asalariado, es decir, alguien que persigue fines egoístas. 

• La disponibilidad de dar la vida por las ovejas. El buen pastor ha de procurar que entre la comunidad se manifieste la vida abundante, protección y seguridad. No se debe socavar la vida de los demás con palabras llenas de culpa e indiferencia. 

De lo anterior podemos encontrar tres modelos para ejercer el ministerio de acompañamiento pastoral:

1. Relación centrada en el pastor. Esta se da cuando el que acompaña persigue sus propios objetivos. Es un modelo autoritario y paternalista. Está interesado solo en cumplir un rol y aparentar efectividad. 

2. Relación centrada en el problema. Se manifiesta cuando el problema del consultante pasa a ser el principal centro de interés del pastor, solo intervendrá cuando una situación lo amerite y estará enfocado en ofrecer soluciones. Si no hay problema no hay relación, esperara que las personas lo busquen. 

3. Relación centrada en la persona –oveja–. Esto demanda del pastor una buena relación interpersonal, que adopta las características del modelo pastoral de Jesús. En este modelo es necesaria la iniciativa, autenticidad y empatía.

Queda clara la manera en que nos cuida el Señor y pide cuidarnos unos a otros. Los primeros dos modelos quedan descartados al quitar del centro lo más importante: las personas. Este era precisamente el pecado de los dirigentes judíos, su obrar estaba determinado por su interés personal. 

Jesús trazó una línea de acción diferente, colocando en el centro a las personas, porque está a favor de la vida misma, siempre dispuesto a darse a sí mismo. Porque quien se da a sí mismo se convierte en dador de vida.

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Es mejor con amor

Es mejor con amor

Min. José Luis Chapan Xolo

Que no haya una raíz de amargura en sus corazones (paráfrasis de Hebreos 12:15).

Es increíble cómo en los últimos años se han disparado considerablemente las problemáticas en el ámbito matrimonial. Algunas vienen como consecuencia de ir acumulando roses, diferencias o situaciones menores que no se resuelven. Estas, desembocan, no sólo en situaciones que resultan devastadoras, incluso en una ruptura matrimonial. Pero, de no ser así, van provocando una brecha que cada día va borrando todo rastro de atención y cuidado mutuo entre los cónyuges. Lamentablemente, lo anterior pueden ir tejiendo poco a poco redes de amargura en el corazón de cada uno. 

El matrimonio, sin duda, es la mejor aventura que se puede vivir. Pero hay experiencias complicadas que son parte de la relación y que, generalmente, cuando iniciamos nuestro matrimonio, nadie está preparado del todo para enfrentarlas. Cada matrimonio va construyendo el modelo de hogar que desea de manera consciente o inconsciente. Y, seguramente, será al pasar los años, que sabremos si este cumplió con aquellos sueños y anhelos que nos planteamos al inicio de nuestro caminar juntos.

Por supuesto hay grandes retos dentro de la vida de pareja que debemos asumir con suma seriedad, ya que de otra forma caemos en el riesgo de poner nuestra atención en aspectos triviales y, peor aún, invertir energías de nuestro matrimonio sobre situaciones que no ayudan a llegar a ningún lado en nuestra relación.

¿Cómo llega a convertirse una relación con su pareja en algo bueno, algo que les diga que están siendo plenos en su relación y creciendo juntos? O, por el contrario, ¿cómo llega un matrimonio a ser asfixiante, desesperante y en algunos casos hasta peligroso para la integridad física y emocional? 

Cuando la prioridad no es el amor al otro

Claudia y Roberto (nombres ficticios) tenían grandes dificultades. Cuando tenían la oportunidad de expresar sus inconformidades, Claudia señalaba que Roberto no mostraba interés hacia ella, como esposa y como mujer, que solo se limitaban al trato formal por sus dos hijos. Incluso, señalaba que se habían casado sin el amor suficiente, pero que ella estaba dispuesta a soportarlo porque sus hijos tuvieran lo necesario en las cuestiones económicas, aunque eso implicara que frente a los demás la menospreciara y ridiculizara por no tener la figura de tal o cual persona, y que solo estaba con ella porque no tenía más opciones. Cuando la prioridad no es amar al otro; seguramente en nuestro corazón ya tenemos claro en qué habremos de mantenernos ocupados en dicha relación. 

Cuando he tenido la oportunidad de acompañar a algún matrimonio en alguna crisis de pareja es común que cada uno se encuentre en su rincón de batalla debido al daño mutuo que se han causado, sea por las palabras ásperas, soeces, o reproches, etc. Uno puede percatarse cómo las rutinas, las presiones laborales, los pendientes, las deudas económicas o las actividades cotidianas van asfixiando la relación, pero, sobre todo, lo que más daña es la falta de atención mutua, la falta de comprensión y de apoyo en los aspectos más básicos y cotidianos; si uno no está pendiente de esto será fácil entrar en ese espiral que va hacia abajo.

Si Jesús prioriza el amor al prójimo de la misma forma en que nosotros nos amamos a nosotros mismos, entonces: si dañamos al otro, si le ofendemos, si buscamos dañarlo de alguna forma, no es sino la evidencia de la falta de amor que prevalece en lo más profundo de nuestro corazón y que no se limita a personas que desconocen la Palabra. Claudia y Roberto eran personas que conocían la voluntad de Dios, sin embargo, habían normalizado el hecho de sobrevivir como pareja, como familia, y se habían conformado con sus circunstancias. 

Cuando no es nuestra prioridad el bienestar del otro, sino solo un aspecto que se vuelve irrelevante, como puede llegar a serlo la economía de un hogar, se desatarán las más terribles batallas, que dejarán cicatrices y que, por supuesto, no serán los mejores recuerdos.

Si la motivación que hay detrás de cada sacrificio no es el deseo de bienestar para los nuestros, sino solo el anhelo de poseer más riquezas, se pone en riesgo la cercanía, la unidad o la convivencia con los nuestros. Se debe poner en la balanza los costes de nuestra entrega al trabajo, aunque detrás esté el más noble deseo que los nuestros sean los receptores de los beneficios y bendiciones que pueden resultar del gran esfuerzo, pues de otra manera serán víctimas del deseo desmedido de poseer bienes. 

Lo que puede ayudar, es vivir con contentamiento en medio de las circunstancias, y esto es posible solo por amor; es el mejor sazonador para la relación. Proverbios 15:17 dice: Las verduras son mejores que la carne cuando se comen con amor (TLA). 

Una de las experiencias que el Señor nos ha permitido a mi esposa y a mí es que de vez en vez procuramos visualizar hacia donde vamos como pareja en cuanto a nuestros proyectos, planes, metas y si estos nos han ayudado a mejorar en nuestra relación. Es cierto, no todo ha sido miel sobre hojuelas, pero en medio de los momentos difíciles que hemos pasado, podemos decir con certeza que el Señor nos ha acompañado y ha suplido nuestras necesidades. 

Hubo una época en que la situación económica era bastante complicada y en algunos momentos nos sentíamos rebasados y llegamos a anhelar lo bien que les iba a los demás -por lo menos en las cuestiones materiales-. Así que decidimos que ambos trabajaríamos para suplir las necesidades que para nosotros, en ese momento, eran prioridad. Pero eso trajo como resultado el que solo nos veíamos algunas tardes, porque yo debía ocuparme en atender otros asuntos que requerían más tiempo y, por lo regular, era el tiempo en el que ella salía de trabajar. Y aunque aparentemente teníamos estabilidad, notamos que nuestra comunicación iba teniendo ciertas complicaciones. No nos dedicábamos tanto tiempo. No siempre podíamos andar juntos, porque ella debía descansar, para al otro día hacer su jornada laboral. Entonces tuvimos que pedir perdón al Señor porque nos estábamos desviando del camino, estábamos invirtiendo nuestro tiempo y energías en cumplir esos anhelos que no estaban alineados con Su voluntad. 

Sabíamos que teníamos que hacer algo si es que nuestra prioridad era verdaderamente nuestro deseo de servir al Señor y nuestro bienestar como pareja. Así que, nos enfocamos en actividades que podíamos hacer juntos en nuestra labor pastoral. 

Para mí cobra sentido Proverbios 15:17, porque creo que renunciaría siempre a una aparente estabilidad económica si ésta atenta de alguna manera a nuestro bienestar como pareja o si esto significara sacrificar el tiempo que puedo disfrutar con mi familia. Desde que el Señor nos permitió comenzar esta aventura, nos ha mostrado su mano de bondad en todo momento. 

La confianza en el Señor ha sido nuestro timón en este proyecto. Nos ha ayudado a recordar las palabras del apóstol Pablo: El que ama es capaz de aguantarlo todo, de creerlo todo, de esperarlo todo, de soportarlo todo (1 Corintios 13:7, TLA). Y no lo dice en el sentido estoico, en donde uno de los dos cónyuges debe soportar humillaciones, menosprecio, vejaciones, abandono, etc. Lo entendemos como una exhortación para ese tiempo en el que no se tengan todas las comodidades; allí podemos decir que el amor es capaz de soportar las carencias en aras de un bienestar mayor, y que esas carencias no son eternas, porque el Señor sabe de lo que tenemos necesidad (Mateo 6:8). 

El proverbista llama la atención sobre aquellas cosas que se van sembrando con odio o rencor y traen amargura al corazón y desasosiego a la relación, aun cuando ésta pueda estar en las mejores condiciones materiales. Aunque ambos tengan el potencial para construir una relación diferente, si no está el Señor guiando cada corazón, entonces no sólo no serán capaces de disfrutar todo lo que tienen, sino es muy probable que sigan pensando que necesitan conseguir más para realizarse. Por el contrario, cuando hay contentamiento en el corazón se aprende a valorar cada momento, a darle mayor importancia a las cosas cotidianas, pero que son las que fortalecen la relación: disfrutar juntos durante la comida, cuando salen de paseo, cuando van por un café o sencillamente aprenden a valorar cada momento que el Señor les permita. 

La relación como pareja solo se disfruta si hay amor, pues este es el ingrediente elemental. Cuando hay amor, todo lo que acontece alrededor de la relación se puede ver desde la perspectiva correcta, aun cuando en ocasiones se viva con limitaciones materiales, el amor en el corazón de cada uno produce una profunda gratitud y el contentamiento para poder ver más allá de sus circunstancias. 

Que el Señor nos permita ver cuán afortunados somos cuando en nuestro hogar se vive, se respira y se alimenta nuestra relación con el amor maravilloso que viene de la confianza depositada en nuestro Dios. 

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Pasar la estafeta

Pasar la estafeta

Min. Marcos de Melo

Introducción

El mundo está cambiando rápidamente y es algo que no podemos ni negar ni evitar. Estos cambios los podemos ver claramente a través de las brechas generacionales; que son cada vez más profundas. Si bien esta distancia entre generaciones siempre ha existido, en nuestros días se ha potenciado de una manera como nunca en la historia y el factor principal son los cambios vertiginosos y disruptivos que vivimos en nuestra época. 

Como consecuencia, cada vez se hace más difícil comprender y, sobre todo, atender pastoralmente la demanda que hay en un mundo tan diversificado como el nuestro. Por lo mismo, la necesidad de formar nuevos líderes y pastores es urgente. El ministerio necesita renovarse si quiere dar respuesta a las necesidades de las personas de nuestros días. 

Pero, para que una renovación ocurra es necesario, en primer lugar, ser conscientes de esta realidad y necesidad. En segundo lugar, debemos tomar decisiones apropiadas para que la renovación sea adecuada y se logre el objetivo: continuar con la expansión del Reino de Dios en este mundo. 

Según estudios que miden el acceso a la tecnología y al ámbito laboral, en el mundo actual tenemos identificadas varias generaciones que buscan su espacio. Compiten por tener cubiertas sus necesidades de ser escuchadas y acompañadas. Eso hace que lograr armonía y unidad entre ellos, sea un asunto cada vez más difícil de alcanzar. 

Diferentes generaciones en la actualidad:

Generación baby boomers (nacidos entre 1945 y 1964) 

Nacieron después de la Segunda Guerra Mundial. Su nombre proviene del “baby boom”, es decir, del repunte en la tasa de natalidad de aquellos años. 

Esta generación tiene al trabajo como un modo de ser y de existir. Se destaca en ser muy activa y bastante estable; se compromete inclusive con lo que no ama hacer. No dedica mucho tiempo al ocio y a la actividad recreativa. Las mujeres aún se están incorporando al mercado laboral. Si bien persiste el ideal de familia tradicional, se empiezan a romper estructuras.

Generación “X” (nacidos entre 1965 y 1981) 

En esta generación tanto los hombres como las mujeres trabajan mucho, sin dejar de lado un equilibrio interesante entre el trabajo, la familia y el descanso. Busca ser feliz con su propia vida. 

Es la generación que vio nacer el Internet con los avances tecnológicos y está marcada por grandes cambios sociales. Se considera la generación de transición, porque tiende a tener más facilidad para convivir equilibradamente entre la tecnología y la vida social con actividades presenciales.

Busca participar de eventos en su comunidad. Es propensa a estar empleada y busca estabilidad laboral. Acepta con más facilidad las órdenes de jerarquía institucional. Hacen esfuerzos muy grandes para adaptarse a la vertiginosidad de la generación que sigue, ya que son padres de los millennials. 

Generación “Y” o millennials (nacidos entre 1982 y 1994) 

Esta generación es hija de la tecnología, la vida virtual es una extensión de la vida real. Sin embargo, aún conserva algunos códigos de privacidad en relación con lo que exponen o no en Internet. 

Se caracteriza por no dejar la vida en el trabajo, aunque es muy emprendedora y creativa. Busca vivir de lo que ama hacer. Es bastante idealista y aficionada a la tecnología del entretenimiento. Ama viajar, conocer el mundo, y subir las fotos a las redes sociales. Según estadísticas, esta generación permanece en sus trabajos un promedio de dos años, a diferencia de las generaciones anteriores, que son más estables. 

Generación “Z” o centennials (nacidos a partir de 1995 y hasta el presente)

Son conocidos como los “nativos digitales”, porque usan Internet desde su niñez. 

Esta generación se destaca por ser autodidacta. Aprende mucho por tutoriales, además de ser muy creativa porque tiene la facilidad de incorporar rápidamente nuevos conocimientos. Tiene mucha más información en su cerebro que todas las generaciones anteriores. Comparte mucho contenido de su vida privada sin filtros y aspira a ser “youtuber”. 

La vida social de esta generación pasa por estar un alto porcentaje de su tiempo en las redes sociales. Le preocupa encontrar una vocación acorde a sus gustos, conocerse a sí misma y aceptar las diferencias, en un mundo cada vez más globalizado. 

Esta misma realidad que existe en la sociedad, en cuanto a la diversidad de generaciones, las tenemos dentro de nuestras comunidades de fe. Como líderes pastorales, somos llamados a cuidar de ellos, guiar sus vidas y buscar la unidad. Eso, es una tarea cada vez más difícil. 

Hay líderes que se sienten superados por esta realidad y terminan derrotados, cuando una solución muy viable sería pasar la estafeta y renovar el ministerio.

La necesidad de un liderazgo renovado 

Hasta hace muy poco tiempo el mundo giraba en torno al adulto (la generación de los nacidos entre 1945 y 1964). Eran ellos quienes estaban en el liderazgo, pero esta realidad está cambiando a pasos apresurados, por el simple hecho de que la generación adulta hoy se considera inmigrante de la era digital. 

Hoy son los nativos digitales, es decir, las nuevas generaciones, los que cada día se posicionan más en el liderazgo de un mundo volátil, incierto, complejo y ambiguo, ya que esta generación tiene más herramientas y están mucho más preparados para dar respuestas a los problemas actuales de manera rápida, ágil y práctica. 

Hemos vivido esta realidad en la pandemia, cuando se cerraron los templos y la única manera de ser iglesia era usando los medios digitales. Sin duda que fueron los nativos digitales quienes, en la mayoría de los casos, hicieron el trabajo que facilitó mucho las cosas para la generación adulta. 

Hoy ya se habla de la necesidad de ser iglesia híbrida, donde lo presencial y lo virtual se unen y son esenciales para el cumplimiento de la misión. Y en esa área de la tecnología, que cada vez será más indispensable, son los nativos digitales, las nuevas generaciones quienes harán un trabajo con mucha más excelencia que las demás generaciones. 

Indudablemente, cada generación es valiosa para Dios y útil para la expansión del Reino de los cielos en este mundo. No obstante, las nuevas son valiosas y esenciales, porque sin ellas, difícilmente el ministerio y liderazgo de nuestra iglesia podrá subsistir por mucho tiempo. 

Necesidad de líderes referentes que pasan la estafeta 

Pero hay un factor importante que no podemos omitir como iglesia en esta labor tan urgente, y es que las nuevas generaciones tienen muchas debilidades y, por lo mismo, necesitan de acompañamiento pastoral para su desarrollo saludable. 

Se las conoce como la generación de cristal, porque tienen mucha dificultad para manejar las frustraciones. Son guiadas por sus emociones. Además, tienen un rechazo muy fuerte a las estructuras institucionales y a todo tipo de liderazgo piramidal. 

A la generación actual le interesa sumarse al proyecto del Reino de Dios, pero buscan líderes que comprendan sus estilos de aprendizaje, confíen en ellos, valoren todo el potencial que tienen y les permitan ser parte en las tomas de decisiones. 

Por lo mismo, es importante pasar la estafeta, renovar nuestros ministerios y aprovechar todo el potencial que tienen las nuevas generaciones. Para ello se necesita de líderes referentes, maduros, centrados en Jesús como el apóstol Pablo, quien decía: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Corintios 11:1).

Necesidad de estar enfocados en Jesús

Todos conocemos el gran mandamiento de “id, y haced discípulos a todas las naciones” (Mateo 28:19). Este mandato también lo necesitamos aplicar con las nuevas generaciones. Jesús no solo nos pide que lo hagamos, Él lo hizo y nos dejó el ejemplo con su propia vida de cómo pasar la estafeta de manera correcta. 

En primer lugar, Jesús evidencia en su vida de ministerio que su liderazgo no ha sido solo con palabras, sino en acción: “Porque ejemplo os he dado” (Juan 13:15a). Con esta acción de servir a sus discípulos siendo Él el Señor y Maestro, Jesús nos compromete a servir también a las nuevas generaciones, lavando sus pies como lo hizo Él con sus discípulos. Pero esta actitud de servicio que nos propone Jesús, debe ser una actitud impulsada por un ingrediente fundamental, el mismo que movió a Jesús: “Como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” (Juan 13:1).

Con esta forma de vida, Jesús iba formando discípulos y pasando la estafeta de su ministerio de manera natural. Sirviendo y amando a quienes estaban en una condición inferior que Él, pero que serían quienes ocuparían su lugar en el liderazgo en un futuro a corto plazo. 

En segundo lugar, Jesús nos muestra la importancia de empoderar a las personas: “pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo” (Hechos 1:8). “Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” (Juan 20:22).

Dentro de la iglesia, las nuevas generaciones pueden aportar mucho por el potencial que tienen, pero muchas veces necesitan del respaldo de sus líderes. Necesitamos empoderarlos con la confianza y la autoridad que Dios nos ha otorgado, como Jesús hizo con nosotros. 

Pasar la estafeta no es una opción, es nuestra obligación como siervos buenos y fieles

Jesús nos deja este ejemplo que tanto necesitamos en nuestros liderazgos y ministerios: “Como me envió el Padre, así también yo os envío” (Juan 20:21). “En realidad, a ustedes les conviene que me vaya. Porque si no me voy, el Espíritu que los ayudará y consolará no vendrá; en cambio, si me voy, yo lo enviaré” (Juan 16:7, TLA).

Si bien todo cambio cuesta, produce temor, miedo e incertidumbre; no nos olvidemos de que la obra es de Dios. Él respalda a quienes son enviados a la mies porque Jesús mismo ha prometido: “y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén” (Mateo 28:20).

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Creer a Dios contra toda esperanza

Creer a Dios contra toda esperanza

Min. Ausencio Arroyo García

Dios le dijo a Abraham: «Tendrás muchos descendientes». Y, contra toda esperanza, creyó a Dios. Por eso fue padre de muchas naciones. Abraham tenía alrededor de cien años, no estaba en edad de tener hijos, y su esposa Sara era estéril. Abraham sabía todo esto, pero su fe no se debilitó. Mantuvo firme su fe en la promesa de Dios sin dudar jamás. Cada día su fe se hacía más fuerte, y así él daba honra a Dios. Abraham estaba seguro de que Dios sería capaz de cumplir su promesa(1 Pedro 2:4-7).

La Palabra declara que Dios, es el Dios de imposibles. El poder y la gracia de Dios hacen que lo imposible sea posible. Tener fe en Dios, implica la confianza de que Él es capaz de realizar lo que está más allá de la lógica humana o de los límites de la realidad terrena. Él puede cambiar las situaciones de desgracia y transformar las condiciones de opresión. En cierta medida, todos experimentamos momentos y fracasos ante situaciones límite de la vida, en este contexto, Pablo nos presenta el paradigma de Abraham como el modelo de fe para todos nosotros (Romanos 4:1-22).

El paradigma de la fe de Abraham

La fe vida está llena de muros infranqueables y de límites de las fuerzas. Para sobreponernos a esto, contamos con el don maravilloso de la fe. Sin embargo, la fe en Dios no pretende cambiar su naturaleza ni modificar su carácter, más bien, consiste en afirmar que podemos confiar en que sus promesas son inquebrantables. La figura de Abraham brilla por encima de todos, pues, aunque su condición lo hacía ver como un fracasado al no tener descendencia, Dios cambió su historia, porque creyó a sus promesas.

El nombre Abram significa padre exaltado, sin embargo, no tenía ni un hijo, su nombre era una contradicción. Abram creyó que Dios lo convertiría en padre, aun cuando todo estaba en su contra. Él y su esposa eran ya ancianos, el cuerpo de Sara, además, estaba afectado por la esterilidad; al paso de los años se habrían acumulado las decepciones de esta pareja. En ese ambiente de desilusión, Dios extendió su promesa de darle no solo un hijo sino una descendencia numerosa. En el proceso, Dios cambió su nombre de Abram a Abraham, la terminación “am” en hebreo se refiere a pueblo o multitud. Dios le da la promesa de hacer de su descendencia un gran pueblo. Abraham no estaba en condiciones reales de serlo, pero, cree a Dios a pesar de todo.

Además, Abraham es el paradigma para todos los creyentes porque él fue considerado justo por su fe: Abraham creyó a Dios y le fue reconocido como justicia (Génesis 15:6), esto ocurre antes de ser circuncidado (Romanos 4:9-12) y no como resultado del cumplimiento de la ley, sino por su fe (4:13). Abraham no tiene de qué jactarse ante Dios pues la justificación no es fruto de su propia justicia sino un regalo de Dios por el solo hecho de creer a su Palabra. Así, en la historia de la salvación, Abraham se convierte en padre de todos los que siguen las huellas de la fe, sean circuncisos e incircuncisos (4:12) y son declarados herederos de la promesa divina (4:13-17).

Abraham nos muestra en qué consiste la fe: él creyó, puso su confianza en la palabra divina y caminó en esa certeza. Abraham fue llamado por Dios a salir de su mundo (Génesis 12:1-3), confiando en Su promesa y convertirse en fuente de bendición para todos los pueblos. La fe en el sentido bíblico es más que asentimiento de una doctrina, repetición de un rito sagrado o una emoción que permita conseguir de Dios lo que queremos. Si bien la fe implica todos esos elementos: asentimiento intelectual y confesión de una verdad, es sobre todo una confianza que lleva a obediencia. En la realidad, solo creemos lo que obedecemos.

La fe de Abraham consiste en la actitud o disposición a dejarse guiar, es una respuesta a Dios, no es una obra que convierta a Dios en nuestro deudor sino la confianza de soltarse en las manos del Señor. La fe es grande no porque tenga poder en sí misma, sino por el carácter de Aquel en quien la depositamos. Podemos decir que la Biblia no nos invita a “creer” en los milagros, sino a creer en el Dios que obra milagros. El carácter y la persona de Dios guían nuestra fe y establecen lo que podemos esperar.

Su modelo de fe se basa en las palabras de Dios, no en la evidencia de los sentidos o deseos. Abraham era consciente de la imposibilidad física de que él y Sara pudieran tener hijos; sin embargo, esto no impidió que creyera que Dios haría exactamente lo que había prometido. La esencia para una experiencia cristiana vital es la capacidad de seguir creyendo, día tras día, que la realidad última no es lo que vemos a nuestro alrededor, sino aquello que no podemos ver; a saber, la realidad que viene de Dios.

Creer en esperanza contra toda esperanza

Abraham creyó en las promesas de Dios cuando no había elementos para la esperanza, las circunstancias decían que el vacío y la soledad eran inevitables, que su nombre familiar desaparecería. Sin embargo, Dios lo miró y lo eligió para llenar sus brazos vacíos, con lo que renovó su corazón anciano. El padre de la fe muestra la relevancia del objeto de fe. La fe de Abraham no consiste en: “hay que creer en algo” ni se puede hablar “del poder de la fe” pues lo que da sentido, forma y transforma la condición de Abraham es el Dios vivo: Así frente a Dios, Abraham creyó este mensaje, porque Dios puede dar vida a los muertos y crear algo de la nada (Romanos 4:17). La fe es tan grande como el objeto de fe, su fe es grande porque fue puesta en el Dios que es capaz de dar vida al cuerpo derrotado y llamar a la existencia a un hijo, de la nada.

Pablo describe las circunstancias donde intervino la mano de Dios: Abraham tenía alrededor de cien años, no estaba en edad de tener hijos, y su esposa Sara era estéril. Abraham sabía todo esto, pero su fe no se debilitó. Mantuvo firme su fe en la promesa de Dios sin dudar jamás. Cada día su fe se hacía más fuerte, y así él daba honra a Dios. Abraham estaba seguro de que Dios sería capaz de cumplir su promesa (Romanos 4:19-21).

La fe en Dios es el poder para transformar la realidad. A veces valoramos la fe como capacidad humana, que por sí misma puede crear cosas nuevas; que, si podemos visualizar en la mente, imaginar y describir lo que se desea, entonces eso ocurrirá. Pero esta comprensión no corresponde a la cosmovisión bíblica, porque lo nuevo no ocurre supeditado a los deseos o capacidades del ser humano sino a la voluntad de gracia y los propósitos divinos.

La fe que nos enseña Abraham es un acto de seguimiento y no una manipulación. En tal sentido, es importante subrayar que Abraham no cree en (la existencia de) Dios, sino que Abraham cree a (la promesa de) Dios. Tener fe es confiar. Tener fe significa caminar en la esperanza de Dios aun cuando ésta parece una realidad imposible. Los límites del razonamiento humano y lo que nuestras sociedades muestran como “único camino posible” puede ser superado; en las manos de Dios, lo imposible es posible.

El pensamiento pragmático actual entiende que cuando conocemos algo significa poseerlo y dominarlo; en el ámbito de lo religioso, se piensa que conocer a Dios es dominar y poseer a Dios. El conocimiento sobre el otro no da el derecho de convertirlo en propiedad, mucho menos en la relación con Dios; ya que Dios es el sujeto, no el objeto, y la relación con Dios como sujeto nos transforma mediante la “simpatía”. El conocimiento de Dios no nos convierte en amos de Dios, más bien, le conocemos para confiar en sus promesas. En el sentido bíblico, conocer significa tener una experiencia concreta de intimar y asombrarse. Conocer a Dios consiste en reconocerlo como soberano en el universo y, por lo tanto, jamás sujeto a nuestros deseos o voluntad.

Las promesas de Dios son inquebrantables

La vida es un muro de adversidades, todos enfrentamos innumerables circunstancias de frustración y pena: los grandes anhelos no se cumplen, las relaciones de amor se rompen, los hijos no llegan o se alejan de la fe, nos arrebatan a las personas que amamos, los accidentes nos aguardan a la vuelta de la esquina, fracasan los emprendimientos, el entorno social es amenazante, fallamos en los intentos de romper los hábitos destructivos; la estabilidad que disfrutamos se esfuma ante el diagnóstico de que, lo que comenzó como una pequeña molestia: un signo oscuro en la piel o como simples olvidos, son signos de un mal serio que estuvo agazapado por años que, finalmente, despertó de su letargo y empezó su fase aniquilante. Cuando la vida de armonía y salud, de prosperidad y realización personal se escurre entre los dedos, nuestros sueños fenecen en la desesperanza.

Cuando piensas que tu vida no va más, que tu experiencia es el final de toda alegría, que no volverás a sonreír, recuerda que Dios tiene la última respuesta. Nuestra fe está arraigada en el Dios que vivifica a los muertos y llama a las cosas que no son como si existieran (4:17). 

En la historia de la salvación, Dios es el héroe. Dios se vale de mujeres estériles para preservar la simiente de su pueblo, sostiene a un profeta oculto en una hondonada, alimenta a todo un pueblo hambriento en el desierto, rescata la vida de un joven odiado de sus hermanos hasta llevarlo a la cima en un gobierno extranjero, salva la vida de un hijo único que estaba punto de ser ofrecido en holocausto. En circunstancias donde todo parece perdido, Dios cambia las historias.

Dios llenó de alegría el corazón de dos mujeres solas y pobres. Llenó sus brazos de granos para el pan, restauró el nombre de su familia y les regaló un hijo que les devolvió la esperanza. Era inimaginable que la mujer extranjera, que rebuscó cebada en un campo ajeno, se convirtiera en la dueña de la tierra que pisó como desheredada. El Señor Jesús cambió la historia de una mujer que se desangraba, día tras día a lo largo de doce años. “Si tan solo tocare su manto seré sana” se dijo, cuando oyó hablar del Señor y se acercó por detrás de Él. Cuando al fin alcanzó el borde de sus vestidos fue sana. 

Si bien, no podemos forzar a Dios a actuar conforme a nuestros anhelos, nunca debemos olvidar que en su poder está la capacidad de realizar tanto grandes maravillas como pequeñas caricias de gracia que transforman el luto en fiesta espiritual y la tristeza en gozo. Dios tiene poder para darnos vida de nuevo. Siempre condicionado por sus propósitos y manifestado en sus promesas. Juan señala que nuestras peticiones deben mantener la expectativa de aguardar a la voluntad divina: Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye (1 Juan 5:14).

Hay momentos en que nos percibimos como muertos al futuro y solo sobrevivimos un presente en agonía. Allí se nos revela el Dios que resucitó a Jesucristo de entre los muertos y que nos resucita a la vida rescatándonos de todo dominio mortal. Es el Dios que llama a una realidad que aún no existe, que vivifica a los muertos por su evangelio, reaviva la llama del Espíritu. Las circunstancias adversas de la vida matan nuestras esperanzas, los sueños se rompen, las pérdidas dejan vacíos y los anhelos no se cumplen; justo en estas condiciones ¡Dios puede vivificarnos! Esta es buena nueva, es Evangelio.

Dios, por medio del profeta Jeremías, les habla a sus escogidos que se hayan en el exilio y les declara: Sé muy bien lo que tengo planeado para ustedes, dice el Señor, son planes para su bienestar, no para su mal. Son planes de darles un futuro y una esperanza (Jeremías 29:11). El gran dilema es creerle a Dios frente a los imposibles, confiar en sus promesas y esperar contra toda desesperanza.

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Sobre los duelos

Sobre los duelos

Psic. Citlally Romero Olivares

Hazme saber, Señor, el límite de mis días y el tiempo que me queda por vivir; hazme saber lo efímero que soy (Salmos 39:4, NVI).

¿Qué pasaría si Dios te contara cuándo será el día y la hora en la que morirás? ¿Cambiarías algo de tu vida en ese mismo instante? 

Pensar en morir o en que algún ser muy amado morirá es algo que no queremos ni pensar, pero que, sin duda alguna, sabemos que pasará. Quisiera que recordaras un poco sobre todo lo que ha sucedido en los últimos 3 años, desde que nos dijeron que había un virus mortal y muy peligroso para la humanidad, que avanzaba muy rápido y para el cual no se encontraba una cura. De primer momento no se creía tan cerca, algunos pensaban que era una pequeña gripe o incluso una “cortina de humo” por parte del gobierno, hasta que se vivió de manera cercana. Comenzamos a ver cómo los hospitales se llenaban uno a uno, las farmacias tenían filas que parecían interminables y la demanda de tanques de oxígeno estaba al límite.

El temor comenzó a invadir a la población del mundo. Fue muy normal sentir miedo en esos tiempos, pues no se tenía la certidumbre de qué pasaba y cómo es que había un caos tan repentino. En algún momento, comenzamos a mirar con atención a nuestro alrededor más próximo y, lamentablemente, en muchos hogares, personas amadas comenzaron a enfermar. La angustia embargó muchos corazones y no se sabía qué hacer con exactitud. Se comenzó a ver a seres amados enfermos, que no podían levantarse, que no podían respirar y aún con tanques de oxígeno se veían mal, hasta que se intentaba buscar una camilla en hospitales, los cuales que se encontraban saturados y, por desgracia, muchas veces se llegó a escuchar la frase “no lo logró”. 

Nadie puede explicar lo que pasa por el corazón cuando se escuchan esas palabras, ese dolor que aprieta el pecho con fuerza, que de primer impacto no sabes si es real lo que estás viviendo o sigue siendo tu mente; pero el llanto de los demás, te hace caer en esa terrible verdad: un ser amado, ya no está, ya no se podrá hablar con él, abrazarle, escucharle u olerle, ya no más. Ese sentimiento lo vivieron cientos de familias en la Iglesia, por personas cercanas o conocidos lejanos; estoy casi segura que nadie quedó exento de esa realidad. 

Es importante que recuerdes, si en esos días llegaste a sentir miedo; no fue por ser una persona débil, esa angustia tampoco era falta de fe; y en esos momentos diste lo mejor que pudiste. Tienes que saber que Dios sí estaba presente, se encontraba justo allí donde siempre ha estado, a tu lado. Y aun, si en el presente o en el futuro, algún ser al que amas, enferma y muere, debes tener por seguro que Dios se encuentra sosteniendo fuertemente tu mano. 

Quisiera preguntarte algo, si es que alguna vez has tenido que despedir a un ser amado a causa de la muerte, ¿realmente has vivido tu duelo? Permítete llorar cuanto puedas, grita, abraza, rompe, haz lo que necesites, no consideres de poca importancia lo que sientes. A veces se puede llegar a creer, incorrectamente, que “ya pasó mucho tiempo y deberías superarlo”; pero, la verdad es que tu cuerpo y tu mente, incluso tu espíritu, necesitan llorar esa ausencia. A pesar del tiempo que ha pasado, hay cosas que tu mente no podrá entender e incluso tus pensamientos podrán parecer bloqueados, no pueden pensar en nada más que en el dolor. 

En ocasiones ya no se quiere llorar y evitar a toda costa estar tristes, pero el cuerpo no entiende esto, porque resiente todo lo que se reprime, así que se manifiesta y se empieza a enfermar; los músculos se tensan y dolores gástricos, entre otros malestares, aparecen; por ende, ahora la persona se ve envuelta en disturbios mentales y físicos, lo que prolonga más el estado de enfermedad, todo ello, por no vivir el duelo de manera adecuada. 

Te recomiendo ampliamente que no evites pasar tu duelo. Sé que puede doler nuevamente y que muchas voces pueden llegar a decirte que lo tienes que superar rápido. No es verdad, cada quién tiene su tiempo y no existe un estándar de mucho o poco. Si necesitas ayuda pastoral o atención psicológica, pídela sin miedo o temor de lo que los demás puedan llegar a pensar; pero, sobre todo, no te alejes de Dios, pues, en ese momento de dolor no necesitas ser fuerte, necesitas decirle a Dios: “no entiendo lo que pasa, pero sé que tienes el control, nunca lo pierdes”. 

Es importante que sepas que el duelo no solamente se vive ante la pérdida mortal de un ser querido; es el proceso de adaptación emocional que sigue a cualquier pérdida, ya sea un empleo, una separación de pareja, hasta el perder una parte de tu cuerpo; y cualquiera de estas situaciones tienen su propio proceso que requiere ser vivida y atendida. No subestimes ningún sentimiento de pérdida, no dejes que otras personas sugieran que “exageras”. Para estar bien físicamente, tu cabecita debe estar bien en sus emociones y ellas solo tienen esa garantía cuando se vive un duelo a la vez, por supuesto, acompañados de la guía de Dios. 

El perder a un ser querido, es uno de los duelos más difíciles de manejar emocionalmente, pues a veces nos encerramos y creemos que eso es lo mejor que podemos hacer por nosotros y por los demás; pero no es así, notarás que te alejas de los que te aman y siguen contigo. Superar ese proceso no quiere decir que olvidaremos a esa persona; recuerda que en Cristo Jesús tenemos la esperanza de la resurrección.

Quisiera compartir contigo algunos elementos para que puedas pasar algún duelo de una manera sana, si lo necesitas ahora o en el futuro:

• Permítete sentir el dolor, así como todas las otras emociones. No te digas a ti mismo cómo deberías sentirte ni dejes que otras personas te digan cómo deberías hacerlo.

• Ten paciencia con el proceso. No te presiones con expectativas. Acepta que necesitas experimentar tu dolor y tus emociones (todo a su debido tiempo). No juzgues tus emociones ni te compares con otras personas. Recuerda que nadie puede decirte cómo llevar el luto o cuándo dejarlo.

• Busca ayuda profesional y espiritual. Habla acerca de tu pérdida, tus recuerdos y tu experiencia de la vida y muerte de tu ser querido o la pérdida de tu pareja o del empleo. No pienses que estás protegiendo a tu familia y amigos al no expresar tu tristeza.

• Platica con otras personas que sean de tu plena confianza, que escuchen sin juzgar -amigos, familia o hermanos-, exprésales tus emociones y pídeles que solo te escuchen.

• Ocúpate de ti mismo(a). Come bien y haz ejercicio. No te abandones. 

• Perdónate por todas las cosas que hayas o no dicho o hecho. El perdón para ti y otros son importantes para sanar.

• Intenta seguir una rutina de actividades. No permitas que la cama te absorba. Por más difícil que te resulte, desayuna, come y cena a horas específicas. Lee, ve películas, ten momentos de recreación con amigos, reúnete en el templo. Poco a poco, dale respiros a tu dolor y siente el amor de Dios a través de todo lo que te rodea. 

• Y, por último, busca aún más a Dios, es tu principal refugio. La noche siempre se ve más oscura antes de que amanece. Nuestro buen Padre siempre está presente, pero con mayor fuerza y atención, cuando sus hijos atraviesan valles oscuros, Él sostiene su mano y nunca los soltará. 

Le pido a Dios, fuente de esperanza, que los llene completamente de alegría y paz, porque confían en él. Entonces rebosarán de una esperanza segura mediante el poder del Espíritu Santo (Romanos 15:13, NTV)

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El amor comienza en casa

El amor comienza en casa

Hna. Elizabeth Sánchez Ramírez

Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros.

(1 Juan 4:11)

El carácter se forja en casa, allí obtenemos la confianza en nosotros; si somos amados y se alimentan nuestros sueños. La casa, sin importar la construcción, el tamaño o comodidades que ofrece, es el espacio íntimo en el que nos sentimos en libertad de ser y hacer. Nuestra casa habla de nosotras y de nuestra familia; de los gustos, costumbres, organización, hábitos y de la manera en que nos relacionamos. El valor principal de nuestra casa son los lazos afectivos que entrelazan a la familia, representan la seguridad, confianza y aceptación. Cuando es el espacio cálido y nutricio que debiera ser, nos hace exclamar: “¡No hay como estar en casa”! La clave está en el amor que se respira bajo su techo.

Dios creó la familia para que, a través de la relación de la pareja, y en el cuidado de padres e hijos y entre hermanos, el amor encuentre su plena expresión. Cuando el amor que une a un hombre y una mujer en matrimonio se mantiene vivo y floreciente, los hijos crecen sabiéndose amados, protegidos, atendidos en las necesidades de cada etapa de su desarrollo, en un ambiente cálido y armonioso que aun cuando sean adultos, en los tiempos difíciles, tristes o alegres podrán recordar y nutrirse de ese amor familiar.

Cuando hablamos de familia, generalmente pensamos en el modelo inicial creado por Dios; papá, mamá e hijos, sin embargo, en nuestra sociedad tenemos una gran variedad de familias en las que pueden estar incluidos abuelos, tíos, primos, o también puede haber la ausencia de mamá, papá o ambos, hoy se considera familia al núcleo de personas que habitan en la misma casa, unidos por una relación consanguínea o adopción.

El plan de Dios, para la familia es que sea fuente de amor, aceptación y apoyo, sin embargo, en muchos hogares lo que fluyen son conflictos: entre los padres, entre los hermanos, entre padres e hijos; problemas económicos, adicciones, etc. Crece la violencia, el abandono, el divorcio, el desamor, dejando dolor, angustia, baja autoestima, temor; sobre todo en los más pequeños e indefensos. Muchos problemas surgen cuando nos olvidamos de nutrir el amor. Así como necesitamos alimentar nuestro cuerpo cada día con productos saludables, el amor necesita atención y cuidados para mantenerse fuerte y sano. 

Cuando una pareja se une pensando que el amor es solo placer, complacencia, cuando para cada uno solo importa satisfacer sus intereses y necesidades sin tomar en cuenta los del otro, si no están dispuestos a ceder, a dejar su propio bienestar por el bien del otro; el amor está destinado a morir y toda la familia lo sufrirá.

Amar requiere entrega y decisión. El amor se hace evidente por la importancia que damos a la o las personas amadas, por la atención que ponemos a sus necesidades y el esfuerzo que hacemos para satisfacerlas, aun sobre nuestro propio bienestar. El apóstol Juan nos habla acerca del amor perfecto, el amor de Dios: En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados (1 Juan 4:10). Dios nos muestra un amor sin límites buscando nuestro bien, por esto, el apóstol nos pide: Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros (1 Juan 4:11). Los otros que están más cercanos son nuestra familia, por eso el amor debe empezar en casa. 

Solemos pensar que amar es vivir siempre felices, que cada uno pueda tener y hacer lo que quiera. Así no es el amor. El apóstol Pablo, nos enseña que el amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece (1 Corintios 13:4) Es decir, el amor no se centra en mis intereses y deseos, sino en hacer lo que es bueno para la persona amada. 

Entonces, ¿cómo podemos amar sin buscar nuestros propios intereses? La Biblia es un manual completo del amor. Aquí solo presentaré algunos consejos que sirvan de orientación.

1. Pide la ayuda de Dios. Recuerda que Él te ama, y ama a tu familia. Él te dice: Yo sé los planes que tengo para ustedes, planes para su bienestar y no para su mal, a fin de darles un futuro lleno de esperanza. Yo, el Señor, lo afirmo (Jeremías 29:11, DHH).

2. Mantén tu atención en cada miembro de la familia. Qué todos puedan sentirse en libertad y confianza para contarte sus experiencias, sus intereses, sus necesidades, gustos y disgustos. Escúchalos atentamente. De esta forma ellos también estarán dispuestos a escuchar, tus opiniones y consejos. 

3. Respeta a las personas dentro y fuera de casa. Tú conducta es ejemplo para tu familia. El respeto es fundamental para convivir en paz y armonía, por lo que en casa deben establecerse reglas y normas justas que protejan la integridad de todos. Evita la mentira, las palabras hirientes, conductas egoístas, demandantes, impulsivas y sobre todo agresivas de y hacia todas las personas sin importar su edad. Fomenta conductas y palabras amables. En todos los casos el respeto debe ser mutuo.

4. Pasa tiempo de calidad con tu familia. Planea un día a la semana para hacer cosas juntos, actividades que proporcionen alegría, algo que todos disfruten. Por ejemplo: caminar, una noche familiar con juegos de mesa, ver un programa en la televisión, cenar. Esto ayuda a conocernos mejor y reforzar los lazos de unión familiar.

5. Actúa con empatía y comprensión ante los problemas que surgen entre los miembros de la familia. Es necesario aprender que lo que tú piensas, quieres y sientas no es lo único que importa, es preciso tomar en cuenta lo que el otro piensa, quiere y siente para comprender por qué actúa de determinada manera y poder tomar decisiones y acuerdos en caso de conflicto.

6. Ejerce la autoridad que te corresponde con sensibilidad, firmeza, respeto y justicia.

7. Nutre a tu familia cada día con el amor de Dios a través de la oración y el estudio de la Palabra. Tomen tiempo para hacerlo en familia. Cuando el amor de Dios está entre nosotros la casa se llena de paz, esperanza, fe, gratitud y alegría. El amor empieza en casa y se transmite a otros ámbitos de la comunidad.

Dios nos dé sabiduría para que nuestra casa sea ese espacio del genuino amor.

Referencias

• Biblia de Estudio RVR 1960. Editorial Vida. 

• Biblia Edición de Promesas, revisión 1960

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El mentor

El mentor

Hna. Karla Flores Hernández

Más de una vez y en distintas ocasiones, hemos escuchado o leído Mateo 28:19-20: Acercándose Jesús, les dijo: Toda autoridad Me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que les he mandado; y ¡recuerden! Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo.

Este versículo ha sido de gran importancia para la iglesia cristiana, ya que resume la misión de evangelizar.

Antes de partir, Jesús les deja una gran tarea a sus discípulos, misma para la cual los había preparado en sus años de ministerio, y esta “gran comisión” también es dada para nosotros en la actualidad. 

En ocasiones, sucede que al escuchar este texto, nos sentimos inseguros e incapaces de llevar a cabo esta tarea, y resuenan en nuestra mente preguntas tales como: ¿por dónde empiezo? ¿qué hago? ¿qué les digo?, preguntas que nos abruman y desaniman a dar el primer paso.

A lo largo de este artículo, quiero que tengas presente lo siguiente: “[…] ¡recuerden! Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”, estas palabras de Jesús manténlas siempre en tu mente y tu corazón.

Ahora bien, la primera tarea que se nos encomienda es “hagan discípulos”, y para esto primero tenemos que entender qué es un discípulo. La palabra discípulo, al igual que disciplina, proviene de la palabra latina discipulus, que significa «alumno» o «aprendiz», es decir, un discípulo es un seguidor, uno que confía y cree en un maestro y sigue sus palabras y ejemplo. 

Pero ¿cómo se hace un discípulo? ¿Cómo empezamos? Jesús es nuestro gran maestro, en la Biblia podemos encontrar algunas características del discipulado que Él nos puso como ejemplo.

1. Practicaba lo que predicaba

Jesús era coherente con lo que enseñaba, los mandatos que Él daba a sus discípulos los ponía en práctica. En Juan 13, un pasaje muy conocido, encontramos un gran ejemplo del servicio: Así que se levantó de la mesa, se quitó el manto, se ató una toalla a la cintura y echó agua en un recipiente. Luego comenzó a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura.

En aquel entonces, los judíos no usaban zapatos, usaban sandalias, ¿puedes imaginar cómo se encontraban los pies de los discípulos? Llenos de polvo, mugre, malolientes, sucios.

Nuestro Salvador, el Rey de reyes, tomó forma de siervo lavando los pies de sus discípulos.

2. Tenía un diálogo personal

Jesús no solamente enseñaba en los montes a las multitudes, también se tomaba el tiempo para conversar a solas con quien lo necesitaba. En Lucas 19 podemos leer la historia de Zaqueo, un recaudador de impuesto que buscaba ver a Jesús entre la multitud. Zaqueo era una persona aborrecida en el pueblo por su profesión, y quienes se acercaban a él eran considerados como traidores, aun así, Jesús fue a su casa, y pasó un momento personal con él. Como resultado de esto, Zaqueo cambió su vida y decidió seguir a Jesús.

3. Jesús los amaba

[…] Él había amado a los suyos que estaban en el mundo, y los amó hasta el fin (Juan 13: 1). En la noche de la última cena, Jesús hace un acto de amor y humildad al lavarle los pies a cada uno de sus discípulos, incluyendo a Pedro que lo iba a negar y a Judas quien lo iba a traicionar. Jesús no solo decía amarlos, lo demostró hasta el fin.

4. Jesús hacía milagros

Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo (Mateo 4:23).

Una de las características del discipulado de Jesús, es que no solo predicaba, también ayudaba a solucionar los problemas y necesidades de quienes se le acercaban. A veces, las palabras no son suficientes, es necesario accionar, apoyar y acompañar.

5. Jesús es incluyente

Aconteció que, estando Jesús a la mesa en casa de él, muchos publicanos y pecadores estaban también a la mesa juntamente con Jesús y sus discípulos; porque había muchos que le habían seguido. Y los escribas y los fariseos, viéndole comer con los publicanos y con los pecadores, dijeron a los discípulos: ¿Qué es esto, que él come y bebe con los publicanos y pecadores? Al oír esto Jesús, les dijo: Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores (Marcos 2:15-17).

A lo largo del Nuevo Testamento, encontramos distintos pasajes donde se muestra a un Jesús incluyente, un Mesías que dignificaba a todos aquellos que eran excluidos y discriminados por el sistema religioso de su época. Buscaba una convivencia con ellos para enseñarles y mostrarles el camino con amor y paciencia. No solo buscaba la redención espiritual, sino también social.

El ministerio que Jesús realizó estando aquí en la Tierra es nuestro máximo ejemplo y modelo para seguir. Si no sabes cómo empezar, qué decir o hacer, hazte la siguiente pregunta: «¿qué hizo Jesús?».

Es una tarea ardua, que requiere valor, pero sobre todo amor, y si en algún momento te sientes decaer, recuerda sus palabras: […]Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo.

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